sábado, agosto 27, 2016

XXXVIII

            Entonces la realidad se rebeló contra los pronósticos de mi alma. Me había escrito, finalmente abrió las puertas de su corazón misterioso dejando lugar al dichoso reencuentro de cuyo relato no he podido hasta ahora, escribir palabra alguna. Sí, recién hoy tuve la suficiente cantidad de voluntad como para emprender la tarea de narrar la más intensa noche de perro loco amor, esa colisión de pesados trenes sentimentales bajo el negro firmamento de Palermo. Cerca de Isla de Flores y de esa parte tan bella de la rambla, Desconfiada por la vigilante embajada de los Estados Unidos de Norteamérica.
           12 de Agosto. Después de una intensa tarde plagada de lóbregos sucesos, cuando la noche comenzaba a tornarse madrugada, yo me hallaba en la esquina de su casa esperando que se fuese su hermano, quien estaba realizándole una fugaz visita. Después de una trabada y larguísima parodia de debate filosófico que mantuvimos horas antes, se concretó el encuentro en su casa. Finalmente la magia de las canciones que la llamaban con insistencia desde mis labios, surtió efecto. Esperaba muerto de nervios y tan tensionado como un ser humano era capaz de estar. Pasaron tres o cuatro minutos y yo parado en la esquina, bajo el flaco brazo del resplandor naranja que bajaba desde el alumbrado público. Su hermano finalmente salió de la casa y lo vi partir por isla de flores rumbo oeste, se iba con una pequeña perrita que me causó ternura. Mi corazón se sacudía en mi pecho como un sismo inagotable. Me acerqué y toqué timbre.  Apareció su silueta recortada en la ventana… y la abrió, me arrojó las llaves y subí. No pude distinguir si sonreía, pero por un instante me pareció que no. Abrió la puerta y me miró con esa  intensidad tan particular que me desarmaba por completo y me hacía sentir realmente vivo pero vulnerable.  La miré sonriendo, disfrazando la histeria inflamable que corroía mi interior, con una amplia sonrisa. Me hizo pasar adentro, el olor de su hogar se me hacía en la nariz, la fanfarria de un incalculable triunfo sobre la adversidad, sobre el tiempo sin tregua en el que tanto la extrañé, sobre las más frías noches del invierno, cuando creía tristemente, que no volveríamos a compartir el tiempo mágico de la madrugada. Si hasta el momento antes de ella escribirme esa misma tarde, conservaba yo algún tipo de remotas esperanzas, estas tenían como estimación para su concreción (y siendo optimista), unos cuatro o cinco meses más adelante y con mucha suerte, jamás preví el giro que tuvieron los acontecimientos y sí, recién ahora me siento con la capacidad de poder repasarlos y relatarlos casi abiertamente.
                 Ahí estaba entonces, sentado a su mesa, tomando su vino, fumando uno de sus cigarrillos nevada como lo había determinado en mis más tenaces fantasías, escuchando sus historias de Norteamérica, sus noches de farra, la aventura vertiginosa de sus vuelos y las noches sin dormir con el grupito de uruguayos que la acompañaba. El pibe que la recibe en el hotel, según ella, el puto más lindo del mundo, que lo quedás mirando y decís, qué lindo verte,  pero putazo, puto puto. Que justo era la semana de la diversidad y claro, cómo no, nunca lo había hecho antes pero me chuponié tres minas, contaba V con su sonora vociferación salpicada de roncas y voluminosas carcajadas. Contaba también que habían allá, muchos más uruguayos que la última vez que viajó, en junio y que la pasaron de fiesta, o sea, que ella tenía que romperse el culo 10 horas trabajando en la agencia, pero que luego se quedaban toda la noche chupando alcohol con este alegre grupo de colegas compatriotas, junto a  los que la farra, con regularidad se extendía hasta las seis de la mañana. Pensé que cerraban más temprano los boliches allá, agregué yo como al pasar y ella dice que sí, que cierran a las tres pero que la gracia era seguirla en las casas. Ilógicamente las imágenes de la piba que amaba que yo me figuraba ocurriendo en este contexto, erizaban mi piel y me hacían temblar las rodillas.
                Una hora y media más tarde, V me estaba llevando al chulo a cantar con la murga a pesar que me había determinado a no concurrir. El aviso de mi inasistencia fue comunicado en las últimas horas de la tarde, pero a V le parecía y con una importante cuota de razón, que dadas las características de mi estado de ánimo, iba a ser mucho más saludable si salíamos de la intimidad de su apartamento. Mandé Whatsapp al grupo de la murga para conocer el estado de situación, faltan tres murgas y vamos nosotros, me respondió Sol. Consideramos que si nos apresurábamos en salir, era posible llegar a tiempo para que pudiese cantar. El argumento de ella era bueno y definitivamente necesitaba yo tomar un poco de aire fresco. Cuando nos dispusimos a salir, le dije que prefería dejar mi mochila en su apartamento, si total volveríamos juntos a la casa para ir a la cama. El ceño de V cambió de posición notoriamente y con determinación, ordenó que me llevara la mochila porque no, porque de ninguna manera me iba a quedar a dormir con ella. Pero me quedo despierto, dije en tono de broma. Insistía ella que no, que no Fer, no te vas a quedar y listo. Con una risa malévola e inducida por los puros nervios, me acercaba a ella y juntábamos nuestras narices con cariño, mirándonos largamente en una infantil dinámica de “no-si-no”. No te vas a quedar, no dejes a nada acá, Fer.Y así… después de uno o dos minutos de divertida diferencia cedí, recogí las pocas pertenencias que había llevado y pusimos rumbo Amezaga y Joaquín Requena, cuando salimos me llamó el Cabe para decir que me apresurara a llegar cuanto antes, porque la grilla se nos venía arriba.
                Fuimos caminando hasta 18 y Magallanes y ahí nos tomamos un taxi. Eran las 2 y tanto de la madrugada y traíamos entre las ropa una botella de vino de la casa que ella aseguraba tenía algo así como una leve efervescencia.
           Mis compañeros se alegraron de verme llegar, sus abrazos y sonrisas eran algo verdaderamente digno de recordar. Yo avisé, varias horas antes que no tenía la energía suficiente para concurrir y era muy cierto, lo demostré sobradamente luego de cambiar de opinión y asistir con V de todos modos y en aquel estado y más que nada demostré lo mala idea que fue cantar, a la hora de ejecutar mi pequeño solo en la presentación. Fue desastroso, erré el tiempo por apurarme a largar y de inmediato la voz se me perdió en el eco del error, desperdiciando dos de los cuatro versos del solo con un balbuceo fuera de tiempo y con sonido a pánico. Gracias a la indicación tranquilizadora de mi primo, el director, pude recolocarme casi al final y tener la dignidad de al menos, colgar la última nota. No poseía ni la concentración, ni la energía para hacerlo bien. Como clara señal, antes que nosotros subió una murga que andaba muy bien, La Perica. Cantaban como los dioses, era un puto placer escucharlos y hubiese preferido quedarme escuchándolos que salir a cantar. V estaba en el público. Yo estaba ido. Blindado de los oídos, abrumado por otras miles de impresiones centelleantes, completamente desconcentrado y por supuesto sin calentar la garganta, pero eso sí, con una cantidad de vino en el estómago suficiente como para adormecer por quince o veinte horas a un pequeño enano abstemio. El resto del nuestro espectáculo, luego del error que para peor se diluyó en una irregular y poco lucida actuación de la murga en su conjunto, me limité a cantar un poco fuera del rango de alcance del micrófono y a desear con toda el alma que aquel suplicio acabase de una vez por todas. Era la segunda vez en mi vida que padecía estar haciendo murga. Era algo abominable. Comprendí en ese instante una gran lección: por más ensayo que tuviese el número, nunca sale de forma automática y es vital, clave absoluta al determinar el éxito o el fracaso, la calidad de la concentración que se ha podido ahorrar durante el tiempo previo de la ejecución. Me envalentoné y perdí, sin embargo me quedaba la mezquina recompensa de haberme lanzado, de haber creído e incluso, aunque de mala manera, intentado, cualquier hecho artístico involucraba una altísima cuota de riesgo.
                Cuando culminó el repertorio, V y yo estábamos ya totalmente borrachos. Bailamos solos, frente a la barra del chulo, alejados de la parte del local donde se acumulaba la gente, estábamos ella y yo, abstraídos del universo, bailando solos los dos bajo varios grupos de luces de colores que giraban dándole al salón, una atmósfera de ensueño. Tres o cuatro parroquianos apoyados en la barra nos miraban con aire incrédulo y curioso, fuimos el puto show de la noche, mejor que todas las murgas, más intensos que todas las estrellas, más enamorados que cualquier otra cosa viviente en la ciudad. El hecho en sí mismo tenía una carga de total romanticismo, aquel reencuentro, nuestro estado, dejarnos ver ante todos como una pareja de enamorados de cuya existencia se debería tener algún conocimiento y sin embargo no, nadie sabía nada. Mis amigos, de no ser por mi primo y su novia, jamás la habían visto antes. Ella, yendo contra su estilo, según decía, de no mostrarse en público en la intimidad de la compañía masculina casual, hablaba ahora con el Cabeza, con Caro, con Maru en la puerta del Festi y elogió con admirada sinceridad a Marcelo, que verdaderamente había sido uno de nuestros mejores representantes sobre las tablas  esa noche. Me daba la impresión que V exageraba un poquito su estado de embriaguez para permitirse aquellos excesos de demostración afectiva que evidentemente no solo no podía evitar sino que sin lugar a dudas disfrutaba enormemente junto a mí, al igual que yo a su lado.
