lunes, julio 30, 2018

Un poco magra

Y justo en medio del barro, apareció la luz fría. El sol de azafrán lejano que tan poco tira, apareció a la mañana como un regalo para los jardines destruídos y los balcones astillados. Mi alma vagó siempre al borde del sueño mientras duró el celeste arriba. Me hallé desconcertado sin la lluvia acaparadora, no entendía porqué en mis venas seguían croando las ranas y escondida la luna, si los edificios suspiraban aliviados, con un aliento de gratitud colgando para afuera en forma de medias y de fundas. Me pica de forma insistente la cicatriz que tanto atesoré, mientras los ojos, secos ahora, se dejan apoderar por la enjuagada inmensidad del presente. Alguien que quiero va a viajar. Alguien que apenas olvido, me recuerda al pasar. Los que desconozco ni siquiera me ven remontar la peatonal Sarandí. Noto que tengo en la carne, el estremecimiento que me dejó una murga al marcharse. Los que extraño irremediablemente, desde su cementerio, se aparecen vivos en mis sueños. Y todavia falta agosto. 

jueves, julio 26, 2018

Otra excusa

Otra vez solo en la noche, buscando la suerte que otro perdió y encontrando a penas charcos, pequeños paraísos de miseria y soledad. Otra vez con una carta de estúpido amor en el borde de los dedos. Otra vez un ómnibus vacío, que embalando en la lluvia me devuelve al castillo. Padecí hace muy poco, un asalto de terror a la muerte, que apretó contra mis ojos, un velo de pesimismo y melancolía. Todavía y con lo poco que me quedó, busco una excusa para reír, para cantar, para seguir.

miércoles, julio 25, 2018

Instrucciones para no morir de pena

 Qué tema la pena, no? Acá en el CA1 a Tres Cruces, por ejemplo, es una materia omnisciente. Cómo, que exagero? Me quedo corto, señora. Ni siquiera si tuviese la volutad (atributo cuya falta, engrosa sustancialmente la ta abundante pena) de transcribir en este artículo, la charla que se desarrolla en el asiento trasero, o el gris supremo de helada llovizna que aprieta la ciudad, estrangulàndola; o la voz aguardentosa de la vieja teñida de rubio que manda audios de whatsapp con su boca brillante de saliva, pegada contra el vidrio del celular, convencida que es la pantalla y no el micrófono el que la graba, aarrastrando su pena hasta el desdichado interlocutor, al otro lado; o el nauseabundo olor que imperaba en el ómnibus cuando lo abordé, mezcla de las más desgraciadas esencias corporales, que entre vaqueros sucios y zapatos viejos, se ha decantado por el aire del pasillo, enclaustrado hasta que en un gesto de resistencia ante la pena, y con algo de timidez, abrí cuatro centímetros,  la ventana más correspondiente a mis fosas nasales. Ni siquiera entrando en los más miserables detalles podría yo dar cuenta de la magnitud de la pena, que como un trapo de piso ennegrecido, seca las lágrimas de la ciudad calavera, de la ciudad amor muerto ente cenizas azules de amores minúsculos, que florecen brevemente y mueren yéndose, como todo. No hay manera de no morir de pena entonces, que no sea un tipo con una guitarra que se sube a tocar Carretera Perdida,  aferràndose a sus versos y creer... Ver que uno tiene que creer.

domingo, julio 22, 2018

188

Entre el último gris del domingo me trepo a este 188 en el que suena la Lambada. Todo es como un acrílico que se escurre por las escaleras de Lindolfo Cuestas. Empieza el río oscurecer, fúlmine, arcaico y apenas agitado por algo parecido a la vida. Me queda un 5% de batería al darme cuenta que las palmeras del centro cabecean y oscilan al compás del oscuro viento. Un recuerdo igual a una ausencia, llena los bondis y las ventanas. Montevideo resiste, tembloroso, al primer despertar de la noche. 

viernes, julio 20, 2018

Noche de cuarzo

Ella volvió a morir
Y en mis paredones
Los musgos y caracoles
Prefieren no acordarse

Toda esa fauna de alarmas
De autos en la lluvia
Y ventanas dentadas
Sigue comiendo lucecitas
 entre el hambre
Y el silencio del castillo

