sábado, septiembre 30, 2017

Pedido del autor


Che,en estas fechas hace 10 años que publico mi más honda privacidad en este blog. Hay un montón de gente que viene todoslos días, a ellos agradecerles y para ellos la intimidad cruda de mi obra diaria. Jamás pedí nada a cambio. Pero hoy sí: saluden y dejen al menos un comentario, porque se que hay anónimos que vienen todos los días y se hacen los otros. Son el real de mi barça así que por lo menos mandenme a la mierda, no se hagan los anónimos!!!

miércoles, septiembre 27, 2017

Historia de Valentín Fonseca (parte 9)

- Qué quiere decir con que vive acá?... - pude esbozar finalmente tras un instante en el que creí que toda aquella escena descabellada se iba a disolver lof el peso de su absurdo flagrante, pero no fue así.

- La unica forma de saberlo es estando de este lado. Solo digalo, exprese su deseo de quedarse aquí y podrá averiguar todo sobre esta nueva forma mía y saciar su curiosidad de maneras que todavía le son imposibles de concebir.

   Durante un momento la vista en derredor me cautivó tanto que me fue imposible continuar con la charla. Los edificios de 18 de Julio habían adquirido un nivel de detalle ampliamente superior al que me era posible percibir durante el estado vigil y ahora su complejidad y el entramado de sus formas y colores se estaba llevando mi atención como la atención de un niño es capturada y arriada en una juguetería. Pensé que aquella vez era la primera vez que estaba en presnecia de formas y colores de verdad. Fui consciente que jamás antes se me habían aparecido con tal totalidad.

  Me sentí entonces flotar, acercarme a las molduras cenicientas, ver a través de los vidrios de las ventana la muerte fresca de las oficinas, el mutismo de los escritorios, las líneas blancas de la calle en su paralelismo, contrastando contra el gris envejecido de la avenida. La plaza, con los dibujos insospechados de sus baldosas, se revelaron ante mis ojos de una manera que solo el que flota sobre ellas es capaz de conocer. La estatua de Artigas en su caballo improbable, la altura simiesca del Radisson Victoria Plaza, la cantidad de antenas que coronaban los edificios en torno mío, todo me apabullaba en su inmensidad pero sobre todo me sentí dominado por la claridad sobrenatural con que todo Montevideo se desnudaba para mí. Yo flotaba, volaba sin arrastrar la pesadez de mi cuerpo, solo como un cúmulo gaseoso, intensamente consciente de sí, veloz y ligero, yendo y viniendo en lo que parecía ser la volatilidad de un domingo soleado en el centro de la ciudad.

   Escuché la voz del doctor Fonseca hablando en mi cabeza que me decía: ha visto o sentido alguna vez algo de similar porte. Verdad que nunca pensó en esto como una probabilidad tangible y tan cercana como lo esta su decisión de permanecer acá, lejos de la muerte y de la mediocridad de un cuerpo orgánico, para siempre tan ligero como un soplo de conciencia, con total libertad de recorrer a su antojo el mundo entero y también más allá del mundo ...

- Esto es real?- pregunté ahora enclavado en la duda vital acerca de la realidad de toda la experiencia. Y cuando lo hacía, la intensidad con que mi percepción trabajaba se disminuía de manera casi total y me podía saber en mi cama, sentir el color de mis sábanas, percatarme que estaba sudoroso y frío. Tenía la sospecha íntima de que todo se trataba de un simple sueño, pero a su vez, la solidez de lo atestiguado, su homogeneidad y su perfecta continuidad, en verdad me estaban pareciendo más real que el resto de mis experiencias durante la vigila.

- Por supuesto que es real, amigo. Está usted volando sobre la plaza independencia como lo hacen esas palomas que pasan ahí.

Entonces volví a la escena, ahora apostado contra un vidrio de lo que supuse se trataba del edificio Libertad, estaba dentro, dándole la espalda a un cuarto donde no había nadie. El efecto de intensificación de mi percepción se restableció.

- Y cómo es que nadie me ve?

- Digamos que estamos en un estrato más alto de la misma realidad, vibramos en una frecuencia que toda esa gente de ahí es incapaz siquiera de concebir.

