sábado, diciembre 31, 2016

2017

Los mierda de la calle sarandí
Dicen todos feliz año
Piden cigarros
Patean costuras rotas
Silban un requiem 
Y dicen feliz año

El degollado
La princesa del reino en escombros
El duro inmundo
Los amantes de las armas
Todas las putas rubias y morenas
El mediodía de la resaca
El salvadoreño de rastas 
Que pasa merca en el quilombo
Mi corazón roto y vuelto a hacer
Dice feliz año
Y manguea... 
Una gota más de agua
Para este maravilloso desierto

jueves, diciembre 29, 2016

A boliches

Dio otra vuelta

Los ojos

Aplastamiento
Que trae con el viento
La penúltima comparsa

El cielo baleado
Y en la vanidad 
Otro rostro gratinado

Risa y farsa

Los ojos

Salud para mi sangre
En esta hora a punto
De caducar

Lentitud y un dejo de hambre
Recorre las plazas de Montevideo
En forma de melancólico calor

Después el fresco de la noche

Otra vez los ojos

Sobrepoblación de insectos
En voráz reacción en cadena.

Repica
Ritualizante
Estretor
 mortero y bengala

Sudor madrileño

Mareo y sopor

Cada paso que doy 
Sobre el asfalto
Éste parece hundirse
Como una materia surreal

Universo chirlo
Matemáticamente inexacto
Apoyar la mano
Sobre una cagada de paloma
En la plaza de los 33

Me abrazo a la ola de calor
Sumergidos mis ojos
Cantan y lloran
Bailan y esperan
A la princesa
De Carrasco
Que en sangrienta batalla
Se ganó mi corazón.

Con sus tiernas mentiras
Su cuerpo maravilloso
Su voz de ave del ocaso
Con su oleaje zarpado
Su mano inmensa
Con su corazón de durazno
Su sombra limpia

Con todo lo que ella sabe
La espero...

martes, diciembre 27, 2016

Av. Italia y Mataojo

Por qué el cristal en su estallido
Suena como el latido de mi sangre

Por qué ante la máxima hermosura
Mi corazón se muerde las venas

Por qué hoy al pasar por mataojo 
Creí sentir su ausencia
Sentada en el mismo muro

Con la minifalda verde
El cabello negro
La noche rellena
De suspiros y antojos
Clandestinos

La suerte del cantor
Su vino bohemio
Es despertar
En medianoche

lunes, diciembre 26, 2016

Vino del Fraternidad

No era todo
Todo era no

El alfiletero
Y un pedregullo
Imposible de olvidar

Soy 
Una serpiente
En espiral
Hacia mi muerte

Un pájaro
En la tierra
Bajo la vulgaridad del sol

Ahí van las amigas de los relojes
La cuña despelusada
Y otro arrabal
Que se va a la concha de tierra
en busca de otro final

Melancolía trasnochada

Relativa a historias personales
Detenerse y mirar a mitad de la ruta
El reloj de arena
La barca de suspiros
Por donde trepa la luna
Hasta endulzar sus labios pasajeros
En otro campanario.

Vuela la voluntad viviente
Ver y virar el vuelo hasta
Dejar de sonreír otra vez.

Hacia el romper del poniente
Vuelan las golondrinas sin regreso
Escuchar de frente a la murga
Que pudo se nuestra este carnaval
Y que por un azar que no busco comprender
Coincide exactamente
 con lo último que imaginé.

Paredón de escarcha
Vivo repitiendo
El tambor tardío
Alguna vez 
Evitará su vacío.


domingo, diciembre 25, 2016

El ventilador

El cuchillo habla el lenguaje de la sangre
Porque el ocaso es resultado de lágrimas

La hoja desganada hace vueltas por el aire
Porque la mano de su suerte la ha soltado

Yo cocino mis versos
En el caldo suspendido
Mientras un sapo negro
Trata de entrar en la casa

Las oficinas tienen perlas podridas
Porque también la angustia
 hace sucursales

Llovió en la mañana
Y el mediodía 
Fue casi una ciénaga
De ausencias.

sábado, diciembre 24, 2016

Besos a España

Ataviada con promesas 
Baila en la madre patria
Como ayer lo hizo otro sol
En el frío de diciembre

Acá se comen galletitas
Se escucha a Gilda
Y se toma cerveza fría
En la brisa veraniega.

Juegan los niños con osos panda
Andan de sombrero 
Apuntando el arco y la flecha
Entre los banderines que bailan.




viernes, diciembre 23, 2016

La estación de la frutilla

Los ausentes
Dominan la soledad
Y tras el césped
Se alza una luna nueva

Anillos de hielo
Corretean
Desmigajan carreteras
Atragantando olvido

Un hijo de puta 
Le pega a un perro

Ahi viene el carnaval
En su carroza íntima
A contracanto trompeta
Bufando y zarpando
Desgarradura de azúcar
En la estacion de la frutilla

jueves, diciembre 22, 2016

Esperar a los hermanos en la noche despiadada

Suelta la murga su adiós
En esquinas que se evaporan
Y que el tiempo volverá a germinar
Las manos con la tinta 
El vidrio de los ojos

Aguardando
En pausas y mostrdores
Mesas de pool
Que nunca voy a entender

Sale la guitarra
Como la luna
En la orilla de otro abrazo
Ramo de poesía
En caminos de jazmín

La botella 
Y sinfonía de vidrio
Que se anuda 
Por la pericia del brindis
A la salud de un carnaval
A sabiendas imposible

Calor gris

Época de gatos al acecho
La jactancia
Erizo embadurnado con mieles
Que detonan el amanecer.