Cárcel de huesos
Baile acuoso donde se marchita el cielo
Luz pegajosa
Árbol tras el que agoniza el tiempo
Todo dolor
Todo ruina en posición de despegue
Todo viento y frenesí

El celeste ha perecido...
Por los ríos de mis manos
Sopla su ínfimo recuerdo
La fotografía aún no revelada

Noche de silla
Noche de cama
Noche de cuarzo
Y de letras desechables
Media noche. 

jueves, julio 19, 2018

Contigüidad

Dedal. Dental. Detonar. Demostrar entre rayos y lluvia, que aún podemos cantar. Vivir. Vislumbrar. Venerar. Visión que entre lluvia de Julio, vacía el morral. No quedan casi argumentos, que en la calle se hagan carne. Un coro que en la tormenta, la muerte no haga callar. La guita dura tan poco, una foto en la secuencia. Me acuerdo hoy de Laurita y su abrazo huesudo, admito, me haría muy bien. No me quiero entregar a la nostalgia de la noche del bar, donde con casco de obrero, sufría de soledad. Recordar miradas amables del Poroto o de Larita, de una mirada del tipo, su saber y su verdad. Aunque esta noche la voz de Dolina y Barton me den una analgesia amable y despreocupada, aunque goce infinitamente de volver a mi hogar vacío, aunque pueda no nombrarla ni escribirle, sigo siendo el que nació un viernes 27. Casi estoy llegando. Cuántas cosas me pasaron hoy...

miércoles, julio 18, 2018

Va creciendo por el cielo

En mi chalina
El sudor camina
Por las cornisas
Vuela su risa
Triste y morena
Que me envenena
De tentación
Y de anís

Fiesta de dioses
De oscuras voces
Un remolino
Quema el camino
Que llegará hasta el fin

No hay mas fronteras
Ni lunas nuevas
Que esta fogata
Que vive y mata
Que habla de dioses
Y calla a voces
Como un cansado candil

Feriado

La cara del cielo tiene cicatriz de agua. En los senos de la vereda crecieron enredaderas altísimas que hasta por la ventana se han metido. Quisiera hablar con uno de los perros que a paso apresurado, transitan la tarde entre las luces desmayadas, que en cualquier rincón se echan a dormir, ocupandoles  las esquinas, los carteles de los ómnibus, los paraguas, las camperas y hasta mis manos, ya doloridas de tanto acariciar el vacío. Quisiera hablar con uno de los perros que pasan en su apacible paseo sin hogar, para que me cuenten la noche, para que me cuenten su olvido y pueda montar sin melancolía, a la indómita bestia de la tranquilidad.  Los últimos rayos llegan húmedos, a mitad del silencio pasa un carro con caballo y en estas palabras hago gambetas para eludir el perfume de una flor. Es feriado.

martes, julio 17, 2018

Cielo de microondas

El cielo de microondas es reposo para mi silencio. La vida me viene haciendo agujeros donde había pintas de cerveza y entre innumerables tabacos, avanza a paso de reloj por las paredes. En la ventana se mece una nube gigante que no ha hecho más que enfriarme la piel y ajarme el corazón. Veía desde un escenario, las aguas palmeantes, el ardor mínimo de una sonrisa o acaso nada. Pero yo veía y ahora ante la humildad de mi estufa, escribo mientras oigo un arrastrarse de cadenas y portones. Salta un deseo oprimido entre los cuchillos de mis dibujos. Hace días que no corro. No he visto más gaviotas ni luciérnagas, ni perros sonrientes ni playas donde el alba corte el cielo a mi salud. Permanezco. Estiro, tratando de anudar cada tentáculo de mi aliento y rezo, cantando letanías sin fe, para que las manos no se me salgan del cuerpo y vuelen como moscas atrás de la vacua postal de una ventana. Gira la rueda. La anestesia surte efecto demasiado lentamente. Queda mucho por hacer. 

