miércoles, abril 29, 2015

Confesión

Desencajado en esta dramática disyuntiva shakespeariana vacilo como la llama de una vela en la profunda oscuridad, en el misterioso abismo de la conciencia. Bailo poseído en un carnaval de llanto contenido, me agarro el pecho atorado por un dolor que busca el corazón y no lo encuentra. Lloro sin lágrimas por una hermosa cosecha que eché al abandono presa de mis propias y despiadadas e inconscientes y dolientes necesidades. Vuelvo atrás, corriendo, delirando ante la desgarradora certeza de haberte lastimado con el inocente veneno de toda mi malicia, de toda la podredumbre que sabes que se me escapa por los poros. Había acostumbradome a acallar el alarido de mi espiritu rebelde con tal de obtener el maravilloso don de tu sonrisa, de tu aceptación, de tu embriagadora compañía hasta que el escudo de mi propia cordura se astilló por nada, por todo, rebasada mi sangre por la sombra, empapado mi corazón de lluvia, ha vuelto abril, definitivo, irreparable, sellándome la frente con la inquietud de una vida mediocre. Casi no puedo conjugar mi propio verbo, mis entrañas están colmadas de una dualidad ardorosa, una pasión perturbadora que no es la primera vez que sabotea mi sueño de un hogar con jardín y una vida apacible, de una cerca blanca, de tres rosales, dos ibiscos y varios lazos de amor. He perdido la compostura por la necedad de una interrogante que me acaba, que me derrota al hacerme invencible. No encuentro en la vastedad de este pensamiento estancado una razón, un solo motivo para no sentirme un miserable harapo de lo que creíste que alguna vez podría llegar a ser. Agonizo en la certidumbre de no saber qué pasará, me desarmo en la vehemencia incomprensible de aquel que sabe de antemano que somos solo fantasmas ante el espejo de los ojos de los demás, que hemos nacido muertos para vivir en la larga cuerda floja de la eternidad sin tiempo. Ya casi he culminado de despoblar el profuso matorral de ansiedades mortales que me habita y me define como esto, como esta inocua réplica de mi propio monumento, este calco en yeso barato, harto de piedades sin consuelo y de voraces intenciones de extinción masiva. Aguante todo lo que pude, sigo siendo yo... por lo menos.