No hay un solo llanto
Ni siquiera uno escurridizo

Solo envolver un paquete con comida
En la irrisoria fugacidad
De nuestro tiempo.

Pasan y pasan
Esquinas y sueños
Un bar libertador
En su estallido solitario
Alcanza a penas
Para soñar alivios
Pasajeros.

Un caballo con 4 alas
Galopará sobre el perfil
De una azucena.

Distancia que se termina
Vaso de grapa
Que hace equilibrio
Y atropella...

miércoles, diciembre 21, 2016

111 hacia la noche

Alguien dijo
Susurros de los árboles
Botellas responden
A destiempo

Y ese camino
El otro
Ese que sin varillas
Construye 13 palacios
Se queja y acusa un falso dolor
Para quedarse tranquilo
En la bodega del miedo

Una estrella parada
Al borde de su triteza
Conversando
Con su guitarra
Abandonada en el cuarto de pintura

Sueña con emigrar
Eternamente desconsolada
Llora por el horizonte
Y solo por el horizonte.

El tiempo que se hizo el vivo
Jugando a derretir las aristas
De aquello que pudo ser
Ríe por nosotros
En el chasquido de la medianoche 

Llega el verano a La Isla

Entrevero de semáforos
Piñas de luz 
Que van y que vienen.

Persiguiendo el amanecer
Se disolvió la coraza 
Y un lánguido rayo de sol
Se aquerenció en tu balcón.

Pierde el jazmín
Su virtud clara y sedante
La brisa de primvera
Se terminó.

El verano imperante
Arrasará el fresco de la tarde.


lunes, diciembre 19, 2016

Noche de vasos caídos

Se cae uno y después otro
Danza despacio 
Por conocimiento
Y dulce de remolacha
Abuso de lobo y la luna por la mitad

Vean el romantiscismo
Caotico
De volver a la isla del frio
A punto del verano

Roberto

Gaviota de mutación
Que dice que es una harpía

Hay un plato
Parado al filo del reloj
Y pocos murguistas
En el ensayo
Están para grandes cosas.

Claro que el lagrimón
Y ni que hablar del espejo.


domingo, diciembre 18, 2016

Domingo de lluvia

En las barandas de la tarde
Se apoya la melancolía
A mitad de Ciudad Vieja
Y mira el mar, como perdida

Porque siempre su sueño
Es anhelo confundido
Y la realidad
Hace el ruido de unas alas
Que aturden

Angel negro
Absurda multitud
De ojos plateados
Y esa comezón
Que anuncia
Placidez de jazmín
Será sendero y paisaje
Donde se abrazan cadenas
Y sueños de las 8 de la noche

Pero es de día....

sábado, diciembre 17, 2016

Cumpleaños de Piedra Lisa

Como una semana
De colgados al vacío
El rubor de la pálida perla
Viene a ver a la luna
Y admirar su desafío

Canción de reloj
Brisa de asilo
Tus brazos 
harán la extracción

Se desvanece el filo

Parecen viejos teatros
Sus voces al amanecer
Se van a esconder los
Retratos

Y pisa la lluvia
La mansa ensenada
En umbrales y veredas
Donde se anuncia la vida

Tronco de ingeniería
Y diamante berreta
Para combatir
Al confort de medianoche
Y llegar a la madrugada
Todavía vivo.

El percal

De nuevo la misma vuelta
Ahondar la frecuencia
Para el batallar y las puertas
Anda el viento 
Oliendo las flores
Diciembre es de asfalto
De vino y cigarra

El arrabal parece confundido
Pero es reloj y bala de plata
En la puntualidad del ocaso

Para qué seguir acallando
Lo que da vueltas por la boca.