jueves, julio 12, 2018

Horror en la calle Finlandia

No sé a ciencia cierta cómo fue, ni quiénes dieron inicio a las carreras, solo  que para cuando yo me uni a ellas, el sistema entero ya estaba bien montado y operativo, siendo su radio de acción  prácticamente el de toda la ciudad y a veces, no pocas, la parte inmediatamente exterior de sus límites. Las carreras nunca se planificaban con mucha anticipación, solo llegaba un código a la radio que disparaba la dirección como si fuese una auténtica emergencia policial, pero que al añadirsele una característica numérica extra, las unidades afiliadas a las competiciones daban el ok (o no) y salían a toda velocidad, entendiendo que se trataba de una nueva carrera. Casi siempre se involucraban 4 o 5 patrullas que mediante previo cálculo se hallasen equidistantes del punto elegido para la llegada. Quienes lo lograban primero se hacían con un botín distinto todas las veces. Los premios casi siempre provenían de algún opertaivo, en forma de expropiación forzosa, y eran dispuestos por la organización central, como motivación y recompensa para los corredores. Lo cierto es que existía un vasto círculo de apuestas clandestinas, siempre entre policías, en el que todavía más elementos de la fuerza estaban involucrados, inclusive yo mismo y quien era mi compañero: el Agente Berroqui. El movil 437, donde yo casi siempre era copiloto, pertenecía a la secciónal 71, y contaba con 51/134 victorias sobre participaciones, contando los cuatro meses previos a mi ingreso, cuando el copiloto era DeArmas. Y sin ser por algún vídeo filmado por vecinos que llegado a la seccional, haya causado mínimos problemas de condicta, hasta entonces jamás nada tan execpcional ni terrible  como lo que aconteció en la madrugada de aquel lunes de Julio.

Serían acaso la una de la madrugada cuando abandonamos aquel hogar de Puntas del Novillo, donde examinamos lo que a todas luces era un hurto. Saquearon la casa por completo, los bienes de menor o nulo valor de la vulnerada familia, yacían revueltos y despedazados de igual manera en la sala como en la cocina, en la habitación, el pasillo y hasta en el baño.  Un espectáculo lamentable. Además de Berroqui y yo, estaba el detective Fuentes, que venía con López de piloto y el móvil 271, en el que Mirkorián y Spencer tenían ambas portezuelas abiertas, sin descender del vehículo en ningún momento. Una vez que dejamos la casa, los 3 móviles tomaron diferente rumbo hacia la noche de la ciudad. Fuentes en el 107 iría a la seccional a dar informe del hurto. 271 y el nuestro, volverían al patrullaje de rutina. Ahí se lanza la carrera por la radio. Confirmo la participación. 7 km marca el GPS hasta Avenida Arquitectura, la meta. Berroqui aventura una vuelta en U y salir, una aceleración máxima que entre el humo de las cubiertas, se funde con la sirena y el motor, en un vértigo inesperado hacia la noche. Nos ponemos el cinto, las luces naranja de la calle pasan borroneadas entre la humedad y el frío. De mi lado, en la esquina, aparece agresiva la careta del 271 también de sirena prendida. En audaz gesto técnico se tira doblando, a tomar la misma calle que nosotros y lo consigue pasándonos muy cerca, todo el auto pasó a escasos centímetros de mi,  a través de la ventanilla y la puerta. Berroqui volantea con la precisión de un cirujano y los autos no colisionan, sin embargo el nuestro desacelera para evitar perder el control. Mirkorián pisa a fondo y en ese instante se produce la mayor ventaja a su favor. Se me pega el costillar contra el armazón del asiento, salimos desde atrás con una velocidad insólita y logramos descontar acaso 50 o 60 metros. Las sirenas parecían degollar el silencio a su paso. El 271 se abre inesperadamente y queriendo cortar camino, se mete por Tomás Aquiles hacia la derecha. Berroqui se rie con aire malévolo y me dice que la victoria va a ser nuestra. Acelera. Otra vez la ciudad se desdibuja por la ventanilla. La velocidad. El escándalo de la sirena. La adrenalina quemando al llegar cubriendo los poros de la piel. No existían las esquinas, ni las luces, solo la desenfrenada carrera tras un premio turbio. A 200 metros vemos atónitos, salir al 271 en sentido perpendicular de derecha a izquierda, y yo que le digo al vasco que se están queriendo ir a cortar camino por el parque. Mi compañero disminuye la velocidad un poco, y con gran amplitud se arroja a contramano por la primer bocacalle. El neumático por poco se da de lleno contra el cordón, pero no. La callecita es oscura y se va develando con las luces largas y los reflejos roji-azules de la sirena. De la nada un golpe tremendo en el capó. Aturdimiento. Soplo de luces como dentro de una licuadora. Asalto de dolor general y repentina inmovilidad. Ninguno de los dos pierde la conciencia. Algo se dio contra la patrulla. Le pregunto al vasco si esta bien. Murmura con algo de dolor que sí. Le pregunto si está quebrado. Cree que no. Que mire a ver si puedo abrir mi puerta. Puedo. Salimos los dos y la patrulla tenía ambas ópticas reventadas. Niebla y humo se mezclaban sobre el capó dañado. No hay olor a nafta, eso es bueno. Una respiración pesada y grave, envuelve la helada noche afuera del auto. Berroqui esta sobre algo de forma humana, que se encuentra tendido contra el oscuro cordón. Me acerco sin llegar a interpretar qué es lo que atropellamos. Con cada paso, mi cordura cedía más allá de cualquier límite. Comencé a reír, con un llanto atragantado como una terrible confirmación. Todo mi inmenso temor se vio superado cuando por fin me acerqué y observé, retorciéndome ante aquello que yacía agonizante en el frío de Julio. Berroqui estaba en shock, temblando de ojos desorbitados. Yo vomité instantáneamente tras ver lo que vi y me juré jamás volver a mencionar aquel incidente, pero sin remedio y cada tanto, escribo lo sucedido para tratar de darle un reparo breve a mi memoria,  que desde entonces está perdida en medio de la tempestad que la signó de insanía, tras la horrible e inolvidable visión. 

