miércoles, noviembre 09, 2016

LXVIII

     Es que en aquel otro momento era casi imposible no sentirse absolutamente tomado por una insólita alegría. Un sentido de tan honda metamorfosis, una sensación de desabrigada plenitud, un desasosiego tan exquisito y refinado por el rumbo de los acontecimientos que era imposible no sentirse vivo de verdad. Envuelto en el primitivo misterio de la existencia, a merced de los poderes que determinan las circunstancias, anclado en las corrientes de aire más inesperadas, volando y sonriente sobre la ruleta de la sangre. Se aproxima el final, se sienten las cosquillas de la eternidad rascando los huesos. 
   Corro otra vez en la línea última de la realidad, soy ángel de arrabal, oscuro candil en la brevedad mi propia existencia, conjugado en armonía con todo lo demás y con todos los demás. Viendo en la mirada ensimismada de los hombres y las mujeres, lo mismo que late con vibrante pulsar detrás de mis propias pupilas, ese pabilo dependiente, ese fusil de arrogante veneno que es a su vez probable antídoto de todo lo que su demencia ocasiona. 
   Teníamos ya los dos pies posados dentro de Noviembre y esa mañana hacía justo un año desde el debut de la Ternera en las Duranas. Un año atrás, la murga era niña, desconcertada, desempastada y desafinada. Sin embargo, más allá se la muy pobre actuación, lo que el escenario nos había mostrado, resultó medular y fundacional para la murga de este año. Aprendimos el valor y la importancia del trabajo en grupo, de la creación colectiva, la negociación y las bases de la política interpersonal. Todos fundamentos a los que echábamos mano a diario y sobre los cuales construimos este nuevo espectáculo, más compacto, más redondo y efectivo, cuya musicalidad nos conmovía a todos por igual, haciéndonos cantar con ganas, con fuerza, desde el Alma. "Que no cantamos que no, que no cantamos que no muy afinados ni muy afiatados, pero cantamos que sí, dando la vida en cada tablado" decía la Falta y Resto y para nosotros era esto casi un axioma de gustoso cumplimiento en cada ensayo, en cada festival, en cada peña.
   Como es lógico, apenas entramos en la recta final de noviembre, muchos compañeros aflojaron la pata y la murga sufrió un sensible bajón en la intensidad de su progreso sostenido, esto, más allá que resultaba esperable, producía una importante aprensión en el núcleo mismo del grupo que, por un lado decaía sus ánimos y se perdía un poco en apasionadas invectivas contra los que aflojaban, pero por el otro lado, nos elevaba, generando una efervescencia duplicada en los otros compañeros que, más que nada en el mundo, deseábamos pasar la primera fase del concurso y tener la posibilidad de interpretar el espectáculo en el Teatro de Verano, Ramón Collazo, catedral de la religión carnavalesca. 
    El Chef Guillermo, me había propuesto el día anterior, después de cumplir mi último día de prueba en el Quo Pide House, dejarme efectivo en el horario de 14 a 22, posterior al servicio de almuerzo y hasta el cierre, me decía que era muy tranquilo porque el servicio de cena era muy leve y no se movía tanto como al mediodía. No obstante me él necesitaba tenerme algunos días más a medio horario para poder entrenarme en todos los pormenores del menú alternativo de la casa, las preparaciones y sobre todo el armado de los platos. Su idea era que me quedara solo con su socio a cargo de la casa durante el turno vespertino, de modo que precisaba empaparme mucho más con el tema. Eso iba a hacer, me restaba la parte engorrosa, tener la charla con mi padrino, quien había estado moviendo sus contactos con insistente frenesí para que me aceptaran de las fuerzas armadas. La propuesta del Chef me igualaba el número del cuartel y adicionaba las propinas divididas entre los 5 operarios del Quo, más el almuerzo sabroso y sanísimo que yo mismo podía prepararme. La opción que iba a tomar era clara, sin embargo, tenía que trasladarle a mi padrino el resultado de tal decisión y esa parte, a decir verdad, me rompía un poco las pelotas. 
    No podía ni quería evitar sentirme plenamente confiado y feliz por el giro que tomaron los acontecimientos, por la transformación radical de las circunstancias y menos a la luz de los numerosos apremios que padecí para llegar a este nuevo punto de partida desde el cual, las flechas de mi voluntad se disparaban hacia el cielo bestial de Noviembre con una fortaleza y una pasión por la vida, completamente renovadas. La ansiedad seguía siendo un factor por demás sensible en toda la epopeya, pero el panorama era infinitamente más prometedor de lo que había sido durante todo aquel año de incertidumbres y pobreza económica. Tenía además, de nuevo, la billetera cargada aunque había aprendido un modo de vida frugal y austero que me hacía creer que era capaz de hacer rendir más el dinero y de manejarme con mayor madurez en todos los ámbitos de mi vida. Estaba en camino a ser de nuevo, el señor de mi destino y lo estaba disfrutando un montón. 
   Tal vez una de las peores partes era la ruptura con aquella mujer que había dado un giro incalculable a mi vida y de quien ahora no sabía ni quería saber ya más nada. A diario el recuerdo de sus ojos pretendía violar la sacristía de mi alma, pero aunque a duras penas,  lograba rechazarla y hacerla volver al hoyo de profunda ignominia al que la había confinado con profundo dolor en el alma. Sin embargo, el universo me estaba diciendo que finalmente fue una buena decisión y aunque por momentos me sorprendiera extrañando el fuego de su sexo , la intimidad innombrable de su sillón o la luz de su portátil, comprendí que ella tenía razón y que siempre la tuvo cuando afirmaba que nunca íbamos a estar juntos, ella odiaba de mi las cosas que odiaba con solapada inconsciencia de ella y no se amaba a sí misma tampoco, por lo tanto haber esperado que me que me amara a mí, no fue más que una confusión del corazón guiada con terquedad por mi propia falta de amor propio.
