El ómnibus apesta a orín y el tiempo es como un león con el que nos hemos trabado en una lucha impersonal. La ciudad está más oscura que nunca y llueve. Estoy condenado a pasar por todos los lugares donde nos amamos y contrastar la luz del recuerdo con la realidad sombría de este presente en el que no me hablas. Por eso te escribo acá, porque sospecho que lees y no necesito más respuesta que tu secreto suspiro. Se entrevera el día con la noche y sale el sol y llueve y hace frío y me da calor. En las vueltas de volver en mi, me vi alucinado de amor errante, vacío de arañazos y repleto de cicatrices. Solo encuentro reparo en ser un sorete, porque sino sonrío, siento que tu amor no se me va. Y vos me decías que te dolía quererme en enero, qué tierno y bello aquel dolor en comparación con este dolor otoñal que me arranca sin ganas los versos de las vísceras, este dolor de no saber de vos, de solo ser despositario de tu silencio forzado, este si es un dolor maligno y aterrorizante. Me decías que te doy miedo, que te asusto y yo te digo que me das miedo, que me asusta el hecho de no volver a abrazate, que no te dejes abrazarnos por el azul desvelado, eso te digo, que te prometo que voy a correr la eternidad para tomarte la mano por la calle Brandsen, para besarte mal, con todo mi amor. Como siempre. Porque ahora los tacos de madera de otro barrio están junto a mis pies, sobre el cemento frío y las primeras hojas en caer a causa de tu ausencia, que regula las estaciones y el cantar de los pájaros e intensifica el color de la flora y sus aromas delirantes, tu ausencia es ya tu única presencia. Y yo como un bobo, con una remera de Batman, fumo en este patio frente a una verdadera jungla de marihuana, como un incendio fresco y pausado de centenares de cogollos rugiendo enmudecidamente. Pasa una paloma volando rapidísimo, casi embolsada en el viento de marzo. Cinco gaviotas, un ruido entre las cajas de cartón, a lo lejos algunas nubes sobre el río de la plata. Más lejos estás vos, con tu remolino de jazmines, con tu sombra rápida y letal. Más lejos que la tibieza que ahora asoma sobre los hibiscos. Busco entender y aceptarme, pero mi mundo colapsó al verte partir, lo siento como una miserable derrota, otra vez los albatros en la turbina del avión y tu 956 que se va a perder o a encontrar en el Nordeste de Brasil, en el carnaval de Río, en Olavarría, o peor aún: fuera de mi alcance acá, en Montevideo, donde yo transito a duras penas el cíclico progresar de imágenes con poco o ningún sentido, pensando, sintiendo siempre en vos.
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