                No podría calcular con exactitud cuánto tiempo bailamos en aquel lugar de ensueños, cada tanto ella me corregía y me reencausaba a seguir sus movimientos. Siempre fui bastante duro para bailar, pero con ella era todo totalmente diferente, las leyes del mundo afectaban la realidad de un modo extraño, como los rayos de sol que dan cerca de los polos. En cierto momento mi estómago, ya cansado de toda la tensión soportada durante el día y el vino, me dio la señal para partir y le pedí a V que me acompañase afuera. Salimos y ella dijo en mi oído, vamos a dormir.  Nos abrazamos nuevamente, fuimos bolas de luz embalsamadas por la embriaguez narcótica, elevados a un plano superior de la existencia por la fascinación de un reencuentro tan largamente aplazado,  íbamos amarrados por un sentimiento de inexplicable pertenencia. Sus ojos, madre mía, que belleza. Me es muy difícil de bajar a palabras la sensación de calma y bienestar que me producía su compañía.
                Partimos rumbo a la madrugada, tomados de la mano, abrazados, totalmente entregados el uno al otro y a las pocas cuadras tomamos asiento en el cordón de la vereda, en el nacimiento de una calle empedrada que era el marco ideal para aquella charla de borrachos amantes. Cada tanto ella clavaba sus ojos en los míos y con un hondo suspiro me decía: Te odio. Era verdad, me odiaba por quererme así, lo sé porque también a mí me atacaba la locura de aquella extraña ambigüedad mientras la noche nos regalaba su encanto primitivo y ella y yo lo abrazábamos juntos y lo devolvíamos con cada roce furtivo de nuestros cuerpos, en cada gesto.
           Volvimos a su casa caminando emocionados, riéndonos, peleando tiernamente y pelotudeando por 18 de julio, en el camino ella paró a comer una mega súper hamburguesa en el carro de Mariana, la disfrutó muchisímo y yo la molesté diciendo que, por lo poco que ella comía habitualmente, esa hamburguesa de seguro le alcanzaba para freezar y comer descongelada por una o dos semanas. A los tumbos con las baldosas llegamos finalmente hasta el umbral de su puerta nuevamente e ingresamos. Estábamos liquidados y nos fuimos a la cama sin más preámbulo que una breve escena de sacarse con tantas ganas la ropa y olernos y acariciarnos mientras nos besábamos en una marea de respiraciones pesadas y corrientes eléctricas de cuerpo a cuerpo, a morir. Voy a obviar el resto de los detalles sensuales porque los considero de una intimidad tal que no estoy dispuesto a compartir de momento. Eran entonces las 8 de la mañana casi cuando nos dormimos. Repetidas veces, como sucedió en tantas otras ocasiones, me despertaba solo para mirarla. Su rostro en la luz de la mañana era una poesía en sí misma y ella desde su sueño volvía a la realidad para ver que la miraba, sonreír, besarme y volvernos juntos a los dominios oníricos. Ahora que escribo, ya desde mi casa en colón, me arrebata la ansiedad de volver a sus brazos. Solo junto a ella era yo capaz de sentirme totalmente en paz, sino estaba condenado a este estado de permanente alerta, a esta parodia, a esta sombra profunda de mis deseos, el continuo esperar de mi piel por su aroma de flor oscura.
                 El ritual de despertar-vernos-sonreír-besarnos-dormir se repitió mucha veces de la misma hermosa manera hasta casi las tres de la tarde. Le dolía la espalda de estar acostada y nos levantaos a comer algo, ella estaba preocupada porque decía que lo único que tenía para comer no iba a ser de mi agrado, revuelto de zapallito, tenía razón, no me gustaba en absoluto, no obstante sentía un gran apetito ya que mi última ingesta había sido al mediodía anterior y el desgaste realizado superaba ampliamente lo humanamente aceptable. Nos levantamos, ella calentó la comida y yo vibraba de amor mirando para afuera de su ventana. Trajo dos pequeños cuencos de acero inoxidable con la comida, acompañados de dos tostadas y un vaso con requesón. Almorzamos henchidos de una felicidad indescriptible. El miedo, el pánico de la inminente separación se insinuaba apenas lejano en el aire, como una sombra oscura y dentada pensando en saltarnos encima. Puse en mi celular, la retirada de la trasnochada que me había acompañado durante los día nefastos sin ella y le conté de la vez que lloré desconsoladamente escuchándola. Después vino la actuación de la Gran Muñeca en la segunda ronda del carnaval 2016, la grabación de esa noche en que estábamos ella y yo en el teatro de verano, después otras de murga que amenizaron en segundo plano, la hora de la comida. En contra de lo que suponía, el revuelto de zapallitos se dejaba comer bastante bien. Su compañía se me hacía un bálsamo de serenidad y la quietud de la tare acunaba las lentas repiraciones, las caricias y las ganas permanentes de demostrar lo que sentíamos el uno por el otro. Después de comer nos tendimos en el sillón a abrazarnos, mirarnos a los ojos y decirnos cosas en susurros. El tiempo perdió su forma corriente y la tarde afuera  se ponía pálida, perdiendo sutilmente la saturación de sus colores mientras nosotros nos mirábamos en los ojos.
                Al final sonó su Whatsapp y ella contestó. Volvió al sillón y me dijo que era hora que me fuera, que venía una amiga de ella y no quería que me viese porque no tenía ganas de dar explicaciones. Le dije, con un aire de contenida protesta, que anoche habíamos ido juntos al corazón de mi más íntimo círculo de amigos, ella me preguntó qué les iba a decir a ellos cuando desearan saber quién me acompañaba. El amor de mi vida, le respondí con una amplia sonrisa. No, no importa, te tenés que ir, insistió entre risitas y gestos de severidad. En ese momento toda la oscuridad y la pesadumbre que dejé afuera la noche anterior, se insinuó gravemente y se lanzó por mi corazón, devorándolo con una tristeza fría. Nuevamente la incertidumbre me acorraló. No me quería ir por nada del mundo, sin embargo ante su tercera petición cedí y tan rápido como pude, me puse en pie tratando de endurecer mi corazón y me arrojé encima la campera y la mochila. Ella bajó a abrirme y en la puerta de calle volvimos a besarnos con profundidad. Se sentía como la última bocanada de aire antes de ingresar a un abismo subacuático del cual no se sabía cuándo iba uno a resurgir.
                Volví a mi casa, inundado con el olor de su cuello, fascinado y un poco entristecido por ver partir hacia el pasado a la vibrante intensidad de toda aquella experiencia. Tropezando con la luna enamorado, bohemio desdichado del pasado. Volví en un G por la noche cálida y engañosamente primaveral de mitades de agosto. Cuando bajé en la terminal, la noche hermosa me recordaba lo afortunado que fui al tenerla al menos unas 18 horas en mis brazos, la inmensa alegría que la vida me había prestado al poder escuchar sus palabras y por haberle pedido perdón por ser un imbécil sin remedio y que ella aceptara mis  disculpas, por haber entendido, cuando bailábamos, que también ella a su forma me extrañó y que su cuerpo también me llamaba en la oscuridad del silencio, que me recordaba en las cosas simples, que simplemente ella también me quería mucho y decidió dedicarnos aquellas hermosas horas.
                 Cuando ingresé a mi hogar el mundo daba vueltas y me dolía cada uno de los músculos del cuerpo. Ya la extrañaba insoportablemente y me recorría un impulso eléctrico cansino y perturbador, era el abismo de las profundidades sin ella, aunque su perfume estaba definitivamente en mis labios y su esencia, tatuada en la yema de mis dedos. Conversé con Alejandra y Tamara, mis dos hermanas menores, me comí unas cinco o seis naranjas y me acosté para dormirme casi de inmediato, eran las nueve y media de la noche. Caí tan hondamente dormido que en determinado momento, en la nebulosa del negro sueño creí sentir, muy distante el sonido como de una pequeña campana… desde aquella altura del adormilamiento no alcanzaba a distinguir de qué se trataba y sentí que hacía un esfuerzo descomunal por entender que significaba aquel sonido. Fue uno solo. Finalmente al cabo de lo que pareció una eternidad abrí los ojos y busqué el celular en la penumbra. Era el Messenger del Facebook con un mensaje recibido a las 0:12 que decía: el problema es que no estés acá conmigo. Alcé la vista a la otra esquina de  la pantalla del teléfono para ver la hora que era en el momento que lo leí, las 0:38… Le respondí. Conversamos unos quince minutos más, ella diciéndome con un tono que me derretía el alma de amor, que no sabía que estaba pensando hoy de tarde cuando decidió que me fuera, que me tendría que haber quedado, que albergaba la esperanza que de su casa me hubiese ido a lo de mi hermana Carla, que vive cerca y que tal vez yo siguiese ahí. Por un momento tuve la determinación de salir disparado para su casa en un bus nocturno, pero me persuadió que era mejor que no, porque muy temprano partiría rumbo al aeropuerto, se volvía a ir… El abismo subacuático se ensanchaba en todas las direcciones, nos despedimos.

