Shitfuck!. Esa era la expresión que sintetizaba mi vida durante aquellos días. La televisión comandaba en secreto los hilos de las marionetas que habitaban al rededor. La radio estaba abandonada, el patio cubierto de barro. Mis manos cenicientas andaban a las piñas con los molinos de la ausencia. V no estaba ni iba a estar y era mejor así, de este modo podía hundirme hasta el cuello en mierda líquida y ella no estaría ahí para alertarme. A cagar su hermosa sonrisa, que se vayan por el caño para siempre sus estúpidas palabras de amor, sus ojos como piscinas, mi insistencia de perro, que se prendan fuego todos y cada unos de los palmos de su casa. Que se caiga el avión donde viaja hacia países tan hermosos, para mi se ha muerto o aun peor. Estoy mejor así, encarcelado en la libertad de saber que no volveré a tocar su cuello que todo lo que pasó esta ahora enterrado para siempre, prisionero de la peor de la jaulas jamás inventadas: el pasado.
Me había quedado sin tabaco. Finalmente había ocurrido. Me terminaba de fumar el último. Estaba furioso y a la vez despatarrado en el sillón, todo me importaba un carajo. Me venía muy bien fumarme un caño de antología y lanzarme sin paracaídas al vacío de esta prosa insolente y de tan bajo presupuesto. Me vendría muy bien también una felación. Pero tanto la una como la otra eran igualmente inaccesibles para mí en aquella noche tácita y cagada de aburrimiento. La mugre del cielo lluvioso era como una cáscara irrompible y la ansiedad encontraba un fugaz y miserable reposo en la vaguedad de la casa. Todo era demasiado austero, descarnado, maloliente, había grasa en el aire, la humedad era tan intensa que si pasabas una esponja en círculos por el aire del living, enseguida estaría empapada en lágrimas de tedio, encharcada hasta el tuétano en el meo de un purgatorio del alma que ni el marica de Dante hubiese sido capaz de describir en sus aburridas rimas santurronas.
Era todo un milagro, me había pasado todo el sábado sin poner un puto pie fuera de la casa, todo mi movimiento durante aquel día de lluvia para el olvido, se había limitado en hacer torta fritas, escuchar murga y administrar el fondito de tabaco que me quedaba e ir a cagar unas dos o tres veces, esa era la forma en que me cercioraba de que el tiempo seguía marchando, comprobando que todavía habían necesidades que hacían ruido dentro de mi caparazón.
Fue horripilante, nada que excitara ni remotamente mi sensibilidad resaqueada y adormilada de odio y amor sin cuartel. Parecía vivir dentro de una novela del Gabo, llovía y llovía y seguía lloviendo destruyendo el césped, inundando las zanjas, acobardando al paisaje entero, la lluvia era como una andanada de excremento de gaviota incesante. Canal 12 transmitía una pelicula decadente y las voces del doblaje le daban al comienzo mismo del domingo un aire deprimente que se aparejaba a la perfección con el resto del día. Una cagada.
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