Apenas unas noches más de cuatro meses desde el día 0. Canción de piedras rodantes, el cauce de un río rápido y peligroso, de cristalinos remansos y vientos huracanados. Tal vez aún estamos frente al mismo árbol que aquella noche y seguimos clavados al suelo, yo pienso que estamos tratando de dar al menos un paso.
De los caóticos remolinos de agua en la pileta del baño de un antro a caminar febrero por Brandzen y buscar otro vino. De toda la mierda de los Rolling Stones, hasta la noche que caminamos por Avenida Italia. Pasando por cada uno de los besos más remotos, por cada una de esas caricias asesinas, por esos abrazos que dan la vida misma.
Transitamos los caminos de distintas turbiedades, velos de ceniza en la hora del diablo, supieron hacernos mirar de reojo, tantas veces dijimos adiós, nos dimos vuelta, aplicamos inclemencias, saltamos sobre los muros, miramos a matar o morir y nadamos, también, en la laguna sin fondo de las pupilas, flotando en el aire que nos atrapa, en la brisa esa que nos compete, la que nos flechó en diciembre. La misma brisa que en Enero nos partió la cabeza, estando de verano junto a mares diferentes, entre otra gente y chiringuitos en la playa, entre Drexler y la concha de su madre y la de su mujer sí, obvio que sí. Entre la canaria preciosa aquella de Carmelo, que me abordó de improvisto, mientras tomaba mil cervezas y pensaba tanto en vos que con una sonrisa y un gesto amable, preferí no llevármela al río creyendo que era mozuela. Porque en los últimos 20 amaneceres del año pasado, ya no era el sol lo que salía, sino tus ojos.
Yo que me daba contra la armadura de tu voz, que protege toda la ternura y la tibieza insoportable que te habita, cantaba ahogándome en paciencias, mi serenata de perdida y de probada demencia bohemia enamorada. Nunca me cansé de llamarte ni de buscarte en los whatsapp de medianoche o al amanecer del fin de semana, siempre perseguí el olor de tu aurora, el canto afilado y hermoso de tu luna menguante en la pantalla de inicio de mi cabeza.
Porque nos centrifugamos, nos desencontramos y nos volvimos a encontrar, la irrevocable virtud del magnetismo no distingue de razones ni de ruidos ni de alambres que nos han lastimado cien veces las alas.
Entre negaciones, negociaciones, contradicciones y racionalizaciones nos fuimos confundiendo y macerando en un licor y un aceite intenso y descontrolado, es que siempre supimos que nos queremos, que el tiempo es corto y la eternidad cabe en un solo brillo de tus ojos.
Anduvimos de la mano y al otro día casi no nos conocimos, nos odiamos como se odian los enamorados y nos amamos como si todo esto fuese un invento nuestro, sin más reglas que las de la urgencia más primitiva, sin más llamado que ese sentir que ha mantenido viva a nuestra especie desde que existe un juicio. Yo vuelvo a ir por vos, aunque en el camino tropiece, putee y me descompense 800 veces, porque estoy seguro, mi amor, que seguir este sentimiento nos va a hacer felices... te extraño.
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