Voy a celebrar un festival de silencios, con 500 palabras que por ahora nadie pronunciará en voz alta. Por los pasillos, por los andenes, por las ventanas y los balcones que callarán la vida entera, por el murmullo ininteligible que habita las sombras. Por esta noche reptil, por aquella noche fantasma, por este deseo y por aquel abrazo. Voy a llenarme de silencios para poder escuchar. Voy a cantar lo que siempre callo, que es este silencio que ahora escribo.
La mañana traerá mandarinas, después de la noche fuego y grillo, luna y papel, arena de amigos que son como pájaros, pintados por siempre en su vuelo, en pizarrones de cielos estáticos. Voy a escuchar la sentencia de las estrellas que se ladean lentamente en el paño bombé, a descubrir el horizonte con su claridad misteriosa. Voy a emborracharme con el vino de la madrugada, a celebrar todos los silencios con vanidad y vergüenza, con alegría y furia, con nostalgia del futuro y sueños de amores arruinados.
En una plaza de la noche, las maderas de los tambores marcan claves que desafían al silencio que yo desde el ómnibus, voy descubriendo y describiendo con vulgar léxico de poeta, con la atolondrada demencia de apasionado bohemio que busca un entendimiento que de antemano sabe imposible. Mis manos huelen a cebolla y cerveza, aún después de haberme bañado, mi perfume es el recuerdo y mi mirada tiene estrellas de mar y nubes de tormenta. Ya Portones, la calle Bolonia, donde tuve un amor que nunca encontró el amanecer. Y su silencio es también este silencio serpentina que en doradas guirnaldas puebla este festín de rosas y de tréboles. Aunque en la otra ventana ella me esté escribiendo mentiras desde La Paloma, pesarán mucho más los kilómetros de silencio que nos separan. Entonces llego al aeropuerto, símbolo completo de mi amante nula, de mi gran cicatriz. Este silencio es para ella, cobarde, mentirosa, maliciosa, para vos, para que encuentres lo fácil, que es lo que tanto disfrutas.
Voy. Nada me detiene, tengo en mi corazón el secreto de la alquimia emocional y los fogonazos que de su uso se disparan, queman al tiempo y hacen de la magia una sustancia azulada y tangible, que muchas veces se confunde con mis ojos y mis palabras. La playa no me espera, pero pronto me va a encontrar, amándola y llamándola con otro reguero de microsilencios por la interbalnearia y Fito canta una canción pedorra en el ómnibus y una guitarra de cotillón afirma que van a ser las 10 y que el silencio sigue dominando al bullicio y a las arcadas de la noche cósmica.
Cuando corte el sol del este, me voy a untar el aloe vera del amanecer en los párpados y entre canciones, quebrará el destino su grumo de piedras. Voy a ser caballero de soledades, sacerdote secreto de carnaval, hijo de la noche, duque de arrabal... Como siempre. Soy. No busco nada, todo me encuentra, incluso éste último silencio, falta poco para llegar.
En una plaza de la noche, las maderas de los tambores marcan claves que desafían al silencio que yo desde el ómnibus, voy descubriendo y describiendo con vulgar léxico de poeta, con la atolondrada demencia de apasionado bohemio que busca un entendimiento que de antemano sabe imposible. Mis manos huelen a cebolla y cerveza, aún después de haberme bañado, mi perfume es el recuerdo y mi mirada tiene estrellas de mar y nubes de tormenta. Ya Portones, la calle Bolonia, donde tuve un amor que nunca encontró el amanecer. Y su silencio es también este silencio serpentina que en doradas guirnaldas puebla este festín de rosas y de tréboles. Aunque en la otra ventana ella me esté escribiendo mentiras desde La Paloma, pesarán mucho más los kilómetros de silencio que nos separan. Entonces llego al aeropuerto, símbolo completo de mi amante nula, de mi gran cicatriz. Este silencio es para ella, cobarde, mentirosa, maliciosa, para vos, para que encuentres lo fácil, que es lo que tanto disfrutas.
Voy. Nada me detiene, tengo en mi corazón el secreto de la alquimia emocional y los fogonazos que de su uso se disparan, queman al tiempo y hacen de la magia una sustancia azulada y tangible, que muchas veces se confunde con mis ojos y mis palabras. La playa no me espera, pero pronto me va a encontrar, amándola y llamándola con otro reguero de microsilencios por la interbalnearia y Fito canta una canción pedorra en el ómnibus y una guitarra de cotillón afirma que van a ser las 10 y que el silencio sigue dominando al bullicio y a las arcadas de la noche cósmica.
Cuando corte el sol del este, me voy a untar el aloe vera del amanecer en los párpados y entre canciones, quebrará el destino su grumo de piedras. Voy a ser caballero de soledades, sacerdote secreto de carnaval, hijo de la noche, duque de arrabal... Como siempre. Soy. No busco nada, todo me encuentra, incluso éste último silencio, falta poco para llegar.
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