jueves, diciembre 15, 2016

LXXIV

    Finalmente habían llegado los primeros minutos del 12 de diciembre. Exactamente un año desde aquella perfecta primera noche de amor con V, la noche de Aquel Abrazo, donde por la tormenta imprevista tras un tórrido día de calor, germinaron las rosas suicidas de nuestra pasión, dd nuestro mundo finalmente imposible. Además también se cumplían dos meses desde el último abrazo, aquella noche pesada y culminante en la que el calor adelantado en octubre nos fundió llenos de reservas en un ultima mirada del mas inmenso de los amores cobardes. En 18 y Yí, a las 21 horas se diluía la irregularidad que el destino puso frente a nosotros para que seamos felices y que al final desperdiciamos en un mutuo gesto de protección ante la amenaza de un amor verdadero. A diferencia de la última vez que pasé dos meses sin abrazarla, entre junio y agosto del mismo año, esta vez ya no deseaba hacerlo. Mi cuerpo no gritaba ya su nombre en medio de la soledad, sus ojos no tenían ni agua ni fuego para los míos, todo fue morirse de sed y eso eramos "alguien que una vez conocimos". Sobraron los motivos del adiós desde el día 20 de aquella no-relación. Sobraban ahora los motivos para abandonar definitivamente su hechizo de bravura delirante, su senda hacia una incertidumbre en espiral que fundió mis sueños, en otra despedida sin consuelo, otro pañuelo de sombra en el anden. Esa locomotora de pena y de glorias, finalmente se hundió en la profundidad del pasado. 
    Al escribir éste, el último capitulo, era necesario, casi vital, tener un gesto con su recuerdo. Dar el ultimo aliento de perdón y despojo ante el entramado del destino. Mientras lo hago, la luna soberbia enmudece alta tras la ventana del cuarto en la casa del Pela. Mi primo la había visto en la feria del Parque Rodó, cuando lo mencionó comprendí que aquel era el último estertor, era el sentimiento que necesitaba para afrontar la tarea de escribir el último capitulo, cuya creación fue por demás dificultosa ya que es sabido que el autor suele temer ante el desprendimiento de su obra, por que una vez culminada, esta deja de pertenecerle.      Ella estaba. Vivía y era toda ella, mas allá de mi aplastante voluntad de negarla para siempre, V siempre iba a estar ahí, inalcanzable, fuera todo rango de acción, a salvo y mas allá de cualquier eventual recaída de mi deseo, a medio instalar detrás de mis más crueles certezas, recordándome que a veces el corazón se niega a si mismo la verdad que el resto del universo nos despliega, cuya totalidad es resistida en nombre de una fuerza de voluntad casi desquiciada. Dejarla ir había sido un ejercicio de lo más tormentoso, tras el cual resulté bastante beneficiado por mis propias decisiones y fui capaz de, haciendo acopio de mi poder personal, restablecer un orden impecable a mi vida, forzándome a una disciplina inflexible y volcando los excesos insoportables de energía en mi cumplimiento con la demandante labor de cocinero el Quo. Cada día me sentía más agradecido de no haber podido enlistarme en el ejercito.
    Tampoco podría dejar de agradecer ni de mencionar a PM, quien desde todo su cariño, su corazón tierno, su valentía y su incalculable belleza, fue para-medico de mi melancolía y rompió las barreras de su asfixiante rutina para estar a mi lado, escaparse de las enredaderas oscuras de su laberinto, dejarse al crecimiento de mi flor en su mejilla, dedicarme su tiempo y su atención, así como su cariño, sus mañas y sus celos pueriles sin motivo. Haber, de forma espontanea y legitima, comenzado a quererla y que ella me empezara a querer del modo que lo hacía, con total valentía, fue también un componente de alto valor para esta victoria ante la adversidad que ahora celebraba en las noches de mediados de diciembre, con sonrisas y tremenda entrega y sacrificio y un humilde desapego que jamas había sentido antes, un sosiego activo que me ponía en situación de privilegio ante los últimos minutos de aquel 12 de diciembre, cuando con Andy y con Tati, nos sentábamos en la Plaza Matriz vacía y la campana de la catedral metropolitana nos saludaba al pasar con su último anuncio de aquel día de nuevas aperturas y de clausuras, en resumidas cuentas, de renovación del ciclo en su año lunar que tanto marcaría mi alma en todos los años subsiguientes.
