jueves, octubre 05, 2017

Historia de Valentín Fonseca (penúltimo)


  Obedecí a su propuesta y me dejé llevar por una oscura y mórbida curiosidad. Aquella ensoñación, lejos de perder fuerza, iba adquiriendo ribetes cada vez más viscerales y toda la capacidad de mi atención se hallaba concentrada en la inusual claridad cognitiva de la descabellada experiencia.
Una parte de mí, dura, recia e inflexible, se hallaba plenamente al tanto de que todo era un sueño, una construcción de los sentidos oníricos y nada más, y se dejaba fluir sin temores ni trancas de ningún tipo; otra parte, menor aunque en extremo tenaz y cauta, padecía un pánico primitvo y se negaba a dar todo aquello por una simple proyección mental inofensiva, alertando, a su vez, a todo mi ser físico con un mensaje de absoluta necedidad de sobriedad y de cautela, en la que la laxitud que la otra parte experimentaba y me transmitía, era en verdad, un verdadero peligro para mi vida.
  Mi colega pareció percatarse de inmediato de mis tribulaciones y con un susurro contenedor me instó, desde algún punto indefinido, a que me permitiese maravillarme, sin preguntas, con la incomprensible magia que estaba protagonizando.
  Me tumbé de lado en el piso de madera de la propia cúpula del Salvo e intenté volver a quedarme dormido, cosa que para mi sopresa ocurrió en el mismo instante.
  La infinita negritud me abrazó como una fuerza etérea, sus alas, como las de un cuervo infinito, me cubrieron de silencio por un lapso que me pareció muy breve, pero que, dada la pasmosa gomosidad en la que discurrió, lo supe finalmente larguísimo, y me di cabal cuenta que al menos transcurrieron tres cuartos de hora mientras las sensaciones incorpóreas más indescriptibles me iban desarmando y volviendo a armar. Tuvieron lugar en mí una serie de sensaciones nunca antes experimentadas por mi cuerpo. Hablar de una dualidad de escencias propias, girando y acercándose en un juego magnético de conciencias insospechadas, sería exagerado y para nada explicativo. Más acertado sería decir (aunque tampoco alcanzaría a describirlo con efectividad) que cada punto de mi ser, fue consciente de todo lo que estaba sucediendo y que pude al fin dejarme llevar hacia una unión natural, aunque algo incómoda, entre las dos partes de mi consciencia que mencioné más arriba, esa difusa fusión de dos elementos no del todo conocidos pero singularmente familiares, acabó en una actitud o sensación de protección, de seguridad y abandono, de cauta valentía y serenidad que finalmente me tomó por completo.
Intenté despertar.
Entonces vi que un resolandor se colaba por detrás de mis párpados y escuché con toda claridad un sonido similar a un murmullo eléctrico lejano.
- Ahora abra los ojos, vamos - la voz de mi amigo sonó asombrosamente cristalina, tan cerca de mí, que me pareció escucharla dentro de mi cabeza.
  Abrí los ojos. Estaba despierto y en mi cama de todas las noches. Había amanecido y la palidez de la luz celeste del alba, flotaba lánguida entre los rincones de mi cuarto. Tuve la instintiva reacción de incorporarme y lo hice, motivado además por una profunda sed de agua que me llevó a bajar las piernas de la cama y obligar al torso a ir tras ellas para girar el picaporte de la puerta, tirar de ella y salir al pasillo, tambaleante y algo mareado, con rumbo a la heladera.
  Casi ni me costó creer ni digerir la presencia del Doctor Valentín Fonseca parado en medio de mi sala de estar, acompañado por dos anchos seres acuosos que brillaban y ondulaban en curiosa e inquieta actitud.

  Sonrió. Nada volvió a ser lo mismo dentro de mí luego de ese momento.

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