lunes, octubre 31, 2016

LXV

  Idiota. Por vos puse en la línea de apuestas lo más íntimo de mi corazón y tu ruleta siempre estuvo trucada. No me pude dar cuenta que siempre vas a jugar con el viejo truco de andar por la sombra y aunque yo sea la sombra, mi vaga luz nunca te iba a broncear la piel. En tu laberinto libertino de pretensión bondadosa, me quedé pagando los platos rotos de la eternidad de tu abrazo, siento el rechazo como un flechazo, la distancia como el tiempo y el olvido que rechacé a manotazos viene ahora inexorable por la ribera de las alucinaciones clausuradas.        Decías que te entregaste como nunca, me imagino cuanto te habrás entregado antes entonces. No me leas más. Andate por la noche cagada de estrellas. Bajo la luna nueva andate a la mierda hacia el delirio errático de tu orgullo. Yo tranquilo, aunque a cada rato esa pequeña brisa me traiga tu aroma y tu paz, voy a la batalla, con los fusiles de mi poesía, me voy al mar sin señales de no hablarte nunca más.  Porque finalmente comprendo que valgo mucho más que la la validez que me daban tus besos, que soy mucho más hombre de lo que sentía ser cuando te buscaba afiebrado en las noches repulsivas del deseo y la avidez de tu cercanía. Soy más que la libertad de tu vino y que esa risa inmensa que me producía acostarme en tu alfombra a zambullirme dentro de tus ojos confundidos. Tu mirada quebrada de dudas y temores y rechazo y amor y la piel que se te eriza y las botellas de agua al amanecer y que el hombre luminoso que te tomaba la mano en la brevedad del carnaval. Valgo mucho más que la alegría loca e impúdica de la madrugada junto a vos. Soy más que la infinita felicidad de caminar con vos por avenida Italia, que el escondrijo secreto de las cacharpayas y que el milagro repetido de la lluvia.
   Casi me robás el sentimiento de bienestar que da el sol de la tarde, casi te quedas para siempre con la emoción hermosa que me da el olor de la madreselva, a penas pude rescatar de las garras del naufragio las canciones que te canté, las murgas y las retiradas de la Trasnochada, me llevo aunque mal herida la canción final de las Cabras del 15, todas moretoneadas y sangrantes quedan por mi cabeza las canciones de los redondos. Pero lograste arrebatarne el gusto por el vino, te quedaste con la antena del canal 10, con la felicidad de los tambores, me robaste la capacidad de mirar los ojos y sentir que cerca tuyo todo iba a salir bien.    Tu nombre duele, tu recuerdo lastima el retrato del sol y casi te quedas con la luna, aunque en desgarradora batalla me llevé su brillo lastimado al hombro. Gozo ahora del sol de Octubre y abandono con un dejo de tristeza la esperanza de abrazarte y pintarte la cara al bajar de las Duranas el día del concurso. Dejo acá el sueño de irme con vos del teatro de verano en diciembre, el milagro de a tres de tener una hija, dejo por el camino y con aguerrido dolor el sueño de volver a tu vereda y de seguir luchando y peleando por un futuro juntos. 
    Se va la murga, sigue su corso metafísico por la avenida de la vida hacia el despertar definitivo de la muerte, se va, pintando por la noche el consuelo de ya no ser el que reciba tus besos y tome con bestial ternura el resultado de tu íntima humedad, el fuego sagrado de tu orgasmo. Se va la murga. Perdiéndose para siempre la posibilidad de volver a regresar. Porque su color se diluye en la sarta de arrogantes apremios y desafíos vacíos que planteaste en nuestra despedida. Me voy. Me voy para no volver al sueño de tu playa, a la esperanza de hacer dibujos en la arena pegada a tu espalda. Lloré, grite en la infidelidad de tu espejo maldiciendo la suerte de vivir en líneas paralelas, no dormí pensando en vos, desperté pensando en vos,  corrí por la tarde de la plaza Independencia buscando el rastro de tu perfume pero ahora se va. Se va la murga hacía un carnaval que no nos volverá a reunir ya jamás. 
   Suelto la culpa de ya no ser, me reembolso el cariño que te di. Me llevo mis promesas que con renovado amor entregaré a otra mujer, porque sin dudas entre todo lo que te quedaste, no pudiste robarme el impulso de volver a enamorarme. Voy a volver a amar y seguramente crecerá en mi derrumbado palacio de flores, mas fuertes y altas enredaderas de entrega y pasión y de abierto sentimiento de pertenencia. La próxima vez me aseguraré primero que la persona cuya esencia sea como un rayo que me parta la vida a la salida de un concierto tenga el coraje y el amor de tomar mi mano más allá de la dura realidad de cualquier circunstancia.
   Me voy, hacia siempre, hacia nunca más, me voy hacía mi mismo y hacia todo lo que crecerá detrás del silencio putrefacto de tu fingida superación. Se va la murga, se perderá fuera de tu alcance, porque tus manos no fueron lo suficientemente grandes como para evitar que todo mi amor se cayera al río infinito del tiempo. Se va la murga. Adiós....

LXIV

    Entonces le salí al juego con fuerzas renovadas, la primer decisión trascendente que tomé con total determinación fue dejar de lado todas las cosas que estaban restando, deteniendo o retrasando mi progreso emocional, lo primero en salir de mi inventario de gasto energético fue la relación con V, lamento si usted lector se queda con las ganas de seguir leyendo sobre eso, pero por mi propio bienestar y en una muestra inequívoca de un pequeño avance hacia la meta de amarme y cuidarme a mi mismo, serán estas las últimas palabras que de ella escriba en este libro. Después dejé las cosas menos adictivas, pero, que sin embargo sentía que definitivamente me estaban deteniendo: el alcohol y la marihuana, hierba que consumía de forma habitual desde los 13 años y cuyo efecto, sabor y aroma en verdad adoraba. Fue la primera vez en la vida que me propuse abandonar y con los días descubrí que era mucho más llevadero de lo que creía, mís amigos seguían consumiendo al rededor mío y estaba bien, un simple no y la vida seguía sin mayor contratiempo. 
   Tenía que cambiar todo para cambiar algo. El trabajo me estaba ocupando la mente de manera aceptable y ayudaba mucho a gastar mis energías en algo por fuera de mi autodestrucción. La lucidez que experimenté a raíz de esto fue muy interesante y me sentía bien, concentrado, enérgico y dispuesto a cambiar la pisada a toda costa. Tomé acción. 
   El ensayo del martes se dio con abundante lluvia y llegué, creo que por primera vez, pasada la hora de la convocatoria. Hicimos una pasada del espectáculo casi entero y la reacción física y emocional de mi ser fue totalmente inesperada, mucho más intensa, purgatoria y removedora de lo que había sido nunca. Los dos enganches que me tocaba hacer salieron muchísimo más limpios y efectivos, amén de las múltiples felicitaciones y del total apoyo recibido, esta vez me sentía más confiado y me arrojé sobre el texto con gran suceso. Sin embargo la retirada fue el momento en el que más sentí la diferencia. Parecía que la última vez que la cantamos, el viernes anterior en el Piropo, había sucedido siglos atrás y la emoción que arrastraba nuestro repertorio, fue entonces sencillamente superior. 
  Cuando terminó la pasada yo estaba empapado en sudor. La entrega fue total y sin reservas. Mis compañeros también dejaron la vida misma y cantaron de corazón, de tripas y todos bailamos como poseídos por la entidad carnavalesca última. Éramos una murga, con todas las letras.
    El jueves fue mi cumpleaños número 32, hubo un viento impresionante y yo me desperté en la casa de Gabriel, muy temprano en la mañana. Me desperté con los pies destapados y con bastante frío, tuve el impulso de taparmelos y seguir durmiendo pero era imposible, un largo y laborioso día me aguardaba entre el rugido enloquecedor y los centenares de ramas que tapizaban la ciudad entre el gris salvaje y las altas olas que mordían la bahía con furia impersonal. Preparamos el desayuno con mi hermano pero yo me tuve que limitar a tomar café solamente ya que a las 8:00 debía concurrir a una clínica en la Unión dónde me harían el carnet de salud y el examen de VIH. Ambos requisitos excluyentes para aplicar al trabajo que mi padrino me había facilitado. El ejército. Si bien tanto Hemingway como Orwell sirvieron, yo no me hallaba del todo feliz por hacer el ingreso en la fuerza, pero consideraba menester comenzar con una rutina fuerte cuanto antes y esa fue la primer puerta que se me abrió, de modo que me dispuse a atravesarla con el estómago hecho nudos y la firme determinación de cambiar definitivamente la pisada de mi vida. 
    El desafío era en verdad importante para mí ya que toda la vida me consideré en la las antípodas de cualquier tipo de régimen autoritario, pero ahí estaba a las puertas casi del centro de reclutamiento. 
    Para el sábado ya había pasado u a semana entera del colapso nervioso y me sentía increíblemente repuesto, pronto para saltar hacia delante y con montones de planes a futuro. Desperté en la casa de mi primo cerca de las 9:30 de la mañana y el día luminoso y de gran color primaveral se mostraba casi calcado al de la semana anterior cuando alcancé em fondo de los fondos, de todas maneras la diferencia de mi persona entre in sábado y otro era abismal. Como venía con unos pesos en el bolsillo cuando Manu se fue a clases de salsa yo abordé el mismo bus que ella y ella se bajó en el centro y yo en el destino. Me di un suculentoo almuerzo en McDonald's y después escribí un rato largo sentado en un banco de la plaza Matriz que no era el mío.
    Para las 4 de la tarde ya estaba en otro punto de la ciudad, Colorado y Cufré. Era el cumpleaños de Sol. El Cabeza estaba con su enamorada, Mati, la Maga, el Negro, Juan y yo cerrabamos la comitiva de la Ternera. Habría otras 30 personas en la fiesta que se realizó en la vereda y en el patio frontal de la casa de las gurisas. Llegué en el cenit de mi lucidez, varios de los convidados ostentaban ya un prodigioso estado de ebriedad.
    En la vereda lo que yo necesitaba, 4 tambores, otros 3 cuerpos de percusión menor, un ampli con un bajo enchufado y reduciendo sobre uno de los sillones que la Maga había dispuso frente al muro de su casa: la bella guitarra electroacústica negra del Mati conectada a otro equipo con una rústica distorsión overdrive. Me hice con el instrumento y cada uno en sus posiciones hicimos una zapada de candombe que alucinó a los presentes que bailaban maravillados al son del toque del cordón. La música se prolongó por unos 25 tal vez 30 minutos. Luego el flaco pelado muy virtuoso con el bajo lanzó una tabla de cumbia y los percusionistss se lanzaron en grupo a seguirlo y atrás de ellos, yo con la guitarra en un destape de antología que está vez sí, duró cerca de unos 50 minutos. Durante ese lapso los invitados eran verdaderos esclavos del ritmo. Alguien subió el volumen de mi guitarra y el del bajo y los tambores redoblaron la fuerza y más gente se arrimó y gente salía por las ventanas y el Cabecita, sentado frente a mi me miraba con un cariño y una inocente admiración que me llenaron de amor el alma. Instalado fuerte en la zona, en ningún momento me detuve y me sentí totalmente surcado por la ola de la extensa improvisación. 
    Después, fuimos con el Cabe y con Juan a buscar bizcochos a una panadería em la calle Itapebí, en el camino juan nos contaba como venía llevando su proceso de rehabilitación y limpieza de su organismo por el cual debió abandonar la murga. Al volver, a punto del ocaso, la fiesta seguía con ánimos renovados y a la media hora se armó otra cantarola preciosa, esta vez dentro del patio mismo de la casa de las gurisas. Salieron salsas y candombes que todos bailaban y cantaba, era raro estar en semejante fiesta y no tomar una sola copa de vino ni una jarra de cerveza helada, tampoco fumar porro. Me sentía espléndido pero noté muy a mi pesar que de haber querido encarar a una de las tantas amigas bellas de Sol y la Maga, no hubiese conseguido encontrar en toda aquella sobriedad una sola línea de acercamiento. No importó, me bastaba con socializar con mis amigos, tomar mate y cantar un par con la barra.
     A las 21, Sol tomó la guitarra y cantó unos cuantos temas, yo la acompañé cantando sentado a su lado con buen ánimo. En determinado momento comenzó a arpegiear los acordes de una canción que yo conocía muy bien y empezó a cantar: "como fue que pasó.... " en ese momento sentí como una puñalada del universo se metía fría y despiadada entre mis costillas. Me paré tan rápido como pude y tomé mis pertenencias del hall y con un amplio y abarcativo saludo me fui de ahí a toda prisa. Caminando por la calle Colorado mi corazón se sentía como una naranja en un exprimidor, no pude retener un par de sollozos y gemidos que me perforaban por dentro y apuré el paso hacia la noche del sábado. Faltaba más tiempo para comenzar a sanar, pero allí iba, aún determinado y decidido aunque malherido y sensible hasta por demás.