    Todo el día trascurrió con la naturalidad de un lunes tórrido en Montevideo. Un calor que el viento era incapaz de disipar. Trabaje de forma habitual, incluso me quedé tres cuartos de hora mas por el simple hecho de sentirme bien y estar ahí. La cocina del Quo ya se había vuelto casi mi hábitat natural, el grupo de trabajo se compactó y era aun mas eficiente y los lazos de camaradería generados,  se hacían sentir en el frenesí del almuerzo como una clara materia aglutinante que facilitaba la cooperación y la colaboración. Disfrutaba una enormidad de la aguda y rustica inteligencia y el ácido sentido del humor de León, que tenía mi mismo cargo pero con un año de antigüedad, disfrutaba de la practicidad alborotada y la calidez de Natalia, la esposa del chef, hasta disfrutaba de la perturbada arrogancia y la tierna veta humana de Fernando, que padecía un efecto similar al apunamiento, tan común entre los que como él, trabajaron  muchos años en el primer mundo y volvieron a Uruguay, donde el ritmo es pasmoso y la chatura casi infinita. Pero tal vez el goce máximo era disfrutar del conocimiento, la visión creativa del chef Guillermo, quien desde su impecable serenidad, dominaba aquella cocina casi siempre sonriendo o cantando o enseñando fundamento gastronómico o avisando que cuidado la focaccia, aunque también era capaz de transmitir una lección embebido en sorda furia y cambiar el color de su rostro con refinadas puteadas siempre sin perder el respeto, con el cual se abrió camino en la vida y a sus 40 años, era ya el completo señor y dueño de su destino. 
   A las 20 horas salía yo de la casa de mi madre, previo café y conversaciones íntimas con mis dos hermanas y otras de caractet mas abarcativo con mi mamá, quien desde su hermosura serena y cansada, sentenciaba sus tiernas verdades con el puño apoyado en la sien, sobre su cama ubicada en el justo lugar donde fui concebido. Atendía yo a la melodiosa frecuencia de su voz y me dejaba viajar sin reservad en los meandros de sus decretos, su espiritualidad y su sabiduría pecada por una educación demasiado aferrada a los bienes materiales y a cierta calidad de vida que su marido, con muchísimo esfuerzo y su superlativa minusvalía emocional, era apenas capaz de brindarle. 
   Salía entonces, cerca de las 20, igual que otras miles de veces a lo largo de mi vida, por la puerta del edificio hacia la amplia explanada. El día había estado colmado por el calor y en los inicios de la noche, éste no aflojaba, persistía con la luna entreverada en oscuras nubes de tormenta que moteaban el cielo, mas allá. 
   Seguía siendo 12 de diciembre. En ningún momento padecí debilidad ante la certeza de saber que ella pendía al otro extremo del hilo que me remontaba como una cometa en la tranquilidad de su ausencia, al reparo de su muerte en mi corazón. Ni siquiera tuve que refrenar el impulso de correr a su balcón, a cantar mi serenata de jazmines y que no abra su ventana, porque a pesar de haber existido, fue tan débil frente al proceso de crecimiento personal que había atravezado para llegar a ese momento de mi ser, que ni siquiera en estado de ebriedad hubiese movido un pié hacia la sombra de una mera posibilidad de volver a enfrentarla, ya no. Caminé por peatonal Sarandí respirando un aire igual al de aquella primera noche de encuentro y aun así, aunque el revés del tiempo fuera una caricia de calma y consuelo para mi sangre, no podía evitar sentir su presencia como una cicatrpiz definitiva en mi vida. Sentía finalmente bajo mis piés, la costa de su duelo,  a la que arribaba cascoteado y todo tajaeado, pero hacía pie, me apoyaba finalmente en la tierra firme de mi propio destino, una vez que crucé la calle Colón y aceleré el paso hacia la abstracción y el silencio de la casa del pela, me detuve. Giré sobre mí y dando la vuelta recordé la retirada ganadora de la Gran Muñeca del 15, aquel verso, ir tan solo apenas, un poquito mas despacio y ver a los amigos, delirar un rato... y me arrimé a la puerta de la casa de Andy, chiflé y salió a abrirme. Bajamos a la calle y camino a la rambla, el cielo comenzó a iluminarse con las luces de los rayos. Rompió a llover. Al igual que el 12 de diciembre anterior, de forma sorpresiva y en el comienzo de la noche, el cielo regalaba su gesto de amor por la tierra y al igual que aquella primera noche junto a V, lo que parecía una lluvia hasta el amanecer, se detuvo a los 10 minutos y el olor a mar y a tierra y polvo mojado se apoderó del aire. En ese momento sentí un minúsculo desgarro en el plexo solar, era la confirmación, la ultima y certera señal de la misma muerte. El cierre redondo de lo que nunca había comenzado. Solté su perfume y la magia se disolvió en la lejanía del río de la plata. 


