De milagro se caen los frenos, la calavera rechina en su polvareda de huesos y semillas, insisto en que algo se deshizo en esa noche de piedras preciosas. Volvieron a carcajear, eso lo recuerdo bien, ese sonido, esos lobos de acero pulido, aquella alegría, que amenazaba asomar tras un estúpido malentendido y otra palabra.
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