miércoles, octubre 26, 2016

LXIII

Viernes. Sería el cumpleaños de mi abuela. Ni toda la euforia ni la admiración ni la brutal alegría de la noche anterior pudo prepararme para lo que iba a suceder aquel día nefasto que podría conminarlo al olvido de no ser porque tuvo tal impacto en la continuidad de mi existencia que de olvidarlo, perdería la relevancia de su enseñanza, la mortal línea que se dibujó bajo mis pies y que crucé sin miramientos, cayendo mucho más allá de lo que pude prever, sin embargo, la falta de previsión con respecto al desenlace fue tan solo Otro síntoma de la inestabilidad y fragilidad de mi psique. Esa noche ensayamos en la puerta del Piropo. Pasamos la retirada una y otra y otra vez y la barra ardía de entusiasmo y cada vez salía mejor, más compacta y firme. Tomamos unos vinos y cerca de las 23 partimos en grupo al cumpleaños de un ex integrante de la murga. Pablito festejaba su aniversario en un boliche ubicado en la esquina de Jackson y Canelones. 
   A medida que escribo siento como mi alma se exprime bajo el impacto de los acontecimientos, siento la angustiosa presión en mi esternón, la comezón en mis manos, la melancolía putrefacta que aún permanece en mi sangre y me cuesta repasar los hechos sin sentir una desmedida aprensión. 
   Llegamos con Caro, Marcelo, Horacio, mi primo y su novia al Glasgow. Pablito estaba super feliz de vernos, había comprado 5 barriles de cerveza artesanal para sus invitados y al rededor de una docena de sus amigos ya estaban ahí. El ambiente de pretensión cheta no nos venía del todo bien, así que hicimos rancho aparte y colonizamos la puerta. Alguien hizo una vaca para comprar pizza y al rato cayeron varias muzzarellas que comimos con alegría entre charlas fraternales, cerveza helada y varios cogollos de una potencia desmesurada. Cerca de la 1 de la madrugada estábamos todos bastante alegres y a decir verdad, las sensaciones de la noche anterior en la experimental todavía volcaban en nuestro flujo sanguíneo, su hormona de la felicidad. Mi primo se paró y saludó. Ahí comenzó el desastre para mí, en lugar de irme con él a dormir, una oscura fuerza se interpuso en mi capacidad de razonamiento y decidí quedarme a sabiendas que la casa de mi primo era el único lugar donde podría pasar la noche a cubierto. Pero no. Me quedé y a los quince minutos cruzamos al boliche de enfrente, donde fuimos en grupo y yo bailé y todos bailaban y Pablo seguía invitando cerveza para todos, inclusive hasta yo pagué un par. A las 2 de la mañana yo ya no sabía que hacer, así que salí a la puerta a fumar un cigarro. Al salir mi celular hizo enlace con el wifi del Glasgow y cayeron tres mensajes de V. Recién llego del Andorra, anda a saber en que antro andas.
 Al escribir esto mi cuerpo convulsiona, se estremece y se acerca nuevamente al mismo colapso. Me subí a un taxi y en menos de 5 minutos me transporte por las 12 cuadrados que había entre el boliche y la casa de V. Bajé y toqué timbre. Se asomó a la ventana y se rehusó a abrirme, mi mundo entero cayó finalmente a pedazos, le supliqué, le rogué, perdí la compostura y mi estómago empezó a dar vueltas como una centrifuga. No podía concebir que V fuese así de insensible ante mi urgencia por su abrazo.
Tal vez deba esperar otro poco antes de seguir la narración ya que el proceso de revivir ese episodio vuelve a abrir flores de ominoso dolor en mi vientre y siento tristeza y rabia y una soledad tan devastadora que me impide escribir con normalidad. 
   Pasaron tal vez unas dos horas y seguía siendo incapaz de escribir no sólo los sórdidos sucesos sino los aún más sórdidos sentimiento que se apoderaron de mí en aquella noche fatídica y a su vez de un contenido didáctico pragmático tan trascendente que puedo decir sin dudar que después de ella, mi vida cambió rotunda y permanentemente. 
Cerró la ventana y desapareció en la oscuridad de su living, ahí donde las más bellas emociones del corazón florecieron, en ese living en cuya moqueta descubrí una nueva e inconcebible manera de hacer el amor, de besar y de ser abrazado como nunca. Ese lugar ahora era una negación abismal, una clausura, un derrumbe imposible que se llevaba de mi las últimas fuerzas.
Partí, hecho jirones. Me fui a un prostíbulo y me pedí una cerveza que tome sentado y sumido en la más densa de las oscuridades, decir que era un demonio abstracto entre el humo y las putas, sería quedarme corto y ahondar eb aquel cuadro sería describir un panorama dónde el morbo y la demencia imperaban sobre cualquier otra cosa. No se cuanto tiempo permanecí allí, enclavado en la total carencia de luminosidad, sintiendo una profunda repugnancia por mí y por el mundo, con la vista fija como una gárgola ancestral y un temblor que de a poco me iría ganando y que no me abandonaría hasta muy entrada la tarde. 
   Cuando salí estaba amaneciendo. Recorrí las calles presa de un odio sin precedentes, víctima del yugo perverso de mi propio y desatado afán de autodestrucción. Fui a una plaza y me senté, veía pasar los primeros ómnibus del sábado con la idea de tirarme abajo de uno de ellos y acabar así de una vez por todas con toda esta mierda infumable que yo mismo había propiciado. Quería dejar de estar, un paso, un salto hacia adelante y todo estaría terminado. La idea del suicidio fue en ese instante más fuerte que mi pasión por la vida. Un paso y sería historia, dejaría de padecerme, de tolerar, de sufrir.
Puedo decir que estaba poseído por el abatimiento, ido de mis facultades más primarias y sólo. Mortalmente solo en este maravilloso desierto que había convertido en un valle de lágrimas sin más ayuda que la de mi propia negligencia, mi depresión y mi insidioso y recóndito odio por mi mismo. Solo un salto y chau dolor, chau agonía, un último suspiro de resignación y entrega al fracaso. Miraba pasar los ómnibus.... 
Me incorporé, no, no iba a dar e brazo a torcer, no iba a dejar de existir, sin embargo antes de que culminara tenía tiempo de hacer una camada más. Volví aceleradamente al balcón de V y volví a tocar timbre, en el acto me llegó un mensaje de ella pidiéndome que me fuera, que iba a llamar a la policía, que la iban a echar del edificio y yo que sin palabras quería decirle que había decidido otra vez vivir, pero no podía, solo llorar en el desconsuelo de su negativa inflexible. Me estaba dando la frente contra una pared de incomprensión total. Se me ocurrió que estaría con otro... Esa sola idea me bastó para irme de nuevo. Esta vez entre el trino de las aves de alba,  entre la primer luz diáfana de aquel sábado. Me fui llorando de rabia, de frustración, de un inmenso dolor que me arrancaba las células de raíz una a una y multiplicando por mil a los nefastos fantasmas de clamaban mi sangre. 
    De nada sirve ya intentar explicar la horda de salvajes demonios que se debatían los retazo de mi espíritu los minutos posteriores. 
    Siguiente sinapsis en la puerta de la casa de mi primo, 08:15, ya habían pasado más de 25 horas desde que me había levantado. Miré por la ventana y todos adentro dormían. Supuse que no demorarían mucho en levantarse asi que me senté en el umbral de la puerta a esperar con la conciencia adormecida por el dolor. Lloré de nuevo y fui incapaz de hallar consuelo en la tierra o el cielo que me rescatara de aquella mala hora.
Lo próximo que recuerdo es la cara de mortal seriedad de mi primo llamándome, abro los ojos y estaba acostado en la cama del Cabeza. Levántate, lavarte la cara y salí que quiero hablar con vos, me dijo. Me senté en la cama y como una avalancha, todos los sucesos cayeron sobre mí con renovada y brutal presión. El despejado y cálido día de primavera era para mi una horrible pescadilla de un espanto casi inenarrable. 
  Salí al fondo, mi primo sentado en una silla, mate en mano, me habló sentidamente, sin yo haberle contado nada, él parecía leer en mis ojos el dolor que me carcomía. 
    Le había molestado sobremanera mi aparición inconsciente en el umbral de su casa y quería cagarme a puteadas, sin embargo cuando narré brevemente los hechos, su intención cambió por completo y pasó de una actitud severa a un profundo sentimiento de contención para conmigo, su empatía era total y sus ojos...  Me veían.
      La expresión de Manu, su novia era de honda preocupación y silencioso respeto. Ella tenía clases de salsa y mi primo la llevaría en la camioneta. Le pedí aventón y con gusto me lo dio, quería ir con mi mamá. 
    Marchamos por el sábado soleado, el aire fresco y limpio del mediodía no lograba alcanzarme y viajando en el fondo del vehículo, la integridad de mi ser tambalaeaba sin dominio. Manu se bajó y pasé adelante, quiero hablar un poco contigo, le dije, pero en realidad quería que él me hablara, necesitaba escucharlo y eso hice, el temblor de mi cuerpo se mezclaba con el llanto. La desesperación me colmaba y todo lo que él me decía me generaba una remoción emocional increíble. 
     Mientras hablábamos, aparcados en la esquina de Rondeau y Colonia, frente nuestro, en el semáforo, cruzaba mi hermano Gabriel. Mi primo le tocó bocina y al vernos se arrimó a la camioneta a saludarnos. Me vio y en el acto se percató de mi desencajado estado anímico. 
    Bajé y ne ofreció su compañía, regaño providencial que acepté enormemente agradecido. Era evidente que se aparición en ese momento en ese mismo lugar, era una señal del infinito para mí. 
    Caminamos por 18 de Julio, pero yo no podía hablar, cada vez que lo intentaba mi voz se quebraba y el llanto afloraba en un ruin torrente que era imposible contener. Gabriel me habló repitiendo casi textualmente las palabras que me había dicho mi primo momentos antes. 
     Entre tantas otras cosas, en un momento su mirada penetrante se fijó en mis ojos desmoronados y me dijo: a esta mina la tenés que matar en tu mente, puf!!  No existe más, no te merece negro, no te cono ni ahi y dejame decirte algo aunque te duela, no te quiere. Enterrala en tu corazón, hermano y salí adelante que estas zarpado, sos un tipo brillante, bestialmente inteligente, mega sensible, olvidate de ella aunque sietas te morís.
    Sus palabras tuvieron en mí un efecto dramático y desgarrador, tenía razón y el poder de su energía había logrado quebrar el escudo que me impedía deshacerme del sentimiento que tenía con ella. Definitivamente en ese momento las sacudidas del temblor se hicieron más y más intensas y mi cabeza daba vueltas constantes. Estaba mareado, sentía náuseas, lloraba y sentía dentro mío un absurdo vacío.
    En eso llegamos a la plaza número 1, en Lindolfo Cuestas. Ahí nos sentamos y Gabriel comió algo mientras yo me debatía entre la consciencia y la oscuridad.
   Comí algo, sentía hambre pero mi cuerpo estaba en un estado de sumo rechazo a todo y el alimento trabajosamente bajaba por mi garganta. En un instante se hizo el silencio, fue entonces cuando el demonio batallante de mi interior dio su último coletazo. Comencé a estremecerme sin control y a hiperventilar, la náusea, la angustia y el terror me atacaron nuevamente en un tridente ominoso y esta vez con un poderío abominable. Perdí el control, temblaba en un frenesí total. La expresión de mi hermano acabó de aterrorizarme, lo vi totalmente incrédulo y también asustado. Me veía con unos ojos que jamás había visto en él, sin duda eran un espejo de mis propios ojos idos. Me ayudó a pararme y me abrazó para que pudiese caminar a su lado y con mucho amor y total diligencia me llevó hasta la emergencia del viejo hospital Maciel, a mitad de cuadro rompí en un llanto convulso que salía acompañado de grotescos gemidos, creo que ni hermano también lloraba, pero si lo hacía lo hacía en total silencio y sin más gestos que el hondo brillo opaco de sus pupilas. 
Guardo borrosos recuerdos de la secuencia siguiente y lo próximo que recuerdo con claridad y continuidad es estar en el living de la casa de mi madre, sedado y sentado en el sillón, mortalmente fatigado y adolorido, seco de llorar y temer.
   Tuve en ese instante la lucidez y el tino de escribirle a mi padre, le puse: Papá, antes que nada necesito pedirte perdón. No solo por el episodio del otro día que nunca debió haber ocurrido, sino por nunca haber podido estar a la altura y por toda la amargura que te ocasioné. Sabes que yo te amo mas allá de lo explicable. No se porqué pero en este último año he perdido casi todas las batallas contra mí y tengo problemas muy graves para manejar las frustraciones que generalmente me termino boicoteando todo y al final del día me termino odiando, rechazando, sintiendo que lo único que aporto en la vida de las personas que quiero es dolor y angustia. Hoy, en lo particular sentí que ya no tenía fuerzas para seguir luchando y que me hubiese gustado dejar de estar para no seguir generando mierda a mi alrededor. Pasé la noche en la calle y me sentí muy solo y lo que es peor, totalmente culpable. Tuve un colapso nervioso muy fuerte y me quebré psicológicamente mal. Apenas me repuse un poco lo primero que quise hacer fue escribirte. Porque es demasiado corto el tiempo que tenemos para perder un solo minuto más en rencores, juicios, ira, peleas y oscuridad. Te quiero mucho.
Después de escribir esto, más allá de su conmovedora respuesta, sentí que el proceso de recuperación de mi ser daba su tímido primer paso. 
   Estaba muy somnoliento, mi mamá me hizo acostar y dormí cerca de 17 horas corridas. Al despertar, el domingo de pasta y tuco con ella, en la mesa con mis hermanas y el marido de mi madre, fue otro puntal fundamental para que el lunes saliera a batallar nuevamente, esta vez más sólido y decidido que nunca. Con los ojos clavados en el horizonte y una determinación de reconstrucción total y el decreto propio de dejar de lado todo aquello que me restará o que no sumara en mi crecimiento y enriquecimiento. 