FIN


   

miércoles, diciembre 07, 2016

LXXIII

    Finalmente llegó el día del estreno en el teatro Paso de las Duranas del espectáculo 2016 de la murga Se Mamó la Ternera. El día empezó en el cuarto del fondo de la casa de mi amigo el Pela, de forma completamente habitual, salvo que ese día había aprovechado para dormir al menos 30 minutos más, de cara al desafiante día que me aguardaba fuera de la cama. 
      El cielo limpio y celeste se agitaba con suavidad por encima de la Unión y en la parada de ómnibus de 8 de Octubre y Comercio, la gente poblaba el paisaje con su habitual torpeza. El sudor matinal provocaba una pátina de brillo en las frentes de quienes aguardaban su viaje al Centro. Pasaban los Tala-Pando y los 7A que van a Zonamérica por la vereda opuesta y de sus ventanillas se volcaba ausencia y frialdad, mi pecho sentía cada uno de sus movimientos y a la vez... los dejaba pasar sin más. 
     Llegué al Quo con 5 minutos de anticipación a mi horario de ingreso, saludé cordialmente y bajé a cambiarme. La jornada que me aguardaba al volver a meterme en la cocina, no iba a ser fácil de pelar. Vestido con mi uniforme y mi gorro de cocinero, comencé junto a Natalia a verificar que todos los alimentos para el servicio estuviesen en orden y en su cantidad necesaria para afrontar la hora del mediodía sin tener ningún sobresalto ni agotamiento de ningún producto. El chef Guillermo puso un par de Pides del día anterior al horno y como era rutina antes de las 10 de la mañana, hicimos café y desayunamos mientras íbamos haciendo huevos duros, preparando arroz del día, cortando tomates, contando lavash y el chef horneaba pan de focaccias y armaba también una o dos bandejas de Pides para el servicio. 
     El sol iluminaba el salón, contagiando un calor intenso que poco a poco fue ganando terreno tras la barra, instalándose para todo el tirón entre el personal. Fue soportable. A eso de las 11 de la mañana ingresó al establecimiento una señora mayor, de unos 75 años de edad en pésimas condiciones de salud a juzgar por su apariencia. Se sentó en una de las sillas, su cara lucía grave y tosía provocando un sordo ahogo, un sonido perturbador similar al de la muerte. Fernando, el otro dueño y cajero del Quo Pide House se aproximó a la señora con aire de sobresaltada curiosidad y le preguntó si se sentía bien. Yo pelaba los huevos duros y hacía papas para las ensaladas mientras limpiaba mi lugar de trabajo para llegar al mediodía con el orden y el aseo que es vital si se pretende atravesar las dos o tres arduas horas del almuerzo. La señora dijo que estaba bien, pero no lo estaba. Tosía de manera muy brusca y al rato sacó de un bolso un inhalador al que le dio varias chupadas antes de quedar como ida, apoyada sobre la mesa. Fernando, nuevamente muy atento, volvió a ella y ante su falta de respuesta la sacudió con suavidad, la señora le preguntó si podía llamar a la ambulancia y en un segundo el local quedó paralizado, era ella la única ajena al personal. Llamamos al 911 y en menos de 10 minutos la policía había estacionado en la intersección de Colonia y Tristán Narvaja y se llevaron a la mujer que entre balbuceos preguntaba en qué idioma hablábamos nosotros, que si era ruso o griego. Evidentemente estaba muy confundida. 
    Todo el incidente logró deshacer por completo la fragilidad en la que se sostenía mi estado de ánimo, una profunda angustia me ganó por completo a raíz del episodio. Tanto fue el impacto de la escena que ingresamos en el horario del servicio casi sin darnos cuenta y cuando quise acordar el salón estaba lleno y las comandas salían disparadas a toda velocidad. Yo iba y venía tras ellas, pero no estaba realmente allí, me volví impreciso, desconcentrado y me sentía terriblemente triste. Se me quemó un Wrap en el horno y tuve que cambiarlo de lavash a la carrera y sin que el cliente se percatase, Guillermo me asistió con severa celeridad y el incidente no pasó a mayores, sin embargo, cualquier error en la cocina, trabajando o no, siempre me produjo una sensación de enojo muy grande, esta vez no fue la excepción y tuve que combatir la mezcla de impresiones mientras salían los licuados, los exprimidos, las limonadas, los Fast-Fun de Panchas, de enchilada o de pollo. Estaba peligrosamente ausente. En una, Natalia se me arrima y me dice, no te desconcentres, no me dejés sola. En las pocas semanas que llevaba trabajando con ella, había aprendido a conocerme en ese sentido, se daba cuenta que cuándo me equivocaba, me enojaba y terminaba desconcentrado, esta vez se aproximó para pedirme que no lo hiciera.  Asentí con la cabeza pero no pude volver de lleno al partido. En determinado momento a mitad del servicio del almuerzo las ganas de llorar me arrollaron totalmente, tuve que, con el último esfuerzo, pedirle al chef que me dejara salir a "tomar aire" un segundo porque no me sentía bien, sin dudas no era el momento indicado para salir, pero me vi forzado a hacerlo. Dale, me dijo, pero andá volando. Salí efectivamente volando y me senté a un costado del local, donde por lo general salía a fumar en mis breves momentos de descanso. Una ola de emoción rompió sobre mis espaldas y unas cuantas lágrimas se me cayeron de los ojos sin poder ofrecer más resistencia que la de la de la mano que las restriega con un poco de negación. 