    Pero ahora yo había cambiado la pisada finalmente y habiendo estado al borde del suicidio, me daba cuenta, tras un tortuoso periplo que pude detenerme y rescatarme de aquellos abismos, gracias a un insólito esfuerzo mental, espiritual y del corazón y sin dudas además, gracias a la infinita ayuda de mis círculo íntimo. Pude darme una nueva oportunidad en este maravilloso desierto y ahora bailaba con el ritmo de la vida y lo disfrutaba. Este acto de genuina valentía me dio lo que necesitaba, la admiración, la confianza y el amor por mi mismo que me había negado tantas y tantas veces antes. Creía en mí y me estaba reconquistando, aprendiendo a amarme de nuevo, a aceptarme, mimarme y consolarme con mi propia compañía pero también a exigirme más allá de lo antes hecho, a ser despiadado conmigo mismo, ser astuto, simpático y paciente. Sentía que bajo estas premisas y en este nuevo marco emocional, nada era imposible sino todo lo contrario, el mundo volvía a estar a los pies de mi voluntad y yo mismo era un crucero formidable, recien botado a los brazos incalculables del océano de la existencia. 
    Fue por esos días también que comencé a hablar con P. No es la P de quién brevemente, en los inicios de este libro, narré un par de episodios. P era una joven muy agradable, de 23 años y un corazón también en periodo de reconstrucción con quien conectamos por Facebook al estar buscando yo maquilladora para la murga. Ella me respondió que no, que había dejado las artes maquillatorias para abocarse de lleno a su propio negocio. Estos detalles serán descritos en su momento o tal vez no. No obstante, ese mismo día continuamos hablando por messenger y en la tarde otro poco y luego al otro día un poco más y a la noche. En cuestión de casi dos semanas de bellas y profundas charlas que alguna vez se prolongaron más allá de la media noche, comenzamos a hablar de vernos en persona. La onda entre nosotros era totalmente explícita y aquel martes, después del Quo, pero antes del ensayo, ella lanzó el gato arriba de la mesa sin miramientos. Me preguntó qué planes tenía yo para el sábado siguiente. Respondí que por el momento ninguno y que estaba abierto a lo que ella fuera a sugerir. Me dijo que ese sábado iría a descansar a una pequeña casa que tenía en uno de los departamentos más turísticos de nuestro país y me ofreció que la acompañara, si así lo deseaba. Su invitación me produjo un sentimiento de alegría tan hondo, por supuesto superpuesto a lo que antes describía en este capítulo que me ganó la emoción y acepté la propuesta, agradeciendo con énfasis el bello gesto de su parte. Me dijo algo muy oportuno: jajja parece que nunca te hubiesen invitado a pasear. Sí, me han invitado, pero no tú, le contesté evadiendo la verdadera razón que me arrancaba una amplia sonrisa de los labios. El motivo subyacente de mi alegría ante aquella simple invitación era que V también tenía una casa en un departamento cercano a este, a la cual nunca quiso que vayamos juntos por miedo, por lejanía emocional, por principios filosóficos, por lo que fuera, jamás había deslizado la idea de ir juntos y eso hasta hace un tiempo atrás me producía una angustia y una nostalgia muy intensas. Ahora P, de buenas a primeras me proponía ir a comer un asado a su casita de verano, pasar el día cerca de la playa y conversar hasta que se nos acabe la letra bajo el sol de la primavera, sana y plenamente sin rodeos ni viajes ni histeria ni nada de eso a lo que yo tristemente me había acostumbrado en mi anterior viaje amoroso. En un principio la idea era volver a la noche, pero hábilmente dejó abierta la puerta de pernoctar allí y volver a primera hora del domingo, eso sí, me dijo, en el caso de que nos queramos quedar, vas a tener que dormir en el piso porque hay una cama sola. Al aceptar y sellar el trato, P me dijo, decíme dónde vas a estar que yo te paso a buscar en el auto y ya arrancamos, yo antes paso por la tienda, hago las compras, así no perdemos tiempo en eso y podemos dedicarlo a descansar. 
    Así que felizmente inserto en ese panorama, afortunadamente cómodo y feliz, compartiendo casa con mi amigo el Pela, tenía un lugar donde escribir, un cuarto con Wifi, un amigo con quien hablar... un trabajo que me encantaba y en el cual, sopresivamente me desenvolvía con prestancia y eficiencia totales, tenía la murga en su punto más alto de rendimiento y de c y como punto cúlmine, una joven deportista de muy bellos labios y conmovedores ojos que se amaba a sí misma, según me confesó en una de nuestras primeras charlas íntimas, que estaba totalmente por fuera del mundo de la droga y el alcohol y que evidentemente estaba fascinada conmigo, al igual que yo con ella y que para completar el cuadro, me invitaba, este mismo sábado a tomarnos un respiro juntos del peso de la rutina a su casa afuera. Verdaderamente no me hubiese resultado posible, unos meses atrás, predecir  ninguno de estos tan agradables y satisfactorios reveses de la historia.  

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