lunes, octubre 24, 2016

LXII

Llegué con mi primo a La Isla, el Pela venía con nosotros en la camioneta. Recién había empezado a llover. En la puerta de la cantina tocaba la batería de la Gran Muñeca, ensayaban bajo el toldo. Nos saludamos. Fuimos adentro y me compré una grapa. Raúl, el cantinero me la sirvió y le pregunté si en una de esas no tenía algo para el dolor de cabeza. No dijo nada, era un hombre bastante seco, pero evidentemente tenía un gran corazón. Vino con un blister de analgésicos y me dijo que me clavara dos. Eso hice, a los quince minutos estaba un poco mejor.
   Al ratito salieron los murguistas a hacer su descanso del ensayo. Fuimos saludando a todos y ellos se veían alegres de que por más frío y lluvia, nosotros los hinchas estuviésemos ahí. Fumamos una flor con ellos. El Toro, su director se aproximó por detrás mío y saludó a mi primo, que era a su vez alumno suyo. Yo estaba de capucha y no me reconoció. Qué pasó?  Le dije. A mi no me saludas? Qué soy, invisible?. Uy no te ví, perdoname, con la capucha y afeitado no te reconocí. Qué mal, Toro, dije con una falsa mueca de decepción, pensé que eras diferente. Pasa que no saludo a la gente que no conozco, me dijo y acto seguido se aproximó a dos chicas que estaban ahí en la puerta. Hola, como están? Soy Andrés dijo, gracias por venir y me miró con aire socarrón. A los dos minutos volvió y se quedó hablando un rato con nosotros. 
   Recién vinimos de ensayo abierto en la experimental, dijo mi primo. Como les fue preguntó el Toro, les rindió algo? Este, respondió mi primo, señalandome con la pera. Ah mirá, cantando? Si, cantando también, pero la hizo de goma cupleteando. 
    Tenía razón. La instancia de un ensayo abierto de hora y cuarto en la escuela experimental de Malvín, estaba prevista en el reglamento del encuentro Murga Joven, allí varios monitores darían sus devoluciones técnicas y artísticas a las murgas participantes y ese jueves 20 de octubre La Ternera tenía segunda hora para la actividad, 20:15.
   Mi día comenzó muy temprano en la casa de mi hermano Gabriel. De ahí partí rumbo a ciudad vieja a realizar un trabajo que llevaba ya algunos días. Se trataba de un enorme establecimiento reciclado pero muy sucio en todo sentido. Trabajamos arduamente. Ese día se me consumió en dos tareas básicamente, la primera fue desmanchar una inmensa pared revestida de alargadas piedras lajas rectangulares que los pintores habían dejado totalmente salpicada de enduido y pintura. La segunda fue limpiar unas luminarias de aluminio todas marcadas con dedos. La tarea me costó tal vez dos horas de trabajar estirado con el brazo en alto y la vista fija en los tubos de luz. Cuando llegaba la hora de salir mi cabeza se partía de dolor y el mal humor que esto ocasionaba me alteraba sobremanera. 
   La idea era salir a las 19:00 y tomar un bus a Malvín, llegando allí con 20 minutos de aire antes de la hora pactada para la actividad. Pero eran 19:30 y me restaba cambiarme la ropa de trabajo y hacer cambio de 1000 pesos.
    19:50 me cae un mensaje del Cabeza preguntando la causa de mi demora. Yo estaba parado a la puerta de la ciudadela y mi única opción era tomar un taxi. Eso hice y el vehículo,  gambeteaba por la avenida Rivera y el contador de fichas me escupía en la cara el presagio de in importe descabellado. 
    Bajé del taxi en la calle Michigan y corrí a la entrada de la escuela. En la puerta había otros dos monitores a quienes saludé y me preguntaron si era de Se Mamó. Les dije que sí y uno de ellos sacó su celular y me mostró la hora. 20:15. Corrí escaleras arriba y al entrar al teatro la murga estaba ya parada en el friso y el director, mi primo, daba indicaciones de último momento. El micrófono de la punta izquierda me aguardaba bajo un ray de luz blanca. Lancé la mochila sobre un asiento de primera fila y apenas pude saludar brevemente a mis compañeros de cuerda antes que el director diera la cuenta antes de la clarinada. El sonido era muy bueno. Y la murga se notaba ensayada y tranquila. Todos disfrtuamos ampliamente. Me tocó pasar al frente a hacer mi monólogo y para mí total sorpresa las 50 o 60 personas que asistieron disfrutaban, festejaban y se reían de mi ejecución, francamente me llenaba de alegría y felicidad y más me solté y la retroalimentación con el público se intensificó todavía más. 
    La retirada se dio de forma un tanto trancada pero rindió y contábamos con la tranquilidad de saber que aún nos quedaba una segunda pasada tras la devolución de los monitores. 
   Los aplausos sonaron sinceros y cálidos, llenando el auditorio en un ritmo que sabía definitivamente a una pequeña victoria sobre la muerte y el olvido. 
   El Toto, letrista del Queso Magro y el hijo del Flaco Castro,  histórico segundo de la Falta y actual cantante de Pantrar en Calor se subieron a escenario para darnos devolución, detrás de ellos subió también el Mago y palmeandome la espalda tomó asiento detrás mío a la voz de bien Nando, bien ahí.
    Se sentía en la ronda de mis compañeros, una curiosa ansiedad que cernía silencio y rigor en nuestra caras a la espera de lo que tenían para decirnos. El primero en hablar fue el Toto, nos dijo: está buenísimo el espectáculo, muy muy buenas las letras, ingeniosas, creativas muy rendidoras. La parte de los monólogos muy buena, nos matamos de la risa, con un mensaje muy interesante además, re bien ejecutado, los felicito. La señorita ahí (señalando a mariana) canta muy bien, muy bien, se puede dedicar a eso perfectamente. El cuplé de los valores, tremendo. Y otra cosa que está bien lograda es la fusión que hacen entre el estilo más moderno de la murga y el de la murga de antes, la murga de siempre, eso es una pegada, porque combinan elementos típicos de un estilo bien moderno con frases y poéticas más tradicionales, pero fusionan de una manera re natural que la da un sello de identidad bastante particular y que está bárbaro. Después hay cosas para corregir pero muy pocas, puesta en escena es una, se la tienen que creer más, decae un poco las salidas de escena. Aguanten más el personaje, arriba del escenario creansela en serio, porque así la gente también lo cree. Es re importante eso. Después la batería tocó por momentos un poco fuerte demás y quedaba demasiado presente, la musicalidad de la murga estuvo sensacional, el director ahí tiene que practicar un poco más los pasajes entre canciones porque son muchas y con permanentes cambios. Tienen muy buenos solistas, tremendos. En alguna parte el coro no llega a acompañar del todo, pero buen rendimiento igual. Nos encantó, estuvimos todo el tiempo pendientes de que iba a venir después y así, los felicito y sigan laborando.
    El hijo del flaco, Felipe, después de eso nos dijo: complementando un poco lo que decía el Toto acá,  los quiero felicitar porque está muy bien el espectáculo, las partes cómicas hacen reír mucho, están muy bien ejecutadas, se la tienen que creer más, la primera música de la retirada, con la canción de Nestor es un gol, me encanta esa canción y los muchachos se complementan muy bien en el dúo, emociona, tiene varios pasajes, cambia de colores, de climas, de texturas el coro tiene que estar más atento a los cambios e interpretarlos más marcados, es importante eso porque sino puede perderse la energía entre una música y la otra. La parte de los maniquíes hay que pulirla bien porque tiene potencial en pila y esta buenísimo como cambia el final del cuplé a un tono acusador, de denuncia que es bien interesante y funciona pila. Fuera de eso como decía el Toto tienen que creerse más todo, creanlo, vivan de verdad lo que cantan porque de por sí transmiten mucho y tienen que explotar más esa fortaleza porque se van a sentir mejor y van a comunicar mejor los textos que están bárbaros, los felicito y a seguir trabajando.
     Se bajaron del escenario y nosotros nos quedamos, vibrantes y llenos de bríos al escuchar tan alentadoras devoluciones venir de referentes de relevancia de la murga actual. Varios compañeros con amplias sonrisas me felicitaron antes de ocupar de nuevo el friso y arrancar la segunda pasada de ensayo. 
     Arranca la clarinada pero esta vez mucho más relajada y afianzada que la primera vez. Mi sólo lo gocé de verdad y lo ejecuté correcta y emocionadamente, nuestra actitud escénica creció un montón y la murga estaba suelta y bastante precisa ahora y la gente no demoró en responder de un modo infinitamente más cálido. Un hombre adulto de unos 60 años y muy calvo, sentado en tercer fila festejaba todo y tenía un gesto grandilocuente para todos los remates y pasajes poéticos. Al fondo los dos monitores parecían estar disfrutando de verdad de la actuación a pesar de acabar de verla.
    Me volvió a tocar hacer los enganches cómicos y esta vez no hubo sitio para la timidez y me lancé a pleno sobre un público que más que la primera vez se arremolinaba en sendas carcajadas y aplausos. Toto y Felipe se descotillaban de risa, mucho más que la primera vez y tras finalizar las dos partes mías, recibí aplausos que me llenaron de agradecimiento. 
   Después nos bajamos cantando y el teatro entero ovacionaba a la Ternera que cantaba con el alma. A la salida el ánimo había crecido de modo increíble y las amplias sonrisas de mis compañeros hablaban de la fe, la satisfacción y el compromiso renovado por alcanzar nuestra meta de llegar a cantar en el teatro de verano. 