lunes, julio 09, 2018

Algunos órganos

Estofada la luz
Se hace migas en la cama
Golpean las puertas de los autos
Y chillan en mi desvelos
Arrogancias de gorilas y gusanos

Parece que se han callado los perros
La cuadra espera la siguiente moto
Para estremecerse en su gelatina
Acá no queda más que un paredón
Donde la niebla se vuelve llovizna

Alguien asestó un flechazo
Entre los huesos de un reloj
Alguien le quito al recuerdo
Sus pétalos sepia y licor

Solo me quedan rebajas
Me faltan algunos órganos
En los que la desesperanza
Pueda hacerse carne...

sábado, julio 07, 2018

Puesta en escena

Misteriosa melasa mis tripas
El temblor de asumir que al final
Todos victimas de la llovizna
Y el rio de la plata hecho cenizas
Y un sol de primavera
Demasiado lejano
Y un abrojo en el bigote
Y un perfume de ausencia
Que es como barro
Y un diente que no sirve para nada
Y allá vos
Provocativa estupidez mis tripas
Y ahí mis ganas de volver a salir
Tuco trinchera ventana empañada
Caserón hasta la médula de un vacío
Triste y cabezón y serpenteante

Y acaso dormir

O no volver a escribirle
Hasta que salga el sol


lunes, julio 02, 2018

Acá y allá

Dormía. Me da un despertar repentino y me siento en la cama con el torso erguido y las piernas rectas, las manos con sudor se entreaferran a la sábana que me parece oscura. Respiro agitadamente. Hay un zumbido alrededor, soy yo mismo, pero sigo mitad diluido en el aire ceniciento, como volviendo con gran velocidad y dificultad a la realidad silenciosa del cuarto, donde estoy solo, donde pienso en pararme e ir a tomar agua. Mi garganta está reseca y mi corazón acelerado. Fue solo un mal sueño, no hay necesidad de salir de la cama para ir a tomar agua, o sí, puede que haya una apremiante necesidad, pero estoy de nuevo con la espalda contra la cama, solté ya la sábana. Una fuerza como de toneladas me cierra los ojos y todo pensamiento formulado enmudece. Vuelvo al mundo algo gelatinoso de los sueños. Nado entre sombras, me siento gemir por una angustia que soy incapaz de determinar o definir. Pasan algunas horas, muy pocas, y vuelvo a despertar como si fuese una repetición calcada de la última vez. Todavía no amanece, no quiero ver la hora en el celular. Estoy de vuelta jadeando, sentado, el acolchado hecho casi un nudo, amenaza con volcarse de la cama. Me paso una mano por la frente, ambas partes están sudadas por igual, generando un resbalar húmedo. Arrojo, como si fuesen dos pesadísimas anclas, mis piernas por el estribor de mi lugar de descanso y toco con ambos pies descalzos, la fría certeza del piso de mi cuarto. Tambaleante me incorporo y con la vista adaptada a la oscuridad, manoteo el picaporte y girándolo, abro la puerta para salir. Voy a la cocina. Decididamente no enciendo ninguna luz en el proceso. Veo bastante bien todo lo que hay. Lleno con agua del purificador, una tasa blanca y limpia que estaba en el escurridor. Cuando la voy a tomar me veo víctima de una duda gigantesca, algo dentro mío me sugiere que en realidad sigo en la cama, que no me he levantado ni girado el picaporte, ni evitado prender luz alguna, ni he llenaro con agua del purificador una taza limpia. De hecho estoy sintiendo las sábanas entreaferradas en las manos, las piernas rectas y el torso erguido, distinguiendo, afemad y con toda claridad, el contorno y el peso del acolchado, que hecho casi un nudo, amenaza con