Me parece que estoy imaginando cosas, porque el sol dio ya su vuelta y vos estás acá. Me parece que veo en mi propio living, la sonrisa que a la madrugada me roba suspiros y puteadas. Será el corazón lo que siento latiendo en mi sien? Me parece que soy como un calamar que se atora con sus palabras de tinta y de mar. Puede ser el viento de mi propia fantasía el que barre las estrellas que se me caen, o la noche, donde entre escupidas y barajas, quiero decirte que pienso tanto en vos... pero finalmente me voy por la calle guayabos, sólo, aturdido por la tosca gravedad de mis silencios y cantando siempre la misma canción final. Claro que el haberte acompañando hasta las 3 de la mañana, no tiene nada que ver con lo buena o mala persona que sea, sino con esta esencial cuestión: no podía apartarme de los misteriosos diamantes que me miraban desde tu cara, ese caribe, ese mediodía que me desvela en la permanente noche de mis versos. Sé que estamos lejos, separados por tanto más que los 20 centímetros que hay entre tus manos y las mías, lo sé, pero no podía irme, dejándolos flotar en la noche del estúpido jackson bar, donde gracias a la verdad de tus colores, y un poco (no tanto) a mi súplica silenciosa, no entraste. Tanto es así que hoy me da un poco menos de terror pasar por la Facultad de sociales o ver la antena del canal 10. Tanto es así que mis sueños se abren para que tu imagen se cuele y mis poemas desdibujan su atronadora oscuridad y me encuentro escribiendo flores o aves o árboles y no ya sórdidos palacios, ni escaleras podridas, ni gatos con rabia de adiós. Voy a tener que controlarme, por mi bien, dejar de vagar en esa realidad alucinada que me duró hasta que te tomaste el ómnibus y que ahora, con dolor en las piernas, me suena tan improbable.
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