    Volví adentro y me zambullí en lo que restaba de la locura del almuerzo, a los pocos minutos había ya podido restablecer la relativa solidez de mi estado de ánimo y por sobre todo, la efectividad y la prestancia a la hora de atender las exigencias que tenía el puesto del cocinero. Porque el chef me lo había dicho ya, vos no sos ayudante, los ayudantes pelan papas y lavan lechuga. Vos sos cocinero pelas papas, lavás lechugas pero también hacés masa, controlas que las cosas no se quemen, armas los platos, aprendes las técnicas, metes los dedos y probas todo lo que se vende. Tenés mucha responsabilidad, hay compañeros tuyos que hace mucho más tiempo que están y no hacen muchas de esas cosas. Era cierto, debía encontrar fuerza en la flaqueza y estar a la altura del  desafío que tenía por delante, que por más intenso que fuese, era todavía previo a la al que me deparaba la inminente noche del estreno.  
    Amarillo dorado que derrite su brillo en la grasitud del pavimento, tránsito humano ligero y trabado, perdido, vulnerable y siniestro a mitad del día, pasan los coches, tocan sus bocinas, la luz se hace como una mandarina que se parte en gajos, revelando la infinidad del tiempo y enfrentándola a la fugacidad de nuestro tiempo, este otro manojo de luminosas que le mustra los dientes a la muerte, al menos una hora, una hora ida, una hora perdida, hora de honorable atenuación de los dolores, hora de crema batida en las penúltimas espaldas de un amor que jamás existió, minutos que parecieron horas podridas, horas podridas que se sintieron como minutos de divina eternidad o una hora de relleno, sustancia de esta vida, sentimental refuerzo de soledades y compañías apenas comprensibles. 
    Mientras escribo, el gato del Pela lucha ferozmente contra una bola de pelo incrustada en su garganta y tose haciendo el ruido de una niña vieja, surfeando una oscuridad que simula un cándil varado en la nada, pero que no lo es.  
      Pasa de golpe el servicio del almuerzo, destellos celestes van de una punta a la otra sin que nadie vea nada, las naranjas cortadas en mitades dejaron sus cáscaras en la papelera junto a la bacha, su jugo en los vasos de los clientes, pero toda su esencia se fue emplazada en mi alma, su destino de exprimido fue estela de rabiosa pasión cítrica, pulsando por Tristán Narvaja, rumbo norte. Caminé hasta la tienda de mi hermana, hacía días que no nos veíamos, muchos. Toqué el timbre y desde adentro me sonrió con esa sonrisa que me derretía de amor y salió con su alocado paso saltarín a abrirme, su abundante y enrulada cabellera venía a mí con su tremenda alegría, pero estaba triste, había olvidado que ese día tenía un examen de fagot, simplemente se había olvidado y estaba triste y hacía días que no la veía. Nos abrazamos, ese fue otro abrazo lindo. Estaba muy apurado ya que en el club todos mis compañeros estarían en ese momento, ya maquillados y con la maquinaria dando sus últimas vueltas antes de emprender el viaje hacia las Duranas. Carla iba a ir hasta Colón a buscar a Lucio y a Tamara y junto a mi cuñado y mi sobrina, irían a verme. 
      Me despedí de ella y medité acerca de qué ruta me convendría hacer para llegar al Recoveco lo antes posible, evalué combinaciones de ómnibus que podría hacer y ninguna me resultó viable ya que no tenía en ese momento la tarjeta STM que te permite realizar viajes compuestos, de modo que al tampoco tener una línea directa hacia Garibaldi y Terra, tuve que caminar unas 15 cuadras desde Tristán hasta Rondeau, donde un 169 me dejaría bien cerca de mi destino. Recuerdo que antes de decidirme a caminar, el apuro y la intranquilidad me vencieron, forzando a mi cabeza a preguntarse "qué hago" y recuerdo también mi reacción espontánea de tranquilidad y placer cuando la parte más saludable de mi personalidad dejó escuchar su voz en mi oído diciendo "y bueno, me voy cantando murga", eso hice. 
     Tal vez unos 40 minutos después de haber cumplido mi horario de trabajo, llegaba finalmente a la puerta de el cómodo local de ensayos de la calle Garibaldi. Me metí para adentro en una mezcla de euforia, calma y total abandono. Mis ojos fueron colmados con la poesía del panorama, el color, la prisa, la luz del día invadiendo la sala grande del Recoveco por las ventanas de hierro esmaltadas hace mucho tiempo con color blanco, algún niño corría en círculos, se respiraba una tensa tranquilidad, una agradable antesala para lo que serían las horas venideras.
     Mis compañeros maquillados por mi tío Raúl, iban y venían cargando cosas y apilándolas de forma más práctica. Me pintaron la cara en 10 minutos, Camilo me colocó la base blanca de forma tan rápida y eficiente que apenas lo pude creer, de ahí, cambié de asiento a uno que daba hacia la ventana y el sol se me caía arriba. Mi tío, me pintó los colores y los rebordes negros bastante rápido también, parecíamos una suerte de mapaches festivos. Llegué a la última estación de maquillaje, donde B, aquella amiga de la murga con quien tuve sexo casual después de un festival, allá por el mes de julio, me ponía brillantina por toda la cara. Todo muy a lo tablado, nada de exquisitos  y rebuscados maquillajes. Todo era desmedidamente real y legitimo y estaba sucediendo a toda prisa.
      Cuando quise acordar el camión estaba prendiendo el motor y adentro, Se Mamó la Ternera partía sin temor hacia la verdad de su suerte, salía desde su barrio hacia lo desconocido, en su viaje trascendental, partía por Garibaldi en su odisea de resiliencia y constancia, como una flor silvestre sin clase que admira la caricia del sol de noviembre, amando hasta los huesos ese ritual de cantar con amigos, de compartir lo que creemos, ese gesto de amor colectivo hacia el arte, la sociedad y la vida misma. 