miércoles, octubre 19, 2016

LXI

   Ese viernes la murga la Buchaca nos invitó a hacer nuestro ensayo

 en la cantina del Peturrepe. La Buchaca iba a dar prueba de admisión para carnaval mayor porque el año pasado no clasificaron a la liguilla y necesitaban fondos, por eso organizaban un festival en su club de ensayo en el que iban a estar Cayó la Cabra, Martín Souza y Samba en Redó entre otros. Pero antes, ensayaba la Ternera. Dos horas de micrófonos gratis y de buen sonido, amén de el precioso lugar y la comodidad, habían unas 10 personas que nos veían por primera vez, por lo tanto su devolución aunque sea gestual sería de gran importancia para el grupo.
  Llegamos con mi primo unos 75 minutos antes de la hora pactada y en su camioneta tomábamos mate con gengibre, proyectaban el ensayo, hablábamos de la familia y por supuesto fumamos sendos caños. Caro fue la primera en llegar y con ella dimos una vuelta a pie por las inmediaciones ajustando cosas de puesta en escena y hablando de su fobia a las cucarachas. 
  De a poco la murga se congregó recostada sobre la reja del Peturrepe y nos reímos y calentamos las voces y sí, volvimos a fumar. 15 minutos más tarde estábamos probando los micrófonos para hacer lo nuestro. En resumen la murga sonó bien  no obstante al cantar cosas con poco ensayo, los problemas de afinación grupal se hacían sentir. Probé los enganches que había definido con el director horas atrás, me sentí cómodo aunque un poco apurado ya que el Negro y Sol me habían hecho sentir que me demoraba mucho y que el espectáculo se caía un poco. En la segunda vuelta demostré que el texto nuevo era ágil y sintético pero me apuré un poco al ejecutarlo. Igualmente fue un detalle y cuando cantamos la retirada completa, se desprendieron dos cosas fundamentales, una la que mencioné antes de la afinación y otra que era una canción de poder. Era imposible no sentir el vibrar de los presentes y las sonrisas de gusto en sus rostros cargados de miles de carnavales. 
   Salimos del la cantina cantando la bajada y culminamos en el acorde final parados en ronda en medio del patio frontal del Peturrepe, donde varios miembros de Cayó la Cabra tuvieron la deferencia de aplaudir y saludar el final de la actuación de la Ternera. 
     Puedo decir que ahí empezó la Bacanal. Yo hacía ya un tiempo que no tomaba alcohol con tanta frecuencia y sus efectos, ante una sensible pérdida de tolerancia se presentabamantes de lo que estaba acostumbrado y la cantidad necesaria de alcohol para ponerme en modo fiesta, era a decir verdad, bastante baja. Sin importar esto, mis compañeros a quienes igual que yo la adrenalina exacerbada su actitud murguera y los vasos empezaron a salir de un modo dramático. Todos me convidaban y me alentaban a tomar, internamente me contenía bastante ya que casi nunca tenía un peso. Sin embargo a la una de la mañana yo estaba super puesto y la mezcla entre el faso, el alcohol y el cansancio divino del ensayo, desembocaba en un ánimo espectacular que derrochan algarabía y seducción. 
    En una vino un viejo de unos 67 años y se dirigió directamente a mí, en broma le dije mintiendo, que hablara con el Nico que era el dueño de murga, pero el viejo dijo no, contigo quiero hablar. Me sorprendió y lo mire fijo y con suma atención. Vos no podes tirarte a cupletear así. Estas muy apurado. Vos la memoria la tenes y el texto está bien pero no modulaste, en partes no se te entendía, cantando sos un animal, porque cantaste bárbaro y la rompiste, pero acá no tenes reloj, no te corre nadie. Vos tranquilo y jugá con la gente, cuando tengas un reloj adelante ahí apurate igual modulá más. Así comenzó en una reiteración cíclica en la que volvía sobre sus puntos una y otra vez. Apenas pude lo despedí con amabilidad y prometí, ya en serio tener en cuenta su recomendación. 
  Tomé un trago y bajo la luna casi llena que empezaba a copar el firmamento, comencé a pensar en ella. Quería que estuviese conmigo, al menos algunas veces, como esa. Su recuerdo se instaló de forma definitiva en mi madrugada y lo mismo sucedió a la noche siguiente, cuando la Ternera dio un breve espectáculo de canciones del repertorio actual y la Retirada del 58 de La Gran Muñeca, fetiche de mi primo el director, que junto a mí, éramos apasionados de la murga de los Mega.
    El sonido fue aborrecible, cualquier cosa similar a un retorno parecía ser un concepto totalmente por fuera de aquel escenario. Muy poca gente dado la temprana hora que nos tocó, en parte debido a que más tarde, en Foemya, tocaban los Ladris de la Salsa y tres de nuestros compañeros eran parte de la banda y debían partir lo antes posible del Chulo. 
     Fue una buena instancia para apreciar los arreglos que la murga tenía bien incorporados ya que al carecer de retornos, cada cual cantaría de memoria lo que tuviese aprendido. Fue una buena actuación. Había 2x1 de cerveza y nuevamente el ala alcohólica de la Ternera se ponía al hombro el cuadro y ahora salían cargados de vasos. Mati, Marcelo y la Maga tenían un ánimo de fiesta que se les salía de la vaina, en un momento había más vasos que gente en nuestra ronda y vatios andaban con dos vasos a la vez. Pienso en ella. La respiro, la siento como una cortina de lluvia paseando en silencio por mis venas.
     Siguiente sinapsis tiene lugar al ir llegando a Foemya después del Chulo. Hablamos en la puerta con Marcelo acerca de las dos anteriores noches en que pasamos por el club de la calle Amezaga, la primera de ellas fue el debut escénico de la nueva Ternera dónde debutaron 4 o 5 de nuestros compañeros y en la cual posteriormente nos fuimos cantando hasta el club Colombes la noche que tan triste y lleno de desasosiego dormí con B en a casa de Colón, las segunda fue aquella noche que la grilla sufrió un retraso de tres horas y yo fui acompañado por V. La tercer noche debería casi obligada, traer sucesos extraordinarios aparejados. 
   Circular laberinto que lleva a personas a subirse a las rejas. Vasos de plástico, tantos de ellos. Llegamos a la calle Agraciada con Maru, el Cabe, Marcelo y Mati. La alegría era imperante en medio de la 1 de la madrugada. Ingreso a Foemya y una hermosa pelirroja tocaba la guitarra y cantaba recibiendo a los invitados. Adentro el club explotaba y en un taxi cayeron la Maga, Sol, Horacio y las amigas de la Maga.
   Los baños y los fumadores bajo la lupa dan explicaciones al pedo y tal. Caracol cimarrón debajo del cinturón le da la espalda al murallón, de nuevo un balde de agónica distancia. Nosotros dos, anti héroes de épocas de gloria y dinastías derrocadas tras una marcha de tanques sin palabras, en medio de un amanecer cualquiera. 
     En el escenario tocaba un conjunto de percusión formado por unos 8 componentes que ejecutaban ritmos en extremo bailables con distintas piezas de percusión. Herencia afro entreverada con tendencia y pasajes de ritmos similares a lo que se conoce como electrónica, todo tocado con tremendo sabor y sompatia. 
   Guerra perpetua la de tu yo y mi vos. Trincheras de mariposa y desiertos entre esto y aquello, mi amor, por favor no lo hagas, por amor. 
    Serían unas cien almas las que bailaban con grandes sonrisas en las caras algo borroneadas por el porro y el alcohol. Labios alas de aviones, tu lengua, inmortal entidad detrás de esos dientes de fascinante hermosura. 
   No se a causa de que, pero los gurises seguian tomando alcohol de un modo frenético. Ah sí, cerveza y fernet 2x1 también en foemya, por eso fue que el Mati venía cada 3 minutos con dos vasos hasta la boca. Marce padecía una sintomatología similar y la Maga igual, en un momento la cantidad de vasos superaba a la de gente que conformaba nuestra comitiva y alguno volvía a andar con dos en la mano. La gente era tan linda que hasta la gente fea era linda en la claridad del fondo de la sede sindical. Dos tubos de luz situados sobre la puerta que daba a los baños, causaban un exceso de luminosidad que no colaboraba con la generación de un clima del todo apropiado para la bella música que sonaba, sin embargo la gente bailaba y yo estaba en medio de mi batalla contra su caballo de sombra, su silenciosa lejanía se disolvía en el fondo de mi pecho. Estaba bien. Permanecí sonriente y bailando mientras en las últimas grietas de mi apaleado corazón, ella silbaba armonías de un pasado reciente que se quedó con todos mis deseos. 
  Los Ladris subieron a tocar y en la gorra con los colores de Colombia que usaba el guitarrista, se iban mis suspiros de náufrago en su aroma, en el son de la salsa y el merengue que tocaban estaba el virus de sus dos ojos.
 Una profunda incomprensión se manifestaba con sigilo detrás de las líneas de bajo que tocaba el Masi, en un trance total. Yo la buscaba, queriendo permanecer a salvo de la inclemencia de la luna, que en la madrugada negra y peluda de av. Agraciada que era cómo una puñalada. 
    Mi primo y el Cabeza organizaban un cordero para el domingo a mediodía, así que a a las tres y poco partimos rumbo a la casa de los gurises. Me la llevé a las profundidades del sueño y desperté con ella por todos lados. Tenía una resaca importante a eso de las 9:30 cuando comenzó para nosotros el domingo, tercer día consecutivo en el que la murga se hacía de nuestras energías y esfuerzos. 
   Al rato cayó nuestro amigo el Pela que junto a mí primo y a mí, pusimos manos a la obra con el asunto del cordero. Cerca del fuego, su nombre abría cortes en mis pulmones y su mano era una flecha negra que cruzaba el cielo con las palomas, las golondrinas y los churrinches.
   El dia era estupendo y el sol le causó a mi primo, una bella quemadura en sus hombros. Sudamos todo el mal de la noche anterior en la tarea culinaria. El Pela se había dejado la barba, ahora sudoroso y con la remera atada en la cabeza parecía una especie de pirata del cordero.
   Mi cabeza iba a explotar, sentía una presión en el ojo que me incomodaba sobremanera, el anfitrión nos ofreció un trago y el Pela y yo nos servimos un generoso farol de un 12 años que mi primo jamás bebía, ya que era más bien un hombre de vinos. La resaca se desvaneció en seguida y en su lugar quedó un retoque casi digno del pedo de la noche anterior. A las 14:30 comimos el sabroso cordero y éramos unas 9 o 10 personas entre amigos y sus parejas. Los cogollos eran armados y fumados de forma ininterrumpida y para las 16:00 el fantasma de la siesta acechaba con fuerza bajo un sol picante que empezaba a ladearse hacía el poniente. 
    Restaba aún el ensayo abierto en el Millán y Raffo. Me di una ducha reparadora y con chancletas y bermudas le salimos en barra.
    La Ternera llegó casi toda junta con 20 minutos de aire antes de la hora pactada para el uso de el equipo. Nos congregamos por la calle Pondal frente al club de Háganse Cargo. Masi llevó una bolsa grande llena de frutas, comí unas 5 o 6 mandarinas antes de ingresar al predio. 
    Adentro, cantaba Pelala que va al Pan, la murga de mujeres en la que cantaba mi amiga Vanessa y cuando el Mago salió a llamarnos, me crucé con ella y nos saludamos con un abrazo.
   No teníamos batería, hecho que propiciaba en mi primo, el director, un importante malestar. Fue compleja y poco grata la tarea de ensayar dos horas a capella y en el desgaste ocasionado por la incomodidad, la resaca y la repeticion, el grupo mostraba su faceta más jodida: la convivencia. Estábamos bastante irritables y cada error repercutía en nuestro ánimo acompañado con sordas recriminaciones que acusaban en todas las direcciones. Las miradas iban y venían furtivas, el sonido era bueno, pero cantábamos frente a la larga pared lateral de una casona ubicada en el frente del predio, esto generaba un retiro de unos 20 metros entre los equipos y el paredón, desde el cual el sonido volvía a nosotros en un asesino rebote que trataba de desconcentrar a la murga y muchas veces lo lograba. 
   A nuestras espaldas los fondos del edificio de Casa de Galicia. Marce comentó que en ese momento había gente naciendo y escuchando la Ternera, muriendo y escuchando la Ternera o saliendo del CTI escuchando la Ternera. La idea me inquietó y permaneció en mi mente un buen rato.
    La jugada con el Mati se había vuelto algo áspera. No estábamos en el mejor momento de nuestro relacionamiento, me hizo dos anotaciones en un tono que no me agradó del todo, menos cuando él mismo no estaba en su punto de mayor afinación y cada vez que él le erraba, yo lo sentía en el tuétano, sufriendo aún más as veces que yo mismo fallaba.
    Sin embargo, el recuerdo de una piel me deslindaba de aquel ácido momento de inquietud, yo flotaba internamente en el satinado de sus labios y el escenario era sólo un soplo fugaz en el que la flor de mi sentir se abría ante el solo recuerdo de su compañía. Una cosa de locos. Cayó la noche en Sayago. Nos quedamos a escuchar el ensayo de Háganse Cargo y de nuevo la murga era una maravilla. Iban a dar prueba de admisión y se ganaron en la Ternera, un grupo de hinchas. Volvíamos entonces a la camioneta de mi primo. Él se iba a pasar su lunes libre a playa verde con su novia, el Cabe y otros amigos mientras que yo, pasaría la noche en su casa y al día siguiente me dedicaría con gran suceso a la recuperación de su descuidado pero realmente amplio patio trasero.
     En la puerta del club, con la noche nueva que se descolgaba fresca y primaveral sobre nosotros, otra vez descubrí la inmensa luna llena, amarilla y en todo su esplendor, remontaba el cielo de octubre rumbo a la madrugada. Yo seguía latiendo en la sinfonía de su ausencia, imaginando su cuerpo junto al mío y su cabeza, dormida en la inusitada calma de mi pecho. 

