La negación. Enemiga íntima de la sabiduría de la vida misma. Confusa cobardía de atreverse a decir o a sentir el "no es". Claudicar en la búsqueda más primitiva, detrminar un rumbo inexistente. Ensuciar la mente y con un grito mudo, no vivir, no estar, no ser.
No es un hallazgo trascendente en ningún modo decir que los sentimientos son una fuerza que se escurre fuera del vaso de la comprensión racional-social, que nuestros maestros nos legaron, y nosotros abrazamos sin cuestionamientos, una honda conflictividad en la relación entre la pasión de nuestra sensibilidad y la postura conductiva que los modelos sociales demandan de nosotros. Entendido esto, se desprende casi de manera automática la necesidad, un tanto penosa, de acudir a la negación como una forma rústica y a mi entender mezquina y triste de lidiar con las necesidades que nuestro ser natural nos implanta en forma de sentimientos. Esas corrientes de fuego inexplicable donde de tan poca monta parecen nuestros recursos intelectuales.
El cielo es inconmensurable, la verdad es como una caja de zapatos vacia, el único tiempo que existe en la vida es el ahora, el amor, el miedo, la necesidad sexual y afectiva, conceptos que se prestan con inmediatez a la aparición de la nefasta figura de la negación, siamesa de la culpa, cómplice de la alta traición a uno mismo. Tan fácil... Y cuánto veneramos lo fácil, aquello que no requiere de nosotros un esfuerzo o un sacrificio significativo. A los ojos de todas las demandas de funcionalidad sistemática de nuestra cultura desnaturalizada, la negación lisa y llana se convierte en una herramienta vital para "seguir adelante". Es menester tomar conciencia que las negaciones nos robotizan, nos esclavizan, nos vacían de aquello que por sola intención e intensidad corporal es realmente legitimo. Las negaciones y aún más las compulsivas nos convierten en seres perversos, plásticos e irreales. Nos mentimos, nos mentimos pa buena y lo que es peor, nos creemos a muerte que lo que nuestro cuerpo nos grita dentro de cada una denuestras células, es merecedor de un hachazo, y que con una determinación vulgar, fundamentada e la inapacidad de hacerse cargo, la verdad química y eléctrica que nos vuelve vida, deja de existir.
El amor es decir que sí.
El amor es decir que sí.
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