Hay en esta hora púrpura de azoteas calladas y nubarrones temblorosos, un aroma de ausencias que es como un fuerte para los últimos pensamientos de la alondra. Quedan, como marcadas por banderines de penumbra, algunas letras viejas, vacías, desvencijadas y maltrechas que señalan el camino hacia un futuro nebuloso. Marcas de arañazos que descosen la boca de los muertos, perlas fluorescentes para collares de negrura que son apenas un papel manchado por humos y por eternidades disueltas en ideas sin sentido. Volará este reloj pecaminoso, reptará su tiempo por palacios sumergidos en lágrimas, será un borrón en una lápida, será un espejo echo pedazos, será, con suerte, algo parecido al porvenir.
Una dama blanca arrinconada en los cielos de los albañiles, una figura escondida gritando maldiciones en idiomas olvidados, una pena configurada por tormentos interminables, un último adoquín en la calle de las matronas sordomudas.