volcarse de la cama. Suspiro aliviado al sentenciar que ha sido solo un sueño. Entonces oigo un ruido como estallido de vidrio fuera del cuarto, más allá de la puerta abierta que siempre cierro al dormir. Estoy en la cocina, mis pies deacalzos se están mojando y entre ellos, una taza blanca rota en pedazos. Me da miedo cortarme y entonces recuerdo que en verdad, estoy acostado en mi cama. Me aferro a las sábanas para constatar que, de hecho, me hallo sentado en mi cama, con la frente perlada de fría sudoración y el corazón golpeando en el pecho. Una certeza muy primitiva del cuerpo, me avisa que aún estando en la cama, estoy en la cocina y he dejado caer una taza al suelo. En un movimiento muy natural de una parte del cuerpo, que aún no podría determinar, cobro total consciencia de estar en ambos lados a un mismo e improbable tiempo, y por cuestión de unos 5 o 6 segundos, vivo con plena claridad el inesperado milagro de estar en los dos lados a la vez. Las visiones de ambos ambientes no se superponen ni se intercalan, sino que coexisten de una manera pacífica y yo ya no alterno la experiencia de estar la cama con la de estar mojándome los pies, a penas 7 metros más cerca de la puerta de calle. Estoy en los dos lados a la vez y punto, nada más fácil. En uno me agacho entre la penumbra a juntar los trozos más peligrosos de ceramica rota, y en el otro, siento curiosidad por ir hasta la cocina y verme. No tanto por incredulidad como por una muy primitiva inquietud narcisista de verme desde afuera. Me bajo de la cama, entonces, y me encamino muy despacio, pasillo afuera, mientras que, en la cocina, deposito los fragmentos sobre la mesada pensando en mañana deshacerme apropiadamente de ellos. Me siento venir, me escucho venir a paso lento, a la vez que también oigo desde el pasillo, los trozos de taza chocando con suavidad contra el mármol de la mesada. Mis pies estan mojados,  a la vez que mis pies están secos, caminando en la penumbra del pasillo hacia la cocina. El encuentro es imnimente. Tres pasos, dos, uno. En mis dos posiciones, encaro la puerta de la cocina para recibirme pero esto no sucede, ya que en el instante exacto antes de encontrarme, todo el efecto se diluye y vuelvo a surcar sin rumbo, las gelatinosas fangosidades de una esfera onírica informe y caótica. Se me olvida por completo todo el episodio y se me olvida por completo todo el resto de las cosas que creo saber en estado de vigila. Estoy dormido, profundamente, sin soñar más que una vaga y lejana sensación de ser yo mismo. Pasa el tiempo así. Un bestial dolor me arranca de este primordial estado de existencia y vuelvo a despertar, esta vez sí, con el alba avanzando por entre las hendijas de la persiana. Dos calambres me hacen retorcer de dolor, ambas pantorrillas están todas tomadas por un desgarrador dolor de contracción. Instintivamente lucho por estirar, no sin proferir una serie de gruñidos provocados por horrenda sensación muscular. Aflojan. Quedo reventado y jadeando de nuevo en la cama y sin recordar nada de lo anteriormente ocurrido. Bajándome de la cama, me avecino a la puerta inusualmente abierta del cuarto para ir a la cocina y servirme un vaso con agua del purificador. La imagen de los trozos de taza colocados sobre la mesada y las huellas de pies hechas con agua en el suelo de la cocina, me hacen temblar las rodillas y recordarlo todo de un golpe.