Hoy no hay sábado para nadie, porque entre tintas agrietadas por lejía, la noche es una papilla de si misma, un charco de espejismo donde el reloj ha volcado sus tripas y dejado un rastro de desolación.
Las queridas son tan escasas, los fantasmas tan abundantes, los latidos tan valientes en su procesión hacia la sierpe, que no me resta más que declarar clausurado este sábado de primavera, hasta que el sol de la mañana anuncie que la vida siguió sin más sobresalto.
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