En el fondo del océano yace el suenio del hombre. Torres de metal y marfil deshechas por anios de fugas, perdidas y guerras. La ninez de algunos se ha perdido entre balaceras inagotables, entre visceras humeantes que se escapan de su bolsa al compas de siniestras metrallas. Los ojos de los soldados reflejan la inmensidad del odio, el asesinato y la obediencia ciega a una justicia de hombres de toga que jamas sera comprendida. En la selva, en el desierto, en los polvorientos caminos que conducen a Roma, los hombres desenfundan sus armas para cargar contra otros hombres, que al igual que ellos, desenfundan sus armas y arremeten sin piedad en nombre de cosas que no son comprensibles por nadie mas que por aquellos que mueven los hilos de sus tragicos destinos. Como cargar con el fardo de sus homicidios multiplies, como cargar sus banderas y estandartes sin enfermarse con el odio virulento que les ha llevado hasta la orilla del universo, en una busqueda frenetica por sobrevivir y por sobrellevar el tiempo sin sucumbir a la voz seductora del suicidio, sin arder por siempre jamas en los tibios recuerdos de un hogar que todavia late, pero fuera ya de sus manos de soldados, fuera del alcance de su M1, de su espada corta, de su M16, de sus 45, de sus 7.56 de sus manos embarradas con sangre de amigos que no llegaran al proximo combate. Quien nos va a explicar el porque de todo este fragor de mula degollada, quien nos va devolver el suenio limpio y perfumado de la inocencia. Quien cortara las enredaderas del remordimiento, las flores secas de la razon y del entendimiento. A quien le importa el millar de cadaveres sin nombre que morara por siempre sobre augustas medallas en pechos de tigre. Supongo que nadie...
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