jueves, septiembre 29, 2016

LIII

    Resultó ser que F era lesbiana, me lo dijo al responder mi mensaje de Facebook. Su réplica decía: La verdad pasamos re bien en el cumpleaños y me cagué de risa con vos, no tengo ningún misterio en seguir conversando, pero para serte honesta, en mi casa me espera mi novia.
    Perfecto, salí de la situación con soltura y naturalidad ya que no era la primera vez que me pasaba algo así. Recuerdo haberle escrito afiebradas cartas de amor a mi profesora de historia de 5to año de liceo y que unos cuantos años después me enterarse que era más lesbiana que Gabriela Sabatini. Ahora que uno cabos me doy cuenta que fue el propio Willy quien no hace mucho tiempo me reveló este dato para mí desconocido. 
      Carla insistía en que ella me lo había advertido y que yo no quise oírla y me decía que era con ella la cosa. Era cierto, recordé un momento durante el cumpleaños en que Carla vino dónde estábamos fumando con F y ésta le sacó conversación a mi hermana, quien según aseveraba se sintió sutilmente seducida por la blonda F. Hasta me dijo Juan Diego que el también comentó como al pasar la instancia de flirteo, y codeandome guiñó un ojo y sonrió de forma pícara. Nunca me percaté de estos detalles. Quedamos en de igual manera, y probablemente casi como por compromiso, en salir a tomar una en alguna oportunidad. 
    Al otro día finalmente acepté una de las múltiples invitaciones de M. La muchacha del 84 que profesaba por mi un deseo muy grande y que yo a causa de haberme sentido perteneciente solo al abrazo de V, había logrado sortear y gambetear en varias ocasiones, de hecho solo hablábamos por Facebook, yo había dilatado el encuentro lo más que pude pero justo aquel miércoles me agarró con la guardia baja y acepté su propuesta de vernos a las 3 de la tarde en la plaza Matriz. 
      Hicimos un paseo casi de corte turístico, visitando la casa de Lavalleja, recorriendo sus aposentos dónde la historia flotaba entre las vitrinas con espuelas y rebenques, por sobre los arcones centenarios, entre medio de las páginas de un volumen de Rosseau editado en 1790, trabucos y lanzas, piezas de vestuario. Caminamos  en silencio casi siempre o susurrando acotaciones ridículas o haciendo observaciones deductivas de las piezas o imaginando la personalidad de los antiguos dueños. Estaba además, en un espacio dedicado a José Artigas, el boceto del rostro que uso Blanes para pintar su retrato definitivo y la sorprendí contándole la historia sobre el color de los ojos del general, era impactante la técnica del maestro, tanto como para volver real lo inexistente colo para asestar en la memoria colectiva la imagen viva de su prócer, un prócer cuyos ojos no acaban jamás de ser visibles, tal vez significara que nadie sabe cual era la forma de ver las cosas, pero ahora ya no importa. Bajo la mirada invisible del caudillo, más allá de disfrutar su compañía, no sentía yo ni un ápice de interés romántico, sexual ni emocional, ni el deseo de establecer algún tipo de vínculo con M. 
     Caminamos por la Ciudad Vieja y me despaché contándole cuanto dato histórico conocía del barrio fundacional del país. Fuimos a la casa de Garibaldi,  era muy austera en comparación a la de Lavalleja pero olía infinitamente mejor a causa, tal vez, de la flagrante masonería presente en el museo. El patio dónde la luz se deshacía sobre las baldosas de piedra nos invitaba a pasar a una habitación en la que yacía aburrido y muy limpio un bello piano color caoba con un delicado pero resistente lustre que le daba una impresión como de vida propia.  No pude evitar la tentación de tocar la tecla re. En realidad el lugar era mágico y si bien exhibía una mucho menor cantidad de piezas, poseía un aura mística que nos conmovió a ambos. Leímos un par de artículos de revistas casi centenarias que estaban en un pequeño sector abocado a épocas más cercanas y disfrutamos con el exquisito trabajo en mármol que manifestaban los dos o tres bustos que adornaban la sala principal. 
M era una muchacha agradable  y sencilla, de barrio, sagaz y divertida. Ricotera, de pelo Negro y facciones redondeadas, también amante del carnaval y la murga. Tenía un bonito cuerpo y una voz un poco inusual. Se podría decir que era una mujer por la que valdría la pena tomar algún tipo de riesgos. Sin embargo me resultaba imposible. Dentro de mí corazón no se movilizaba ni una mota de polvo. Me resultaba agradable estar junto a ella paseando por mi barrio pero ni siquiera por un instante pude yo considerar seriamente llevarla a la cama. Ella me profesaba un cariño exaltado y yo podía, si hablábamos de determinada manera, sentír el justo instante en el que se humedecía todo su ser y se estremecía contenida. En ese momento lo tomé con naturalidad pero después, pensándolo bien, me di cuenta que era algo rarísimo. Perfectamente apetecible, la mujer enfrente mío estaba dispuesta a todo. Lejos de eso, yo no lograba vibrar en la frecuencia que ella proponía y más allá que tuve la idea de "sacarme las ganas" con ella, jamás pude sentir otras ganas que no fuesen las de mirar dentro de los ojos de V.
    La hermosa mujer de Trueba que conocía tantos cielos y tantas tierras gritaba al plantar bandera en mi mente, al igual que apenas 9 días antes, cuando me dejaba la inicial de su nombre marcada en la piel. Sus ojos feroces clavados justo detrás de los míos y yo no podía dejar de verme en ellos y sentir algo de pena por la circunstancia. Cada tanto, mientras estuvimos sentados a uno de los bancos de la Zabala, ella amagaba sutilmente a darme un beso pero me las arreglé para con naturalidad y también sutileza, mandarla al corner. En nuestras conversaciones por messenger cuando se trató el tema encuentro yo fui muy cuidadoso al momento en que ella calibró sus expectativas y decididamente puse un coto de distancia al que ella reaccionó con un: igual con tal de verte me voy a sentar contigo a una plaza. Jaque. Era complejo ya que necesitaba con urgencia una persona que me demostrara su cariño y si bien mis hermanas todas lo hacían sin reparos, yo necesitaba más pero por más vueltas que le diera no era de cualquiera lo que yo necesitaba. M lo hacía también en ese momento y se había ofrecido para hacerlo siempre que lo necesitase, pero no ocasionaba en mí otro sentimiento que un manso agradecimiento hacía su intención de simplemente estar conmigo. Fuera de eso si bien su cuerpo trigueño y modelado de treintañera estaba 8/10, yo no podía  no existía forma que está otra mujer obtuviese lo que yo tenía reservado para mí querida V. No sucedería. La acompañé a la parada y se fue en un bondi sin haber si quiera intentado besarme en la boca. Yo estaba encallado en los bancos de arena de su silencio de nuevo, no podía prestar verdadera atención al resto de los acontecimientos que en coreografía browniana se sucedían en Buenos Aires y Juan Carlos Gómez. Pasamos muy bien  pero de momento me era impracticable el sexo con otra persona, dios mío, estaba horriblemente enamorado y no quería entender razones.
   De nuevo llevábamos 3 días sin decirnos ni siquiera buenos días y la cosa venía mal aspectada...  Por qué?  No. No se sabe, tal vez fue porque me entristeció su cuádruple negativa de vernos el fin de semana pasado, estando tan cerca uno del otro. A ese momento comencé a pensar que V seguía capítulo a capítulo está historia a través del BLOG y que sus reacciones tal vez fuesen proyecciones sobre temáticas y pensamientos que trato aquí con total soltura.
      En fin, la experiencia "otra" esta vez venía siendo un total fracaso y mientras más fracasaba en este empeño, más feliz me sentía por ser sólo de ella, la mayor de las problemáticas, para mí, era que ya íbamos en los 14 días sin vernos. 
   El sábado había festival en el Foemya, la Ternera compartía pizarrón con la Samsamsam,  la Rula, los Demonios y la Fugada entre otros conjuntos, iba a ser realmente divertido y para subir temperatura, rompería el silencio entre ella y yo solo para invitarla a ir, merecía ver a la murga en su mejor momento y no quedarse con la penosa imagen de aquella noche tan rota en el Chulo. No iba a ir, pero quería invitarla porque sinceramente y con todo mi ser, quería abrazarla. 

