martes, diciembre 16, 2008

El paseo de los perros

Salen, con su ansia contenida de mil noches a la sombra de un silencio violador, salen a recorrer con su inocente pero inclemente curiosidad de animales salvajes. Vuelven por la sombra de los eucaliptos de Lezica, recorriendo los días y las tardes perdidas de un tiempo que engordó a bulones su propia sensación mística y peligrosa. Los perros miran el ocaso de la luna sobre una loma nocturna y sobre el costillar perfumado de puentes cagados a pedradas, viejos puentes perfectos que resultaron abatidos por los cien fuegos de la hambruna del espíritu y por un ansia insaciable de placer y descontrol. Sus ladridos herméticos intentan resonar todavía sobre las ruinas florecidas de aquel palacio donde no había más lluvia que la de unas vanidosas lagrimas de placer. Estrella fugaz, por el cielo nevado de la negación del devenir, los perros corren en hordas innumerables tras el hueso a medio roer de todas las cosas que no entendemos. Van, a razón de sangre, por los últimos desfiladeros de aquel amanecer sin palabras donde aún se escuchan los balazos de la poesía delictiva y visceral del corazón. Yo los observo, desde la candidez apenas pueríl de ésta ruina de señor feudal que me dejaste, mirando como los retratos cambian esta tarde su forma al tiempo que nadie vuela por los meridianos de una memoria que constantemente castro y ato de manos. Los perros continúan en su inflexible persecución de perlas, oliendo un rastro dejado, un rastro de grandes amistades, de inviolables promesas y de comuniones infinitas que se ve que han terminado. Los perros corren hacia el vacío de una respiración cansina, hacia el vendaval sin forma de éste torbellino de alientos perdidos, los perros salen a pasear su ineptitud de ser viviente, su dolorosa sensación de tiempo y espacio, su conciencia mermada por un júbilo que no logran asimilar a falta de señales de transito. El balcón donde me siento a reconstruir el campo de batalla donde perecieron nuestros jovenes sueños recuerda aún con claridad el viejo y poderoso sabor de tabaco de las primeras noches de poesía, de aquella infancia invernal donde descubrimos la magia de la expresión, cuando éstos cimarrones rabiosos eran todavía dulces cachorros bajo la luz congelada de camino Colman y se arropaban en nuestras charlas, pataleando a tientas en la oscuridad impenetrable de aquellos silencios, que también ayer eran cachorros y que ahora hoy, amenazan con tomar por asalto la plaza indomable de nuestros semblantes.

Hoy dejo salir a los perros de mi alma, para que jueguen con los otros perros coraceros de éste presente prometido, éste presente hermoso y siniestro que se ha olvidado de tantas cosas...


5 comentarios:

  1. mi pero no, no quiere no. con el hocico afiebrado no...

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  2. Juaaaaaas!!!

    El post, esta ahi, esta bueno, es algo sobervio, tiene palabras, que se yo. Digamos que no solo esta bueno, digamos que es algo emocionante. Bueno digamos algo más,. digamos que es algo bastante, bastante bueno.
    Bueno, digamos que, en realidad, me da gusto leer este tipo de cosas. O en realidad, estoy escuchando una canción genial y leo esto es más genial, y ta, para vos, seguro no es mucha cosa porque el poeta frustrado parezco ser yo. Por eso te digo, che! Para cuando me terminas una letra men??

    Bueh, enorme placer, diarrea, vomitos, mareos, y todo eso xD

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  3. fa muy bueno, me encantó, muy profundo..
    me gusta sobre todo lo de que los rabiosos cimarrones eran dulces cachorros..
    nose da un poco de cosa pensar como de tiernos cachorros terminaron en perros salvajes..
    pero en fin me alegro que ahora los dejes salir a jugar..

    besos!

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  4. Buenas tardes chiquilinada linda!!

    Señor N: Bueno muchas gracias por el halago indeciso. Cuando quieras podes postear vos también, sabes que tenes el pass del blog.

    Rubia: Cuántos días sin pasar eh? bueno, me alegra que te haya parecido interesante.

    Muchas gracias a los dos
    y un beso grande!!

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