domingo, enero 25, 2009

Esa Gota Lenta

La tarde gris de enero silba una canción de graves nubarrones y ramas cantoras que arañan tiernamente el aire al rededor de mi boca. Levanto la cabeza entre el rumor profundo de las hojas que vuelan y miro el horizonte donde florecen los edificios de tu ausencia o lo que es peor, las naves, torres y espolones de una inseguridad que lastima donde pone la mano. En éste caso la mano se posa justamente en mi pecho, entristeciendo mi corazón pero avivando más allá del rojo vivo a su sangre salvaje, bordeándola a través del palacio de calamidades que es mi cuerpo con una fuerza totalmente inusitada, con una pasión irracional que amenaza los cimientos de una sobriedad ensombrecida por sus ojos de antiguo ser duradero. Ahora me encuentro maniatado, viendo como surge tu silueta de humo frente a cada uno de mis textos, inevitable, permeandote por los muros de mis exacerbados deseos y acabando expuesta al sol gris y lejano de mis versos, que te encuentran por todos lados, sin siquiera buscarte, que te toman del cuarto de hotel de tu piel y te traen sin que te enteres a ésta sala perdida de mi amor secreto. Debe haber una ruta que me lleve al melódico retiro de tus brazos, un camino que espinos y zarzas por el cual pasaré sin miedo cuando logre ver el pico dorado de tus montañas nubladas. Allí andaré acampando entre los lobos del destino, con la idea grabada a fuego en las piedras lentas de mi mente y con el corazón en la mano, dispuesto a ponerlo en altar de tu fiebre para forjar un circulo donde el tiempo pase absolutamente diferente.

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