lunes, agosto 22, 2016

XXXVII

    Me aturdía la esperanza de que el destino reservara para nosotros, días y noches de legítima entrega. Encallando mi alma en la esperanza de amarnos sin reservas y no lo iba ya a callar, quería pasar mi vida junto a la suya. Cualquier otro desenlace se me antojaba un miserable fracaso, otro miserable fracaso. 
  Padecía yo entonces una duda análoga a la que ella debería haber padecido varias veces durante el curso de nuestra inusual aventura. Sería ella capaz de sufrir mi compañía, sería yo capaz de dominar mis demonios en función de proyectar una vida a su lado. Ya la pregunta no era si sería posible tener una vida juntos, pues en el fondo de mi conciencia imperaba la certeza de que así era, sino que la feroz interrogante poseía una dramática y sutil diferencia: seríamos capaces de soportarlo. Podría yo en algún momento soportar sus vastas ausencias, el frenesí con que se caracterizaban sus viajes de trabajo al exterior. Era capaz yo de aceptar su conducta liviana, guiada casi siempre por el influjo del alcohol que ella bebía de forma casi ininterrumpida durante las horas que no se hallaba trabajando. Podría ser capaz de florecer junto a ella y aceptar su disipada e irreprimida condición de alma libre, por qué daba miedo la libertad de la persona amada, por que debía remitirnos a una oscura interrogante y a una tenaz incertidumbre, el saber que la otra persona se disponía a vivir su vida del modo que mejor se le antojaba, por que ahora me surgían estas ganas sin remedio de ser únicamente suyo o mejor dicho, a diferencia del verano, solamente estar con ella. Puto instante de la noche en el que estás estás dudas me arrebataron de la placidez del sueño. 
    Era entonces que la odiaba, cuando la perra de mi casa le ladraba desafiante al vacío y se multiplicaban en en mi el terror, la inseguridad y la parálisis de la voluntad. La odiaba porque me volvía indefenso, vulnerable y asquerosamente humano, sentía amor en un mundo de chacales sin tregua, en un mundo demasiado dinámico para dar lugar a la permanencia, un mundo de virtualidad sórdida y de sexo fácil en el que mis deseos más sanos palidecían ante la tempestad que nada ni a nadie reconoce. Evidentemente no podía evitar sentirme sapo de otro pozo.
Dolía saber que ante el solo poder de imaginarla a mi lado y sobre todo, de mi lado, me estaba condenando al padecimiento de un salvaje remolino de oscuras dudas de mi propio ser, desde cuyo hermético recinto creía sentirla a ella pasar por una situación bien simila. La odiaba. porque me hacía sentir entregado a sus deseos, porque su persona, en mi cagada cabeza poseía el poder de despertarme a mitad de la noche, para, entre lamentables gemidos felinos y más lejanos y curiosos ladridos, me pusiese a escribirle. Perforado por el presentimiento de que se hallaba en compañía de un amante, que se dejaba penetrar por el y lo montaba y lo besaba y lo acariciaba y le decía las mismas cosas que me arrancaban a mi las más descabelladas promesas de total fidelidad. La odiaba porque no me queria escribir y de hacerlo, lo hacía con despreciados monosílabos y con una frecuencia de tres o cuatro días, siempre limitándose a responder alguna breve alusión al inmenso sentimiento que me invadía. 
    Sentirla del modo que yo lo hacía suponía un enorme coraje y una cantidad de energías reservadas para tal propósito, eso era fácil, ya que desde hacía ya 8 meses y medio estaba trabado en la batalla interna por determinar que papel queria yo que ella interpretase en mi vida (proceso esencialmente signado por la duda), luego el receso total de 60 días me había confirmado que cada célula viviente de mi cuerpo la deseaba a mi lado pero sobre todo, de mi lado. Ahora, después de un intenso y bellísima instancia de reencuentro, volvió a partir, devolviendome y seguramente devolviéndole a ella a amargas horas de reflexión sentimental que hallarán, eso si, su más que holgada recompensa al momento del próximo abrazo, de la próxima mirada indescriptible. 

