Por qué una paloma gime con tanta melancolía como para derramar otra pincelada de azul entre las hojas de éste mediodía vacío. Debería encontrar un pasamanos, una baranda de risa que agarrar para poder soltar las lágrimas que pesan, aún evaporadas, en la esfera de mi reloj. Me quedé sin café. Cielo blanco encapotado tras cordones de azufre, una maravilla cubierta de polvo, un montón de horas estrujadas para navegantes ciegos y claro, cómo no, una paloma... Que por cierto, se ha callado.
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