      El tema del camión fue algo digno de un detenimiento en este relato, resulta que ese año, a diferencia del anterior, no salía Pablo Lazo con nosotros, el gordo. El gordo tenía suma facilidad para pensar en dinero y en cómo producirlo y administrarlo, era un tipo práctico y cerebral que se recibió de Economista y dejó la murga. Sin embargo podíamos decir que era nuestro principal seguidor. Al dejar el proyecto, allá por Mayo, la murga se vio incapacitada en su visión comercial y el dinero recaudado no era mucho en comparación con lo que debería ser tras un año de experiencia. De modo que nos vimos a recortar, entre otras áreas, en el rubro destinado al transporte. El año anterior, en su debut, la murga fue a las Duranas en una bañadera tradicional que nos costó algo así como 100 dólares de éste momento. Este lo año solucionamos con 30 dólares al rentar un camioncito con toldo donde una vez que nos fuimos subiendo, nos dábamos cuenta que no había sido lo más prudente, ya que en el espacio tan reducido, donde estábamos por supuesto, parados, apenas cabíamos todos y el apretuje era infernal y faltaba el aire y había olor a cuerpos con ansiedad y demasiado calor. Sin embargo, todos encontramos en ese incómodo viaje hacia las Duranas, la verdad de la murga de nuestra infancia, cuando todas las agrupaciones viajaban exactamente del mismo modo que lo hacíamos nosotros ahora.
   Al llegar a la calle lateral del teatro, el camión sufrió un pesado estrés al verse demasiado cargado de peso para remontar el repecho que asciende hasta la calle Trápani. Más allá de la abertura trasera del fondo del toldo, la nube de humo despedida por el escape era de un gris denso y se percibía a todas luces que los que estaban en la vereda, nos puteaban fuerte. Tras largo esfuerzo y carcajadas de nerviosismo y gritos y cánticos, el camión rodeó el predio del teatro para llevarnos a la entrada al escenario. Descendimos, bajamos las bolsas con los trajes dentro y fuimos ingresando al recinto de a uno, ascendimos la escalera, el tiempo era un remolino feroz cargado de ilusión carnavalesca, el estómago daba vueltas como las luces de un circo perdido en la madrugada de la tarde que estaba por ser apenas noche en el barrio del Prado. Pusimos todos los pies arriba del escenario y los trajes, y la escenografía, todo era una maravilla milagrosa de nuestro afán por estar ahí, el verdadero gesto del universo hacia el temple de nuestra voluntad grupal. No había casi nadie tras el telón cuando subimos a poner la escenografía y aprontar el vestuario tras bastidores. 
   En uno de mis idas y vueltas del escenario al camión, me topé con una muchacha  que en la vóragine del armado me pidió un minuto para una nota en una tal radio on line. Accedí, por supuesto y junto a ella ascendí las escaleras de la platea hasta el puesto donde  estaba la consola, los micrófonos y la gente del programa. Aproveché la instancia para tocar un tema que me inquietaba casi desde comienzos del año. Los recortes en el presupuesto destinado al encuentro Murga Joven. En resumen intenté centrar el contenido de la nota sobre los moderados pero progresivos ajustes l presupuesto destinado al encuentro, recordé que en la últimas ediciones, cada vez más sacaban poquito más y que era evidente que ante tiempos como éstos, la clase gobernante prefería disminuir el ruido de las voces cuya opinión podría no estar del todo acompañada con sus políticas. Qué era prudente estar atentos y defender ese espacio de tanto tenor militante, porque éramos solo un amplificador de la voz de la gente. Mil jóvenes en accion conjunta eran una fuerza que gustarían mantener moderada con vistas a un futuro de retracción económica y de intensificada fractura social.
   Cuando regresaba, escalera abajo hacia el universo fugaz que habita el escenario antes de descorrer el telón, me crucé con mi papá, mi tía y su marido, el tío Daniel. Desde el día del penoso y violento incidente que no veía ni hablaba con mi padre, más allá de la breve correspondencia que mantuvimos apenas un mes antes. Me acerqué a saludar e intenté naturalizar el momento y así fue, sin embargo, dentro mío, poder abrazar a mi padre, cuidando que el maquillaje no se me arruinara, fue un instante que me produjo una honda sanación y un tremendo bienestar. Lo necesitaba antes de subir a cantar. 
   La murga se posiciona detrás del telón, cada uno ocupa su micro y por un flanco del escenario pude ver que el crepúsculo había profanado el día ya, dando lugar a una cálida y mágica noche de carnaval en noviembre. El espectáculo comenzaba con la murga parada estática en una foto de fingida arrogancia, ahí estábamos, finalmente. Desde afuera se escuchaba la voz de la presentadora leyendo por los parlantes los agradecimientos que el director había escrito días atrás. El corazón dentro de los huesos pateaba el esternón con estrépito salvaje. 