domingo, agosto 21, 2016

XXXVI

  Entre las múltiples puntas en la.madeja de pensamientos que reformaban lentamente mi ser, se hallaba una que insumía una gran cantidad de mis energías. Más adelante detallaré los pormenores de aquel reencuentro maravilloso con V, único e imperfectente perfecto que tuvo lugar en las últimas horas del 12 de agosto, exactamente 2 meses después de la supuesta última noche juntos. 
     Nuevamente no existían contratos vinculantes entre nosotros, solo nos queríamos, nos queríamos mucho, pero ahora nuevamente ella estaba en el exterior y yo acá, tupido de vacilaciones en la tarde fresca aunque soleada de un Montevideo sin ella.
     Parecía una ácida broma del destino que en el momento en que renovaba el diálogo con V, otras chicas se disputaran mi atención. Aquí radicaba pues, el quid de la actual encrucijada. No deseaba yo a más nadie que a ella, solo para ella tenían mis labios besos disponibles, solo su calor era capaz de aplacar el frío de la sangre que circulaba en mis venas. Sin embargo la idea de pensarla en brazos de otra persona me impulsaba nuevamente a resguardar mi dolor en alguna amante ocasional, para prevenir de este modo el desasosiego de saber que ella podría no desearme del mismo modo que yo a ella.
     Este método había tenido pésimos resultados durante el pasado verano, cuando las cosas con V iban relativamente bien, cuando yo, gambeteando los escasos accesos de celos que surgían, me entregaba a los brazos de cualquiera que desease tenerme ahí. Esta era mi única forma de sentirme protegido ante la eventualidad de saber a ciencia cierta que ella explotaba su sexualidad abiertamente. V fue categórica en este respecto cuando se lo comuniqué, me dijo vos convenientemente aceptaste eso para tener la libertad de encamarte con veinteañeras sin sentir culpa. Ella afirmó que no se sentía obligada a serme fiel por la presión de un contrato entre nosotros, sino porque lisa y llanamente solo deseaba la intimidad conmigo. Jaque mate.
    Mucho había acontecido desde entonces y en este momento las dudas volvían a acosarme de igual manera que antes, pero sabía que ahora era muy improbable que su corazón dictaminara las mismas conductas que en aquel entonces.
     En nuestro reencuentro le pedí disculpas por aquella oprobiosa conducta y reconocí haber sido un auténtico imbécil. Ella aceptó mis disculpas, no obstante la situacion se tornó cíclica y acá estaba yo, recibiendo material altamente erótico de una seguidora de Facebook y no sabiendo que hacer al respecto. Por un lado, la atractiva (en este caso) treintañera me parecía muy apetecible y su disponibilidad al sexo casual estaba manifiesta de las más sórdidas y explícitas formas. No quería volver a incurrir en los errores del pasado y tenía el vivo deseo de consagrarme a V, estuviese ella en el país o no, pero temía que si ella no sentía igual que yo y abría sus brazos para dejar entrar a otros sin miramientos, mi corazón quedaría de nuevo en escombros y tal cosa no debería acontecer en forma alguna, me prohibía volver a sufrir por amor no correspondido, por esa falacia mal llamada amor no correspondido, que era en realidad un capricho oscuro y autodestructivo del corazón sin rumbo.
    La extrañaba tanto... pero distantemente, se podía decir que estabamos juntos, cada uno a un lado de una cuerda intensamente misteriosa. Acobardados por sinnúmero de dubitaciones que hacían otra cosa que empañar la magia desconocida de nuestro vínculo.
     Mientras pasaba el dorso de mi mano por mi barba, el ocaso se recostó en el oeste y con el llegó nuevamente el frío, tomaba mate y fumaba frente al televisor apagado, sumido hasta la coronilla en esta y otras cavilaciones. Fue entonces que decidí reservar mi corazón a ella y aceptar lo que viniese con la marea de lo imprevisible. Seguiría mi instinto de permanencia a su abrazo y evitarme en lo posterior, tener que lamentarme y pedirle disculpas por cuidarme las espaldas con garches sin importancia. Si ella actuaba de forma diferente, recaería en su persona, la tarea de lidiar con sus sentimientos del mismo modo que lo hice yo en otras oportunidades. Iba a darle la privacidad de mi amor, la exclusividad de mi deseo sin pedirle nada a cambio.


sábado, agosto 20, 2016

XXXV

   esa noche de sabado la dedique a la introspeccion, extraños sonidos se dejaban escuchar afuera de tanto en tanto, en el frio, en la misteriosa oscuridad fuera de la casa en colon. existian entonces tantas cosas cuya trayectoria deberia ajustar, que descarte varios planes para pasar el fin de semana en casa, en la soledad de mis pensamientos, con el unico proposito de afinar mi alma y ponerla en sintonia con los deseos de mi corazon, encausar el salvaje manantial de mis pasiones en un solo y concentrado chorro de voluntad que atacase el futuro y formase un armonico acorde con aquello que yo afirmaba que este deberia ser. 
    su abrazo. otra vez ladridos afuera en la noche. me dolia el estomago, parecia un trozo de metal clavado en mi diafragma. la television de la madrugada regalaba saltos ornamentales, pero mi cabeza ya no los admitia, estaba concentrado en algo que podria llamar mi deber. era hora de afrontar la oscura realidad y bregar sin tregua por ser señor de mi destino. por momentos me horrorizaba darme cuenta de cuan desacostumbrado estaba a la sensacion de poseer un proposito concreto e integral para mi existencia. era momento de astillar el hosco escudo que defendia la inamovildad de mi centro energetico y al encarar decididamente esta tarea, podia dar cuenta de cuanto me habia abandonado y por cuanto tiempo y a que precio. me habia desacostumbrado a canalizar mi voluntad sobre un objetivo puntual y a su vez total, y estando entonces esa noche, en la neblina ondulante del vino, me determinaba a conseguir la victoria a cualquier precio. 
    de una manera llegue hasta aquel sordido y profundo rincon de mi mismo, en el que la pobreza se manifestaba como un voto sagrado en favor de una invulnerabilidad sutil, ciertamente a travez de este proceso me di cuenta de que jamas me habia sentido tan pobre como cuando trabajaba arduamente. en esta situacion sin embargo, realmente sin un peso, existia un espacio vacio que podia llenar con voluptuosa ociosidad, hondas horas de meditacion y abocacion total a la escritura, la lectura y el canto. su lento efecto curativo habia tomado casi un año en volverme a poner en carrera por conquistar mi destino, pero ese momento, largamente esquivo, finalmente se cernia sobre el presente y precipitaba sobre mi un solido sentido del deber conmigo mismo, un deber cuyo transformador poderio me impulsaba hasta el borde de lo conocido y me daba fuerzas para saltar, para tomar una prueba de fe que me estaba debiendo desde hacia ya largo tiempo. 
   V habia aparecido y vuelto a viajar a norteamerica por trabajo. en lo que iba del año, estuvo mas alla que aca. faltaban pocas piezas en su sitio. yo me encaminaba hacia ella... pero ella... estaba a 9.000 km y la noche en colon estaba llena de ruidos. para ese entonces sentia un enorme asco de pensar que habia una rata dentro de la casa.

martes, agosto 16, 2016

XXXIV

Detenerse del tiempo tras monolítica pesadumbre. Porque pasa la luna convertida en azul ausencia y una nostalgia hiriente tras la.cual galopan los caballos de un deseo a media luz.la calle semi vacía, el hoyo metafísico en el que el alma deambula fuera de todo alcance. No hay manera de acallar el murmullo de toda esa felicidad esquiva, la opresión en el pecho quizás fuese el aviso, la advertencia dolorosa de una existencia detrás de la existencia, de otro mundo posible tras el mundo de amargas esperas por el que transitamos. Solo habría que saltar hacia el vacío, saltar sin red hacia la cristalización, desquiciar las amarras de las autolimitaciones y atreverse finalmente a ser. Disponerse a perecer de angustia en la lucha por conquistarse a sí mismo, en la batalla por reinar sobre nuestro propio destino. Tal vez no sea posible detener el sangrado de la melancolía y rebelarse contra los oprobioso dardos de la fortuna, pero si así fuera... si el universo de nuestros más hondos deseos se hallase al alcance de una sola decisión y fuese tan solo la inherente temerosidad de nuestras angustias lo que oculta y aleja de forma permanente el apice de felicidad y realización que tanto anhelamos y que tal vez solo por mera cobardía, este mundo se apareciera fuera de nuestras posibilidades. Era demasiado sencillo pensar que el laberinto de azares se configuraba de manera tal que los acontecimientos cobraran una fuerza capaz de disminuirnos a eternas frustraciones y observar a través de la ventana de los sueños, un futuro en el que todas las promesas que nos hicimos estén cumplidas de antemano. Bastaría reventar de un tirón las barricadas autoimpuestas para salir a flote y reinar definitivamente sobre la gruesa mar de incapacidades que como una sierra siniestra, desgarra cualquier felicidad posible. Es necesario entonces no tomar demasiado enserio a los augurios que amedrentan las horas y los segundos de vacilación que en nuestro cuarto oscuro y helado se figuran como insalvables montañas y con un.golpe certero de nuestro cocorazón, acabar con ellas para siempre
siempre.siempre.