LII

  ENTRADA n° 1000 DEL BLOG DE LA MENTE

    Le tenía pánico a V. Como a casi todas las mujeres de gran relevancia en mi vida, algo en ella me producía un insondable terror. A cada una de mis 6 hermanas, a mi abuela, a mi tía, a mis parejas cuando las tuve y a mi madre por supuesto, a todas temía de forma íntima, con el letal presentimiento de que eran capaces de aplastarme como a un insecto en cualquier momento que lo deseasen. Mi madre siempre fue extremadamente buena, comprensiva, generosa, protectora y hasta permisiva conmigo, sin embargo en una ocasión conocí la magnitud no sólo de su furia (cualidad que no siendo la mía no llegaba a amedrentarme) sino al poder destructivo que era capaz de ejercer sobre mí ser total. 
   Una vez, siendo yo bastante pequeño, tal vez unos 8 o 9 años, recuerdo haberme enojado mucho con mi mamá. Si bien tantos años después me es imposible establecer el motivo de aquel berrinche, sí mantengo fresca la emoción de estar muy molesto con ella y de haberle hecho frente. Me llevó de un brazo y con una estricta vehemencia veloz, en silencio mientras yo chillaba me metió en la ducha y abrió de un golpe la canilla del agua fría. Recuerdo de forma muy nítida y vívida el choque que produjo el agua sobre mi cuerpo acalorado por la rabieta. 
    Ese fue el precedente, quizás el núcleo de este miedo duro y profundo del que hablo, sin embargo su verdadera capacidad de destrucción la conocí a los 14 años.
    Retomaré el particular más adelante pues no quisiera dejar de decir algunas cosas al respecto del mismo. Pero por cuestiones de tiempo a mitad de la escritura, más precisamente al final del párrafo anterior, me fui al ensayo del martes. Habíamos agregado la fecha domingo al régimen y veníamos de haber cantado en la plaza Seregni. Tal vez imaginen que está locación tenía para mí una connotación especial. Sin lugar a dudas el espectáculo venía redondeando precioso y a nivel coral la murga evolucionaba a cada nuevo ensayo. La manija ya era carne entre nosotros y sentíamos una confianza tremenda a nivel grupal, conocíamos de sobra el camino que nos condujo a cambiar nuestra suerte del año anterior. Los sueños comenzaban a mostrarse como nuevas puertas a nivel del mar, no estaban en la lejanía de un Olímpo sino entre todas las demás puertas de una calle cualquiera.
    Llegué al Recoveco 20:25 y apenas saludé a los compañeros que estaban en la puerta me llegó un mate muy rico, lo tomé sonriendo, contento de compartir una nueva instancia de ensayo con mi murga. Conversamos un poco antes de ingresar en bloque a la sala mayor del lugar. Apenas entramos, mi primo ya había desenfundado la guitarra negra y como por arte de magia, inmediatamente la murga se lanzó sobre la canción final del año pasado, probablemente lo único rescatable del repertorio 2015. Nos gustaba cantarla y salió bien. Luego como una tormenta, la murga empezó a funcionar de un modo inesperado, sonaba  a truenos y a lluvia, sonaba como una pasta aerodinámica que parecía una esfera de vidrio en una calle de tierra. Nunca antes la murga sonó como esa vez. Todos estábamos fascinados con el empaste nuevo, se sentía como haber descubierto una cualidad adormecida desde hace mucho tiempo y cantamos la presentación de la Gran Muñeca del 96 con la adaptación del texto necesaria y de nuevo como un solo ser viviente dando sus primeros pasos sobre el mundo, abriendo sus ojos a la luz de la luna. Hicimos una vueltita de la mitad de la retirada nueva cuya letra ya casi todos habíamos aprendido. Era increíble la fuerza que nos trasmitía cantar esa canción, quedábamos totalmente enfervorizados y se podía sentir que las energías se inflamaban de entusiasmo y amor por la murga. 
       Hicimos una pasada de todo lo que teníamos arreglado hasta el momento, parados en círculo, mirándonos con los ojos llenos de  brillo cristalino. Nadie desafinaba ni siquiera de manera mínima. La Ternera estaba aprendiendo a regalar su alma de forma impecable. Todas las canciones del repertorio salieron en medio de un goce espectacular del que todos formábamos parte esencial. 
       Cuando terminamos, Mariana observó que era  buen momento para parar a fumar un pucho. Serían las 21:30, el director, mi primo estuvo de acuerdo y salimos al hermoso fondo bajo la noche resplandeciente, sentados conversando, excitados y felices por el nuevo porte de la murga. Cabecita armó uno de sus deliciosos cogollos y lo fumamos en medio de más manija y más risas de incrédula sorpresa ante lo recientemente ejecutado. Adentro estaba mi primo cantando mano a mano con Caro.
       Fuimos ahora sí, por el segundo tiempo y antes de comenzar, dos personajes que estaban junto a Maicol (dueño y gerente del Recoveco) nos invitaron a realizar una actividad grupal de canto andino, relacionada también con la mitología del Silmarilión de Tolkien, quien proponía la creación del mundo a través de la música. Esta actividad, bien interesante, nos habrá tomado al rededor de unos 6 o 7 minutos, tras los cuales, las energías hallaron aún más canales para proyectarse hacia el exterior y mancomunarse entre ellas. Arrancamos a ensayar el espectáculo y para nuestra sorpresa, aquella cualidad nueva que habíamos descubierto minutos antes, no solo no se había desvanecido sino que se compactó, se solidificó y brillaba todavía más que momentos atrás. 
 Cuando terminó, todos concordábamos que había sido tal vez y sin tal vez el mejor ensayo de la murga desde su inicio. Nos sentíamos hermanados, amigos, nos sentíamos completos en un círculo de bienestar espiritual y realización artística que nos elevaba por sobre las más altas nubes del cielo. Reinaban las risas y las miradas luminosas, nadie lo afirmaba de modo por completo serio, pero teníamos una gran posibilidad de pasar a la segunda y definitoria fase del concurso. El sueño de cantar con la murga en el Teatro de Verano, no era una utopía ya sino un destino que se erigía cierto y conquistable.
      Esa misma tarde nos dieron mediante sorteo, confirmación de la fecha en que la Ternera tendría que hacer su muestra en las Duranas. Miércoles  23 de Noviembre 20:00 hs. De modo que restaban dos meses de ensayo a razón de tres por semana, es decir unos 24 ensayos antes de la presentación y afortunadamente, la agenda de festivales se había vuelto a tupir de cara al próximo mes de Octubre, durante el cual, todos los sábados y algún que otro viernes, teníamos por lo menos un festival cuando no dos, muchas oportunidades de regalarle al pueblo nuestra voz y por supuesto, de practicar el uso del micrófono, tal vez ésta era la materia a la que más atención tendríamos que prestar si pretendíamos que la Ternera se expusiera ante el público de las Duranas en todo su esplendor.  
       Partía entonces, después del conmovedor cantar aunado, la murga hacia el bar, la noche era espléndida y estábamos todos, milagrosamente para un martes, cuando era habitual que alguno faltase, pero como dije antes no restaba ya tiempo para insistencias y al parecer los compañeros también lo sentían en su interior y lo demostraban yendo a dar todo de sí. 
       En la puerta del Piropo habían mesas y gente guitarreando. No estaba el matrero, pero estaba el gordo Pablo y la gurisa esa que amaba la murga y siempre que cantábamos se arrimaba y se deleitaba y nos apoyaba y aplaudía, también un personaje habitual que esta vez empuñaba una guitarra. Parados en ronda en la esquina misma, mi primo ya había abierto la lata mágica donde guarda sus deliciosas flores del cáñamo. Hablamos cinco minutos acerca de la agenda de festivales y de fondo comenzó a sonar en la guitarra una canción que todos sabíamos, cuando finalizó la charla nos aproximamos al de la guitarra y cantamos junto a él la canción de Cardozo "el Murguero Oriental", no hace falta decir que con la leche que traíamos la versión salió hermosa y la platea se animó, el de la guitarra sacó otra, de nuevo Tabaré, esta vez los Drakulatecas. Esta canción sobre el barrio Buceo, nos tocaba de manera íntima a mi primo y a mí ya que Tabaré era muy amigo de nuestro tío Raúl, quien de hecho aparece mencionado en la letra y nosotros mismos habíamos llegado a vivir algo de aquella época, más yo que él ya que le llevo 6 años. La cantamos abrazados con mi primo y la emoción nuevamente fue intensa y las voces afinadas y el sentimiento contundente y eterno en la noche de la Figurita. 
       Mi primo pidió la guitarra y comenzamos con los clásicos, la puta madre, qué bien sonó "bien de al lado" y cuánto mejor la Retirada de 1958 de la Muñeca. Después el plato fuerte: la retirada nuestra. Empezamos a cantarla y la magia fue devoradora del espiritu, al momento de cantar el pasaje donde dice "Sueña en el Piropo la Ternera" los rostros de los presentes se desfiguraron en una mueca de orgullo, alegría y un disfrute más allá de la explicación. En lo personal, entré en la zona máxima, desde la cual debería cantarse siempre la retirada, el llanto de la emoción contenido, agarrado apenas de un hilo a la garganta que con feroz determinación profería la letra y la melodía, llenando de magia la medianoche. 
      Estaba además, desde que nosotros llegamos, el borracho veterano cuya expulsión del bar he relatado en anteriores capítulos, aquel que después de cantar la canción final de los Patos Cabreros de 2015, me dijo "me gusta este pibe", esta vez se había mantenido bailando sentado y simplemente disfrutando con una sonrisa clavada en la cara amable. Pero después de terminar la retirada, todos nos hallábamos brutalmente excitados por la conmovedora experiencia, particularmente él, que después de esto se paró a bailotear entre nosotros mientras cantábamos más y más clásicos en eufórica procesión. 
      En determinado momento veo que el borracho tenía a mi primo presa de una llave alcohólica desde la cual aparentemente le felicitaba por la murga y por la impecable performance grupal y personal. La verdad, mi primo estaba en uno de sus mejores momentos y derrochaba alegría, talento, pasión y amor por lo que hacía. Me quedé mirando, mi primo sonreía casi por compromiso con un viso de visible incomodidad y un vaso de cerveza artesanal en la mano.  Sabía muy bien lo sensible que era el negrito a este tipo de circunstancias y me quedé atento a la jugada para estar pronto en caso de que fuese necesario intervenir. Logró zafarse y volvió a tomar la guitarra y a tirar una nueva canción a la que todos asistimos con alegría y entusiasmo. Mientras estábamos cantando ésta, distingo a Picofino hablando con el borracho detrás de la ronda que formábamos, distingo también que el espeso se puso rebelde y que el cantinero lo invitaba con severidad a retirarse.  El veterano gesticulaba mientras sus argumentos eran ahogados por el ruido del cantar. Enseguida hubo una especie de revuelo de manos, brazos, gestos, Picofino lo empujaba y con su agudísima voz le gritaba que se fuera. El tipo no quería bajo ningún concepto retirarse. En eso interviene el gordo Pablo. Pablo era un gordo de 1,90 de altura y cercano a los 150, tal vez 200 kilos, se arrimó al borracho y con una mano en su cabeza, de modo violentamente cordial, lo invitó con un ultimátum a irse definitivamente del Piropo. En vista de esta escena, la cantarola se detuvo en seco y todos quedamos mirando el desenlace de las circunstancias. Mi primo, parado a mi lado me decía: bueno, es parte del Folklore, del Folklore de las piñas. Nos reímos. El tipo rumbeó por Ramón del Valle para abajo, pero a mitad de cuadra regresó a la puerta del bar más envalentonado y a viva voz preguntando por qué lo echaban. Esta vez sí, el gordo se aproximó tan rápido como su cuerpo se lo permitía y lo tomó a empujones verdaderamente potentes, cada envión lo apartaba dos metros del bar, en una se rebeló contra su opresor e intentó pelearlo, el gordo le tiró una piña en la pera que lo descolocó por completo, pude notar la expresión de dolor del perpetuador en su mano, aparentemente no había conectado con precisión, sin embargo el golpeado no acusaba recibo y seguía rompiendo las pelotas, ahora enfervorizado por el subidón de adrenalina. El gordo le propinó otra lección y esta vez acertó en su ceja dejando una marca mortalmente roja, se armó revuelo, todos íbamos y veníamos intentando separarlos y poner fin a la estúpida escena. Pero no se terminaba. El loco seguía rompiendo las pelotas y amenazaba llamar a la policía. Llámala pero desde tu casa nabo, le gritaban voces al rededor. 
      En determinado momento me harté, me molesté bastante a causa de la interrupción de aquel momento mágico, lo encaré, me paré de frente a él y con mi mano abierta apoyada en su pecho lo mire con fiereza y comprensión a la vez que lo empujaba con todas mis fuerzas por Garibaldi hacia el lado de Bulevard, el tipo se resistía, pesaría unos 80 kilos, pero logré ajustar mi centro de gravedad para hacerlo retroceder. Anda, anda, le decía yo sin dejarlo hablar, porque sí hermano, te dicen que te vayas te tenes que ir (mierda espero que  V no se sintiera así cuando me decía esa misma frase), no es la primera vez que la pudrís, estas molestando a la gente, pero el tipo se resistía y vociferaba intentando soltarse de mi empujón, pero lograba yo hacerlo retroceder paso a paso cada vez más lejos del Piropo. Cuando llegamos casi a la esquina el tipo desistió y dio media vuelta. Yo volví rumbo al bar.
      Cuando estoy llegando, escucho gritos en mi espalda y volteo. Era el borracho que, más allá de haber perdido el pedo a la primera de las piñas de gordo, volvía a rumbear para nuestro lado gritando amenazas.
      El gordo Pablo lo miró y dijo: lo mato, yo lo mato. En eso corrí hacía el loco, se me cayo el celular en la carrera pero no me importó, corrí hacía él y cuando llegue cerca, con el mismo envión que traía en mi carrera le propone un jab en la base inferior de su oreja izquierda. Conecté con tanta precisión que ni siquiera me dolió la mano. El tipo se asustó reguló y me preguntó, por que me pegas, parecía al borde del llanto. Te pego yo para que no te agarré el gordo, si te llega a tener a tiro te mata, no te va a dar otra piña, directamente te va a romper. Te va a lastimar. Te mata, te revienta. Andate ya porque vas a terminar muy mal. No, a nadie le importa por qué te echaron, ya pasó una vez y ahora otra, te dicen que te vayan y no te va, cuál hacés viejo, te meten flor de trompada y seguís, andate, andate ahora.
       En el Piropo le llamaban a este tipo de personajes "el cigarro" algunas semanas antes hubo otro cigarro en el Piropo, era una mujer bastante atractiva que tenía un pedo catastrófico,tendría unos 30 años y cuando llegó la murga nos atomizó, perderá mujer, por más indudable que fuese nadie le iba a pegar, a diferencia de este otro cigarro, que se llevó recuerdos rudos de aquel martes. 
     Volví al bar, el "cigarro" se perdió en la oscuridad de Garibaldi, en la esquina el ambiente festivo que reinaba hasta hacía solo momentos atrás, se había desvanecido y restaban tan solo las botella vacias sobre las mesas de plástico. 