     Se abrió el telón y ya era de noche, las últimas luces del día resbalan definitivamente por el poniente. Dejé de sentir el latido frenético y pide percibir con clarifad la vastedad de los sonidos minúsculos del teatro, el silencio expectante era casi atronador. Acomodé mi cuello durante ese momento casi infinito y entré en la zona, el poder ritual de la experiencia fue muy fuerte, en ese segundo el tiempo se volvió una sustancia gomosa, como una melaza muy viscosa que se arrastraba lenta y abrumadoramente, volando por cada una de mis células hasta encender con las luces de la murga la totalidad de mi ser. No era de extrañar que frecuentemente se le adjudicarán cualidades divinas al carnaval, cualidades relativas a los dioses y a sus sempiterna fiesta bacanal. El universo regula y se comprime en una solo punto amistad de mi pecho, el aire de torna una materia de ensueño y realmente la existencia pende de un solo hilo de luz. El director lanza los tonos y choca las palmas de sus manos, la murga se planta y combate el delirio del mundo cotidiano con un acorde libertario . Retuerce el trapo mugroso de la vida en la ciudad y zarpa la clarinada en un desenfrenado raíd de locomotora hacía la nada. Escupe, vomita, sangra fuego contenido y mil espadas plumas cervezas y esquinas se derraman de golpe  bajo la diversidad de las luces. Momento de hondo egoísmo previo a la total entrega desinteresada. Zigzag de púbico vibrando en una misma constelación de acordes dispares, de lanza llamas y diminutas linternas de oscuridad azul o luz violeta. Danza posea ante una mirada inquisitiva y a su vez conmovedoramente permisiva, pero sobre todo fugaz, todo es tan fugaz, vieja juventud. Litros de insomnio y compromiso de fierro fundido en abrazos esporádicos y funciones de sombra que derriten las barreras del orgullo y ahora un vino, una gota de polen dentro de el viento asustadizo. Vernos vagar por la Ciudad del tablado perdido, sentir la remisión del dolor de estar presente, apartada del sol de esa muestra de sangre en banal vanidad sin fronteras. Humo de la piel que se quema de encantos. Viaje al superior país de toda el agua del mundo. Vamos, bohemios desdichados del pasado. Remontando todas las tormentas que vendrán, bailando en la veredita del amor, perdiendo el miedo al adiós en un gesto de legítima alquimia que trasciende el berretín de cantor que nos creímos sin permiso. Estar de fiesta, pegado al mostrador, arreglando el mundo sin darse cuenta que la luna ya se durmió. Canta la Ternera, entregada de costillar abierto al mundo finito. Como aquel maniquí que al sur del atardecer se despidió de su vidriera,  con la loca alegría que inexplicablemente le vuelve a la boca, con los besos que guardó, el tiempo que esperó y las sombras de algún sueño de la vida, en su avalancha despiadada de gente común, que con ese disfraz sentía que sin la murga no encuentra la ciudad, que quisiera ser toda la multitud que lleva adentro,y le pide al mundo inexorable del carnaval que nos guarde siempre un lugar donde retornar, cuando las campanas de la vieja catedral. Los monstruos de mil cabezas dejando su tristeza bajo otra la llena, distinta, tropezando con ella y con esa pequeña brisa que te la lleve algún día, como si el amor fuera invento nuestro, disfrutando el regalo del cielo, todos parte de una misma retirada, en el corso del ser humano, breves mascaradas, heridos moribundos en su épico salto a lo desconocido, donde detrás del tiempo estará la vida, errática, imprevisible como siempre, casquivana y mágica, tétrica y febril, la vida toda en un vicio cíclico sin culpa dónde canta por cantar, volviendo a su paradero, con su herida al costado y su rato de luz, levantando nuevos mapas en el barro y dando todos los abrazos que precisen. Finalmente se libera el caudal de la emoción. Se parte el dique de un esperado final, se escucha aplausos. Risas. Se escucha clarita la noche que nos escucha con indiferencia Saltimbanquis de esquina, actor sin papel en la tragedia demandó  oscuro voyeur bajo el reflector. Encandilar. Ensimismado en su texto payasezco el pierrot lloroso caminando en la cornisa, baila, baila y canta el ciego del pecho, el muerto del aire que pesa un infierno y bajo los las lucecitas de colores la murga es amor, amor y nerviosismo, tiembla en su cantar, no se ve para adelante, es tanta la concentración que la vista reduce su poder sobre el mundo y pasa al mando el corazón, la vida que salta y toma el mando y se queda con todo. Vuelan los flecos por el aire trazando universos que se evaporan de inmediato. Cuando quise acordar, estábamos cantando la bajada. Todo el fuego junto inflamando a rabiar las gargantas. Cantamos con la sangre, bajamos entre el animado público que ahora sí colmaba las Duranas, cantando con la fuerza que quedaba, con el último y renovado clamor de la pasión, entre la gente que aplaudía, se vació la platea para acompañarnos a lo alto del teatro donde los sombreros finalmente volaron al cielo cuando todo acabó. Al girar, la familia, mi padre, mi tío, mis hermanas y Lucio. La exresión en sus ojos fue lo que más me conmovió de toda la noche, ese abrazo, esa conversación, el abrazo con mi papa, ahora sí todo sudado y casi sin maquillaje en la cara, el abrazo con mi hermana y el abrazo crucial con cada uno de mis compañeros que habían dejado todo arriba del escenario. Todo volvía a caer en las garras del pasado, todo salvo el presente, el momento eterno del presente era ese regalo de pura magia que tanto habia esperado, acabado y renovado a la vez, fugaz e infinito. El presente, caminar llevando a mi hijo hacia atras del escenario, compartir con él un vaso de refresco, lo unico que podía pagar, fue un momento maravilloso, revés maravilloso de los engranajes del tiempo. Amor sin fronteras por la vida y volver en el camión cantando al Piropo a seguir cantando en una noche bacanal que fue de unión, de amor a la murga, de resiliencia, con la misma pasión, la misma de la primera vez, repetir el adios hasta volver, quién sabe cuándo a vivir otra vez el momento sin final.