martes, octubre 18, 2016

LX

  Tosí, remangué mocos e intenté rascar con la lengua el fondo de mi garganta. No pude. La alergia estaba causando estragos y en la noche del jueves, la luna estaba a punto de llenarse a mitad de un cielo recién despejado. Ladraban los perros de la vereda en discordante multitud. Era casi media noche. Hable con mi primo, esa misma tarde lo llamé y acordamos que me quedaba esa noche en su casa. A la mañana siguiente, cuando él saliese a trabajar en su reparto, yo efectuaría una limpieza a fondo del hogar, no como pago sino más bien en forma de ayuda mutua. Yo sabía limpiar, ya que trabajé varios años en el rubro luego de perder mi trabajo de redactor para sitios webs europeos a causa de la crisis financiera en España del 2008. Mi hermano Gabriel me había metido en su pequeño y reciénte emprendimiento de limpieza para locales del shopping. Estaba bien. Permanecí casi tres años en ese mismo puesto hasta que finalmente logré una magra promoción a cadete. El ser cadete me implicaba altísimos riesgos, como cuando hacía las cobranzas que cargaba en mi billetera el líquido total de la empresa, inclusive llegué hasta a viajar en ómnibus con todo ese dinero que en buena parte eran los salarios de mis compañeros. O perseguir a clientes o recolectar todas las facturas de los servicios y luego organizarlas y otras tareas menos agraciadas, sin embargo la paga era más bien poca y poco tiempo después, cuando falleció mi abuelo materno, cambié de rubro hacía mejores condiciones desempeñandome como ayudante pintor de obras en algo parecido a mansiones, es decir, barrios exclusivos en los que se hallaban las residencias de la nueva aristocracia uruguaya.
   Tras pasar cinco meses de arduo y agotador trabajo físico de 8 a 17,  ne gané mi lugar dentro de la empresa y en menos de un año me habían ascendido a oficial pintor, también con un ajuste salarial bastante favorable, no generaba aportes jubilatorios ni tenía cobertura médica de ningún tipo, pero ganaba en promedio bastante más que el resto de mis amigos. Apenas dos años atrás del tiempo en el que escribo estos relatos, viviendo con L, cobraba cerca de 900 dólares  y L, que se había abierto paso con admirable fiereza en la empresa de transporte de combustible de su padre ya jubilado, pasó de ganar unos 400 dólares a casi 2000, en tres años de intenso y estresante trabajo. Ahora no. Ahora estaba quebrado, desbaratado y disuelto en la franja de transparencia de la sociedad. Afortunadamente había logrado trazar, de nuevo en base a impensables apremios, una ruta para emerger de una vez, de toda aquella demencia de flotación irregular. De tardes desiertas en la ansiedad de no saber donde mierda iba a dormir esa misma noche. 
   Recurrí a todas las fuentes posibles mientras aguardaba al primero de mes a que se efectuara la contratación que un pariente mío, cuya identidad relataré en siguientes capítulos, me había facilitado. La oferta era tentadora, sin embargo nunca la hubiese considerado en cualquier otro punto de mi vida, solo durante aquella ciénaga de espantos dónde florecientes lirios de pescado abrumaban la noche, podía yo haber apostado fichas en tal dirección, no obstante la operación para aplicar a ese puesto de oficinista mal pagado, requirió innumerables esfuerzos y pequeñas batallas diarias, en las que por supuesto no siempre me alzaba con la victoria. 
   En enero, para adicionar innecesario condimento a mi pasión, perdí la billetera en las Duranas viendo murga Joven en un festival de Cayó la Cabra, una noche a mitades de enero y  antes de ir a casa de V. Con la billetera perdí también todo registro de mi existencia, de modo que para recuperar mis escasos pero necesarios y tan caros documentos, en épocas de ingreso rayano al cero, tuve que apelar a toda la poca disciplina y voluntad que poseía.
   La alergia me tenía al borde de la derrota. Volvían a ladrar los perros de la medianoche. Susurro de cristal metidos en el medio de un rugido de motor pasando por la calle donde me robaron mi iPhone. 
   El miercoles fue 12 y desde el principio mismo del día tuve la certeza que vería a V. La cosa venía realmente chiquita entonces, casi imperceptible. Mes a mes, si era geográficamente posible, intentaba verla los días 12 ya que el 12 de diciembre fue la primera vez que estuvimos físicamente juntos. El recuerdo de esa noche aún me conmueve profunda y visceralmente haciéndome amarla igual que entonces, desearle solo el bien pero saber sin sombra de dudas que sería una persona por siempre clave en mi vida, que de forma totalmente irregular estaría a mi lado aunque sea en la distancia o aún peor, más estaría a mi lado cuando más distancia nos uniera. Esa noche fuimos testigos de la magia de elegir sin elegir, de conocer sin conocer, de reconocer lo desconocido y la lluvia del final de la primavera nos rodeó hasta el amanecer y nos miramos de esa forma única y nos abrazamos como nunca nadie antes se había abrazado jamás, como solamente nosotros sabemos hacerlo. Escuchamos la Trasnochada, Cayó la Cabra y Los Patos Cabreros del 15. Ahora estábamos casi al llegar a la misma época del año y ese miércoles 12 yo me levanté convencido que iba a disfrutar del desmedido placer de su abrazo. Tan convencido estaba que en ningún momento del día me figuré que tal cosa no sucedería, sin embargo lo primero que hice fue consultar con mi hermano Gabriel si podía pasar la noche en su casa y este me había dicho que si. Mis dos hermanos mayores de la vida. Leonardo y Gabriel vivían en apartamentos contiguos en un mismo pasillo detrás de una parada de ómnibus en la calle Grecia, Cerro de Montevideo. Horrorizados, alarmados y algo enojados conmigo por mi falta de manejo del último tiempo, tenían sus reservas a la hora de invitarme a dormir a sus casas. Esto me alertaba al extremo de lo mierda de mi situación ya que en toda mi vida ellos siempre se mostraban felices de recibirme cuantas noches fuera y yo de recibirlos a ellos del mismo modo. Ahora no, ahora veía en los ojos de mis hermanos el dolor, el miedo y la severidad que me ubicaban en la gravedad de mi estado crítico.  
   A las 15 horas me encuentro con Gabriel y Andy frente a una antigua mercería cerrada en la calle Sarandi. Me hallaba particularmente de mal humor cuando bajé ya que mientras tomaba un café con mi madre, después de mediodía recibí respuesta de V. Respuesta negativa. Primero dijo que no podía y al rato aclaró que no quería contacto y que estaba cansada y quería dormir. No quería verme, otra vez. Sufrí un revés de profunda angustia, quería verla y los días desde la última vez. Qué eran 8 o 9, me parecían cientos. 
   Estábamos en la plaza de deportes 1 en Lindolfo Cuestas. Gaby armó un paraguayo que le pegó a la boca de la morena a pocas cuadras de ahí. Mi ánimo se derrumbó entonces, la tarde apretada por tantas oscuridades acababa de derrumbarse sobre mis hombros y la expresión de mi rostro se volvió rígida y mis labios se contraían en muecas de constante fastidio, todo producto de una tristeza y un abatimiento que jamás debí dejar que me tomar de aquel modo que parecía definitivo. 
   Le protesté a V por messenger y desde luego ella se mostraba cada vez más inflexible y distante, sin embargo respondía de manera casi inmediata a mis pocos mensajes de frustración. 
   En eso cae un jovencito a la plaza con una pelota color amarillo fluorescente, el sonido de su calzado impactando el inflado cuero inquietó a mis amigos y ambos parecían hipnotizados con el rodar del objeto por sobre el irregular terreno de hierbas. Yo quedé absorto en un mundo de llamaradas y nevadas negras
