Como todos los días, llega un momento en la noche que el deseo y la ansiedad me arrinconan en la incertidumbre de las horas que nos faltan. Por momentos siento que estoy desbordado de tan intensas emociones, felizmente colmado de sensaciones renacidas, vueltas a salir a la luz desde un oscuro y solitario confinamiento donde nada germinaba más que una creciente desolación y una indecisión o reproche perpetuo. Miraba yo las negras nubes cubrir el cielo, herir su inmensidad con una vaga pero pujante sensación de claustro, de pesadumbre, de estancamiento, miraba las negras nubes como garras que cortaban el tiempo de mi nefasto desvelo, miraba el infinito cercenado por una tormenta profunda e inagotable. De pronto un día, en uno de esos sencillos pero infinitamente complejos bucles del destino, el cielo se abrió por un instante. Fue entonces que entre la soledad ilimitada del negro silencio, pude ver flotando en la inmensidad del universo, una estrella desconocida y lejana que brillaba con desconsolada hermosura, lejana, helada y ardiente en un laberinto de lechosas telas de araña, brillaba abierta de brazos, con los brazos cruzados, con la mirada perdida y la frente en alto brillaba la estrella que vi aquella noche de marzo en la que sin darme cuenta cabal de mis actos, me lancé sobre ese centímetro cúbico de suerte que ardía a los gritos, en silencio, en la noche florecida y madura de marzo. Y esa estrella eras vos, Rosario, con tus alas doradas abanicando la noche verdadera de lo que parecía imposible e inverosímil para mí. Eras vos (yo no sabía) la que me esperaba como un amanecer recién lavado, hacia el final de mi dolorosa noche de un par de años. Eras vos también esa rosa como de seda, que nació en mi futuro silenciosa e imprevistamente, como todas esas cosas que nos cambian la vida, llegaste de pronto y cortaste todos mis rebuscados caminos para tomar por asalto y sin permiso esa corona vacía que dormía, casi envenenada o maldita, en el deteriorado y silencioso altar de mi (hasta ahora) descolorido corazón. Te abriste paso por la selva tropical y salvaje de mi alma, tronchando sin pausas las enredaderas podridas, las zarzas venenosas, las plantas carnívoras y las lianas inmundas y pestilentes que yo mismo planté para esconderme para siempre de la vergüenza que sufría por no haber podido remontar el cielo de un amor que dejé morir injustificadamente. Te abriste paso con el poderoso machete de tus increíbles palabras, de tus hermosas emociones, de tus nobles propósitos y tu maravillosa ideología de amor por la vida y por el mundo. Es por eso que ahora, en medio de la noche congelada del más tierno invierno, me vuelve a arrinconar el imperioso deseo de consumar tu fuego sagrado, la ansiedad irremediable de poner a prueba éste ardor que me da vueltas, éste rugido de montaña de mis huesos, éste descaderarme de amor por todas tus formas, tus historias, tus voces, por todos los tonos de tus latidos, por cada una de las respiraciones que emite el armonioso centro de esa estrella hermosa, que por simple causalidad o compleja causalidad, brilló en el momento justo en que pude ver el cielo nocturno... en medio de una negra y profunda tormenta, en una noche verde de marzo. Me has traído el amanecer, Venus, and "I feel that ice is slowly melting" at last, amor.
Lindo
ResponderEliminarGracias por su comentario, sintético y reconfortante. Saludos!
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