lunes, septiembre 26, 2016

LI

  Por la noche, tirado en un colchón en el living de la casa de mi hermana, resonaban en mi cabeza las palabras de mi primo: "dejala, negro, esa mina te hace mal", "sabes que el alcoholismo en algún punto libera una violencia barbara", "no te expongas a más locura", "te hace mal y vos ahora tenés que estar bien", "no te compliques Negro, te sacas la calentura con cualquier turra, más vos que tenes levante en pila", "esta mina te hace mal".
     Desde tiempos remotos en mi memoria, darme cuenta que mi primo, mi hermano menor veía las cosas con una claridad y un criterio del que yo carecía, me hacía sentir en verdad aprensivo. Yo le decía que la quería y el me respondía que siempre que le hablaba de ella lo hacía desde el enojo, ahí le argumentaba que podría ser cierto pero que cada vez que estábamos juntos era realmente hermoso, entonces vivan juntos la vida decía el, cada cuánto se ven, me preguntó, poco, cada una o dos semanas. Ah estas loco y se rió apenado y con aire de franca burla, estas de la mente, primo. Me estas diciendo, continuó, que por un buen garche cada 15 días no te cogiste a la divina que vimos la otra vez. Ni a esa ni a la rubiecita del cumpleaños de Willy, agregué con languidez, ni a P o la otra cómo era, preguntó, Y le contesté. Dejala por ahí primo. 
     Esa noche dominical en lo de Carla, era la novena  desde la última vez con V y en verdad hacía días que precisaba al menos una señal de reciprocidad de su parte que jamás llegó. Estaba dolido al darme cuenta cabal de a que ella verdaderamente prefería no verme. Yo traía ya días de resentimiento en este sentido y estaba a punto de explotar. La brutal indecisión me acongojaba, de veras más que nunca en los últimos 9 meses, tenía ganas de cambiar el rumbo, de darle a otra candidata la posibilidad de hacerme olvidar que el corazón puede sentir tanta frustración en los caminos del querer, necesitaba un mísero abrazo y un beso de amor, qué tan difícil era conseguir eso. En el peor de los casos, sacarme las ganas de coger, haciéndolo con otra ya que me había mantenido estrictamente fiel  a mi promesa de no estar con nadie más, sin importar las circunstancias. Esto no representaba para mí una molestia ni un compromiso, sino un verdadero placer, pies era un acto concebido desde la más sólida convicción. 
   Sin embargo la leche me llegaba al cerebro y el chisporroteo causaba fallas en el flujo cognoscitivo, alterando los principios básicos de mi pensar. 
    Cuánta rabia me daba quererla tan desesperadamente, anhelar su roce a cada instante, qué amarga parada saberme consagrado a ella en la hostil distancia de su indiferencia, donde andaba a los tumbos, donde me consumía la urgencia de su sexo y sólo del suyo. Pero esto se pasaba de los límites, yo tenía que ponerla y en el corto plazo y si ella estaba tan superada, tan ausente, tan en discordancia con la vibración de mi esencia que se fuera a la concha de su madre, restaba la tranquilidad de que lo intenté con constancia y genuino cariño hasta que su juego vulneró adrede los límites de mi paciencia. 
      Y ahí, cuando escribía esas cosas me atormentaba solo, no era eso tal vez, no eran sólo ganas de coger, eran ganas de mirar sus ojos, solo eso y por desgracia eso no me lo podía complacer nadie más. Cómo podía ser posible que la falta de su mirada me pusiese en medio de aquel desbarajuste emocional.
     De a ratos me resultaba evidente que  V hacía cualquier cosa para llevarme al borde de mí, darme una patada en la espalda y una vez del otro lado, horrorizada juzgarme por pasar los límites. La vieja y querida violencia psicológica a la que tan bien me había adaptado a lo largo de mi vida, volvía a desaceitar los engranajes de mi espíritu, me sometía a esto sin que nadie me lo pidiese, porque a ella no me pedía nada, ella no quería nada, ella prefería la nada y que no le escribiese más.  Darme cuenta que el dolor que sufría era auto infligido, era la parte más desconsoladora de todas.
    Tiempo atrás, después de un incidente similar a este, tomé la decisión de no volverle a escribir un puto poema de amor hasta no sentirme correspondido del todo. Hasta hoy no ha vuelto a suceder.
     La agenda estaba abierta y aquella promesa de exclusividad a su culo, quedaba momentáneamente inválida hasta nuevo aviso. No me hacía gracia alguna pero debía hacerlo por un motivo de relevancia mayor en el proceso de mejorar mi autoestima. A cagar con V, para estrellas ya estaba yo.
     Y al siguiente párrafo, la devastación, el desdecirse, el desacreditarse y devaluar las palabras escritas desde esos lugares de mierda dónde el sol llega solo como un relato sospechoso.  
     El equilibrista dentro de mí corazón se debatía enérgicamente contra los vientos del desentendimiento, contra los arranques de brutal despecho y volvía a asentarse la marejada de mi borrascosa verborrea.
    El día del cumpleaños de mi sobrinita, me desperté muy temprano para hacer algunas diligencias de carácter urgente, la noche anterior habíamos discutido sobre esto y a la mañana ella escribió entre otras cosas manchadas por la confusión, el miedo y la inseguridad, que sería mejor no hablar por unos días. Le respondí que sí, que tal vez sería lo mejor para ambos. Pero en realidad era lo peor para mí, en definitiva, como en el más trillado de los clichés, en mi intento por acercarme, acabé dándole el pie para que volviese a alejarse, para que mis madrugadas retornen al vacío de la incertidumbre y me estaba condenando sólo a padecer la desgarradora abstinencia de el olor de su cuello. Me estaba cavando una tumba superficial en el justo lugar donde quería armar una carpa, desde donde poder ver su cara bajo el temblor atento de las estrellas. 
      Era primavera, desde la ventana en casa de mi madre el día se mostraba límpido y sólo una nube muy fina molestaba al pálido cielo de las dos de la tarde. De aquí para allá las palomas cargaban una serenidad inusitada, el pecho blanco de las golondrinas quería decirme algo, algo que en medio de mi confusión no lograba oír con claridad. La Ciudad Vieja se extendía frente a mis ojos, como una señal de que el mundo estaría ahí pasé lo que pase, ese mundo que mi abuelo había vivido, en el que su abuelo y el abuelo de este gozaron y sufrieron, se perdieron y se encontraron tal vez sin saber que el único tiempo que tiene fin es el nuestro. 
       La plaza zabala, donde los niños que hoy van a mi escuela, juegan en la liviandad risueña de su infancia, inconscientes acaso de la trama que les aguarda detrás de esta hora, como yo mismo, cuando era un niño igual que ellos, igual que los que hoy en la última curva de sus vidas le dan pan a las palomas, igual que aquellos que no han nacido aún. 
    Sigue el Río de la Plata, ondulado y ajeno a todo y a todos, hoy oscuro recortando el horizonte contra el cielo blanquecino. Sigue y va a seguir, más allá de mi y de vos, lector, avanzando y retrocediendo en la cadencia de las eras. 
     Es tan corto el tiempo de nuestras vidas que no hay crimen más lamentable que vivirlo sin intensidad. Somos las hojas, la raíz y el fruto de un árbol en la vereda del tiempo. Pasamos, dejando una marca de pies en la arena sin final, un suspiro fugaz colgado a un poste de alumbrado. Andamos tan ensimismados en la triste y trivial avenida de las miserables alegrías, intrigas y tristezas que no nos damos cuenta del milagro que significa pisar esta tierra, nos negamos el tiempo para admirar la brutal impersonalidad que nos arrojó a la existencia, que nos rodea y que nos volverá a acoger, cuando el pequeño reloj que late a todo trapo en el último acorde de la retirada, diga despiadado, que nuestra efímera función se ha acabado para siempre.     
    Lo cierto es que de pasada al cumpleaños, para ir de ciudad vieja a Rodó, tomé la calle Canelones. Cuando llegué a la esquina con Convención atisbé el balcón dónde había pasado el cumpleaños de Willy y cuando me iba aproximando lo distinguí parado, con sus brazos cruzados sobre el barandal, fumaba. El también me vio y nos saludamos. Crucé la calle y parado bajo su balcón le agradecí por la sensacional fiesta. Acto seguido le di las señas de F y le comenté que habíamos pegado onda. Tiene Facebook, le pregunté. Sí, se llama F F M buscala. Gracias Willy. 
     A la noche, en medio del bullicio alegre de los niños en el cumpleaños y los parientes con sus historias cómicas o crónicas deportivas o críticas políticas o todo junto, me hice a un lado del ruido y efectué la búsqueda. Envié solicitud. 
     Después que a mi bella sobrinita se le iluminaron los ojos con la emoción del ritual de la torta, después que sus padres alucinados sonrieron con ella en andas y en sus ojos brillara el amor más luminoso, pero antes que se fueran los últimos invitados, recibí la aceptación de F en el Facebook. 