   Entonces descendí la vista y me fijé en las personas que esperaban el omnibus, en los techos rojos y blancos y negros y verdes de los autos que se detenían en el semáforo de la calle Andes. Era consciente del pulso vivo de la ciudad, su personalidad algo distante, su olor de mar dulce, del flujo de pensamientos y sentimientos que la recorrían como sangre por arterias de baldosa y alquitrán.

  - Le voy a enseñar una cosa, permítame.

  Me di vuelta y nuevamente estábamos en la cúpula del Salvo, con la ciudad derramada a nuestros pies.

  - póngase cómodo e intente dormir.

  - pensé que ya estaba dormido.


  - se va a sorprender, se lo aseguro.

viernes, septiembre 22, 2017

Monólogo

Otra vez en la noche, Vrolok. Otra vez desvanecido rehén de la llovizna caminando entre el vacío y los charcos. A quién busca ahora tu alma de perseguidor, bajo los ríos de lágrimas y la Luna florecida. Nunca te cansas de mendigar pasto y agua para tus penas secretas que ya todo el mundo conoce, hasta cuándo, Vrolok, con esa angustia de camionero sin importar lo que valga tu sonrisa de mil dientes. No pases más por esa ventana, trascender es cambiar se calle. Hoy que la primavera acusa enrejados y manantiales, justo esta noche donde sos florecimiento, volúmen y ausencia, donde sos vos y solamente vos, Vrolok. Justo hoy se te viene a aglutinar toda esa pastelería incómoda, en tu deslumbrante soledad de caminante. Sos incapaz de dar pena, no hay en tu brillo más espada que la de todas tus sombras amontonadas como revistas en el consultorio del silencio. Cuánto tomaste. Cuántas veces pisaste el acelerador de tu ruina, cuánto dormiste sueños de nácar herrumbrado... No importa. Miráme cuando te escribo, Vrolok, no ocultes el resplandor de fuego que te come los ojos de lobo, no escatimes en la ilusión de tu voluntad de cazador hambriento, que son las cuatro de la noche y deberías madrugar. Quién te dijo que no, quién te volvió a decir que no, casi seguro fue porque las afirmaciones son el lujo de los osados y no la entorpecida herramienta de autopreservación de los cobardes. Jugá, que la vida es ahora y no hay más tiempo que el de tu poesía, pará de castigarte Vrolok, que aquella princesa no era para vos pero tampoco era para nadie, no la llores ni a ella ni a la otra nena rubia que una noche de lunes te dio la errónea impresión de ser refugio para tus alas torcidas y que el mismo jueves se fue atrás de un silbido dejandote en la lluvia, casi borracho, casi vivo, casi asustado. No llores por vos ni por ninguna de las princesas de Disney que acogotaron tus venas demasiadas madrugadas. Porque el café se olvida cuando se duerme y el vino se duerme cuando uno se olvida de uno mismo. Pará de castigarte y dormí, juntá fuerzas, Vrolok, que queda todo un día por delante y tendrías aue madrugar.

miércoles, septiembre 20, 2017

Chiquita

Se me corta el aire

No llega a mis venas

Más que la nueva cercanía

De tu estrella aromática

Mezcla de plaza y de cielo

De ardor inesperado

Y juegos incomprensibles
Me voy desvaneciendo

En cada vaivén de tus manos

Me hago etéreo y traslúcido

En mi temblor solapado

Cantando contigo, te sueño

En el nacimiento de la primavera
Después de tormenta

Y negrura y cardos y ratas

Sobre las baldosas deshechas

Nace este brote impertinente

Esta ansiedad olorosa de flores

Que en el aire de mi cuarto

Se vuelve tórrido silencio

Al murmurar tu nombre.
Porque no me lo explico

Porque tampoco lo quiero entender

Solo me alcanza la ráfaga celeste

De estanque diáfano

Que de tus ojos me salpica

Y me restablece

A la vez que me persigue

Y conmigo se queda

Hasta despertar.
Y con la mañana...

