La quietud se vuelve a hacer de la tarde mientras las miradas se vacían como sopladas por antiguos espadachines de amnesia. Por qué el sol tras esas nubes masivas parece una explosión, o algún tipo de diáfana magia. Por qué a todo costo existe la urgencia de tener que creer. Por qué existe la capacidad de formular infinitas preguntas y a la vez el nulo interés por cualquiera de sus posibles respuestas. Ciertamente me he puesto en pausa, sin embargo voy a toda máquina, entregado a la voracidad de un pensamiento productivista que me debía hace tiempo. No hay romances, no hay cantarolas, no hay pretiles de la madrugada que acunen mi seño ahora torvo y tal vez concentrado. Hay un sin fin de literatura, hay un hambre de historia, una costumbre peligrosa y una novela que va agarrando forma. Hay ensoñaciones sustancialmente vívidas y un enero en Santiago que espero con tanta ilusión. Entre medio estática, mucha labor y el recuerdo de aquellos ojos que apenas logro mantener.
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