domingo, septiembre 25, 2016

L

   Se pinchó la eternidad, el tiempo y su viruta sucia reptando por las paredes de la noche. La ciudad, campo de gastadas galas para bailes y orquestas de muertos vivientes, el frenesí abominable de la noche, el alcohol y la fiesta, las cosas sin alma. Todo lo que repta en los pozos de los corazones perdidos, esos acorazados indolentes, anestesiados por whisky y por vinos maliciosos, que van dejando algo como un surco en las venas, por donde pasa por alto el sentimiento más primario. 
   Se juega al límite, al borde de la desesperación, manan de uno las cosas sin nombre que aborrecen a los demás, esas baldosas resecas donde se apoyan las mejillas que duelen eternamente. Porque en la inmensidad delirante de la distancia, naufragan veleros pobres, vuelan sus anclas por la tempestad de aquello que nos sugiere la más pobre de las razones, sola y vociferando como posesa en un rincón de meditaciones construidas en base al miedo. Acorralados los corazones se alejan en favor de horribles amenazas autoimpuestas. La gente que siente culpa de amar al otro y se entrevera en las arterias, entre sangre y escombros, entre relojes y azucenas, entre grietas y montañas, se confunde soledad y ausencia con amor propio e independencia con necedad y aislamiento.
    A las patadas con sus propios pechos caminan aquellos que se cobran la osadía de sentir intensamente, con represiones y decisiones de aparente raciocinio que delatan más temprano que tarde, un pánico a enfrentar una realidad capaz de derretir las piedras que hay en el fondo de nuestro ser.  
       Porque ahora cae el domingo en la soledad, los edificios susurran puteadas a los autos y las motos, mientras los árboles, tan lentos y decididos, se hunden en meditaciones que parirán la más profunda de las noches. Cuando el silencio del tiempo haya vejado con otros infiernos el cristal del presente, cuando la cama vacía sea solo testigo de sacudones carnales sin amor, cuando todos los jazmines y madreselvas carezcan de perfume y sean solo de yeso los cuerpos del amanecer, cuando el corazón en una bella repisa solo recuerde el seco orín del polvo, ahí entonces y solo entonces, seremos capaces de valorar en su justa medida el peso, la longitud y el volumen que significa sentir un amor que quiere salirse del pecho y remangar todo el cielo por un solo beso, ese amor que entre barajas y efímeras fotos de garches sin sentido, hemos decidido abandonar como a un sauce llorón, a la vera de un arroyo descolorido que llamamos "inviabilidad".  
     Tenemos la libertad de ahorcarnos con silencios y palabras erráticas, tenemos la libertad de morir de aburrimiento en la víspera de un abrazo que no llegará nunca, tenemos la libertad de apuntar el rifle de nuestro desconsuelo a la frente de las doncellas ciegas, pero tenemos el puño apretado en la garganta cuando lo vemos en la calle o en las plazas, cuando dos van de la mano, cuando sonríen y se besan a expensas de gastarse la vida juntos y a toda costa. Pero nos rehusamos a tomarlo, porque esto, porque aquello, pero no, yo insisto y vuelvo a sangrar por su mano volátil, porque las golondrinas en su sinfonía diminuta, explican a la hora del ocaso, que nada debería interponerse al anhelo de nuestro pecho por hallar la total serenidad del alma en una mirada, en un abrazo o en un te quiero.
       Porque es tan largo el tiempo de la muerte, porque no hay más vida que esto que gastamos en absurdas teatralidades, en vacuas pantomimas de dignidad y auto-ayuda, somos la sombra heroica de lo que fuimos, decía la Catalina y era cierto. Es cierto. Somos el remanente de la intensidad en nuestros deseos, somos la rabia y la oscuridad de todo aquello que nos arrastró al barro miserable de una realidad mortalmente subjetiva. Somos la adaptación descabellada y la minusvalía de aquello que soñamos y nunca logramos.
      Sufrimos la imposibilidad de levantar el telón para retener el tiroteo de los segundos. El tiempo gira para atrás, pero sin nosotros, nosotros no queremos girar con el tiempo, nos retorcemos mientras lloramos o pataleamos en completo silencio e inmovilidad, queremos ir en contra del río de lava que inflama la sangre, que sublima los sentidos hasta el paroxismo sempiterno de zambullirse en los ojos del otro y contar desde sus venas y no desde su cabeza, la historia minúscula que vive hora tras hora a la sombra de la gente, la absurda novela que se derrumba, capitulo a capitulo, momento a momento sobre su dura cabeza descubierta. 
      Por eso insisto y por eso tropiezo y por eso me hago mierda, nos hacemos mierda contra el piso en un carretear inexperto, previo al vuelo definitivo hacia una comunión de las esencias, que parecemos dispuestos a resignar en nuestro capitular ante el terror. 
     Solo cuando se pierda el miedo a la levitación sobre las hordas de sombras que se arrastran, podremos remontar las nubes blancas y frondosas de nuestras tenaces limitaciones y encontrar en las fisuras que dejaron los sueños, canaletas que sirvan para treparse a la noche infinita, desde donde se vea la luna bien lejos, allá abajo.  

XLIX

   Y como era previsible, mi primera experiencia Orweliana (más bien vinculada a su novela Down and Out in London and Paris) no demoró demasiado en llegar. Fue viernes todo el día. El feroz viento se asentó y dejó su lugar a un frío húmedo y penetrante. Masi faltó al ensayo porque uno de sus amigos había vuelto de Nueva Zelanda. Era el cumpleaños de la madre del Cabeza y tampoco él asistió, pero sin ser por ellos, la Ternera estaba completa en su formación.
   Esa misma semana Matías, Soledad, mi primo y yo, tuvimos un encuentro extraordinario, sentados a la puerta del Piropo bajo la imposible luna llena, donde sellamos la retirada con múltiples cervezas de por medio (algunas invitadas por el bar) y abundante marihuana, ambas funcionaron como un oportuno lubricante para la extensa y extenuante negociación que mantuvimos por más de tres horas. 
    Estaba pronta y finalmente se cumplía la promesa de cantar una retirada en serio, era sencillamente matadora. Estábamos no sólo satisfechos sino que altamente manijeados. El entusiasmo una vez que la despedida estuvo lista, se potenció de forma insospechada y aquel viernes estábamos todos embebidos en las líquidas oleadas de una euforia deliciosa. 
   Estrenaba como nuestro monitor el Mago, director de Háganse Cargo, murga que daba prueba de admisión para carnaval mayor, actual campeona de murga Joven y con quienes además nos vinculaba un amigable lazo de camaradería. 
    El mago resultó siendo un personaje entrañable y a quien durante el ensayo, logramos enamorar, con humildad y puro huevo, aunque sea mínimamente con nuestra propuesta. Desde un primer momento fue aceptado y bienvenido por la Ternera quien lo sintió confiable, íntimo y criterioso a la hora de desempeñar su rol, a diferencia de Lucía, la anterior monitora, cuya onda nunca llegamos a pegar del todo y que en ese mes de Septiembre renunció, quedando en su lugar el recién contratado Mago, que por fortuna fue a parar al Recoveco durante la noche del viernes. Elogió con efusividad la musicalidad de la murga, dijo que era impresionante, que cantamos muy bien (esa noche sí eramos un trueno), que le gustó mucho el libreto e hizo un apartado especial para mi performance como cupletero en dos de los enganches entre cuplés. Finalmente me gané mi espacio para decir pavadas en el espectáculo y lo defendía con lo mejor que de mí podía salir, se ve que en este caso, los que miraban, se sentían entretenidos y eso era mucho para mí. 
     Honestamente y por otro lado, uno más oscuro y complejo, yo venía haciendo un malabar distinto cada noche para pernoctar, ya que si bien mi hermana y mi cuñado se mostraron totalmente hospitalarios conmigo, prefería no recurrir todas las noches al recurso que con tanto amor ellos me ofrecían, de modo que una noche la pasé con Andy, otras en lo de mi primo y sí, una en casa de V. Esa noche dejé que los acontecimientos se me anticiparan y debí atravesar algunas vicisitudes para lograr ver el sol sano y salvo. 
      Pensando siempre que, ya que al día siguiente asistiríamos con mi primo al Encuentro de Referentes de Murga Joven al mediodía, pasaría la noche en casa de él, así que no le puse aviso a mi hermana de que iba a ir. Cuando la murga dejó de cantar, salió como siempre a la vereda de Garibaldi, pero mi primo, que estaba con su mujer hizo un apresurado ademán y detuvo un taxi. Me dio un beso y se fue para la fiesta de la madre del Cabeza, por supuesto no tuve nada que objetar ya que previamente no quedamos en nada. El grueso del grupo se esfumó con rapidez y 15 minutos más tarde, sentados en las rojas sillas de coca cola y bebiendo cervezas heladas, nos quedamos solamente Horacio, Juan, Marcelo, la Maga, Nico Almeida, Matías, Soledad y yo. Nicolás, Juan y Horacio jugában pool adentro mientras el resto bebía y fumaba y conversaba sueños, canciones entre los tórax desencajados  o frescos en la pared de Jacinto Verá, frente a donde suenan nuestros ecos de cantares al amor al carnaval. Inicio y final de la murga, acordes despeinando crestas de silencio en la noche quieta del Piropo. El Matrero nos invitó una cerveza y montando a su bici se fue temprano del bar.
 Tuvimos extensas conversaciones filosóficas sobre la murga, el futuro y el encuentro. Desde una perspectiva cauta comenzabamos a creer que era posible salir seleccionados por el jurado para la segunda instancia, en el teatro de verano, donde actuarían las 20 mejores de las 54 inscritas. En verano, cuando fuimos con V a ver la Gran Muñeca al teatro, paseando con ella por el pedregullo, me asaltó la certeza que iba a cantar en ese escenario con Se Mamó la Ternera. Ahora la realidad se había encaminado hacia ese destino, teníamos producido un guión interesante, con algo que decir y con ejercicio, aprovechamos al máximo el trabajo coral sostenido para presentarlo ante el públic de forma prolija y acaso conmovedora. Así que no era para nada un delirio imaginar que existía una alta chance de pasar al teatro, incluso hasta quedar entre los 4 primeros puestos.
    Temprano, un poquito antes de la 1 de la mañana,  Nicolás llamó un Uber y nos ofreció aventón a Marce y a mi. Yo bajé en Garibaldi y 8 de octubre, donde me separaban unas 11 cuadras de la casa de Carla, no había avisado que iba a ir, pero conociendo su rutina, como al otro día no abrían la tienda, estaba seguro que iban a trasnochar y acostarse más tarde que la 1:30 am, hora a la que habitualmente, se dormía mi sobrina y sus padres, fatigados también iban a la cama. Pero era Viernes y al otro día no trabajaban, así que asumí que estarían despiertos. Cuando llegué a la esquina del edificio, me detuve a ver si podía distinguir alguna luz en el apartamento, no vi ninguna, me aproximé a la puerta y toqué en el número 5. Esperé y esperé pero nadie salía. Evidentemente no estaban. Tal vez habían salido a dar una vuelta por el barrio, como hacían regularmente más temprano, así que me senté en la puerta del edificio a ver qué pasaba. Se hicieron las 2 y nadie llegó, no quise volver a tocar timbre por si en una de esas dormían desde temprano, lo cual no me resultaba demasiado probable. Comencé a asumir tras un sencillo proceso de deducción, que los padres de Juan no estaban en su casa y que ellos se habían quedado allá, en la casa de punta gorda, como cada tanto hacían. Esa puerta estaba cerrada, Andy estaba con su novia o algo así, mi primo y el Cabeza en otro fiesta y V... Bueno, antes de todo esto, por la tarde del día anterior le propuse  salir juntos el viernes y ella, oh extraña casualidad del destino, se negó aduciendo que iba a asistir a un cumpleaños. Así que V no estaba tampoco. Y eso era todo, estaba Sin un Peso en Montevideo. 
     Mi primer instinto fue el de caminar así que eso hice. Emprendí por 18 de julio de fin de mes, absorto, ensimismado en una turbia lejanía de la realidad, ausente con murgas en el walkman, no triste y no enojado, sino con una fría resignación, sobre todo fría, la temperatura en aquel momento se lanzó en picada exponencial y comencé en ese instante a padecerla. Di un par de vueltas sin sentido, me hallaba fatigado, había dejado todo en el ensayo, al que concurrieron de nuevo, múltiples amistades y necesitaba agarrar confianza con mi personaje así que me lancé al público sin reservas y ahora, en la noche cada vez más fría de la primavera recién llegada, lo estaba pagando con una lamentable falta de energía, no había cenado y aparte la ingesta de alcohol en el Piropo, no colaboraba a que me sintiese mejor. 3
      Agarré Tristán Narvaja y fui hasta las puertas de la Conjura, frente a la tienda de mi hermana, a ver que había. Varios jovenes disfrutaban de una banda de música brasilera. Muchas veces encontré conocidos ahí, pero no esa noche, esa noche no hubo nadie para mí. Me senté, haciéndome el distraído, en la puerta del boliche, simplemente a escuchar la banda sonar, lo hacía bien, la gente adentro parecía estar pasando un buen momento, me fumé un tabaco, quedaban pocas hojillas y muchas horas por delante, serían 2:30 y la reunión con mi primo en su casa para asistir al encuentro estaba pactada a las 11:30. Se me vino a la cabeza la idea que en el bar de la otra esquina, La tortuguita, mi teléfono recordaría la clave del Wifi y podría ver si existía alguna novedad o alguna posibilidad de cambiar aquella suerte, que en ese momento se veía fría, larga y agotadora. Crucé hasta el bar, me senté en la parada del ómnibus que esta ubicada sobre la última ventana del lado más lejano a la esquina, en efecto el wifi conectó de inmediato. Nadie... nadie en 10 minutos, nadie en 15. Le escribí a V, a conciencia de que estaba traicionando mi propia determinación de no hacerlo bajo ningún concepto: "Hola. De casualidad estas? Hoy sería una de esas noches en las que sería genial que se te ocurriese verme a cualquier hora. Te aviso porque estoy y porque soy un gil que no sabe callarse la boca". Esto último iba más dirigido a mí mismo que a ella, pero nunca respondió. Esperé unos 10 minutos más que lo hiciese, pero fue en vano. En ese momento formulé la idea de ponerme a resguardo en la terminal de ómnibus de Tres Cruces donde había centenares de bancos bajo techo y aire acondicionado, baños y con suerte Internet.
      Me fui de Tristán, pero antes decidí ir hasta el Mingus, donde también conozco a  algunos habituales, tal vez alguna conocida con la que matar los devaluados minutos de la eterna madrugada. Se me hizo brutalmente breve el viaje a pie hasta Jackson y San Salvador, pero el Mingus estaba sórdido y vacío, no había nadie y comenzaba a hacer bastante frío y eso que tenía un buzo de lana fino, un grueso canguro de algodón, la campera impermeable, el pañuelo azul que me regaló V y hasta la capucha, pero comenzaba el aire frío a agarrarme la mano y a descubrir los puntos débiles por donde colarse hasta mi piel. Una vez que encontré en las calles distantes y ajenas, la certeza de que nada iba a pasar, me encaminé con prontitud hacia Tres Cruces, donde llegué aproximadamente a las 3:15. Tenía razón, adentro estaba muy agradable la temperatura. Tomé asiento y descansé las piernas, se sintió muy bien, sobre todo al momento que tomé conciencia de cuan cansado me sentía. Una vez sentado, busqué señal de wifi, no encontré, me paré y caminé un poco con el celular en la mano hasta que sí, una señal abierta pero no pública, era de otro celular, la red se llamaba María. Entré... la nada más pura seguía aguardándome del otro lado de la fibra óptica, así que sencillamente me senté a esperar. En un momento, pude pegar un ojo durante unos 15 o tal vez 20 minutos, tras los cuales me desperté sobresaltado, ya que un guardia de seguridad de la terminal, despertaba a un joven de aspecto pobre y sucio, echándolo del lugar a la voz de acá no vengas a jugar, me venís a dormir todas las noches. Me sentí horriblemente mal, por lo menos yo estaba bañado, perfumado y con ropa limpia. Pasaba totalmente desapercibido como uno más en espera de su ómnibus. Sin embargo la inquietud se hizo tan intensa que me paré y salí de nuevo a la noche. Serían las 4:25. Puse rumbo 18 de Julio de nuevo y no pude evitar mientras caminaba, que sentía todo el mundo como ajeno a mi, irremediablemente por fuera de toda interacción. De haber sido otra la circunstancia, estoy seguro que me hubiese animado a encontrar algún tipo de plan para apalear la larguísima espera, pero de veras me hallaba lejano de mí, veía la noche como desde adentro de una lóbrega galería, allá al fondo, como una película de otro tiempo, con otros actores y otros eventos, que esa noche me dejó totalmente por fuera de su trama. 

