sábado, diciembre 12, 2020

Aquel abrazo


 Ayer a ésta hora el 124 cargaba unas 30 personas amontonadas en 18 y Andes. Se hacía carne el atardecer en el centro, poniéndose grisáceo el celeste antes de rebotar en los vidrios sucios de la calle Mercedes. Hoy el atardecer es de oros líquidos y amarillo limón, parado cómo un viajante que se recorta en la lejanía, hay gruesas nubes color carbón que inflan el horizonte, en el barrio hay candonga, hay bajos de son cubano atravesando todos los muros que hay hasta esta cama, hasta esta penumbra en la que estoy tirado sin remera. Rememora hoy el azul ensueño de la noche, aquella noche donde te encontré en la vereda, noche de día pesado de calor como la de como hoy. Flotaban miles de libélulas en el aire, el agua era un monstruo largo que crecía sin frontera, y colgada en un árbol de la calle Trueba, una mandrágora lloraba electrizando todo. Sobresalientes de erótica leyenda, las miradas se chocaron. Después el living, el olor de tu casa, la bebida que fue enredando la sorpresa sideral de las almas, las letras de murga que engalanaron tus labios de reina del arrabal. El pulso precipitado de quienes se desean hace varios meses y todavía no pueden concretar, esa era la noche, vos venías de Madrid, de Israel, de Denver, de Ottawa, de las cataratas del Niágara y no llevabas más de 10 horas de haber vuelto a Montevideo.  Pero tenías que irte rápido (cómo siempre), por eso esperé en el living que te cambiaras de ropa. Cuando volviste nos besamos. El aire afuera estaba empapado de rayos y Palermo era sede de seres mitológicos, minotauros y sirenas imponentes, altas hasta el cielo, tu mano en mi espalda,  pero ya tenías que irte, me iba a quedar con la heladera al hombro, un auto estaba frenando en tu puerta para llevarte. Nos soltamos y entonces siete rayos descargaron al unísono, formando casi un círculo alrededor de la ciudad de las bestias menores. Todo el aire quedó blanco, todo se quemó por una fracción de segundo, pero entonces un segundo diluvio cayó como una bomba de agua universal que cauterizó diciembre y nuestras vidas desde entonces. No te fuiste. Todos los músicos del recital al que ibas a ir se cayeron de culo y tuvieron que volver a enfundar sus guitarras para que no se las comiera la lluvia, la persona que te esperaba dentro del auto, solo llegó a estacionar por diez segundos, se iba. Te quedabas...






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