domingo, agosto 14, 2016

XXXIII

   creer en la magia de las canciones. nunca sentirse abatido en la entrega. soportar la terrible hostilidad de la conciencia y tener al menos un apice de humanidad a la hora de la verdad. nunca se llegaria a comprender el misterioso accionar de los poderes que nos guian.tampoco buscaba hacerlo pero era tan evidente  tan tangible la mano del titiritero que era imposible no pensar que eramos parte de una trama intrincada imprevisible y altamente adictiva. 
esa tarde me llamo gabriel mi hermano de la vida. hacia algunas semanas que no nos veiamos y eseviernes quedamos en encontrarnos en la plaza seregni. parti desde la ciudadvieja a ie. el dia era inusualmente agradable para agosto y en el cielo limpio estaba la luna a pleno dia. algunas cuadras antes de llegar sono mi destartalado celular. era david y ya estaba colocadisimo. me dijo ya me tomo un taxi para asi. estaba en el perro que fuma haciendo los postres de su intensa actividad sindical con paro y movilizacion incluidos. 
    diez y ocho de julio estaba atestada de gente a las cuatro de la tarde pero yo iba cantando la cancion final de la trasnochada dosmil diez y seis asegurandome de afinar cada nota y no excederme en el volumen. nadie parecio notarme. sentia como si yo mismo hubiese escrito la letra. era el retrato exacto de la situacion con v. la cancion sonaba en repeat y yo sentia tan intensamente que parecia generar un halo de magia. un tubo por donde mi deseo pudiese ir directo a su corazon. vas a invitarme a tu balcon para cantar mi serenata de jazmines y esas canciones de los dos, cantaba mientras iba rumbo a mi destino. 
    Llegué a la plaza y tome asiento en un muro que daba a la intersección de las calles martín c. Martínez y Uruguay. El sol calentaba amablemente y mucha gente se arremilinaba por aquí y por allá, habían guitarras, cajones peruanos, olor a porro, un grupo de mujeres con túnicas blancas y las canchas con deportistas ocasionales estaban colmadas. En líneas generales la tarde era hermosa y a la noche teníamos un festival en el chulo, de nuevo. Se me ocurrió que podría agarrar wifi en la plaza y lo intenté... Existía una señal esquiva e intermitente con la cual no logré comunicarme con ninguno de mis dos amigos. Por lo tanto salí a dar una vuelta a la plaza en busca de la fuente de wifi y la encontré justo en la esquina. Me conecté y abrí el messenger del Facebook para hablar con Gabriel. En el momento que lo hago aparece en la pantalla una burbuja de chat. Era V. Mi corazón implotó en un sordo estallido de alegría, pánico y ansiedad. No se que es lo que haces pero duele en medio del pecho, decía. Por primera vez en dos largos y tristes meses, me dirigía la palabra y yo francamente quedé pasmado de felicidad. Era 12 de agosto y el cielo vaticinaba un giro épico de los acontecimientos. 

viernes, agosto 12, 2016

XXXII

  pero ahora pasaron dos meses desde la última noche con V y el invierno de aquel viernes era un espejismo de la primavera. Hasta ahora no logré sacarmela de la cabeza, del corazón y convaleciente por su ausencia decidí escribirle un sentido mensaje dónde le recordaba que la amaba aún y que en los últimos 60 días no había logrado superar el certero golpe de su retirada. Me costaba creerlo, asumir que no volvería a ababrazarla. Es que fueron tantas las falsas despedidas, que está última y al parecer definitiva, no terminaba de cuajar en mi alma. Padecía una brutal abstinencia de la dura falopa de su mirada, del olor de su cuello, pero su abrazo... La falta de su abrazo era lo que más erosionaba la escaza estabilidad de mis emociones. Verdaderamente ya no sabía que más hacer para que me hablara,  leyó el mensaje que le puse en Facebook casi de inmediato,  pero no respondió y eso me aniliquilaba irreversiblemente. La desesperación comenzaba a tornarse una masa abrasiva y fulminante que me recorría y me enredada en ahogos y suspiros e. cíclica procesión. Tanta era la carga emocional que tenía que en verdad ya dudaba profundamente de mis propios móviles y no hallaba en el mundo un argumento que avalara mi desesperado deseo. No estaba seguro de querer volver a estar con ella, tenía pánico a volver a sentir el desamparo de su alejamiento y sin embargo hubiese hecho cualquier cosa con tal de tenerla en mis brazos,  dejarla entrar en mis ojos,  tomar su mano en la madrugada y cantar murgas a su lado en la secreta intimidad de un vino y uno de sus cigarrillos Nevada. Se esfumaba todo rastro de certeza y no podía detener el impulso suicida de invitarla esta noche al festival en Requena y Amezaga dónde iba a cantar ese mismo viernes con la murga,  ese 12, a la 1 am. Me complacía imaginaria entre el público y a la vez me moría de angustia al saber que no, que nunca más estaría a mi lado. De a ratos pensaba que era la mejor situación. Que de este modo estaba yo libre para desarrollar la seducción a mis anchas y tenía  la convicción de resultar exitoso, pero simple y llanamente no quería. Mi caprichoso corazón anhelaba su roce, su voz en mi cara, el salvaje bambolear de sus pechos desnudos sobre mi, la desesperada diatriba de su enojo al montarme como a un viejo caballo indomable,  necesitaba su aprobación y esto haría mi orgullo más allá de cualquier antecedente. La esperaba... Día y noche,  dos meses sin tregua y sin esperanza. Dos meses sin nada y aún la queria igual o más que el día 0