     Por momentos quería enojarme y maldecir mi suerte, pero no hallé en mí la voluntad o el verdadero motivo para aquella reacción en ese momento, de modo que lo que primaba en mi estado anímico era unicamente el aburrimiento, el cansansio y el dolor en los pies que cada vez crecía más. Llegué a la plaza de los bomberos con la idea de, cuándo no, captar señal de internet y no sé, tal vez escuchar un poco del audio libro El Arte de Ensoñar, cuya escucha llevaba ya por la mitad. La señal de la plaza era intermitente, de modo que tras unos 25 minutos de audiolibro entrecortado, me harté y volví a caminar. 
       La idea de abrazar a V en aquel momento se me tornó una fulminante aprensión, la extrañaba de veras. Sin embargo no iba a interferir en modo alguno con sus cosas. Salí de vuelta a caminar y en el trayecto comencé a dudar si dada la hora, casi las 5:30, ella hubiese leído mi mensaje y en una de esas aplastantes coincidencias del universo, (como había hecho en más de una oportunidad anteriormente) encontrara en mi messenger, una respuesta de su parte, pero no encontraba señal por ninguna parte. Así que decidí ir hasta Trueba pues sabía que desde la vereda de su casa, agarraría wifi. No tenía nada que perder, salvo por el temor que empezó a fundarse a medida que me acercaba, temor de verla con otro... de ver sus figuras en el living a traves de la ventana, temor de que cuando yo llegase, la viese bajar de un taxi acompañada o peor aún, manejada en el vehículo particular de un hombre. De modo que cuando iba bajando por Trueba, tal vez a la altura de Canelones, decidí simplemente pasar por la puerta y chequear el messenger y luego, tan rápido como pudiese, volverme a la terminal de tres cruces. 
       "Vomitar mis versos en la puerta de tu casa" decía aquella bajada de la Trasnochada, sin embargo, el vómito de mis versos, era aspirado por mi temor, mi aburrimiento y mi cansancio. Llegué a la puerta, conecté a su Wifi y nada... nada más nada que la ausencia total de cosas, ni siquiera me había clavado el visto. Salía el sol, yo escuchaba a la Gran Muñeca del 13. Volví sobre mis pasos y al enfrentarme de nuevo al camino que realicé para llegar, mi estomago casi colapsa cuando veo aproximarse un taxi ocupado que venía con las balizas prendidas en señal de detenerse. Afortunadamente lo hizo más de media cuadra después de la puerta de su casa, así que en ese instante sí, apresuré mi paso lo más que mis adoloridos pies me lo permitieron y salí de ahí con la velocidad de mi propia angustia. 
        Me hallé totalmente confundido, con muchas ganas de verla, pero a la vez, distante, en ese instante la amaba, pero no la quería, podía darme cuenta de cuán comprometido me sentía con ella, necesitaba recalibrar hacia abajo y con urgencia, todas mis expectativas con respecto a la no-relación. Necesitaba deslindarme emocionalmente de ella, ya que notaba cuanta influencia poseía sobre mi estado de animo, por primera vez en la noche me sentí abatido y desesperanzado. Hacía tanto frío que temblaba persistentemente, no había abrigo que portase que lograra repeler el húmedo frío del amanecer. Me castañeteaban los dientes sin control. 
        Volví a Tres Cruces, caminando muy despacio a causa del dolor de mis pies, con la idea de intentar pegar los ojos un ratito al menos, me separaban de ese destino, tal vez unas 25 o 30 cuadras o más. Cuando llegué de nuevo a la terminal serían las 7:40. Con mucho esfuerzo pude dormir, pero nuevamente mi tiempo de descanso apenas sobrepasó los 45 minutos. Cuando me desperté me sentía abatido y brutalmente adolorido. De modo que me paré y dí una vuelta por el shopping para distraerme un poco, la vida del recinto había empezado a fluir con mayor intensidad. Al cabo de un rato, volví a donde estaban los asientos y me ubiqué en uno, venía dándome cuenta que no era el único que pasaba la noche ahí, una persona de edad mediana capaz 40 y poco, dormía a pata suelta, podían distinguirse por su ropa, habían también varios viejos que estaban en la misma. Era triste. Me puse a escribir en el celular parte del capitulo anterior y la hora se me voló, cuando me percaté eran ya las 9:00, así que con mucha lentitud, salí de aquel recinto rumbo a la parada del bus para ir a lo de mi primo, llegaría tal vez un poco antes de lo previsto, pero la circunstancia francamente lo justificaba. El sol en ascenso se mostraba agradable, aunque un poco el frío persistiese, aquello se perfilaba como un bello día de Primavera, todavía restaba a la 1 de la tarde, el Encuentro de Referentes de Murga Joven en el Parque Rivera, donde iríamos con mi primo y donde conocería y pegaría buena onda, con Martín Souza, director de la Trasnochada, monitor de Murga Joven y además mi poeta favorito del Carnaval Mayor. Mucha actividad para la poca energía que conservaba, sin embargo todo salió bien y atravesé las vicisitudes con estoica dignidad y llegué a la noche siguiente sano y salvo, pero brutalmente cansado. 

