Te escribo desde la misma plaza del año pasado, con la luna no tan llena espiando el corazón de la tarde. Ahora voy a escuchar ese candombe que tiene tu nombre y brindar con esta cerveza a tu salud. Hoy soy como un duende del desamor repitiéndose por los candados quebrados y vos... No sé. No sé nada de vos. Sólo sé que unos vez me perdí en tus ojos y que me parecieron los más lindos del mundo. Los años siguen pasando como locos y yo sigo esperando tu respuesta como la última vez, con el anhelo y el mismo amor del día cero. Quiero pensar que estás bien, que amas y sos amada como merecés, quiero pensar sos feliz, me hace bien porque renuncio con gusto a todo lo que deseo con tal de saber que seguiste adelante y que hoy tus horas de desvelo tienen un propósito viable, una realidad sostenible y un amor funcional y sano que yo fui incapaz de inventar para compartirlo juntos. Hoy no salgo, no hay para mi tablado ni madrugada ni cantarola ni vinos y cigarrillos sin final. Primero porque estoy cansado, y segundo porque te quiero, y te extraño.
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