sábado, septiembre 02, 2017

Historia de Valentín Fonseca (parte 5)


 En mi sueño miraba yo el estuario abrazar a la vieja escollera, la espuma de reflejo rosa se recortaba burbujeando contra las negras piedras. Me encontraba sumido en un afable estado de contemplación. Era el alba pero el sol salía del lado opuesto al natural, remontando a un costado de la cara oeste del Cerro de Montevideo. En ningún momento me resultó curioso ni me causó mayor incomodidad que el sol apareciera dando un nuevo día con aquella contradicción cardenal, era majestuoso y todo lo que me producía era un sosiego casi sedante que me desafectaba de cualquier tipo de sobresaltos o preocupaciones.
     Los rayos naranjas descendían directo del primer arrebol planchándose en las aguas encendidas. Me sentía en paz, tan presente en la contemplación de la escena que en ningún momento me percaté que me encontraba en un sueño y me distendí, apostado en el balcón como suelo hacerlo casi a diario. 
   El mar tenía algo sencillamente trascendental y toda mi atención estaba cautiva de su encendido ondular, su presencia era absorbente y la inmensidad de su dimensión me abrumó por un instante. En el siguiente destello de percepción, una inmensa masa de agua se despertó levantandose del resto del Río de la Plata. Fue tan colosal su animación y tan detallado su realismo que proferí un grito de espanto y salté hacia atrás con desesperación, trastabillando y perdiendo la rigidez de mis piernas. Al caer, el sueño fue un paso más allá: en lugar de aterrizar en el piso detrás mío, aparecí repentinamente flotando en el aire, acaso a unos 15 metros de la explanada de césped que da a la placita y a la cancha de baby fútbol. El descomunal ser viviente era idéntico al que me pareció ver en la jarra de agua de mi amigo y al que había surgido del charco en el sueño posterior, pero esta vez era masivo y terriblemente poderoso, tal vez 35 metros de alto como por 18 de ancho. Yo levitaba presa de una estupefacción lindera al shock y ajeno a cualquier tipo de realidad o noción del mundo cotidano. Hizo un enorme aunque ágil movimiento hacia adelante y con un rugido casi infrasónico avanzó interponiéndose entre el sol trepante y yo. El ámbito entero se tornó amarillento, sofocante y opresivo, la luz quedó teñida por el velo de aquella delirante acuosidad y el juego de luces que desprendió, tuvo sobre mí un instantáneo relampaguear de pánico, una reacción en cadena que acabó por poseerme, provocándome una náusea  intensa. Pataleé en el aire vacío del amanecer, mi estómago estaba a punto de colapsar. El ser acuoso en su magnificencia de vértigo venía hacía mí, levitando sobre el muro anaranjado de la rambla. Yo me retorcía queriendo huir de la inevitable captura. El estruendoso sonido a borboteo que hacía el terrorífico ser, doninaba el aire denso y crudo, a cada segundo me sentía yo más y más carente de toda esperanza mientras la criatura se aproximaba inexorablemente. Tanto fue mi esfuerzo que al parecer conseguí alterar el rumbo del sueño,  estaba ahora en la azotea del edificio y como una bruma o una fantasía el espantoso ser de agua ya no se dejaba ver turbando el verdeante horizonte. Pude respirar en paz, la angustiosa ansiedad de horror que me invadía momentos antes, ya no estaba y mi contemplación retomó sin más ayuda, su carácter serenado mientras fui recuperando el aliento. 
  Vi entonces que el sol se alzaba desde Poniente ganando con una velocidad extraordinaria, el cielo de la ciudad vieja, un rastro de efímeros colores iba quedando a su paso y tras llegar a dominar la bóveda, mi capacidad de atención disminuyó drásticamente, tras lo cual sentí que la experiencia volvería adar un giro, alejándose nuevamente de mi zona de confort. Asi fue ya que inmediatamente después de formular este pensamiento, irrumpió en la escena, el aborrecible sonido de una oscura y enloquecida carcajada. Recuerdo una sensacion de incontrolable temor llevarse el dominio de mi cuerpo como una ráfaga de viento borra el rastro de las hojas en el suelo. Volteé para ver de donde provenía la aterradora risa, aunque ya lo sabía sin lugar a dudas. Mi amigo estaba sentado en una especie de suntuoso trono, sus manos apoyadas en los posabrazos acompasaban las contracciones de su risa espeluznante. Se reía y alzaba su rostro al cielo, el sonido era desgarrador. Detrás de él, como un ignoto y obsesionante guarda espaldas estaba "de pie" el insólito ser de agua en una versión de acaso 2 metros de alto por apenas 80 centímetros de ancho. 

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