sábado, septiembre 24, 2016

XLVIII

   Después de las intensas lluvias, vino el viento, un viento siniestro, ominoso, y aterrador que oscureció el día, amenazando con voltearlo del revés. Había ensayo, era martes y no era momento para inasistencias ya que el grupo venía en un punto bisagra de su desarrollo y de su proceso de apronte para el cada vez más próximo encuentro de murga Joven. Antes de salir, me di una ducha bien caliente, tras la cual las ganas de aventurarme al hostil paisaje afuera, eran todavía menores. Armé un cigarrillo y lo fumé en el sillón. 
     Papá estuvo en el cuarto casi todo el día, no se sentía bien. Durante la noche anterior lo había asaltado un vómito mientras dormía, se atoró, se ahogó pero afortunadamente logró despertarse y acabar de vomitar en el baño. Ese incidente le ocasionó gran malestar y un poco de miedo también. De todos modos, durante aquel martes permanecí en la casa junto a él hasta las 19:40 cuando partí para el Recoveco. 
     Salí a la calle a riesgo de verme lanzado en una de las violentas rachas que por entonces soplaban furibundos. En lugar de ir a la terminal, la cautela me indicó tomar un camino más corto para tomar el 526 pero desde donde parte, sobre un costado del complejo América. 
     A las 20:20 estaba ya en el recoveco y la vereda de la cale Garibaldi se hallaba repleta de ramas que debido al viento, se desprendieron de los altos árboles que bordean la calle. En verdad tenía muy pocas expectativas de concurrencia, sin embargo a las 21 estábamos casi todos, faltaban solo dos componentes. Ese martes, puedo decir que comenzó la recta final de los preparativos para el concurso. 
     A penas pasadas las 23 horas la murga dejó el Recoveco para tomar una cortita en el Piropo.  Cuando íbamos llegando a la esquina, Picofino estaba cerrando las persianas del bar y la Maga cantó con estruendosa voz, aquella frase "te cerraré la puerta en la cara, te cerraré la puerta para que aprendas, a lo que el bajito y agradable cantinero respondió con un amable saludo y una invitación a meternos para adentro. No se van a quedar acá afuera chiquilines, dijo, metansé y fuman adentro, no rompan las pelotas. Tal cual, era un viento muy fuerte y aterrador el que soplaba en la noche montevideana. 
   Me senté a escribir esto en una banca frente al comando del ejército, donde una vez, hace ya más de 5 años, me había sentado con L a conversar la posibilidad de vivir juntos. 
    Cuando estábamos por ingresar al bar que nos invitaba a ponernos al resguardo de la impresionante ventolera, voló desde una de las azoteas, la tapa de dolmenir de un tanque de agua, el gigante objeto se estrelló contra la vereda a unos escasos 10 o 15 metros de donde estábamos parados, nos asustamos. La Maga a mi lado saltó y gritó como un gemido apagado de repentino pánico. Todos pensamos que la tapa había caído sobre el auto del Cabeza, pero no fue así. Cuando el propietario se aproximó para corroborar esto, el Cabe exclamó con alivio: ay tatita! Le cayó al lado. Era cierto, el impacto tuvo lugar a unos increíbles 40 centímetros del espolón del Citroën. 
    Entramos al Piropo y tomamos un para para relajarnos, le pedí a Sol que me compartiera datos para chequear el horario del ómnibus a Colón, lo hizo y apenas conectó me cayo al messenger un mensaje de mi padre, decía: no vengas tarde que mañana me tenes que ir a buscar los remedios. El 526 pasaba frente al bar a las 0:25, de modo que a la 1:10 estaba yo llegando a la casa, estremecido por la furia del viento que no amainó. 
    El despertador hizo su malicioso truco a las 8 y media de la mañana, desperté en el sillón, tapado con 2 acolchados,  y el viento, rompe bolas e insistente, seguía rugiendo. Salí, con la estúpida campera sin cierre, fui hasta la terminal y me tome un bus a casa de mi padrino, quien le iba a prestar a mi padre, dinero para comprar los medicamentos de la presión y antiacidos. 
     Todo se desató cuando una vez en el bus, ya casi llegando a sayago, me percaté que había olvidado las recetas en la mesa de la casa. Tenía el dinero más que justo para un solo bus, asi que tome la decisión de continuar en el bus, levanté la plata en lo de mi padrino y volví a Colón, por supuesto puteando como un enfermo.
    El clamor de los vientos persistía haciéndome sentir un frío espeluznante, temblaba. Temblaba y puteaba mientras volvía sobre mis pasos a buscar las condenadas recetas.
      Finalmente entré a la casa, por la ventana vi a mi padre lavando la cocina con una camiseta amarilla de cuello. Tomé las recetas y me disponía a volver a salir cuando en son de broma le pregunté al viejo por qué no me había hecho acordar cuando al levantarme, nos cruzamos previamente a mi salida.
- Me estas hablando enserio?- preguntó con un tono que revelaba el profundo enojo que estaba sintiendo.
- No, era joda... Me re olvidé. Ya voy saliendo. 
-Idiota! Imbécil! - profirió el, desatando su ira contenida sobre mí.
     No puedo describir con exactitud cuál fue el sentimiento que me invadió entonces, solo decir que sentí que algo adentro de mí reaccionó ante aquellas palabras como una represa dinamitada de forma imprevista. Un manantial salvaje de violencia, agresividad y locura me asaltó por completo. Yo no era un idiota, no era un imbécil, son embargo durante mi crianza mi padre me lo repitió tanto, generalmente acompañado por dosis inapropiadas de agresividad que llegué a creerlo.
     Me fui sobre el a gritarle, mi voz emanaba rasposa e iracunda, con un volumen exagerado, rugí. No recuerdo con exactitud cuales fueron mis palabras.
- Me a pegar? - Dijo el viejo, visiblemente atónito por mi sublevación repentina. Nos empujados mutuamente mientras los gritos se hacían aún más intensos que el viento que reventaba. Siguió insultandome, con aquellas palabras que tanto habían hecho mella en mí durante todo mi desarrollo y que en ese momento, en medio de la furia enloquecida que me reclamaba, creí comprender cuánto de lo que yo era en ese entonces respondía a ese relagionamiento inclemente.
    Absolutamente sacado, poseído por la rebelión escandalosa de mi más íntima.a oscuridad, lo tomé de cuello con una fuerza despiadada mientras que con mi puño derecho levantado a la altura de mi oreja, media su nariz para rompersela, quería verlo sangrar, quería devolverle algunas de las que me había dado el de chico, cuándo el se po ia furioso porque yo no entendía matemáticas, porque faltaba al liceo, porque fumaba porro, porque nunca fui lo que el deseaba. Quise partirle los dientes, golpearlo hasta adormecer su conciencia, hasta borrar de mi alma los "burro" los "inútil", "inservible" y sobre todo los "idiota" que tan ingenuamente llegué a tomar como ciertos durante 31 años de mi vida. Miré sus ojos viejos con una desorbitada vehemencia, era yo una especie de entidad redentora de la violencia que me habían infligido, cuya lenguaje primordial, era esa misma violencia. Mientras lo tomaba del cuello y me debatía entre pegarle o no, lo empujé con fuerza sobrehumana contra el lavarropas, el intentaba liberarse de mi tenaz fijación y yo veía en sus ojos el serio temor hacia mi puño alzado que lo medía. Finalmente desisití, no podía pegarle. No obstante lejos de hallarme más calmado, mi imposibilidad de darle una, se transformó en un caótico remolino, lo empujé por el cuello hacia atrás y emprendí a puños y patadas sobre todo el mobiliario de la cocina, en 3 segundos di vuelta todo. En una atiné a tirarle encima el alto mueble dónde guardabamos los platos y los vasos, con sorprendentes reflejos, el viejo atinó a atajarlo e impedir que se desmoronase sobre el. Qué haces mongolico, exclamaba el, voy a romper todo, la concha de tu madre, aullaba yo. Le di una patada demencial a una garrafa de 13kg vacía que me ocasionó una lesión dolorosa en el dedo gordo. La vociferante locura me llegó a la parte del cerebro dónde está el habla y emprendí un eufórico monólogo de alaridos.
- Nos enloqueciste a los cuatro - dije en referencia a mis tres hermanas menores, hijas de él. Era cierto, los cuatro padecíamos cuadros de alguna afectación psicológica, sobre todo trastornos de la ansiedad y depresión. 
     Y creo que hasta ahí es prudente que cuente sobre aquellos diálogos tan oscuros y gritados que acontecieron ese día de intenso viento gris, ya que ahondar en ellos sería tan solo para satisfacer el morbo del lector y en este caso prefiero no.
     Mi padre evidentemente me echó de la casa, la destrucción voraz del viento se había logrado meter puertas adentro y voltear los frágiles árboles de nuestra precaria convivencia, en un desbarajuste tan monstruo que su sola imaginación me hubiese parecido antes , el producto de una reprimida fantasía inconsciente, que tanto tiempo tomó en mí la máscara de una grotesca negación.
    Me fui llorando de angustia. De rabia y un poco de espanto ante las acciones realizadas. Gruñía y gemía, a la vez sentía a como una antigua y miserable opresión en mi pecho se disolvía entre el llanto de putrefacción volcada por Victoriano Álvarez rumbo a la terminal.
     Tal vez por un vicio tragicómico del propio guionista de dios, antes de alcanzar la primera esquina, en un breve intervalo del iracundo llanto, tanteé en mis bolsillos en busca del celular, lo había olvidado arriba de la mesa donde arrojé con fuerza los billetes de la medicación, las recetas y varias otras cosas que se fueron arrastradas en el huracán de mi demencial catarsis. 
    Tuve que volver a buscarlo y lo hice portazo mediante y más rabia y más locura y volví al final a la terminal, donde me senté a contemplar la devastación que se había suscitado. 
    Lo primero que atiné a hacer fue a correr a los brazos de mi hermana Carla, quien con un amor totalmente incondicional, fraternal y de una calidez en verdad más allá de lo que usualmente se cataloga como humano, me recibió y me albergó, ofreciéndome su casa, su comida y el amor de su familia para que pudiese yo salir de aquel transe tan imponente y complejo. El viento recién amainó hacia la noche, faltaban muchos hechos por sucederse aún. 