Volver a contar las horas

En las que tu proximidad

Sea una inocente analgesia

Para el insomnio y los temblores

Que con esta opresión del pecho

Te recuerdan y te ansían.
Me quedo trasnochado

Fugaz pretendiente de sangre

Que sueña ser cuenco

Donde tu amor encuentre forma
Más de cuatro madrugadas...


lunes, septiembre 18, 2017

A perder

Pega el verde del semáforo

En la tibieza del pasamano

La noche tiene bacterias

Que anuncian un temporal

Por las últimas avenidas
El ómnibus es una celda móvil

Un destello reflejado en una vitrina

Que el tiempo va llevándose

Gota a gota a las seis de la mañana
Truncado ya el nombre de la bestia

Contra los recortes perversos de la luz

Baila Se Mamó la Ternera

Cantando retiradas del tiempo de ayer

Sobre los ojos del espejo de hoy
Avenida Italia, cuándo pararás

De sugerirme su extinta compañía

Cuándo agotaras el veneno

De aquella madrugada

De sillas y de fotos
Pero no! Este poema no es para vos

No quiero que tu corazón baile

En la patética delicia de mi abismo

Ya no quiero que vuelen por mi alma

Tus alas color de mar.
Quién recuerda los muertos de marzo

Quién abanica con negro pavor

Las soledades del invierno

Quién ha de clausurar mi sangre roída

Quién tras mi amor

Quién por su dolor de aguja

Clavará puñales de júbilo

En el retrato vacío.
Terminal

Ruta hacia Rocha

Días de otro exceso

Ver las caras que sonriendo

Hablan de la soledad
Tu reloj y el mío

Ya no pueden volver el tiempo atrás

Y esas caras que sonríen

Hablan de la soledad

Estudiadas por el tiempo

Se quedaron sin mirar

Y llegarán las golondrinas...

sábado, septiembre 16, 2017

La vez que volvió a morir en Trueba

Un loco borracho canta
Canta llorando y riendo
Una retirada vieja
Que parece suya
Grita en su rebeldía de perseguidor
Baila en una bicicleta
Se cae y vuelve a cantar
Un loco por Montevideo
Adormecida sin testigos
Ve una luz en una ventana
Y canta borracho
Una canción final
Que nadie acusa
Serenatas de nadie
Nadie en ningún lado
Solo esa luz de novios
Que le dice que el reloj
No encontrará rerorno
Tras las dos de la mañana
Es de la noche
Hace la noche
Es la noche
Cuando grita derrotado
Victorioso y gris
Canta y rie
Llorando y gritando
El loco azul
Encontrando aves
Donde hubo jazmines
El café de sus ojos
Se volcó de nuevo
Poeta de los huesos
Con frío en las manos
Y el corazón de fuego



Historia de Valentín Fonseca (parte 8)


   Sin embargo el temor de caer dormido y regresar a aquel manglar de sensaciones me estaba consumiendo, mis piernas se resistían a obedecer el impulso de la razón y transportarme hasta la cama. Tal vez pasé en aquella disyuntiva unos 15 o 20 minutos más, hasta que desde detras de mi cabeza, una oleada de tibieza me arropó por completo y sentí en mi esternón como el sonido de un inmenso chasquido, lejano pero atronador que me sumió de inmediato en una atmósfera cargada de susurros y de una luz amarillenta que en contra de todo sentido común, me otorgó una placidez total, como si el peso que cargaba a causa del miedo primitivo que padecí durante el día, fuese súbitamente liberado de mis espaldas, sobreviniendo entonces una relajación y un estado se sobriedad que hasta entonces me era largamente esquivo.
   Una vez que se afinó en mi interior el intenso cúmulo de estimulos, apareció delante de mis ojos, la dorada escenografía del mediodía en la rambla Francia. Era tan completo el efecto, con el mar ondulante y el cielo limpio que me estiré y disfruté con tranquilidad de aquel reparo en medio de la tormenta de mis pavores diurnos. Comencé a caminar entonces, con rumbo al oeste y sin apuros, hacia el puerto.
  Todo parecía en su sitio y se me era mostrado como revestido por una serenidad pasmosa, nadie había a la vista y los contenedores apilados me parecían exquisitos laderos para los monstruos altísimos de las grúas metálicas. Ni un ave rompía la cristalinidad del silencio, solo el susurro de estuario, bailando de manera diminuta dentro de su vasto cauce. Tuve la certeza que era domingo y que me encontraba dentro de un sueño. La vividez de mi percepción era deslumbrante. De pronto todo el asunto volvió a mi cabeza y manifesté en voz alta mi deseo de ver a mi amigo, no sentí miedo ni ninguna otra sensación incómoda, solo lo llamé: Doctor Fonseca.
    Escuché su risa como una bandada de palomas dispersadas detras mío y volteé de inmediato. Estaba ahí, parado, su sonrisa era luminosa y benevolente, sus ojos que por lo general eran severos, se veían ahora llenos de placidez y flexibilidad. Me estiró la mano y se la estreché con gusto.
   - No sabe qué placer volver a verlo, mi querido amigo, le mentiría si le digo que no lo estaba esperando. También le mentiría si le digo que no sé por lo que esta pasando, porque yo pase por exactamente el mismo camino - y en su sonrisa se inflamó un gesto de honda comprensión.
   - Me cuesta creer que todo esto se trate de algo real... Perdón que se lo diga. - apunté tan apenado como mortalmente fascinado por los sucesos que tenían lugar en mi percepción.
   - Le cuesta creer... Pero sin embargo acá está, supo donde encontrarme sin ninguna dificultad. Venga, tengamos esta reunión en un sitio más apropiado - dijo y con una sonrisa amable, hizo un amplio gesto con su brazo indicandome que lo siguiera. Accedí y en cuanto realicé el primer movimiento, nos hallábamos los dos sentados en sillones elegantes y antiguos. Me costó bastante reconocer dónde estábamos, pero al percatarme de la cantidad de ventanas que nos circundaban, eché un vistazo a través de ellas y la respuesta acudió al instante a mí, estábamos en la cúpula del Palacio Salvo.
   - Se que adora este lugar y quiero que se encuentre cómodo.
   - Es increible... Y dígame estos... Seres. No lo acompaña ninguno hoy?
  - oh si, claro que están, de hecho es su energía y su conocimiento lo aie funciona como sostén para este sueño aue usted está teniendo.
  - Pero y usted? Usted esta soñando lo mismo que yo, entonces?
  - Bueno, yo en realidad soy algo más que eso, yo vivo acá. - y al decir esto pude ver un destello de fascinación y misterio en su mirada, parecía invitarme a que le hiciese más preguntas. No pude articular ninguna frase.

