jueves, diciembre 14, 2017

Pendejadas varias

Pensamiento al pedo: nada mejor para ir cerrando la noche que sentarse a tomar la penúltima, sólo, y escribir un par de pendejadas. Así que acá:


Una ambulancia con sus luces de epilepsia cruza un taxi vacío. Alguien con gorra y delantal pasa caminando, hacia el este, dando inicio oficial al amanecer. La murga en mis oídos hace un esfuerzo raro para decirme que todo está bien, que soy señor de mi destino y de mi soledad. Soy un hombre de la noche, de los primeros brotes del alba. Este es mi lugar. Soy. Estoy sentado en el bar Las Palmas y el viejo rengo y su amigo vuelven a pasar, esta vez hacia adentro. Los mendigos de la adicción pululan como de costumbre, dándole al cuadro, el toque rotten que necesita. Pasan las chicas, trasnochadas, con los labios pintados y las tetas apretadas, saliéndose de su órbita. Siento la paz de la guerra sin fin. Ni siquiera el ardiente recuerdo de sus ojos puede ahora, herirme en mi alegría. Mi lugar de trombonista segundón, que es a su vez el del oro más buscado. Mis compañeros fueron a Lola detrás de un par de faldas angostas, empapadas en el último brindis. 



El mozo que atiende al mozo, tendrá cien años de perdón. 



El ciego, el taxista, el que pide cigarros con una camperita Santa Bárbara, los que van en el camión de la basura, el rechazado sonriente que come una pizza con un amigo que ve casi todos los días, el zumbido de la noche que cede ante el día, la luna finita y amarillenta que sale tarde en la madrugada y busca la manera de prevalecer ante el primer celeste del cielo, el cantinero peruano que anda volando y se trabaja un recio, el que arma las empanadas en el bar, la reina de mis sueños quemados que tal vez esté en su casa, con su rostro exacto y durmiente, dibujado en el marco de su cabello indescriptible, el poeta bohemio con 3 huevos que escribe casi abosrto en una de las mesas de afuera, todos compartimos un perfume y una sensación que ninguno busca explicar, ni siquiera yo. 



Acude a mí, el cariño por mi amiga Maga, que me espera gentilmente en Guazubirá, donde mi año va a comenzar entre la arena y sus palabras, cuando el aliento de los árboles silvestres y la lengua impertinente del fuego, me volverán a decir que se arrima el carnaval. Entonces pienso en La muñeca y en la extraña suerte de compartir mi tiempo con artistas que admiro, el privilegio de compartir una cerveza y un apretón de manos con ellos. La retirada de La Trasnochada, que todavía no escuché. Pequeña avalancha de fragancias, entonces tablado, entonces pastito y platea, cogollos y alquimia que año a año me confirman que, en efecto, nos movemos. 



Llenará la cerveza el secreto de mi silencio, cantará en el aire toda mi pasión por la vida. Crecerá en penumbras mi amor improbable, mi deseo de estar de su lado. Y como un consuelo, sanará mis ansias el recuerdo de su voz nocturna diciendo: te amo. 



Me acuerdo de repente que esto era, adrede, un montón de pendejadas sentimentales, que ojalá alguien considere bellas. Porque el grito inoportuno de un 103, me lo recordará sin culpa, porque me estoy dando cuenta que un día nuevo está a punto de empezar, aunque yo esté un poco rezagado, anclado con cariño perro a la mesa con aros de agua que son como anillos de compromiso conmigo mismo. 



Hay dos amigos que hablan, una diva devastada por el desengaño que me escirbe buscando un amparo que no quiere, hay un viejo borracho con un sweater blanco atado a los hombros que me pide fuego, otra muchacha hermosa que jamás se atrevió a saludarme, una brisa que arrastra a las palomas en una suavidad que quisiera conocer pero que desconozco. Pero también está ese sueño que tuve, de un museo-cementerio donde un monstruo casi transparente se vuelve una sonrisa humanoide de complicidad y de alegre respeto, está también el sueño de Leo, mi gran amigo, en el que tuvo un breve destello de la conciencia total, está la intuición metafísica de mi mamá y su batalla implacable contra la infinidad de la muerte, están las colillas de cigarros que barrí recién, transformadas de risas a basuras con un simple y grácil acto de magia, los vasos vacíos y lavados una y mil veces, la rambla invadida por la ausencia, los presentimientos o "preconecciones con eventos próximos", está el silencio amarillento del Andy, sus infecciones, están todas mis hermanas soñando con bueyes o delfines, sin poder abrazarlos jamás, está la pauta silenciosa que indica a ciencia cierta, que no hay fuerza en este mundo capaz de vencer a un espíritu impecable. Está El Tipo, está el Poroto, está Iván y Laurita, el cheff y Eugenia, embebidos en su amor insoportable, está Horacio y su amigo, con su anhelo de perseguidores arrojados hacia el alba dentro de Lola. Están Nietzsche y Poe, que a través de la charla de un Chileno en la mesa de al lado, acompañan mis pendejadas y las tuyas, que también estás... Sin estar, lector: Testigo bastardo de mis más rotas incursiones al el país donde las formas se desdibujan cuando las escribo, como ahora. 



Hoy pensé en vos, lector sectreto que día a día volves a mi templo para embriagarte de miel y de mierda, sin dejar un solo comentario. Para vos mis más brutas pendejadas, para vos esta constelación de burradas petulantes y algo aguadas.


Llegan mis amogos, inesperadamente.

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