jueves, septiembre 22, 2016

XLVII

  Inmensa cantidad de sucesos tuvieron lugar en lo subsiguiente. Muchas conclusiones psicológicas acaecieron sobre mí, de la mano de grotescos acontecimientos que disiparon en mi interior, angustias y represiones resecas que el tiempo había dejado pudrir dentro mío. Es menester que narre acá los detalles de esta transformación y sus múltiples consecuencias, sin embargo lo haré en otro capítulo, dado no sólo su extensión sino que, los hechos y su sustancia significante, aún se encuentran decantado en mi interior, macerando en la marinada ácida de mis tripas.
    La mañana de ese sábado amanecí en la casa de V. Yo la había invitado al ensayo del viernes en el recoveco y ella no me dijo que no, solo que se iba a bañar y decidiría qué hacer, hasta me preguntó el número de puerta del local donde ejercitaba la murga. El ensayo fue muy rendidor, fueron varios amigos a vernos, inclusive S, a quien después de la fiesta de la Muñeca en el museo del carnaval, no había vuelto a ver. Como siempre, la Ternera se hacía fuerte en el recoveco y en aquella instancia no hubo excepción, puedo decir que dejamos todo para intentar complacer a la íntima concurrencia. Al terminar, la murga y sus allegados se dirigieron, cuándo no, a la esquina de Ramón del Valle y Garibaldi, donde el Piropo, con sus veredas colmadas de gente recibía a la barra con el calor y la alegría de siempre. Llegó la murga. Tomó su lugar y como una balacera, las chapitas metálicas de las botellas comenzaron a saltar en la noche del viernes. Le pedí al Cabe que me habilitara datos móviles para poder continuar las negociaciones con V. Finalmente ella me escribió diciendo que su cabeza deseaba ir, pero que el cansancio letal en su cuerpo saboteaba su deseo y finalmente se quedaría en su casa. Todavía no pude desvestirme, dijo. Cuando le ofrecí mi ayuda, ella decía que mejor me quedara con mis amigos disfrutando el bar y la hermosísima noche de septiembre, de dramática luna llena.    Por supuesto era todo una mascarada, y esa era su forma de decirme que le gustaría que estuviésemos juntos. Aunque insistía en tener mucho sueño y que de ahí a que llegase a su casa, se iba a a quedar dormida. 
    Con gran fortuna, pasó un 187 con destino ciudad vieja, que vi con el rabillo del ojo pasar de izquierda a derecha por Garibaldi. Sin pensarlo un segundo corrí tan rápido como pude y gracias a que una persona también lo abordó en esa parada, pude yo, haciendo gala de un inesperado estado físico, tomarlo también y llegar a la casa de V apenas pasadas la una de las madrugada. 
    Estaba en verdad muy muy cansada, se la veía agotada y eso que la había visto, la noche 0, viajar desde Jaiffa a Montevideo y al llegar, hacer un tour por la casa de sus familiares y parientes y en lugar de verse si quiera levemente empañada, V se veía absolutamente radiante y el recuerdo de esa noche, aún en este preciso instante logra conmover a los inertes espantapájaros de mi memoria. 
     Esta vez sí se la veía fatigada así que aprovechamos para dedicar la mutua compañía a la actividad mimosa que tan bien se nos daba, esos abrazos y caricias de compleja genialidad en la angosta intimidad de la alfombra. No tomamos vino, al menos no juntos en ese momento. Nos fuimos a la cama para nada tarde y dormimos profundamente.
    Al día siguiente, después de algunos desajustes emocionales de primera hora y tras un rico desayuno, una ducha y un espectacular polvo de reconciliación. Era el momento de irme. 
      Durante ese último polvo, disputado en un campo de inusitada intensidad, en el que verdaderamente los dos comprendimos la magnitud insondable de nuestro vínculo, durante una fase de transe en la alocada relación, ella me sujeto del brazo con mucha fuerza, creo que fue durante uno de los orgasmos que tuvo, sentí un fuerte ardor, que en ese momento solo sirvió para catapultarme a la cima de la locura y del placer metafísico que ambos soportamos.
    Me había dejado una monumental, ancha y de un color púrpura profundo, herida con la misma forma que la letra V. Seguía yo embistiendola con delicioso y hondo pulsar cuando le enseñé la herida. Ella me pidió perdón, la lamió, la besó y acarició y mirándo esa tremenda signatura , levantaba la vista a mí, con una mirada apenada que cargaba por todos lados, la convulsión doblegadora del placer. Juro por todos los dioses, antiguos y modernos que era la sensación física más limpia, más amplia, más placentera y relajante y vinculante que haya experimentado jamás. 
- La V del zorro. - Dijo ella una vez acabados y abrazados por la pampa sin sábanas de su somier. Nos reímos como niños felices un momento y luego sí, después de fumar juntos un cigarrillo, me tuve que ir. 
       Cuando salí de su casa, mi estado anímico era tan bello, tan dorado por las nubes de postal que en el cielo de la tarde, corrían a favor de los vientos, que no es exagerado decir que era prácticamente un hombre nuevo. Me sentía tan completo, tan amado, me iba por Trueba y me traía conmigo la luz de su energía vital, el perfume sin adulterar de su esencia magnífica. Baleado por el manantial de fervorosas hormonas, arremolinado por su entrega tan completa. " Y con el sol la despedida, la libertad del alma volveré a encontrar. Voy perfumando los jardines..." cantaba la Trasnochada y yo lo sentía por completo de ese mismo modo, sin la necesidad de palabras, aunque le fuera cantando al cielo de las 17:30 del sábado. Aunque que tuviese ganas de bailar en la vereda entre pelusas y los restos de ese amor imponente. 
      Por el inicio del ocaso iba yo, pateando las sucias baldosas de la calle Rodó, me había quedado totalmente ajeno al transcurrir de la vida humana y mi cuerpo se hallaba embebido en las líquidas reminiscencias se aquel amor extraordinario, sin comparación, tan intrincado y complejo que simplemente me pasaba por arriba. 
      La calle Rodó me llevó a la puerta de la casa de mi hermana, me preguntaba si estarían ahí, no había hablado con ellos desde el día anterior. Sin embargo cuando me iba aproximando a la puerta del edificio, distinguí el auto del Cabeza, estacionado en la calle.
    Toqué timbre y en un segundo bajó mi cuñado, mi amigo Juan. Me abrió con una sonrisa de genuina simpatia que delataba el consumo abundante de marihuana. Subimos y era mi primo con su novia el que guitarreaba y no el Cabeza, cuyo vehículo manejaba mi primo desde que le habían robado el auto, casi un mes atras. Pasamos una tarde espléndida a un margen del colosal ocaso que se distribuía entre los gruesos cúmulos coloridos de un celeste grisáceo. Fumamos los poderosos cogollos de mi primo en el balcón del estudio de Juan, mientras mi sobrinita se daba una sabatina dosis de Pepa Pig.    
      A la noche, mi hermana me ofreció que la acompañara a la fiesta de cumpleaños de su amigo Willy. En un principio yo pasé de ir, pero más llegada la hora, Carla hizo notar algunas ventajas comparativas que ponían la opción de asistir muy por delante de la de quedarme. Willy vivía en una especie de residencia para jóvenes que en su gran parte eran extranjeros, estudiantes en nuestro país, de modo que iba a haber una gran variedad de nacionalidades presentes y eso, sumado al hecho de que los amigos heterosexuales de Willy eran más bien pocos en comparación con la cantidad de amigas heterosexuales, sembró en mi cabeza la idea de que en verdad podría ser muy divertido asistir a la fiesta.
     Antes de partir conversábamos con mi hermana. Ella sostenía que yo no poseía la directa obligación de seducir a todas las mujeres y mucho menos ahora que mi energía amatoria estaba enfocada 100% en V. Era cierto, su observación iba en la misma línea de mis pensamientos y deseos, sin embargo esto no me impedía en lo absoluto, flirtear y coquetear con alguna joven y sensual extranjera, en el caso que hubiese alguna. Carla me dijo, así que ya sabes, vos tranquilo, no te mandes a ninguna a no ser que sea la mujer de tus sueños y sientas que si no haces nada, algo terrible va a suceder. Totalmente, repuse yo más desde la convicción propia que cualquier otra cosa. Nada iba a suceder. Si bien toda la vida me fascinó que una bella mujer me mostrara su sonrisa, una vez que hube pasado por mi segundo matrimonio, dejé de considerar al sexo casual como algo de un altísimo valor, no me atraía más la idea de voltear con una desconocida que el hecho de darme cuenta que ella estaría dispuesta a hacerlo. Para mí y por aquellos días, notar que una mujer se mostraba dispuesta a tener sexo conmigo me complacía mucho más que efectivamente llevarla a la cama. 
     Partimos a la medianoche bajo la luna demasiado cercana y en su primera fase de menguación. Caminamos del brazo con Carla, hablando de gran variedad de temas superficiales y algún que otro de mayor profundidad. En unos 15 o tal vez 20 minutos, habíamos realizado a pie las 18 o 19 cuadras que iban desde uno a otro destino. Cuando llegamos a la cuadra dónde estaba la casa, se escuchaba desde la vereda, la música y por las altas ventanas de la segunda planta se veían los rebotes de las luces robóticas por los techos. En uno de los balcones, que daba a la calle Canelones, se amontonaba un grupo de jóvenes con Willy a la cabeza, vestido con una gorra blanca de capitán de barco y un saco azul oscuro con dorados en los puños y botones también dorados. Su saludo gesticulante y vociferante era augurio de nuestra suerte. Nos aproximamos a la puerta y nos abrió la puerta una mujer extraordinariamente bella, de unos rasgos muy bien delineados, precioso cabello y un cuerpo asombroso. Nos recibió con gran amabilidad y recostó en mis ojos su muy sensual y amplia sonrisa. Subimos la larga escalera con peldaños de mármol y el lugar era algo en verdad excepcional, se trataba una de esas viejas casonas con techos altísimos y largas puertas de dos hojas con vidrios, con un patio central bajo la infaltablde claraboya de la que bajaban, amarrados con alambre, grandes animales inflables: una tortuga, un cocodrilo, un delfín y otro más que de momento olvido. Fuimos recibidos por Willy (con quienes fuimos compañeros de clase en el liceo) con una efusivad y un cariño gesticulante tan sincero y bullicioso que prácticamente todos los presentes notaron nuestra llegada. Mi hermana depositó la bebida que había comprado para la fiesta en nombre de ambos sobre una mesa totalmente colmada de bebidas alcohólicas y una o dos cocas que eran más bien para el fernet. Willy estaba bastante borracho pero se lo veía realmente muy feliz y nos instó a seguir su ejemplo y ponernos hasta el cuello. Carla y yo decidimos ir por el vino y en la mesa encontré una botella de trapiche malbec que me hizo recordar a aquella ida a Villa Serrana con L en la que ambos nos hicimos recurrentes consumidores del mismo. También recordé que era el vino favorito de V, o eso me había dicho cuando compré uno para compartir con ella, aquella ocasión que fuimos juntos a ver a la Gran Muñeca en el teatro de verano.
     La fiesta para mí arrancó con cierta cuota de desconcierto ya que la mayoría de los invitados ya estaban bastante entrados en copas. La predicción acerca de bajo porcentaje de varones heterosexuales era más marcada de lo que yo había llegado a soñar y no tardé en descubrir que varias de las mujeres se estaban fijando en mí de un modo para nada casual. Tomamos un par de vasos de este vino y dimos una vuelta por la casa, el lugar era encantador, bien cuidado, muy amplio y aunque bohemio, bastante limpio y arreglado con un gusto admirable. Durante el recorrido, en lo que hacía las veces de pista de baile, estaba la chica que nos abrió la puerta, con quien está vez me permití intercambiar vastas sonrisas al pasar. Noté además que tenía un marcado acento extranjero. Subimos a conocer el área de fumadores, donde habían 4 pibes fumando porro y con quienes nos saludamos con total naturalidad, uno de ellos era exageradamente parecido a Pity Alvarez. 
