Llegamos sin hablar mucho más, me aplastó su confianza, la liviandad con la que había decido todo, y peor, la liviandad con la que yo mismo tomé como cierto e indiscutible, todo su entramado plan. Tanto así que fui incapaz de sostener o de proponer algún tema de conversación después de eso.
A diferencia de la vez anterior, no fue incómodo el silencio, sino que actuó como un bálsamo en el que la vista del pueblo en el umbral de la madrugada, se me volvió la imágen de una especie de pintura hiperrealista. Una ensoñación que traspasaba el límite de lo real para convertirse en una exquisita sinfonía de colores, aromas y oscuridades de dudosa procedencia. Todo parecía salido de mi imaginación, todo parecía la idealización de una mente melancólica y enloquecida. En un momento tuve la agobiante sensación que estaba viviendo un sueño. Entonces Valeria entró a tararear algo, un pedazo de canción desfigurada que me transmitió, al instante, mucha paz y armonía. Me dejé llevar más allá de mis delirios paranoicos, perdiéndome, de este modo, en la contemplación de aquella maravilla y la curiosa sensación de estar viviendo un momento único e irrepetible mientras la yegua me respiraba a un lado y Valeria canturreaba bellamente al otro.
El viejo estaba sentado con su mujer bajo el alero de la casa. Ambos reposaban en rústicas poltronas de mimbre mientras una luz amarilla les caía encima.
Al reconocernos y con impresionante agilidad, el viejo se puso de pié y se aproximó solícito hasta la portera. Nos saludó y con gesto trémulo acarició la frente de Frontera quien a su vez le respondió con un sacudón de felicidad.
- Cómo se portó esta señorona?- dijo el viejo.
- Una reina, la verdad. Le agradezco un montón habérmela prestado.
- Para nada Barbero, si fue ella sola la que me dio la idea.
- Ah.. - respondí a esto último como queriendo hacer que no entendí lo que dijo.
- Ta preciosa la noche, no?
- Una belleza, sí. - terció Valeria, visiblemente divertida.
- Viste que es igualita a Ladiana. - ahora la mujer del viejo intervenía mientras se arrimaba caminando con una sonrisa.
Por un momento sentí que todo formaba parte de una conspiración en mi contra. Me ofendí. Se me antojó que todos sabían de mí y de mis temores, me sentí burlado y molestado. Me pareció evidente que todo era un intrincado tinglado, montado por Beatríz y por mi tía solo para entretenimiento de unas mentes perversas que se regocijaban ante mí y mi tragedia. Sospeché veladamente de la complicidad de Valeria. Me vi manipulado e indefenso, vulnerado por su inteligencia superior. Estaba furioso.
- La verdad que sí. - dije, hosco y ya visiblemente perturbado.
- Bueno un gusto verte, Hernan. A ti también, mi vida. Vamos adentro viejo que ya mirá la hora que es. - la vieja, educadamente demostrando que había captado mi enojo.
- Eh? Sí claro! - el viejo, también al tanto de mi molestia pero sin perder la caballerosidad. - Que tengan buena noche, muchachos.
Nos despedimos.
Miré a Valeria conteniendo el enojo. Ella me miró con una sonrisa, sus ojos se clavaron en los míos y sentí como si su sola mirada activara fibras secretas en mi interior, devolviéndome sin el menor esfuerzo al estado de maravillado incrédulo que traía antes de la interacción con los viejos.
- Pensas demasiado en vos. - me dijo.
- Eh? - le respondí yo, ahora ido en las curvas melodiosas de su voz.
- Que sos medio pelotudo.
- Ah!
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