Hay una hilera de cuerpos colocados con primor justo donde se apaga la espuma de las olas. La luna invisible se sienta sobre un edificio para ver las placas del río, alineándose a su antojo en las inmediaciones del puerto. Vastas calaveras metálicas, los cargueros que ceden bajo el espinazo de las ávidas grúas, de a uno van orbitando los contenedores, y se puede adivinar la mortalidad de todos nosotros, solo con ver su mecánica obsesión, su ojo a combustible fósil, cinchando los pesos muertos, la pirámide invertida de nuestra decadencia. Perdí la cuenta de los cafés que me tomé en el día, la ventana tapiada ha dejado pasar todo tipo de lamentos y camdombes que la Aduana vomita, lenta y periódicamente de lunes a lunes. Varios noches se han vuelto en astillas en éste mismo salón que ahora denuncia otro café y este sabor de trucho porro paraguayo que marea también al agua de la pecera.