. Quedé ido. Volví a levantar la vista del teléfono y mis amigos jugában ya con el pibe, Gabriel me incita a hacer un 2 contra 2. Me paro y arranco a jugar con él contra Andy y el flaco. No pude disfrutar de hacer 3 o 4 goles de Cabeza y no siquiera me percatase de lo fino que estaba, no obstante tampoco podía al jugar, centrarme en el nuevo desaire de mi amada. Hacia bastante calor y me saqué la remera. Jugamos unos 40 minutos hasta que el jovencito se tuvo que ir, ahí nosotros tomamos asiento. El andy se veía inquieto por el rigor sombrío de mi expresión, Gabriel simulaba ignorarme pero no hacía bromas ni hablaba demasiado. Caminamos, creo que estuve varios minutos sin emitir palabra alguna en la calurosa tarde que se había nublado cuando V se rehusó a vernos. Fuimos a dar a la rambla junto a la chimenea que está frente al final de la calle Piedras. Donde el río de la plata se mostraba verdoso y en la marea a media asta, flotaban cerca varios pesqueros chicos rodeados de gaviotas y otras aves. 
   Varias veces me debatí entre la ofuscación y la enorme alegría de estar vivo en aquella tarde maravillosa, junto al verde y ondulado baile del Río de la Plata. Cada algunos minutos intercambiaba mensajes con V, le pregunté a qué se refería cuando decía quereme. Ella, hábil declarante, utilizaba la más sutiles recursos para responder con algo tangencial y desestimulante. 
   En los intervalos intervenía de forma lejana en la conversación de mis dos amigos. No hallé consuelo ni en sus risas ni en sus divertidos divagues ni en sus reflexiones interesantes. La belleza del río me era indistinta, el plomizo cielo de insondable dimensión se me antojaba tan solo un cartón pintado y sentía la viva urgencia de su calor como un mandato astral que me llevaba al límite. 
   Gabriel se tenía que ir. Nos paramos y recién entonces pude contener la amarga decepción de su negativa. Me desolaba el simple hecho de no acostumbrarme a no verla. Subimos por la calle Zabala hasta Reconquista. Pasó un 124 a Santa Catalina y mi hermano se fue en él, por la noche iba la novia a dormir a su casa.
  Andy y yo caminamos hasta la plaza Matriz. Me abstuve de entregarme al desahogo al caminar mano a mano con mi amigo, nos sentamos en el banco más cercano a la entrada de la Catedral Metropolitana y desde ahí ocurrió el ocaso en medio de triviales conversaciones y algún lapso de silencio. 
   Mi amigo se fue, yo mire el reloj en mi teléfono y me entregué de lleno a la toma de una intrincada decisión. V tenía terapia en un edificio frente a Plaza Independencia y por asutuca se negó a decirme el horario de la misma. Una sencilla cadena deductiva se soltó en mi mente. Una vez, tal vez a principios de febrero V dijo que si quería verla podía hacerlo ese día, que siempre tomaba un café antes de entrar y que si yo estaba cerca pasará para darnos un beso. Cuando volvía rumbo a ciudad vieja, recordaba que el sol se ponía ya muy cerca a la escollera Sarandí, de modo que supuse que serían 19:30 cuando entró y que por lo general  esas sesiones duran unos 40 minutos. Estimé entonces que 20:10 V estaría Cruzando la plaza Independencia para tomar 18 de Julio rumbo a donde que fuera. 
    Plaza Matriz 19:40, Andy se fue y yo moví uno tras otro mis pies para empezar a caminar, sin embargo detrás de mi lento andar se desarrollaba un dilema que me dominaba. Sería menester interceptarla a la salida de la sesión para poder decirle tres o cuatro sentencias que me incineraban por dentro. La decisión estaba casi tomada, pero comprendía lo intrusión de mi accionar y podía prever con total claridae que V no se lo iba a tomar con calma. En absoluto. 
     Tras dar dos vueltas a la plaza decidí que iba a verla, mejor dicho decidí hacer caso omiso a la parte racional del mi cerebro, que me decía que era una locura interceptarla a la salida de la psicóloga. Me separaban aún, algunos minutos de la hora que yo calculaba que V iba a salir. Di una vuelta cantando, cuándo no, la canción final y retirada de la Trasnochada del 15. Ahí venía V. Se detuvo a prender un cigarro y apoyo su pequeño vaso descartable para hacerlo. La vi desde unos 35 metros justo cuando comenzaba la última canción de la retirada, esa canción también mágica que tanta vinculación tuvo con nuestra no-relación. 
  Me dirigí a su encuentro. Inmediatamente percibí su gran molestia. Muchas veces presentimos encontrarnos en esa misma circunstancia, sin  embargo solo después de 10 meses de no-relación, ocurría. No. No fue una buena idea pero fue la única. La única cuya concreción, de hecho, fue viable. Ahí estábamos, ella me puteaba y se la veía molesta de verdad. Nunca se opuso a que caminaramos juntos por 18 y las 7 cuadras que recorrimos comenzaron con alta tensión que tuvo su pico máximo al principio y por suerte fue decayendo conforme pasaban los metros de aquel paseo. 
    Tal era su malestar conmigo que de hecho llegó a decirme que no quería volver a verme y lo dijo varias veces, siempre desde el enfado y avalada por un supuesto motivo que ella enunciada simplemente con un "porque no". 
  Le dije que no le creía que me decía eso por molestia pero que en verdad ella y yo sabíamos que eso no era así. Estaba hermosa. Intenté persuadirla que aquella no era una buena decisión pero al principio ella se negaba a escuchar. En Río Negro me detuvo un pibe en la vereda, pensé que me iba a pedir algo y mi rostro se endureció. Con todo respeto, me dijo, es un día muy pesado, toda esta humedad complica las relaciones. Mi expresión cambió de súbito, el pibe traía el agua a mi molino. Nos dijo, mirándonos a los dos que recién tuvo una fuerte discusión con su novia por una pavada y que se había ido de la casa re quemado, por eso quería sugerirnos que no nos pelearamos. Le di la mano. El loco siguió y también nosotros. 
    Pude sentir que la impronta de V cambió despues de eso, decreciendo de forma casi imperceptible la intensidad de su enojo. Sos un enfermo me dijo, te encanta hacer escenas. No, mi amor, mira la noche que hay. Yo sé que tuviste un día de mierda y que estas cansada, linda, pero con un poco de onda, este paseo puede ser un lindo momento en lugar de andar discutiendo. 
   No podes hacer siempre lo que vos querés. Te dije que no quería verte. No tenés ni idea con lo que estoy tratando en la terapia, dijo V con un aire de cansada indignación. Perdona pero vos tampoco tenes idea lo que yo estoy tratando y para peor sin terapia. No quise hacer hincapié en lo frágil y precario de mi propia situación, pero ella entendió.
   Antes de llegar a Yí, por la acera que viene desde el obelisco, hay una parada de ómnibus, allí nos sentamos y repentinamente me percaté que V me estaba prestando atención. Quería tocarla, besarla y abrazarla, pero ella no quería, así que me limité a hablarle. Le decía que no podía proceder de ese modo cada vez que se le ocurría. Que la amo. Que tantas y tantas cosas que ella sabía pero que desesperadamente precisaba escuchar. En un momento ella solo escuchaba  no intervenía. Pude ver luego de 2 minutos de encendido monólogo, que otra vez ella ya no escuchaba lo que le decía y en lugar de eso sus ojos se perdían en mí y brillaban sus pupilas con las luces de los autos y los ómnibus de 18 de Julio y mi voz era un papel de diario perdido en la corriente de sus ojos. Sus narinas aleteaban casi fuera de control. Quise besarla pero con tierno rechazo me lo impidió. Me abrazó, nos abrazamos, la abracé en la vereda y de golpe zac! La paz de su abrazo, la flotación serena del tiempo líquido. No quiso besarme. No me importó. Nos abrazamos y la noche era húmeda y pesada y ella era un continente de sucio amor desgarrado, era la reina eclipse, sol y luna en el cielo de todos mis deseos.
    Nos paramos y caminamos casi hasta la puerta del casino de la calle Yaguarón. Ahí volvimos a abrazarnos. El centro tupido de gente a esa hora pico era escenario de aquel milagro de primavera, ese abrazo sin palabras entre dos almas confundidas pero secretamente enamoradas brotaba  desde las crudas trincheras desde donde  jugábamos mortales guerrillas mentales. Prolongamos el tiempo de aquel cantó físico al cariño por un segundo mas y nos dijimos hasta luego.