     Por fortuna tenían sobre la mesa una segunda da botella del malbec argento cuya ceremonia de descorchamiento, presidió mi hermana eb una maniobra veloz y de una elegancia práctica que le mereció mi franca felicitación. Recargamos los vasos y en eso llegó una pareja gay de amigos de Carla, también amistades de Willy, que yo en lo personal adoraba. Su presencia en cualquier recinto, aseguraba una suba directa en el índice de diversión per cápita. Los abrazos y las estruendosa risas los rodeaban y cuando todo se asentó, mi hermana me encomendó la tarea de armar el delicioso cogollo que había traído, no teníamos hojillas así que debía gestionarlo. Momentos antes distinguí entre la pequeña multitud, a una muchacha rubia, sencillamente bonita y bastante interesante, de corto cabello ondulado que me había fijado la mirada. Fui a encararla. Tenés hojillas, pregunté con mi sonrisa más tiernamente diabólica. Tengo todo menos hojillas, me respondió con fingida inocencia. Todo?. Si, todo. Un uniciclo por ejemplo?. Claro,  cómo no tener uno. Si, pero hojillas no tenés. No, justo, pero te consigo.
    Se dio media vuelta y en 40 segundos volvió con una hojilla en la pequeña y delgada mano blanca. Lo armé en el aire y procedimos al balcón dónde antes nos había saludado Willy, en su faceta de Eva Pezón del Crucero del amor y lo prendimos bajo una luna que trepaba el nublado cielo de mitad de septiembre. 
     Carla no fumó, se distrajo hablando con todos los conocidos que habían en su entorno, saludando y riendo con fuerza. De modo que lo terminé fumando con Juan Diego y Angelo (la pareja gay de amigos nuestros) y con la simpática y seductora F, quien apenas terminamos de fumar dijo, con gran seguridad: en 15 minutos de voy q dar de probar el mejor porro de tu vida. Sus afirmaciones me daban un poco de gracia, en verdad yo había fundado variedades muy potentes, pero muy potentes y creía ya no poder sorprenderme. Le pregunté a qué respondía la medida de 15 minutos por la espera. No sé, me parece una medida justa. Pero te lo tienen que traer o algo?. No, lo tengo guardado en el bolso, ahí. Bueno entonces para que vanos a andar esperando, le diste buena publicidad y lograste generarme una necesidad, ahora lo quiero probar. Bueno, aguanta.
     F volvió con un desmorrugador verde y me pidió que me encargara de armarlo, restaba de nuevo el asunto con las hojillas. En medio de este particular, alguien me toca el hombro desde atrás, desde adentro de la casa. Se trataba de una pareja heterosexual conformada por una elegante rubia de unos 34 años con un pibe porteño, que oportunamente nos proporcionó. Ella, uruguaya, al parecer nos había visto manipular el desmorrugador y deseaban dar unas pitadas. Explicó ademas sin que nadie se lo preguntase, que el era de Buenos Aires y que no quiso venir de allá con faso, menos sabiendo que acá en esta época hay y hay mucho y muy rico. Mientras conversábamos esto el cogollo de F estaba listo y circulando. Juan Diego y Angelo estaban con Carla en otro aposento de la animada fiesta. 
     Intercambié un breve pero efusivo diálogo con el hermano bonaerense, el citaba a Galeno diciendo que lo de los porteños era un amor no correspondido por los orientales. Me permití discrepar y le confesé mi opinión al respecto. Creo que acá tenemos un poco eso del hermano menor, que guarda un extraño resentimiento por el hogar paterno y a la vez padecía casi en secreto, una especie de fascinación incondicional por su hermano mayor. Le dije además que en lo personal amaba lo poco de la ciudad de Buenos Aires que conocía y que mi experiencia con sus habitantes fue siempre la más satisfactoria. F miraba con sonriente admiración mi despliegue verbal y asentía a casi todos mis puntos.
   Finalmente se fueron y F y yo terminamos de fumar la punta. Qué te parece, preguntó ella haciendo alusión al cogollo. Perejil, respondí y luego le aclaré que perejil era el término que había acuñado para referirme a la marihuana de alta calidad y exquisito sabor. 100% perejil. Se rió mostrando su bella dentadura, apoyada en el barandal, de espaldas a la noche de la calle Canelones. Yo quedé como para dar una vuelta en el uniciclo, le dije y ella respondió que sí, que tal cual. 
      Continuamos hablando y ella comenzó a contar que había vivido un año en República Checa. Qué el perejil lo había cultivado ella misma con esto, dijo, mostrándo la blanca palma de su mano. En verdad se me hacía muy interesante y entretenida su proximidad, su conversación y su intención seductora. De pronto a mi lado aparece el pibe que era igual a Pity Álvarez, se lo veía desfigurado, con una sonrisa animal en el rostro borroneado por alguna sustancia estupefaciente. De todos modos su energía era amigable y nos habló. Mejor dicho me pidió fuego y encendió un porro. Le dio una pitada y surgió un intenso olor acre, como de legumbres en remojo, de tierra negra con flores marchitas, un olor profundo y poderoso, vagamente antiguo, cuya vinculación con los cogollos regulares, me fue bastante difícil establecer. Me extendió el faso y me advirtió: ojo, despacito que es muy muy fuerte. Su cara era seria y tome la advertencia con respeto. Le dio una honda calada, luego otra y no pude contener el estallido de tos. El loco indicó con su pera que le pasase a F. Ella fumó con cautela y también tosió bastante, su semblante convulsionaba entre el pánico y la sorpresa, entre el derrumbe y el júbilo. Sentí que una marea de vivos colores me iba tomando de rehén desde mi vientre, arrastrándose veloz por mi cuerpo hasta tomar total control de mi cabeza. De pronto la cara del Pity se me antojo diabólica y perversa, un zumbido eléctrico presionaba mis terminales nerviosas y el sonido mismo de la noche saltó a mis oídos, la vibración de la luna, la sensación tridimensional de la triste luz de la calle, la vanal arrogancia de la hermosa fiesta, el lejano rumor del Río de la Plata, la boca de F, todo poseía su propio y único sonido y yo lo escuché todo de un golpe, como si un viento hubiese destapado mis oídos más allá de toda explicación. Mis procesos cognoscitivos estaban brutalmente exacerbados y la conversación tomó un cariz de surrealismo importante. 
     En esos momentos era cuando sentía por V un hostil resentimiento, cuándo en verdad me cansaba de sus idas y vueltas,  de sus pretensiones y sus estándares, sus casi constantes negativas y sus molestas negaciones, de su indecisión desconcertante. Era entonces que parte de mi corazón, ansiaba conocer una mujer que me anhelara sobre todas las cosas, con cuya compañía pudiese yo contar, a quien mi esencia enamore, alguien que en verdad estuviese dispuesta a atravesar la demencial aventura de compartir el tiempo de la vida junto o a mi. Pero enseguida me asaltaba el delicioso perfil, la voz dulcemente difónica, la impresión de esa chica de cardigan celeste con los ojos de piscina cuya tibia presencia, habitaba a toda hora en mi interior. Volvía a quererla con la misma facilidad con que la detesté dos minutos atrás. Quería que fuese ella y no F quien me insinuase su deseo de pasar juntos el resto de una de las últimas madrugadas del invierno.
         F se excusó, necesitaba mear. Se fue, yo quedé solo, acodado al antiguo barandal, asistiendo al silencioso escándalo de la calle Canelones. El bullicio vibratorio, los cercanos ecos de la fiesta. Confusa sensación de claridad experimental mientras otros jóvenes en el balcón hablaban distintos acentos de inglés. 
      Mís sentidos se hallaban extendidos más allá de los límites ordinarios, de modo que no fue difícil sentir que F se aproximaba detrás de mí. Di media vuelta y en efecto venía, pero no venía sola, traía de la mano a la hermosa chica que nos abrió la puerta al llegar, su sonrisa de madrugada se veía radiante y su cabello, más impresionante que nunca. Como la había visto conversando con un loco, en un rincón, momentos atrás, decidí ignorarla y centré mi atención y miradas en la bonita y simpática F. La otra chica igual intervenía muy sonriente en la conversación, con su bello acento cuya procedencia me fue imposible determinar, pero yo con un poco de divertida malicia, me las ingeniaba para desviar la atención que ella consitaba y buscarle conversación a F, que claramente captaba el juego y lo seguía a la perfección. Me percaté que ahora el balcón había cambiado su asistencia y me hallé siendo el centro de un grupúsculo compuesto por las 6 o 7 mujeres más lindas de la fiesta, hablábamos ordenada pero efusivamente de temas intrascendentes que pretendían denotar una cierta profundidad. Era el único varón en medio de aquella estupenda variedad de encantadoras y bellas jóvenes. No sentí ningún tipo de culpa al respecto, me conformaba pensar que todos mis ríos rendían tributo al vasto mar de otro abrazo. Además, conocía a V y hubiese jurado que habitualmente ella se expondría de igual o peor modo en sus cuantiosas noches de borrachera, en las decenas de boliches de moda y reuniones privadas que frecuentaba con dedicación y constancia. Además tenía la determinación de dejarla hacer su propio proceso, acompañándola cuando ella lo considerase pertinente o necesario o simplemente se le antojase. Por mi parte,  este tipo de situaciones me alcanzaba para dispersar cualquier atisbo de celos, este tipo de circunstancias, en las que dentro de un relativo control, me sentía deseado por bellas y/o nunerosas féminas. 
   Destacaba en este grupo, una muy jovencita de lentes, tal vez tuviese unos veinte años, tal vez uno menos. Su belleza era suave y esbelta, tenía un aire de incipiente intelectualidad, sus rasgos eran redondeados y daba la clara impresión que había leido algunos libros. Se presentó muy formalmente dándome la mano, me dio ternura, se acomodó con su dedo índice sus anteojos a la moda, ensillandolos en la cima de su pequeña nariz. F estaba ahora en el otro extremo del balcón, hablaba con otra de las más lindas de la noche. Cada tanto una u otra me enviaban miradas furtivas y se acomodaban el cabello, siempre sonriendo. Charlabamos con la más jovencita algo que no alcancé a retener, pero de lo que guardo una grata impresión. Siempre seguía yo puesto en aquel estado inducido por la inesperada gravedad de los cogollos del Pity. 
    En eso aparece tras esta muchacha, mi hermana Carla. El mensajes que enviaba su sonrisa era por demás claro para lo agudizados que estaban mis sentidos. Era hora de partir.   Me dispuse a hacerlo, pero antes se me ocurrió saludar a todas las chicas con las que intercambié miradas extraordinarias. Serían unas cinco o seis. Para ese momento, algunas de las que estaban en  balcón se habían dispersado. F no estaba, yo conversaba con la más joven y no me percaté de su partida., comencé con la de lentes y salí a por la del acento indeterminado. Me saludó con su sonrisa atronadora y un tibio beso amistoso. Una a una repeí el proceso, siempre con una frase similar, anunciando que me iba, fingiendo de forma casi convincente que a alguien le importaba un carajo. 
Finalmente, ella pista estaba bailando F. Me aproximé a ella y mirándola a los ojos le dije que me iba. Te vas con tu hermana   preguntó ella con un tono de caprichoso desafío y pronunciado casi de forma burlona la letra r de la palabra hermana. Le di un beso en la mejilla y di media vuelta para encarar la puerta de salida, en ese instante, entre la pequeña multitud de la parte donde la gente bailaba, sentí su mano, apretar la mía con una ternura delicada y un rastro indeterminado de dulzura. 
    Partimos, rumbo al fin de la madrugada con mi hermana, algo borrachos y yo totalmente re loco. Me iba a dormir asesorando la púrpura V que ardía dolorosamente en el interior de mi codo izquierdo.