jueves, septiembre 14, 2017

Errar

Beso en la Luna perdida
Balcón de mi calvario
Que me anunció otra muerte
Y me caí de la bicicleta
El mundo sin queso
La soledad en camiseta
Y el cantor en su duelo
Que se cansó de morir
Arrastrado por el silencio
En tormenta de pedregullo
Y sales de un cuento podrido
Hoy me llena la resaca
Y la angustia y el dolor de un sueño
Triste, abandónico, cruel
Se pasa la madrugada
Se agita el polvo dormido
Del aire clausurado
Y me voy de paso
Hacia nadie o peor

miércoles, septiembre 13, 2017

Historia de Valentín Fonseca (parte 7)

(parte 7)
Entonces desperté, escapando hacia la confortable seguridad de la vigilia y de la mañana, y toda la tempestad de miedos e inquietudes que había padecido momentos antes, durante el encuentro en la plaza, se borraron inmediatamente de mi memoria, dejandome en paz y desapareciendo hasta aquel fatídico momento en que recordé todo de un tirón, ya entrada la tarde. Y ahí estaba, con mi viejo Toyota Tercel rojo, detenido a un lado de la calle Rivera, con las balizas encendidas, entorpeciendo el tránsito y herido hasta el desgarro con la impresión corporal de volver a cuestionarme, ahora como algo inhumanamente cierto, la oferta que me hizo mi amigo durante el sueño.

    Sin embargo, un minúsculo soplo de racionalidad se apoderó de mí y puse en marcha el automóvil con destino a la aduana, a la peatonal Sarandí, a enfrentarme cara a cara con mi amigo, el Dr. Valentín Fonseca y darle un punto final a aquella insana incertidumbre que había sido capaz de poner en tela de juicio todo lo que creía saber sobre este mundo.

  Llegué antes de darme cuenta y estacioné el auto en Fracisco de Sostoa para caminar hasta la puerta de calle del edificio. Me prendí al timbre con una actitud casi agresiva, como si mi mente buscase una verdad que solo con la fuerza de la determinación y la valentía de sanear el asunto, fuese capaz de encontrar. Nadie atendía, aunque yo seguía tocando. Me puse irremediablemente histérico y sospechoso, otra vez estaba perdiendo el control... Y me estaba dando cuenta. Me rascaba la cabeza, pasando una otra vez las palmas de mis manos por mi cara, y a mis ojos comenzaron a acudir agrias lágrimas de desesperación que me ganaron por completo. Más timbre y más timbre toqué sin obetener respuesta. Unos minutos negros se descolgaron después, hasta que una señora anciana a quien conocía de vista y saludaba a menudo por el barrio, apareció en el hall del edificio y abriendo con llave propia, salió encontrandome. Tuve el tino y la entereza de alma para poder no aparentar toda la vorágine de espanto que me trituraba el estómago y la saludé apelando al último dejo de compostura y sobriedad que poseía.

