lunes, diciembre 20, 2010

Breve Dossier del Presente

Pasado de largo en las costas marinas de tu divina locura. Posado en las rocas lejanas de una isla volcánica, miro mi difuso retrato en el agua. El pesado sentir de la alocada tentación, esas paredes que cada tanto se vuelven algo plásticas y tienden a cerrarse sobre nosotros, mientras nosotros escuchamos a los Beatles o a Papá Noel, depende siempre de la época del año.
Recuerdo que cuando abrí este blog hace unos cuantos años atrás con mi amigo el Señor N, había propuesto la premisa de hablar de actores de cine y de otras cosas que ahora no recuerdo. El tiempo se ha tornado una extraña materia idéntica a si misma, rotando sobre un tembloroso eje de infinitas causalidades. Por supuesto que no utilizaré este espacio hoy para hablar de actores de cine, aunque podría decir alguna cosita si así lo quisiera.
No recuerdo cuándo fue la última vez que pude ver adentro de tus ojos, el velo transparente de los años va borroneando la imagen definida y la convierte en sombras, apenas dibujadas sobre un viento que no existe a ciencia cierta. Toda nuestra realidad, nuestros sólidos complejos, patologías de heroicas vivencias, viciosas disciplinas sociales, copias de una máquina sin toner, todas las paredes, como decía hoy, también los telones de antiguos auditorios, todo va desvaneciéndose suavemente mientras el alma intenta aferrarse a un minúsculo momento de felicidad, a un rayo de sol hermoso, que justifica nuestro místico peregrinaje por esta tierra manchada de sangre, nuestra procesión de ígneos amores, de profundas antorchas en la noche ciega de la rutina.
Mientras tanto la guitarra ronronea como un motor borracho de aceite y de brillantes explosiones contenidas, lágrimas sin letra que trabajan el aire como un caprichoso alfarero sobre la madrugada blanda de ensoñaciones. Me paro y me saco el sombrero frente al delirante misterio de tu desfile de notas eléctricas, guitarra, profunda vibración de los dolores que no pueden formularse de otra forma. Metiendo dentro del efímero marco del tiempo los más disparatados pulsos de la conciencia, sometiendo su asfixiante presión a un solo punto sobre las cuerdas, doblándolas hasta hacer que parezca el llanto de una pequeña niña poseída por el demonio.
Mientras tanto, del otro lado de la ventana color beige, se esconde la noche profunda y verdadera, esa noche de suaves arenas sin tiempo, donde todos y cada uno de aquellos acogedores castillos que creíamos haber construido, perecen bajo la aplacada omnipotencia de lo inevitable.
Sin embargo la noche está preciosa, afuera la luna llena nos ofrecerá un eclipse que marca el inicio del verano, sino me equivoco. Anécdotas, historias del arrabal montevideano, cosas que le pasan a gente como vos, gente que se queda despierta hasta tarde y nutre sus selváticas parras con el candor adormecido de la madrugada, con el profundo simbolismo de algo tan perfectamente natural como un solsticio, no veo por qué tanto alboroto, sin embargo lo hay. Las sombras de la oscuridad bailotean en los charcos perfumados por altas estrellas, mi corazón vagabundea tras rastros de liquidas constelaciones, viajo a dedo por el lado oscuro de mi propia razón y de mis inacabables limitaciones. Alzo mis brazos bajo la luz del tungsteno, me prendo un cigarro con el boleto para mi último avión a la muerte y pienso en mañana a la mañana.

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