miércoles, septiembre 19, 2018

Agua corriente

Llueve y se empapa de a poco, la convocatoria de su abrazo. Fantasma que, siempre escurriéndose, se hace a veces, demasiado presente. Las dos de la mañana me sumergen en un bálsamo perfumado de hierro y de pasto. El aire finito y cargado por la humedad, se superpone al temblor de mis entrañas, por ahí me sale un canto, una caléndula rebelde que se arrima al silencio y se duerme. Goteras cortinas, largas hileras de susurros que se fugan hacia la inmensidad. El cosquilleo me da caza, sin sorpresa, cuando estoy revisando mis propias fotos, con lo que imagino son sus ojos. Veo su sonrisa, igual que la rosa negra y naranja de Palermo, oigo su carcajada que espanta a los gorriones y a mi paz; huelo su lengua misterio, recuerdo de tarascón y zarpazo. Revivo en mi cama, antártica y desértica, el ardiente fluido de sus abismos secretos. Sobre la punta de mi dedo índice, laten todavía sus palpitaciones sollozantes, la prueba biológica que afirma que su ser fundido con el mío, produjo una potencia incalculable. Interferencia. Carencia de nombre. Necesidad de romper las pieles. Aferrarme con ternura y dolor, a su negra cabellera y dejarme balear por la profundidad de sus pupilas, subiendo como negros relámpagos hacia mi ingenuidad de amante desgarrado, que la recibió y la volvería a recibir, con espanto y alegría incalificable. Desangrado de amor sin lógica, herido de melancolía, huérfano hasta nuevo aviso, de su abrazo lleno de palmeras. 

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