- Buenas tardes, señora.

- Qué tal joven?

- Casualmente no habrá usted visto al Dr. Fonseca?

- Ay! No querido, hace mas de 15 o 20 días que no lo cruzo, supuse que estaría de viaje. Usted no sabe nada de él?

- Por supuesto... - repuse mintiendo para reprimir un acceso de náusea inducido por un primitivo temor de confirmación.
-El doctor fue a un seminario de cardiología en Mendoza, seguro aún no ha vuelto.

  La señora se dio vuelta para ayudar al brazo de la puerta a cerrar, diciendo algo en tono como de queja y forzando su mecanismo automático con la fuerza de su ansiedad, una ansiedad de viejo que tanto conocía yo por la naturaleza de mi profesión. Aproveché ese lento giro de su cuerpo para salir de allí a toda prisa por la peatonal hacia el oeste, hacia la calle Maciel, donde girando a la izquierda apresuré el paso para encerrarme en mi apartamento, intentando en todo momento evitar mirar el vasto reino del Río.

  Amarga fue la resaca última de aquella tarde. Mi apartamento sumido en una incertidumbre cremosa, era el escenario peor para el derrame de mi propia ansiedad. Una y otra vez repasaba go las imagenes del sueño y cada repaso me untaba más y peor en la espantosa sospecha... Un lagarto de primaria curiosidad circulaba en mis arterias, más grande que la sangre, indeciso, terminante, cuyas bases fundamentales se apoyaban en algo rotundamente descabellado, algo que hasta aquella vez, no hubiese considerado más que un mal sueño y que ahora me parecía terriblemente real. Tan real que mi cuerpo físico oscilaba en la penumbra de un saber imposible, entre espasmos y escalofríos interninables, una fiebre verde y escamosa que me producía tanta repugnancia como morbosa maravilla.


  Lo peor aún estaba por venir, ya que en un momento de la tortuosa meditación, caí en la cuenta que eran las 3:10 de la mañana y que irremediablemente debería dormir si pretendía asistir a la reunión con la gente del laboratorio con quien, no temo ahora confesarlo, me vinculaba un asunto de cifras bastante significativas a mi favor. 

viernes, septiembre 08, 2017

Historia de Valentín Fonseca (parte 6)


