Las cadenas podrían volverse serpentinas y las lágrimas estrellas. El negro antro del silencio podría florecer... Y florecerá. Cuando todo lo demas tome el vuelo que merece y cante el árbol y se duerma la lluvia y la luna con su sonrisa de princesa, derrame su gracia en las veredas y los patios y los balcones del alma. La ciudad espera, siempre espera, con su rosario tembloroso en la mano, espera, acaso aburrida, mirando el cielo, oyendo la densa conversación del mar, espera, entre suspiros y siestas. Pero para los que vivimos, los que nacimos, los que llenos de sangre navegamos las colinas del tiempo, no existen relojes que sean capaces de medir por fuera de sus agujas. Pertenecemos a los bucles, los laberintos, los enigmas, la distorsión maliciosa que traen consigo los ojos y todos sus amigos, somos la vida, la máxima encarnación del tiempo mortal y no nos queda otra que ir surfear sus antojos y designios, cantar lo poco que nos toca, y con un ramo de ciegas violetas, seguir adelante.
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