jueves, octubre 13, 2016

LIX

    Fue lunes entonces. Corrieron el  feriado del 12 de octubre para generar un fin de semana largo, en el que como dije, utilicé las instalaciones de la casa de Colón solo para dormir y bañarme. Esta noche volvía me padre de Carmelo y para las 2 de la tarde yo había dejado todo igual que lo encontré e intenté tomarme un tren en la estación detrás de la plaza Colón pero los horarios por el feriado, estaban demasiado espaciados y me separaban más de dos horas del siguiente tren. Desisití y fui a la terminal a esperar un ómnibus destino Ciudad Vieja. De paso chequearía los mensajes.
    Cada paso que daba me repercutía con intenso dolor muscular. El día anterior, en la mañana siguiente al festival de las Duranas, amanecí en casa del Cabe y de mi primo. Él y su novia partían a primera hora de la mañana. Nos levantamos todos a las 8 y poco. Las horas de sueño no fueron suficientes para el Cabe y para mí pero la mañana soleada y cálida generaba un marco espléndido para el disfrute de estar vivo y despierto.
    La idea era ir con el Cabe hasta el obelisco a levantar un compañero del Cabe con quien a las 11 jugarían un partido de fútbol en un complejo deportivo por ruta 5. Yo me bajaría ahí y caminaría por 18 de Julio hasta ciudad vieja a ver a mi madre y saludar a mu hermana por el festejo de su décimo cumpleaños. Sin embargo, cuando íbamos rumbo al obelisco, la persona que el Cabe iba a levantar anunció que no podría concurrir al partido. Querés ir Nando? Si vas para el centro después, a la vuelta te llevo porque llevo a otros dos compañeros, me dijo el Cabeza. 
   El día estaba en un punto de gran belleza, los dientes de León florecidos pintaban de amarillo los terrenos vacíos que veíamos rumbo a la cancha. Al llegar, mi amigo, mientras se iba cambiando de ropa me dio una flor y me dijo que la fumaba tranquilo mirándo el partido, también dejó su mate y bajó del pequeño terraplén a calentar. Me quedé tumbado en la grama, bajo los rayos del amable sol de Octubre y armé el faso con tranquilidad. Enseguida viene el Cabe con otros tres compañeros de su equipo y me avisan que falta uno, que son diez y que ellos tienen los tres cambios. Me ofrecen toda la indumentaria, botines, casaca, medias y canilleras. Dudé, venía con gran vaqueta arriba y medio mal dormido, sin hablar de la cantidad de estrés padecido en los ultimos días, además mi situación me invitaba a ser cauteloso y reservado con mi patrimonio calórico.
    Decliné, ellos jugában en el marco de un campeonato, iban con su indumentaria y para peor venían de perder tres partidos seguidos. Me pareció un compromiso tremendo. Sin embargo, al ver que el balón se deslizaba sobre el césped con absoluta gracia, sentí que me invitaba a participar y me invadió la confianza. El sol y el aire eran más que propicios para la actividad deportiva y a decir verdad siempre fui un saguero aguerrido, rústico y ordenado con buena ida a arriba, tal vez pudiese darles una mano. Acepté. En un minuto me habían proporcionado botines, medias, los cortos y una casaca roja del cuadro con el dorsal 22 y el nombre Agustín. Excelente. Los compañeros se mostraron muy agradecidos de mi decisión y se movió el balón.
    Jugué de 2, una posición fundamental en la que me sentía no solamente cómodo sino compenetrado caso hasta el trance y todo el tiempo me mantuve extremadamente alerta, siguiendo al pie de la letra y sin mirar atrás, las indicaciones del Cabe que a mis espaldas ordenaba la saga.
 Comencé defendiendo sobre lo que sería tribuna Amsterdam, mi compañero central se llamaba Diego, el 3. Nos entendimos muy bien desde el principio y cuando el 9 de ellos venía por derecha yo tomaba su marca y Diego sobraba por detrás y si iba por izquierda era yo quien sobraba y él quien tomaba la marca. El lateral izquierdo era muy aguerrido, metedor y estratégico. El detenía el ataque por la bandas con eficiencia aunque le costaba rearmar el juego hacía adelante por su falta de manejo  de pelota. A los 20 del primer tiempo nos hacen una falta a unos 8 metros del ángulo derecho del área grande. Diego y yo nos turnabamos también para sumarnos al ataque en las situaciones de pelota quieta. Esta vez subió él mientras yo aguardaba en el justo centro de la cancha. Sube mi cuadro en bloque, el 7 nuestro hace efectiva la pelota con un centro abierto y pasado que com efecto va a parar a los pies de Andrés, que jugaba de 9, esta la baja y la envía hacia dentro del área, donde tras un rebote que dio su gotero, el Polilla de mi cuadro logra conectar y mandarla al fondo del arco. 1 a 0 y pelota al medio. Después de eso nuestro cuadro se aplomó y con un orden importante intentamos buscar el segundo, sin embargo ellos jugában con 4 al fondo, doble 5, tres volantes y un 9. Esas 5 personas en el medio campo se encargaron de evitar que nuestro juego avanzara de forma peligrosa. Nosotros formamos el tradicional 4-4-2. Se jugaron 10 minutos de esta forma algo trabada en el medio, sus escasas excursiones al ataque eran repelidas de forma inquebrantable por la línea de 4, del mismo modo a nosotros nos costaba mucho avanzar a través de los 5 jugadores de ellos en el medio. Saca el golero de ellos con la mano, el balón va a parar a los pies de uno de sus mediocampistas defensivos, tras un entrevero el juego llega a su 9, este encara, logra eludir a Diego y le salgo a la marca, mi vehemencia era algo extravagante, no obstante cuidandome de no hacer falta en el área, logré llevar al atacante hasta la última línea, un metro y medio adentro del área sobre el lado derecho. La situación estaba dominada, la única opción del 9 era buscar el corner haciendo rebotar en mi a la pelota. Todo ocurrió muy rápido, el de ellos la pisa, busca, yo lo encimo imposibilitando su reacción, pero de atrás mío y no se bien a santo de qué, el lateral  del otro lado se aproxima en una carrera demencial sobre la acción, el 9 levanta su pierna hábil para golpear al esférico y generar el tiro de esquina, antes de conectar le toco la pelota tirándola al corner, pero el pie del rival sigue de largo e impacta con gran fuerza mi tobillo exterior izquierdo, en ese mismo instante el lateral nuestro, en mitad de la acción le propina un puntapié desmesurado y sin motivo aparente. El 9 vuela, yo giro, grito de forma ahogada y puteo en voz alta. Penal y amarilla para el lateral. Corro hacía el juez, sabiendo de lo vano de esta reacción y le digo al juez, lleno de dolor en el tobillo y bronca por el tiro penal próximo. Primero me hace falta a mí le digo, el juez me ignora y sigue caminando al punto penal, pide la pelota y la coloca en el lugar. 
    Cabeza era conocido por sus altas habilidades como guarda metas, y ahora, mientras el 9 de ellos acomodaba la pelota sobre el punto, el Cabe saltaba, estiraba los brazos, arengaba al delantero a que no errase, éste se mostraba concentrado y sobrio, mi amigo era como un resorte vociferante. El juez le pidió calma y quietud hasta que pitara. Yo estaba parado en la media luna con los ojos clavados en el esférico, listo para saltar desesperadamente al rebote. Pita el árbitro, el 9 corre al remate y con cara interna pero con bastante fuerza lo eleva a la izquierda del portero, éste a su vez se lanza hacía su derecha y todos vemos como la pelota se cuela con justeza contra el travesaño y el vertical izquierdo del Cabeza. Gol, 1 a 1 y se reanuda el juego. Restaban pocos minutos para el final del primer tiempo y el lateral izquierdo nuestro, tras el penal se quedó amonestado. El resto del primer tiempo transcurrió de forma bastante trabada, ya que los ánimos y las ganas de ganar se habían vuelto demasiado pujantes, desviando el buen juego hacía los tranques, los bombazos y las pelotas divididas que morían saliendo del campo por las líneas laterales. 
   Pita el juez y se acaba la primer mitad. Mi cuadro se repliega y se sienta a estirar y beber agua fuera del campo. Se arma charla técnica. Varios compañeros me agradecen la mano otorgada, otros se dan manija para anotar otro gol, hay risas, bromas y se empieza a planificar la segunda mitad. 
     Se reanuda el juego y paso a defender sobre lo que sería tribuna Colombes. A los 10 minutos el rival efectúa su primer cambio, recurso al cual nosotros no podíamos echar mano ya que carecíamos de jugadores extra. 
    En una, ganamos un tiro de esquina, sentía yo que podría llegar a marcar de cabeza, le pedí a Diego que cubriera la defensa mientras yo subía a intentar conectar con el balón. Troté a toda prisa por el carril central e ingresé al área, los rivales tomando marcas me pechaban e intentaban empujarme para sacarme de la zona de peligro. Vuela el balón con efecto abriéndose, el tiempo parece bajar la velocidad y veo que la pelota viene hacia mí, uno de ellos me marcaba con mucha presión, corto y amago, doy un paso al costado y salto, la pelota roza mis cabellos cuando lanzó el cabezazo y la pelota, apenas peinada cae a pies del lateral de ellos que la revienta para arriba, ahí emprendí la desenfrenada carrera de regreso a mi posición. El lateral izquierdo nuestro logra cortar y la manda afuera. Cuando el rival va a reponer, el amonestado se aproxima a mi y me pide que cambie posición con él. Me dice que juegue por el lateral porque el próximo corte de él podría acabar en uba expulsión por doble amarilla. Cambié, no me sentía nada cómodo por ese sector izquierdo ya que soy diestro cerrado, además la nueva posición exigía mucha más velocidad que la anterior. Irían unos 25 minutos del complemento cuando el delantero rival recibe un pase magistral que lo deja de cara a la defensa. Elude a Diego y el loco que ahora jugaba de 2 lo arremete con vehemencia, falta, amarilla y expulsión. Quedamos con 10, ellos hacen el segundo cambio y varían su figura táctica a un 4-4-2, mientras que nosotros quedamos con un 4-3-2. No obstante fue imposible que ninguno de los dos equipos pudiese marcar. Uno de sus dos puntas se desprende por la banda y corro junto a él, cuando está por pisar el área me saca un metro en la carrera, acto seguido me barro, buscando detenerlo pero lo que logro es propinarle una patada tremenda con el filo de mi botín derecho en el costado de su canilla izquierda, cayó son estrépito y el balón va a dar a las manos del Cabe. Lo ayudo a ponerse de vuelta en pie y le pido disculpas por el golpe afortunadamente no sancionado, paso mi brazo sobre sus hombros y le digo: disculpame pero no quiero que me des vuelta el partido, mi cara emanaba una determinación total, no te voy a dejar, culminé y el pibe, que sería tal vez 5 años menor que yo se aleja de nuevo a su sitio. 