Fue tan impresionante su presencia, tan real e imponente, que mi miedo por el acusoso ser se vio apagado en contraste con el pánico que me causó su risa reventando en la azotea de mi edificio. Quise quebrarme, perderme, desaparecer, cualquier cosa que me alejara de la repugnante escena. Corrí, pero en lugar de salir andando, lo que conseguí con mi primitivo intento de escape fue cambiar la locación del sueño. En un segundo estaba en la plaza Matriz. Era de noche. Mire al rededor con las pulsaciones por las nubes, no vi a nadie. La plaza estaba vacía. Suspiré aliviado y me propuse tomar asiento, aun sin la más remota sospecha que me hallaba dentro de un sueño. 
  Entonces escuché otra vez la degenerada risa de sepulcro abierto y padecí un profundo escalofrío y giré aobre mí buscando de dónde provenía para poder huir con todas mis fuerzas en la dirección opuesta. No lo veía. Pero volvió a reir y el sonido se hizo como gelatina por todo el ámbito vacío de la plaza.
   - No tenga miedo, doctor. No hay forma de escaparse. Ellos nos encontraron, no son malos, de hecho lo único que quieren es aprender de nosotros y pagan por su servicio mucho más que nuestros pacientes habituales. 
   La voz rebotaba en todas partes sin provenir puntualmente de ninguna. Mi horror iba en franco ascenso y me sentía al borde del colapso. Finalmente y tras una busqueda angustiosa, lo vi, sentado en uno de los bancos, vrstia su traje beige , una camisa blanca impecable y una corbata oscura, prendida con un prendedor que yo mismo le regalé para uno de sus últimos snivetsarios de casado. Parecía nuevamente mi amigo de siempre y percibí en sus ojos un brillo de humanidad y de aprecio.
  - Después de todo lo que ha visto, las enfermedades, el sufrimiento, la falsa esperanza, del oscuro corporativismo que es inerente a nuestra profesión... Venirse a asustar por semejante milagro.
  - Nada de esto es real - dije con un temblor recorriendome el cuerpo entero.
  - Oh sí, ahí es donde usted se equivoca, mi querido amigo. Esto es muy real, tan real que solo pensarlo lo hace estremecer, pero le repito: no tenga miedo. Estos maravillosos amigos vinieron desde lugares demasiado remotos, solo para conocernos y usted esta agarrando el sartén del lado equivocado, si me permite, mire, solo permitase mirarlos con detenimiento - y con un gesto amplio de su mano me indicó el centro de la plaza. El panorama era inverosímil, pero nada me hubiese podido parecer más real: una docena de seres de agua ululaban rítmicamente alrededor de la antigua fuente. Me estaban mirando. Pude sentir en la médula de mis huesos todo el peso de su poderosa curiosidad, mi pavor cesó. 
   - Así está mejor - respondió mi amigo o lo que fuese que hablaba con la voz y se veía como mi colega. - Créame, si elije quedarse con nosotros no habrá más muerte ni tristeza ni ninguno de los horrores cotidianos que ennegrecen nuestra fugaz existencia. Digalo, digales que se quiere quedar acá con nosotros y todo sufrimiento habrá cesado definitivamente para usted, estos amigos se encargarán de cubirir todas sus necesidades y le ungiran con el conocimiento secreto de todas las eras. No tenga miedo. Es la conciencia eterna su regalo a cambio de nuestro simple consentimiento. Qué dice?
   Me hallaba absorto en la contemplación de aquel insólito grupo de seres conscientes, que ahora venían levitando bajito, acercándose tímida y curiosamente a mí. En un instante creí comprender todo y me deje llevar por una inusitada calma. La oferta no solo me parecía justa sino absolutamente seductora. Como médico, casi toda mi vida giraba entorno a la muerte y por supuesto era la cosa a la que más le temía en el mundo: mi propia muerte. De modo que evadirla y a la vez acceder a una fuente ilimitada de conocimiento, me parecía una oferta que solo un tonto podría rechazar de plano sin siquiera meditarlo.

Tablado vacío

Mi amor
Estoy tan solo
Cuando cae la llovizna
Cuando muere el reloj
Y las garzas se comen la noche

Estoy tan solo
A un costado de mi risa
Más allá de mi cantar
Que el universo palidece
Y el amanecer es triste
Lejos de tu abrazo

Quise gritar
Anoche
En un caldo de miserias
Y golondrinas
Quise gritar
Y apenas pude sonreír

Por eso capaz me desperté
Con el primer motor de ómnibus
Para hallarme minado
Rendido de melancolía
Por las horas de tu mano

Estoy vacío ya de tu silencio
Cada día, desde febrero
Ha sido un punto de sutura
Para una cicatriz interminable
Para el cielo acuchillado
Para el mar de tormeta
Imposible.

Prevalece la empinada maldad
De un dolor que ya no es dulce
Porque tiene sangre seca
Olvidos de otras verdades
y debilidades monstruosas
Que dificilmente nos darán paso
Otra vez...

Lejos de tu sillón
Lejos de tu voz
Lejos de mí y de nosotros
La luna muere
Y este adios
Nunca se acaba. 

miércoles, septiembre 06, 2017

Ahogo

Se cierra la jaula del pecho
Entre la palidez de las nubes
Cuesta que baje el aire
Y con esta luna...

Rondando mis latidos
Acorazando mi voz
Rompiendo los silencios
Voy hacia la noche

A nadie le importa
Nadie despertó el analgésico
Y yo abanicando la polio
Para dormir al menos una hora
Sin el remanente de su sonrisa

Estoy fuera del caso
Para siempre serio
Sin paz ni piel
Sin más romance
Que mi recuerdo

sábado, septiembre 02, 2017

Historia de Valentín Fonseca (parte 5)


