miércoles, agosto 30, 2017

Historia de Valentín Fonseca (parte 4)

  Pasé casi un mes sin volver avisitar a mi amigo. Aquella tarde de lluvia sufrí una tremenda impresión y mi corazón fue bombardeado por un sinfín de horrorosas sospechas, a tal punto que me fui del apartamento de manera súbita y sin más amuncio que el de levantarme de la silla y dejando abierta la puerta tras de mí, salir a la lluvia corriendo como un verdadero maníaco. Mientras bajaba las escaleras como llevado por el demonio, pude escuchar que mi colega gritaba desde dentro: no hay donde huir, mi amigo. No hay que tenerles miedo. Y después su risa oscura se desdibujó en una carcajada degenerada a medida que yo encontraba mi camino hacia el aire denso y cargado de furiosas aguas que aporreaban la peatonal con renovado vigor.
 Corrí hasta mi casa, la vista del mar, entre el enojo de los edificios, desde la calle Reconquista me resultaba opresiva. Su batir inmenso bajo los brazos de las precipitaciones, me hacía temblar el estómago mientras corría empapándome. 
  Me costó varios días recobrar mi natural serenidad y enfocarme plenamente en mi deber, pero tras casi una semana de los extralos sucesos, todo volvio a la normalidad. Me hallaba alegre de transitar las mañanas sin el recuerdo de los sueños perturbando mi cabeza y en menos de un mes, la experiencia entera parecía ya casi un asunto del pasado. 
   Hasta que un lunes, (y me percato solo ahora de lo imprudente que fue permitirme aquel alivio) volviendo en mi auto de una reunión médica en la Española, por la calle Rivera, desperté a la realidad del recuerdo. Su imagen como de perversa gelatina se fijó sobre el agitado tránsito de las 6 de la tarde, casi calcándose sobre la calzada y sobre el resto se los autos. El recuerdo del sueño destelló despertando un temblor agresivo en mi cuerpo. Prendí las balizas y me detuve casi en seco. Un auto pasó con su conductor asomado por la ventanilla, vociferando. Entonces sentí cómo el mundo de la vigila se hacía a un lado para revelar el horror que mi mente atravesó tan solo horas atrás, durante el transcurso de la negra noche, bajo la hipnosis de sus alas de cuervo, descorriendo el velo del misterio para, en medio de avenida Rivera, arrojar sobre mi rostro los desechos desgajados de aquel sueño tan súbitamente lleno de espanto y sorpresa, sí, sobre todo lleno de horrible sorpresa.

martes, agosto 22, 2017

No voy a volver

Queda en el desamparo la noche

Muslo a la provenzal
Joya inerte en cavilaciones
Estrellado horizonte
Y plena.. 

Luna disfraz del dolor
Sobre todos los caminos
Que no anduve

Arlequín, alegoría de un encanto
Que en banquetes de niebla
Canta para acallar sus soledades

Habitación de vereda 
Lupanar donde renace una llamada
Y todos los taxis 
Que abomban la madrugada

Voy por decir voy
Renacer de a ratos
Tras morir de amor en una esquina
Cielo condenado por ahora
Es tu alegre amanecer
Falto de teléfono
Y yo otra vez 

Por patear tantas columnas
Me quedé sin caja para besos
Por aporrear la almohada
En virulenta y perpetua reconstrucción
Me quedé sin resorte
Se venció por ahora el elástico
Donde una vez durmió mi corazón

Es que a la salida del festi
Es un souvenir imposible
La risa de infinitos dientes
Que una noche fue idéntica
A un universo que yo buscaba
Pero que por inexistente
Terminó por morir de frío
A un costado de la calle Brandsen

Me extraña ahora que la Policía
Nunca redactó el informe
Me extraña que los forenses
Hasta hoy no se hicieron eco
De las mil lunas mutiladas
Que alguien dejó bajo mi almohada
Y que yo, torpemente admití
Por tratarse de materia
Ligeramente similar a lo real

sábado, agosto 05, 2017

Historia de Valentin Fonseca (parte 3)