    Al final pita el árbitro y se acaba el encuentro. 1-1. El día era aún más bello y una media luna pálida y casi transparente se hallaba suspendida en el celeste. Cuando nos acabamos de cambiar, ya de vuelta rumbo al auto, distinguimos en el campo de al lado una verdadera batalla campal, unas 25 personas se arremolinaban en una generala de antología que iba y venía por todo el complejo. Me dolían todos los músculos y mucho más el golpe en el tobillo recibido en el primer tiempo. 

domingo, octubre 09, 2016

LVIII

Unos días antes de eso, volviendo yo de a casa de Lucía, allá en Solymar, estaba sentado escuchando radio en un asiento sobre la ventanilla. Las calles hijas y nietas de generaciones de polvo amarillo claro pasaban frente a mis ojos perdidos en la emisión radial. Escuchaba como siempre que podía a Julio César Migues y sus Migues News.  Estaba bien. En una de las paradas que salpican las márgenes se avanza Gianatasio, distinguí una esbelta figura femenina que portaba una guitarra desnuda. Se subió. Habló con voz alta y segura aunque con gran ternura e invitó al pasaje a escuchar su interpretación de pensando in voce o como mierda se escriba pensando en ti en portugués. La cosa es que por el pasillo se acodó en el asiento libre a mi lado y desde ahí se lanzó en una afinadísima interpretación, el cuerpo liviano de su voz tenía un color casi celeste, blanco pero no pálido, sino  un intenso tono pastel. Cantó y de nuevo, segundo día consecutivo que me estremecía hasta la coronilla con el canto de un artista del volante. 
    Me deleité con su canto como si de verdad fuesen chorros de algún tipo de luz. Cuando mandó la segunda estaba yo tan absorto en la suave textura de su cantar que me es imposible recordar que canción era. En un momento no sé, me dio como el impulso de hablar con ella, cosa que nunca, pero mi mente giró y se balanceó sin hallar el ángulo por donde establecer una breve conversación, un contacto como mucho. Pensé enseguida en Facebook y preguntarle si estaba en la red social. Sonreí, me pareció carecer de la necesidad de hacer eso. Termina el tema y la aplaudo, todos la aplauden y ella , muy bonita y de gran prestancia, sonríe agradece y pide las colaboraciones. Cuando vuelve del fondo a bajarse por la puerta delantera, vuelve a agradecer y dice: mi nombre es O.P. si quieren pueden buscar en Facebook, tengo una banda, hay cosas subidas y eso. Se bajó. 
   Apenas tuve acceso a la www ingresé a buscarla. No sólo la encontré sino que ya era mi amiga, entonces le escribí felicitando su talento y su gracia. Habrá demorado poco más de 20 minutos en responder. Cuando lo hizo hablamos unas tres o cuatro nubes cada uno. Aproveché el momento para contarle de mi vocación de escribir. Ella se mostró entusiasmada y me preguntó qué estilo me gustaba escribir. Le mostré un poema secreto de uno de esos días (durante aquellos días me tenía limitado el recurso poético para la construcción de esta novela).  Le gustó, mucho dijo. Quedamos en que le mandaba algo más tarde. 
   Inexorable, el ocaso llegó apenas más tarde que el día anterior. El cielo con algunas nubes vaticinaba una noche fría de primavera. Empezaba a crecer la luna alta en la vastedad del universo. La brutal agitación de aquellos días me hizo en determinado momento estar esperando a Andy en un banco frente a la Facultad de Derecho. Demoró bastante y la agitación de la hora pico era vertiginosa, estudiantes iban y venían, mujeres rubias de mediana edad en la última fase de su pelo largo antes de cortarlo bien cortito en pos de la tranquilidad de parar in poco de cuidarse el pelo. El 103, el 60, el 180. Los ómnibus borroneaban el escenario de vidrieras en 18 de Julio. Dos muchachas muy bellas y sonrientes se acercan a mi y me piden fuego, yo les doy pensé, pero me limité a sonreirles y darle el encendedor. Se perdieron tras la esquina mientras un viento malicioso despertaba sus jóvenes cabellos. La pelusa puta de los putos plátanos de mierda flotaba triturada en el aire fresco de la proximidad del ocaso. Fumé otro tabaco inmundo con mis gafas de sol puestas, de nuevo olía bien y en cierta forma ridícula y extraña, emanaba luz y onda. 
     En ese momento desenfundé el teléfono y comencé a escribir una canción para que O.P. cantara. Tras unos 7 minutos de concentración el resultado fue este:
"Si algún día te dejo de querer
Y quedan sin rumbo cierto
Las aves del amanecer 
Te dejaré en el aeropuerto 

Voy a dar vuelta los relojes 
Y correré de nuevo en la arena 
Apagaré el retrato de tu mar
Si una vez te dejo de querer 

Porque es tan larga tu ausencia 
y tan aguda mi soledad 
Que tendré que morir mil veces 
Para volver a respirar 

Quedará en la calle vacia
 un rastro de melancolía 
Y una flor rota sin nombre 
Si una tarde no logro recordar 

Tus ojos vivos
Tu olor de fiesta
Tus pasos fríos
La noche abierta 

La madrugada 
De nuestra orquesta 
Y el alba tibia 
Con su protesta 

Me perderé en la luna
Tras una nota errante
Y volveré a la tierra
Ya sin querer tocarte 

Porque no habrá regreso 
No quedarán jazmines
Las ventanas cerradas
Y el sol no tendrá brillo 

Si una noche 
Yo te dejo de querer. 
"
Esa misma noche primero a su musa inspiradora y luego a O.P., mandé el texto a a través de Facebook. La segunda me respondió casi enseguida diciendo que le había fascinado por su poesía y musicalidad, que le encantaba la idea de trabajar en conjunto la composición de algunas canciones, por ejemplo esa. V no respondió sino hasta la mañana siguiente cuando me escribió: qué triste. Pero linda. Pero triste.