lunes, agosto 08, 2016

herencia chinawski XXXI

   Desperté en el colmo de la ansiedad, con el pecho oprimido. El día cálido para agosto, era radiante y la bajante en el río de la plata formaba como un espejo en la bahía. La noche barrió bajo mi alfombra las más cuidadas palabras y lo que quedó fue solamente el mito, la leyenda de su voz flotando entre mis brazos. El vacío, la desolación y el horror de un olvido que no llegaba nunca. Estaba casi seguro que aquel lunes V retornaba al país y yo lo podía constatar en la vaga intensidad del mediodía, en mi sangre licuada por una espera estéril que llevaba casi dos meses. 
    Luchando contra este sentimiento tortuoso, decidí retomar la historia insólita del mes de marzo. El día 3 llegué de la casa de Andy en taxi a lo de la abuela, ella acababa de partir al otro mundo y la familia se congregaba en torno a la puerta. Papá se aproximó al taxi y contuvo mi abrazo y el desconsuelo de mi alma quebrada. El cielo estaba despejado. Recuerdo imborrable el del abrazo de mi padrino, quien parecía acabar de entender cuán importante y querida era la vieja para mi y en su sentida contención sentía yo, a su vez, su dolor de hijo mayor igual que él el mio de nieto mayor. 
     Mi hermana Tamara y mi tía Lourdes, que vivía en la casa de arriba, fueron las que la acompañaron en su salto a lo desconocido. No se fue sola ni de noche. Tamara tenía 17 años y aún hoy no puedo imaginar el espanto que le causó tal cercanía con la muerte. Días antes la abuela tuvo un episodio desagradable, por la noche salió de su cuarto asistida por su inseparable andador y quedó parada, estática junto a la puerta. Papá y yo veíamos la televisión. Cuando nos percatamos de su presencia nos pusimos de pie para ver que ocurría. El sudor brotaba de su frente y su maxilar inferior castañeteaba sin control. Le hablé, pero no respondió. dónde vas, le pregunté pero su mirada perdida me fue indiferente. Se orinó sobre la marrón cerámica del suelo e inmediatamente se desvaneció en mis brazos. Papá corrió a llamar una ambulancia y ella quedó en mis brazos, inconsciente y pálida como una vieja flor, marchita y a punto de caer de la planta. Yo quedé profundamente conmocionado así que no comprendo como Tamara resistió el embate final de la fuerza que terminó de arrebatarle. Esa vez quedó internada y fue dada de alta a la noche siguiente. Su tiempo restante sobre esta tierra era muy poco entonces. Padecía hipertensión, problemas cardíacos, reuma y un sobrepeso importante pero los doctores desestimaron sus síntomas y la liberaron. La familia entera confió en su recuperación y los últimos días de su vida transcurrieron con normalidad.
   Su último día entonces, estábamos reunidos todos junto a la puerta y llorabamos. Cuando yo llegué ya se la habían llevado. Sería difícil describir la tierna amargura que invadía la casa, la incertidumbre que amenazaba al futuro. La tarde... El vacío, el rastro de la muerte dejó una canción sombría y la tarde se cristalizó en un silencio nuevo.
    Como a las 18 me escribió V, quien recién recibía el mensaje con la noticia y me reconfortó con sus condolencias, arreglamos para vernos un ratito. Aunque no lo puedan creer también en ese momento la relación era inestable y ella aclaró que nos veríamos solo un momento y sólo para darnos un abrazo, acepté aduciendo que mis amigos me esperaban con una botella de whisky para acompañar mi duelo durante las horas de la noche.
     Subí el repecho de la calle Vigodet con el ocaso a un costado y el corazón en un hilo. Me detuve en el bar de siempre a tomar una grapa y después un bus hacia la plaza de los bomberos dónde quedamos en encontrarnos. Verla a ella en ese momento era lo único que podía hacerme pausar el dolor que me oscurecía. Viaje en un 102 por 8 de octubre, como siempre congestionada, dura, baja e ingrata, fea. Caía finalmente la noche cortina, se iba el último día de mi abuela sin detenerse, simplemente cayó la noche sobre Montevideo y todo lo sucedido quedaba para siempre apresado en el dominio del pasado. 
    Me baje en 18 de Julio y caminé hasta la plaza de los bomberos con la mente obnubilada y los ojos perdidos del copioso llanto evaporado. Cuando la vi, su visión me iluminó y me derrumbó a su vez. Era simplemente hermosa, su cabello caía con perfección sobre su campera de Jean, tenía un libro apoyado en la falda y cuando me vio lo guardo para pararse y fundirse en un abrazo que me provocó un alivio y una serenidad indescriptible, oler su alma, sentir su latido, la presión justa con que sus brazos me sostenían en aquel lodazal de desencanto, abrazarla, era simplemente la sensación física más sobrecogedora que podía experimentar. Tomamos asiento y fumamos un cigarro. Conversamos un poco y ella sugirió que tal vez debí haberme quedado en casa acompañando a mi padre y mis hermanas, pero yo francamente no podía, tenía que salir de la casa para preservar lo último de integridad emocional que poseía, que era además apuntalada por aquel abrazo sin tiempo en la plaza de los bomberos.
   V sugirió tomarnos una y le dije que si, a los pocos minutos estábamos sentados en una mesa de afuera en un bar en la esquina de dos calles que ahora no puedo recordar. La verdad es que estaba completamente abstracto, V hablaba y hablaba sobre no se que cosa, con la mejor intención de distraer mi cabeza pero la realidad es que me hizo sentir un poco incómodo. A la tercer cerveza mi corazón había acabado de derretirse y mis rodillas temblaban ante la hipnótica hermosura de aquella morocha de ensueño que con su sola presencia me rescataba del profundo abismo que la vida había colocado ante mis pies. 
     Nos fuimos y en el camino el deseo nos invadió con una intensidad escapada de cualquier lógica y nos tuvimos que parar a besarnos con desenfreno, apoyé mi cuerpo contra el de ella para que pudiera sentirme por completo y cada vez más la.urgencia nos dominaba. 
    Prácticamente subimos corriendo la escalera de su casa y nos amamos sin recato, nos entregamos con la convicción absoluta de los amantes, nos arqueamos y nos quebramos en un ritual sagrado de sanación. Hacer el amor con V pocas veces fue un acto meramente carnal y siempre se manifestaban en nosotros los más primitivos motivos de humanidad. Nadie en el universo hubiese sido capaz de afirmar que ella y yo no teníamos algo único y verdaderamente mágico. Me durmió en sus brazos y se entregó a mi con totalidad para que yo pudiese acurrucar en su pecho, el consuelo más profundo que existía para el caso.
     El amanecer nos descubrió abrazados y sonó inevitablemente el tono de su despertador, nos levantamos y fuimos hasta la parada de ejido y Paysandú en un taxi, ahí compramos de desayunar y juntos tomamos un tala-pando que la llevaba a su trabajo y a mi al velorio en la funeraria de 8 de octubre y Pascual Paladino. En el viaje ella se veía aún más bella que la noche anterior, con un cardigan blanco y sus labios húmedos y demasiado apetecibles. En el camino V aprovechó para recordarme que en 20 días se iba por casi dos meses a trabajar a Norteamérica y que quizás era aquel el momento para dejar de hablarnos, no considerando oportuno su comentario le.propuse no volver a escribirle y que ella se abstuvieron de leer este mismo blog, donde desde donde hacia varios meses todas y cada una de las letras escritas estaban y están dedicadas a ella. V comprendió la trampa y adivino que se trataba de un negocio inviable, aun así insistió que era el mejor momento para poner punto final a la no relación.

domingo, agosto 07, 2016

herencia chinawski. XXX

  La noche niebla. La noche. Profundidad y trasnoche, delirio y retrospectiva, golpe y resaca de un oleaje energético que nos lleva a su antojo por extrañas pantallas. Letras de depeche mode. El mingus, después el Living, colección de monólogos rampante en la temprana madrugada de Montevideo. En el rastro de su aroma por las veredas soy antídoto oscuro. Ventanas a la calle y ese silencio de piernas larguisimas y gruesos tobillos. despertarse embadurnado por el ardor y los jirones de la noche salvaje. incontables litros de cerveza en erratico paseo por los boliches de moda. la compania entranable de buenos amigos y la noche niebla. la noche dura y carnera. noche de sucio plomo. alegria del barro romance con la oscuridad perpetua de no ser y ser a la vez lo inesperado lo improvisado lo mas polvoriento de todos los azares. el imprevisible rotar de los dados. alea jacta est. 
   queria deshacerme de todas las capas de mi ser y enamorarme de una prostituta. perderme en secreto por los pliegues laboriosos de su sexo. queria desabrazar la indolencia cronica de mi tiempo al pedo. desembarazarme del disfraz la mascara de humanidad y caer hacia el cielo abierto de la noche invernal mientras la ciudad vomitaba sus palidos chorros de poesia sangrienta.
   al otro día cantaba la murga en el festival de uno de los conjuntos ganadores de la anterior edición del certamen. Y así fue, metí una siesta de siete a nueve y después de
de tomar café, en la noche rata de colón, metí rumbo al festival. El viaje fue largo e insoportable pero fui con la convicción de haber elegido el.camino más recto aunque puse dos largas horas en llegar al parque rodó. Cuando llegué me.encontré en la puerta con el Mas. Al rato estábamos subiendo a cantar y yo sude como si no hubiese mañana. El público nuevamente se mostraba benévolo y aplaudía con cariño. Fue todo un éxito. Los leves problemas de afinación habían.regresado en su mínima expresión pero fuera de eso la murga cantó desde el alma y todos lo notaron. Cuando descargamos, lo hicimos cantando con el ardor inexplicable que empezamos a encontrar por ese entonces y culminados los temas del repertorio la murga se dedicó básicamente a chupar y divertirse en busca de la disolución del torrente de adrenalina que nos elevó durante la.actuación. Llegando a as.tres de la mañana comprendí lo acertado de hacer aquella hora de siesta pues me sentía a pleno y si bien ingerí una.cantidad de alcohol y de cogollos de lo más exagerada, me encontraba plenamente en mis cabales. Tuve el gusto de poder saludar a los tres mejores poetas del carnaval mayor, Camilo Fernández, Martín de Souza y Andrés Toro. Este último, director de la gran muñeca y además profesor de mi primo, fue con Eduardo Mega, exclusivamente a vernos cantar. Realmente nos sentimos muy orgullosos y culminados, nos dimos el gusto de tomar una con ellos. Después se fueron. Murga joven tras murga joven fueron cantando todas hasta que fue el turno de cayó la cabra. Cantaron divino y su simpatía fue encandilante. Cuando bajaron, el faro ardía de gente y al rato tocó un grupo de salsa dónde tocaban tres componentes de mi murga. Fue un número estupendo y todos lo gozamos.
     No puedo negar que esperaba ver a v por cualquier parte y en cualquier momento, sin embargo el encuentro no se dio y me daba un poco de lástima aunque con el pedo que tenía, la aprensión se despejó lentamente y dio paso a una lisa alegría.
      En un momento, Vanessa, cuya murga de mujeres tuvo el magro privilegio de abrir la velada, me pidió que la acompañara a mear afuera del recinto cuyos baños estaban congestionados por la alta convocatoria y allá fui, era difícil caminar por la tremenda cantidad de público. En el apretuje fuimos abriendo paso hasta estar cerca de la puerta. La procesión de rostros que venía ingresando al festifestival se rozaba con la que como nosotros buscaba salir.
   Uno de esos rostros era el de la rubia misteriosa de los ensayos de la gran muñeca y nos reconocimos al mismo tiempo, mi sonrisa no pudo ser más amplia y ella no pudo menos que responderla con una sonrisa un poco menos amplia pero mucho más hermosa y seductora que la mía. Sofía le dije y arqueó sus cejas fingiendo estar sorprendida me dijo cómo estás? Y me ofreció su mejilla. Le plante un delicado beso e intente retener aunque sea un ápice de su aroma pero no pude, las corrientes opuestas de gentes nos empujaron separándonos. Salí entonces con mi amiga y la espere mientras.variaba su vejiga demasiado llena de las sobras del Fernet en cantidades apocalípticas que venía bebiendo. Una vez agotado el trámite fisiológico de mi amiga los dos volvimos adentro pero de camino por el callejón que va a un lado de la facultad de ingeniería pero antes de ingresar, otra vez venía, un poco menos misteriosa, la mujer de mis fantasías, del brazo de su amiga. Al verla fui yo el que fingió sorpresa y le pregunté si ya se iba, ella respondió que ya volvía, pero no volví a verla.
     Para ser honesto no había sentido comentarios exteriores de nuestra actuación así que estando reunido con varios compañeros adentro, les pregunté y nuevamente constate que habíamos dejado una muy buena impresión y que otra vez no habíamos pasado inadvertidos. Fui a baño y cuando volví el grupo ya bailaba adentro y me quede conversando sentado a un lado de la multitud con el Masi (jefe de la cuerda de segundos y clave en el cambio positivo de la voz de mi murga), hablamos largo y tendido. En un momento le comenté brevemente la historia de la misteriosa rubia que me volvía loco. Al escuchar, el rostro del Masi se contorsionó y me pregunta, de ojitos claros? Es mi prima. Todo tomaba un giro insospechado y me.pareció de pronto que la misteriosa e inalcanzable rubia ya no era ni tan misteriosa ni tan inalcanzable.
    Llegué a colón a las ocho de la mañana.