  Simplemente me aterrorizó. Algo a un nivel primario se disparó dentro de mi cuerpo a causa del carácter inesperado de aquel olor de mar revuelta, salido de la nada, inapropiado por demás dentro del baño de mi amigo que siempre olía a la misma mezcla de lavanda y lejía, de brocha de afeitar y jabón astral . No pude siquiera racionalizar la causa de aquella reacción, me hallaba algo confundido, como fuera de mí incluso antes de entrar al baño, pero después de esto mi estado de ánimo sufrió un derrumbe de sismo que definitivamente aflojó toda la musculatura de mis prienas, me mareé, me recorrió un estallido de sudor frío y los finos azulejos del baño giraron sin control al rededor mío. Me hubiese desmayado, de no ser porque en el preciso instante en que mis ojos se llenaban de destellos blancos, mi colega golpeó la puerta preguntándome, a través de ella si me encontraba bien. Dije que sí y pude entonces, juntar la fuerza suficiente como para aparentar dominio sobre mis facultades, acomodarme la ropa y tras lavarme las manos y la cara, salir del cuarto de baño para volver a mi anfitrión evitando dar una imagen de indisposición.
    - Se encuentra bien, doctor?- preguntó mi amigo.
    - Sí, no se preocupe, todo esta en orden- repuse intentando enmascarar la insólita sensación de ahogo y mareo que, aunque desvaneciéndose, aún me recorría.
    Los ojos de mi colega, el brillo pálido de su piel y el tono profundo de su voz, lejos de tranquilizarme, me provocaron todavía mas desconcierto. Una sospecha extravagante se apoderó de mí al percibir el disimulado temblor de sus manos. No dije nada. Volvimos a sentarnos, la música de Beethoven cesó y el sonido de una lluvia pesada se hizo con el silencio de la sala. El tiempo se volvió grumoso y viscoso durante unos minutos. El doctor estaba de espaldas mirando por la ventanas, como más allá de la gruesa cortina de agua que se batía sobre el vidrio, como con un chasquido interminable. Mi celular vibraba dentro del bolsillo con regularidad, pero yo pretendía ignorarlo, imponiéndose en mis pensamientos la idea de Celia haciéndose cargo de todo, tan operativa y leal. 
    Solo intentó mi amigo comunicarse conmigo en una ocasión y fue cuando se dio vuelta y me miro con unos ojos inquietos y una mueca de contracción en los labios. 
   - A pesar de tanto estudio no sabemos nada de este mundo doctor. No alcanzarían cien mil vidas para entender... - dijo y era una sombra cuyos pasos se perdían en la risa de la lluvia.
   Sus palabras y el tono que empleó para pronunciarlas me arrinconaron forzando a mis ojos a clavarse en el suelo, solo pensaba en irme apenas se mitigara el agua. Pero llovió todavía más fuerte y no me quise resignar a quedarme más, pero el atronador rugido de un trueno reventó en la cercanía de la aduana y me sentí paralizado.
   - Pero qué le voy a decir a usted, si veo que sabe más de lo que piensa qué sabe.
   No contesté. Un enfermizo caos de sensaciones hicieron un nudo en mi cavidad abdominal y emití una vaga expresión de asentimiento. Mi amigo a mis espaldas se rió entre dientes de nuevo mirando la lluvia sobre los techos vacíos.

martes, agosto 01, 2017

Historia de Valentín Fonseca (parte 2)

