El alba me agarró de los tobillos de nuevo, sin el amigable néctar del clonazepam soy un sonámbulo infinito que se hace una y otra vez la misma pregunta. Todo se aparece con tanta claridad y sin embargo creo que no quiero detectar tus tristes mentiras.
Gelatinoso entramado de culpas, rencores y pasiones inagotables que
pueblan el desértico páramo de esta interrogante absurda. Por qué habría de de mantenerme despierto hasta las seis de la mañana, por qué un súbito cambio en tu mirada, un evidente silenciar de lluvia de serpientes en tu lengua es capaz de mantenerme en vela como una estrella oscura en la hora nocturna.
Por qué mi femoral no para de bombear una sangre insegura de si misma, disminuida por un brusco aunque sutil descubrirte incierta detrás de un abrazo casi por obligación. Ahora hay varios perros que aullan entre el viento gris e inesperado de Diciembre.
Qué pasa con estos ojos, que no paran de palpar visiones siniestras detrás de cada click de este reloj que reiniciamos con demencia y apasionada imprudencia.
Cuántos blisters de tormenta será necesario ingerir para al fin estar seguro y quieto y tranquilo y no tener que estar vomitando toda esta tinta en la trampa mágica de tus brazos vaporosos.
Pánico a tu pánico, terror a tu terror de perderme, odio a mi odio de no haber sido maestro de nuestro destino y de haberte dejado sola aquella vez... para siempre licenciosa y libre de tomarte veinte vinos con tus amigas, puteándome entre dientes, amándome con crueldad entre pizzetas o chivitos con las chiquilinas.
Vuelvo al -0, a no poder encontrar un lugar en mi universo que no esté signado por tu verdad de tres cabezas.
Solo y abrumado en este raro y amargo amanecer con viento de Diciembre.
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