jueves, agosto 04, 2016

herencia chinawski XXIX

    se desplomó el frío sobre su casa. esta casa donde ahora escribo fue levantada por mi padre entre el año noventa y tres y el dos mil nueve. hecha y resultada de tanto sacrificio ahora es refugio del frío y de mi sombra peregrina, un cuervo en un granero de niebla. en dos mil once papa se divorció de su segunda esposa, la madre de mis cuatro hermanas menores, que junto a las dos que también tuvo mi madre en segundas nupcias, componían uno de mis mayores tesoros en la vida. fue a raíz de ese divorcio que mi padre le alquiló esta casa a un primo suyo y se fue a vivir con mi abuela allá en la curva. 
     este primo, curiosa mezcla entre un imbécil de manual y un mono disléxico con meningitis, vivió acá unos cinco años en los que se ocupo muy puntualmente de no atender en absolutamente nada el mantenimiento del inmenso frente y del interior mismo de la casa. ahora se veía turbio opaco y la energía rebotaba contra los ángulos en una danza de lo mas trabada. cuando nos mudamos, la tristeza y la falta de cuidados de la casa fue un detonante de mis miedos ante el nuevo escenario planteado a raíz de la muerte de la abuela. los techos ennegrecidos, las cerámicas rotas y la cañería del baño a dos pasos de estar inutilizable. eran solo algunos de los multiples males que aquejaban la vieja casa de colón que perteneció, allá por los setentas cuando fue comprada a una hermana de mi abuela que emigró a Australia poco tiempo después de la adquisición.
    cuando nos mudamos yo hacía cuatro años que no venía. la ultima vez que me tocó venir acá, estuve durmiendo solamente, porque en esos días mis turnos de trabajo en limpieza eran de doce horas... tal vez diez y media entre un descanso y otro. la cosa es que salía seis y media de la mañana y regresaba pasadas las nueve. me había peleado muy mal con L y me fui de la casa. vine acá. eso fue en el dos mil doce. en invierno. padecía agudas crisis nerviosas y cuando no, una profunda depresión. no fue nada sencillo venir a parar acá solo y totalmente incomunicado... el primo de mi padre vivía acá también salvo que sus turnos de doce horas en el taxi coincidían exactamente al revés con los míos y muy rara vez tenía que ver su espantosa cara de pelotudo. dormía en este mismo cuarto desde el que hoy escribo esto. fue una época oscura de la que no guardo mas recuerdos buenos que la media docena de canciones que logre grabar en los dos meses que estuve acá con la ayuda de la pc más aberrantemente antigua y destartalada que, sin embargo cooperó muchísimo y arrojó una huella creativa de la que hoy en día puedo disfrutar.
    sin embargo este segundo retorno, lamentablemente sería mas duradero que el anterior, ya traigo tres meses y ninguna expectativa de irme. en este retorno sufrí mas que nunca los horrores de la melancolía. el largo jardín que antes estuvo colmado de flores, frutales y verde y pareja grama, parecía un chiquero por el resultado de la abundante lluvia y la tracción constante del santana del viejo. la casa, que estuviese antes gerenciada y bajo los estrictos cuidados de la mujer de mi padre, ahora estaba rustica y sucia, venida a menos, ennegrecida. la mudanza fue agotadora, pero en unas semanas logré sentirme a gusto y retomé el hábito de la lectura con más ahínco que nunca, no existían muchas alternativas para combatir el tiempo cansino que transcurría mucho más lento de lo normal al no tener cable y además el wifi llegaba con dificultad a mi cuarto y casi nunca a la boca de la estufa.
      la abuela falleció el 3 de marzo y la fecha de mudanza fue pactada para el 2 de mayo. en medio, el 28 de marzo V viajaba a Toronto. Esto dejaba dos meses en los que viviríamos solos con papá en la casa sin la abuela antes de dejarla en manos de su heredero, mi tío Raúl. Los demás hermanos de mi padre, incluido el, tenían casa propia y era Raúl, que alquilaba, quien la abuela eligió para dejarle la cómoda y bastante amplia vivienda del barrio curva de maroñas.
     esos dos meses estuvieron signados por la locura, la ansiedad, una honda tristeza y un peligroso juego de amores que al final me trajo hasta este ultimo rincón de mi, a esta tarde gris y naranja en la que, con el corazón entre las manos y en esta casa del frío, floto entre las negras nubes del texto, reviviendo y resintiendo unas vivencias tan intensas que me costaba creer en su veracidad.