 Por lo tanto no es de extrañar que al otro día, cuando dieron las siete, con su frío y su gris, y sonó la alarma de mi teléfono celular, yo me encontrase desprovisto de toda fuerza. Intenté incorporarme en mi cama y como es inquebrantable costumbre en mí, salir a enfrentar el día con determinación y disciplina, pero no pude. Algo me retenía, me cargaba cada músculo con una pesadumbre ignota que definitivamente me inmovilizaba en mi lecho. Entonces la otra pesadumbre, la de mi deber, acometió sobre mi mente y en un acceso de voluntad llamé a Celia, para que cancelara todas mis consultas del día. Del otro lado, Celia se asombró tanto que pude distinguir un temblor de incertidumbre en su voz, generalmente recia, inflexible y sin lugar para dudas de ninguna índole. 
  -Tranquila Celia, todo esta bien. Necesito dormir hoy, pero estoy bien.
   Volví a dormir en un acto de desahucio, sometido por las extrañas fuerzas que, como nunca en mi vida, me obligaban a permanecer en la cama. Un sueño plomizo descolló entonces y en él transcurrieron acaso seis horas sin interrupción, luego me desperté y atiné a chequear el celular, pero la cantidad de mensajes y de llamados perdidos me pareció un peso imposible de levantar en aquella penumbra entre el día y la noche, generada dentro de mi cuarto con sus persianas cerradas en la que, casi como un acto involuntario, volví a dormir. 
   Lejos de acomodarse, las cosas se volvieron cada vez mas irregulares, cuando salté de la cama por despertar nuevamente en la misma tonalidad de penumbra y me paraeció escalofriante ya que tenia constancia que el tiempo había pasado. Me hallé desorientado y tomé el teléfono de la mesa de luz. 18:40. 
   Corrí a casa de mi amigo, saltando los charcos de una lluvia que jamás llegué a percibir, plenamente indistinto a todo lo que sucedió, podría decir olvidado del ser acuoso y de las horas de irregularidad del sueño. Corrí por la ciudad vieja, literalmente. Sin saber bien por que, me agobiaba el apuro por ver a mi amigo o tal vez por salir de mi casa. Llegué a la puerta del antiguo edificio de apartamentos de la calle sarandí y toqué el timbre del 301. La voz de mi amigo como un crujido ancestral preguntó quien era a traves  del portero electrico y en menos de un minuto estaba yo ingresando a su hogar, con las manos heladas y el corazón acelerado. Me invitó a tomar asiento y ambos ocupamos lugares opuestos en la antigua mesa de lapacho que su padre le había regalado cuando se mudó solo, allá por el año 1998, al mismo apartamento del tercer piso en el que estábamos ahora trabando una charla algo trancada. Algo nos sucedía pero ni él ni yo soltábamos prenda acerca del motivo de nuestra inusual conducta. Mi amigo se levantó de pronto y fue hasta la cocina. Trajo un paquete con un budín de chocolate cuya apariencia era polvorienta e insospechada, temí que la conservara desde las nacida des, lo que me resultó inapropiado en mi colega, ya que sus hábitos siempre se han distinguido por la pulcritud y su orden. Lo puso sobre la mesa de una forma que lo hizo ver más fuera de contexto todavía. Yo miraba el suelo e intercalaba por entre las cortinas, con la vista sobre la peatonal sarandí. Mi amigo simuló buscar algo en su biblioteca con aire desinteresado. Ninguno hablaba. Al final puso un disco. El emperador, de Beethoven. 
   Logramos sentarnos y distendernos aun sin intercambiar diálogo alguno. El budín permanecía inmóvil y como olvidado sobre la mesa. La música llenaba entonces el aire con estilizada belleza y el piano amaba rudamente a la exuberante orquesta. Afuera parecía haber comenzado a llover. El cielo estaba oscurecido. 
   La casa de mi colega era especial en sus olores. Incluso antes de enviudecer, el apartamento resumaba ciertas fragancias leves, producto de su metódica existencia y sus higiénicos hábitos. Cada ambiente del amplio apartamento regalaba un matiz distinto del mismo perfume, que en realidad era la suma exacta de cada una de las cosas que el doctor tenía en su casa. Pasaron ya casi 15 años desde la época en que nos conocimos, cuando coincidimos en las primeras clínicas y trabamos una solida amistad, y los suaves matices de aroma propios de este hogar, siempre han despertado en mi una mezcla de solemnidad y distancia, fundada en la inalterabilidad de los mismos. Por eso sentí un espanto repentino cuando pase al baño y me dispuse a orinar... No lo capté inmediatamente, pero cúa do llevé las manos a la zona baja el penetrante olor de mar revuelto me abofeteó estremeciendome.