 En mi sueño miraba yo el estuario abrazar a la vieja escollera, la espuma de reflejo rosa se recortaba burbujeando contra las negras piedras. Me encontraba sumido en un afable estado de contemplación. Era el alba pero el sol salía del lado opuesto al natural, remontando a un costado de la cara oeste del Cerro de Montevideo. En ningún momento me resultó curioso ni me causó mayor incomodidad que el sol apareciera dando un nuevo día con aquella contradicción cardenal, era majestuoso y todo lo que me producía era un sosiego casi sedante que me desafectaba de cualquier tipo de sobresaltos o preocupaciones.
     Los rayos naranjas descendían directo del primer arrebol planchándose en las aguas encendidas. Me sentía en paz, tan presente en la contemplación de la escena que en ningún momento me percaté que me encontraba en un sueño y me distendí, apostado en el balcón como suelo hacerlo casi a diario. 
   El mar tenía algo sencillamente trascendental y toda mi atención estaba cautiva de su encendido ondular, su presencia era absorbente y la inmensidad de su dimensión me abrumó por un instante. En el siguiente destello de percepción, una inmensa masa de agua se despertó levantandose del resto del Río de la Plata. Fue tan colosal su animación y tan detallado su realismo que proferí un grito de espanto y salté hacia atrás con desesperación, trastabillando y perdiendo la rigidez de mis piernas. Al caer, el sueño fue un paso más allá: en lugar de aterrizar en el piso detrás mío, aparecí repentinamente flotando en el aire, acaso a unos 15 metros de la explanada de césped que da a la placita y a la cancha de baby fútbol. El descomunal ser viviente era idéntico al que me pareció ver en la jarra de agua de mi amigo y al que había surgido del charco en el sueño posterior, pero esta vez era masivo y terriblemente poderoso, tal vez 35 metros de alto como por 18 de ancho. Yo levitaba presa de una estupefacción lindera al shock y ajeno a cualquier tipo de realidad o noción del mundo cotidano. Hizo un enorme aunque ágil movimiento hacia adelante y con un rugido casi infrasónico avanzó interponiéndose entre el sol trepante y yo. El ámbito entero se tornó amarillento, sofocante y opresivo, la luz quedó teñida por el velo de aquella delirante acuosidad y el juego de luces que desprendió, tuvo sobre mí un instantáneo relampaguear de pánico, una reacción en cadena que acabó por poseerme, provocándome una náusea  intensa. Pataleé en el aire vacío del amanecer, mi estómago estaba a punto de colapsar. El ser acuoso en su magnificencia de vértigo venía hacía mí, levitando sobre el muro anaranjado de la rambla. Yo me retorcía queriendo huir de la inevitable captura. El estruendoso sonido a borboteo que hacía el terrorífico ser, doninaba el aire denso y crudo, a cada segundo me sentía yo más y más carente de toda esperanza mientras la criatura se aproximaba inexorablemente. Tanto fue mi esfuerzo que al parecer conseguí alterar el rumbo del sueño,  estaba ahora en la azotea del edificio y como una bruma o una fantasía el espantoso ser de agua ya no se dejaba ver turbando el verdeante horizonte. Pude respirar en paz, la angustiosa ansiedad de horror que me invadía momentos antes, ya no estaba y mi contemplación retomó sin más ayuda, su carácter serenado mientras fui recuperando el aliento. 
  Vi entonces que el sol se alzaba desde Poniente ganando con una velocidad extraordinaria, el cielo de la ciudad vieja, un rastro de efímeros colores iba quedando a su paso y tras llegar a dominar la bóveda, mi capacidad de atención disminuyó drásticamente, tras lo cual sentí que la experiencia volvería adar un giro, alejándose nuevamente de mi zona de confort. Asi fue ya que inmediatamente después de formular este pensamiento, irrumpió en la escena, el aborrecible sonido de una oscura y enloquecida carcajada. Recuerdo una sensacion de incontrolable temor llevarse el dominio de mi cuerpo como una ráfaga de viento borra el rastro de las hojas en el suelo. Volteé para ver de donde provenía la aterradora risa, aunque ya lo sabía sin lugar a dudas. Mi amigo estaba sentado en una especie de suntuoso trono, sus manos apoyadas en los posabrazos acompasaban las contracciones de su risa espeluznante. Se reía y alzaba su rostro al cielo, el sonido era desgarrador. Detrás de él, como un ignoto y obsesionante guarda espaldas estaba "de pie" el insólito ser de agua en una versión de acaso 2 metros de alto por apenas 80 centímetros de ancho.