De la nada, en un ahogo del motor de un bus linea148 con destino a la aduana, emergió el claro coro de una murga. Claro por su depuración y transparencia, sí, pero más claro aún por lo que su canto enunciaba: "darse la oportunidad de ver que, al final, lo más insesperado es lo que vale la pena esperar." Siguió un separador de ida a tanda de la emisora y después la tanda. Todo es hermoso y mágico por un instante en el cual no hubo preguntas, solo una linda certeza poética. Pero perseguida registré esa cosa de duda que es como lavada, miserable tal vez, existe siempre esa duda, esa materia babosa que nos empuja, haciéndonos descreer de los claros mensajes que nos brinda la realidad, el infinito, lo que sea. Me figuro que mejor sería creer, o mejor dicho, no descreer de aquellos estímulos, de generación relativamente espontánea, que se relacionan directamente con nuestros pensamientos o circunstancias actuales. Sin embargo, uno se las arregla para convertir todo aquello en otra desesperada incertidumbre, porque al atravesar la estructura de nuestra propia conciencia, el estímulo es manchado, quemado por la babosidad de nuestra duda, aquello que nos llega, desde la más remota entraña del universo aleatorio, minuciosamente acomodado para encajar en ese vacío justo, inmediato e irrepetible, que es el momento presente, adquiere, dentro muestro la misma incertidumbre, frustración o indiferencia, que el reporte del tiempo. Así, sin más.
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