herencia chinawski XXVIII

    se desplomó el frío sobre su casa. esta casa donde ahora escribo fue levantada por mi padre entre el año noventa y tres y el dos mil nueve. hecha y resultada de tanto sacrificio ahora es refugio del frío y de mi sombra peregrina, un cuervo en un granero de niebla. en dos mil once papa se divorció de su segunda esposa, la madre de mis cuatro hermanas menores, que junto a las dos que también tuvo mi madre en segundas nupcias, componían uno de mis mayores tesoros en la vida. fue a raíz de ese divorcio que mi padre le alquiló esta casa a un primo suyo y se fue a vivir con mi abuela allá en la curva. 
     este primo, curiosa mezcla entre un imbécil de manual y un mono disléxico con meningitis, vivió acá unos cinco años en los que se ocupo muy puntualmente de no atender en absolutamente nada el mantenimiento del inmenso frente y del interior mismo de la casa. ahora se veía turbio opaco y la energía rebotaba contra los ángulos en una danza de lo mas trabada. cuando nos mudamos, la tristeza y la falta de cuidados de la casa fue un detonante de mis miedos ante el nuevo escenario planteado a raíz de la muerte de la abuela. los techos ennegrecidos, las cerámicas rotas y la cañería del baño a dos pasos de estar inutilizable. eran solo algunos de los multiples males que aquejaban la vieja casa de colón que perteneció, allá por los setentas cuando fue comprada a una hermana de mi abuela que emigró a Australia poco tiempo después de la adquisición.
    cuando nos mudamos yo hacía cuatro años que no venía. la ultima vez que me tocó venir acá, estuve durmiendo solamente, porque en esos días mis turnos de trabajo en limpieza eran de doce horas... tal vez diez y media entre un descanso y otro. la cosa es que salía seis y media de la mañana y regresaba pasadas las nueve. me había peleado muy mal con L y me fui de la casa. vine acá. eso fue en el dos mil doce. en invierno. padecía agudas crisis nerviosas y cuando no, una profunda depresión. no fue nada sencillo venir a parar acá solo y totalmente incomunicado... el primo de mi padre vivía acá también salvo que sus turnos de doce horas en el taxi coincidían exactamente al revés con los míos y muy rara vez tenía que ver su espantosa cara de pelotudo. dormía en este mismo cuarto desde el que hoy escribo esto. fue una época oscura de la que no guardo mas recuerdos buenos que la media docena de canciones que logre grabar en los dos meses que estuve acá con la ayuda de la pc más aberrantemente antigua y destartalada que, sin embargo cooperó muchísimo y arrojó una huella creativa de la que hoy en día puedo disfrutar.
    sin embargo este segundo retorno, lamentablemente sería mas duradero que el anterior, ya traigo tres meses y ninguna expectativa de irme. en este retorno sufrí mas que nunca los horrores de la melancolía. el largo jardín que antes estuvo colmado de flores, frutales y verde y pareja grama, parecía un chiquero por el resultado de la abundante lluvia y la tracción constante del santana del viejo. la casa, que estuviese antes gerenciada y bajo los estrictos cuidados de la mujer de mi padre, ahora estaba rustica y sucia, venida a menos, ennegrecida. la mudanza fue agotadora, pero en unas semanas logré sentirme a gusto y retomé el hábito de la lectura con más ahínco que nunca, no existían muchas alternativas para combatir el tiempo cansino que transcurría mucho más lento de lo normal al no tener cable y además el wifi llegaba con dificultad a mi cuarto y casi nunca a la boca de la estufa.
      la abuela falleció el 3 de marzo y la fecha de mudanza fue pactada para el 2 de mayo. en medio, el 28 de marzo V viajaba a Toronto. Esto dejaba dos meses en los que viviríamos solos con papá en la casa sin la abuela antes de dejarla en manos de su heredero, mi tío Raúl. Los demás hermanos de mi padre, incluido el, tenían casa propia y era Raúl, que alquilaba, quien la abuela eligió para dejarle la cómoda y bastante amplia vivienda del barrio curva de maroñas.
     esos dos meses estuvieron signados por la locura, la ansiedad, una honda tristeza y un peligroso juego de amores que al final me trajo hasta este ultimo rincón de mi, a esta tarde gris y naranja en la que, con el corazón entre las manos y en esta casa del frío, floto entre las negras nubes del texto, reviviendo y resintiendo unas vivencias tan intensas que me costaba creer en su veracidad.

miércoles, agosto 03, 2016

herencia chinawski XXVII

   aquel viernes fue una verdadera fiesta para mi murga. se arrimaron un par de componentes de otras agrupaciones a ver el ensayo y a la postre se formo una bochinchera y amigable multitud a la puerta del bar el piropo. mas tarde y no se bien de donde, se sumó todavía mas gente. las caras sonrientes sacaban interminables invitaciones a cantar viejos clásicos de murga. a eso de las doce y algo se había conformado una batería de murga con bombo, platillo y redoblante, que profesaban en la esquina su amor indiscutible a dios momo. la bacanal estaba planteada y todos participábamos. mi primo y el cabe armaban suculentos caños en consecución y la extensa banda fumaba y tosía. de todas partes manaba el vino, el fernet y la grapa miel. yo no tardé mucho tiempo en hallarme totalmente ebrio no solo de alcohol y cogollos sino de carnaval invernal, amistad y noche abierta.
   entre los multiples amigos que se acercaron aquella noche estaba vanessa, una muy buena amiga mía, también murguista y recientemente aficionada a concurrir a los ensayos nuestros y colaborar desde todo lo que estuviese a su alcance. la vane también cantaba clásicos y chupaba como uno mas. ella vivía en la teja y por lo general caminábamos juntos hasta agraciada donde pasaban en la madrugada, los buses que nos llevaban a nuestros respectivos destinos. cuando la fiesta mermó súbitamente, como sucede casi en toda fiesta, vanessa y yo partimos rumbo a agraciada acompañados por un amigo de ella que también nos fue a ver. eran unas veinte cuadras. el loco resulto ser bastante cra. era un gordito de caravana, con una voz muy grave de segundo que estaba bien templada por el pucho el alcohol y la merca. fuimos conversando animadamente todas las boludeces propias de tres borrachines en la madrugada.
   hablando de amores, tuve el torpe impulso de hacer mención del estado de abandono en el que estaba mi corazón a lo que esta amiga respondió poniendo el grito en el cielo. dejate de joder nando esa mina era cualquiera y vos sos tremendo gil. andabas como un perrito atras de ella y la mina lo único que hizo fue usarte para cojer y te dio una patada en el culo.  te pasaste de arrastrado.
    sus palabras abrieron una minúscula brecha en la abroquelada masa de sentimientos que me colmaban desde la ultima vez que la vi. vanessa aseguraba haber visto a v en el centro, curtiendo con nando toledo, otro murguista, una noche que estábamos todos en un festival en La Rusa. según vanessa había visto a v pasar de la mano con este loco muy cerca de donde sabía que yo estaba con la barra de mi murga, me decía que ella la reconoció al saludar a toledo y que posteriormente sintió pena por mi al verme contento hacia las seis de la mañana cuando v me escribió para que fuese a su casa. toda la historia podría ser cierta pero me reservaba el derecho de dudar. de todos modos le explique a vanessa que me parecía correcto o que al menos no veía como algo decididamente malo el proceder de v, porque yo mismo procedí de igual manera durante los meses de nuestro amor, encamandome con otras, siempre amparado al trato que teníamos con v de no tener trato. de no tener contratos ni mas compromiso que el de darnos de lleno y sin reservas cada vez que nos juntáramos y eso hacíamos de modo que no existía de mi parte objeción alguna para con esa sospechosa historia que me contaba. por supuesto que yo todo el tiempo soñé secretamente con, lisa y llanamente casarme con ella y sobre todo tenia el impulso irrefrenable de reproducirme con ella y de criar juntos a fruto vivo de nuestro amor de guerra. mucho imagine y anhele una pequeña niña engendrada en sus entrañas que tuviese sus ojos y su pelo. de todas maneras siempre supe de lo inviable de tal fantasía pero es el día de hoy y dentro de mi ser, algo sufre el dolor de no haber podido concretar nada mas que un malo pero demasiado intenso amor de carnaval.
    finalmente pasó por agraciada, un bus de la linea g, otrora un 468, lo tomé, cansado y feliz de ir rumbo a mi hogar a disfrutar la fría soledad de mi cama.  en el trayecto, sin música ni lectura, me fui pensando en v o mejor dicho sintiendo a v correr por mis venas como una araña de sombra lejana, que iba dejando un surco en espiral dentro de mí, un vacío triste donde antes estaba la certeza de su abrazo mágico. nada. el leve zumbido del eco de la murga y el ruido del motor del G.
    al cruzar la calle Yugoslavia, el bondi se detiene en una parada. yo venía totalmente en otra, así que solo me di cuenta de lo que ocurría cuando vi balancearse a uno de los individuos  sobre el conductor cobrador. el grito de: dame la plata y el violento manoteo fue lo que me puso al corriente de la situación. uno de los dos apuntaba un revolver al chofer mientras el otro guardaba los billetes en el bolsillo de su canguro verde de algodón. el escándalo de las monedas caidas en el piso metálico fue la señal para que los ladrones interrumpiesen su faena y se arrojaran de nuevo al corredor garzón, vacío y amenazante y se perdiesen trotando hacia la oscuridad.
    yo, raro en mí, ocupaba el asiento del lado de la calle en la segunda fila, así que sufrí la presión del miedo de primera mano y el pedo se me fue enseguida. me sentía convulsionar del terror y mi estómago daba vueltas. segunda vez en el año... armas de fuego, violencia y miedo en la noche de montevideo.