Sin embargo el temor de caer dormido y regresar a aquel manglar de sensaciones me estaba consumiendo, mis piernas se resistían a obedecer el impulso de la razón y transportarme hasta la cama. Tal vez pasé en aquella disyuntiva unos 15 o 20 minutos más, hasta que desde detras de mi cabeza, una oleada de tibieza me arropó por completo y sentí en mi esternón como el sonido de un inmenso chasquido, lejano pero atronador que me sumió de inmediato en una atmósfera cargada de susurros y de una luz amarillenta que en contra de todo sentido común, me otorgó una placidez total, como si el peso que cargaba a causa del miedo primitivo que padecí durante el día, fuese súbitamente liberado de mis espaldas, sobreviniendo entonces una relajación y un estado se sobriedad que hasta entonces me era largamente esquivo.
Una vez que se afinó en mi interior el intenso cúmulo de estimulos, apareció delante de mis ojos, la dorada escenografía del mediodía en la rambla Francia. Era tan completo el efecto, con el mar ondulante y el cielo limpio que me estiré y disfruté con tranquilidad de aquel reparo en medio de la tormenta de mis pavores diurnos. Comencé a caminar entonces, con rumbo al oeste y sin apuros, hacia el puerto.
Todo parecía en su sitio y se me era mostrado como revestido por una serenidad pasmosa, nadie había a la vista y los contenedores apilados me parecían exquisitos laderos para los monstruos altísimos de las grúas metálicas. Ni un ave rompía la cristalinidad del silencio, solo el susurro de estuario, bailando de manera diminuta dentro de su vasto cauce. Tuve la certeza que era domingo y que me encontraba dentro de un sueño. La vividez de mi percepción era deslumbrante. De pronto todo el asunto volvió a mi cabeza y manifesté en voz alta mi deseo de ver a mi amigo, no sentí miedo ni ninguna otra sensación incómoda, solo lo llamé: Doctor Fonseca.
Escuché su risa como una bandada de palomas dispersadas detras mío y volteé de inmediato. Estaba ahí, parado, su sonrisa era luminosa y benevolente, sus ojos que por lo general eran severos, se veían ahora llenos de placidez y flexibilidad. Me estiró la mano y se la estreché con gusto.
- No sabe qué placer volver a verlo, mi querido amigo, le mentiría si le digo que no lo estaba esperando. También le mentiría si le digo que no sé por lo que esta pasando, porque yo pase por exactamente el mismo camino - y en su sonrisa se inflamó un gesto de honda comprensión.
- Me cuesta creer que todo esto se trate de algo real... Perdón que se lo diga. - apunté tan apenado como mortalmente fascinado por los sucesos que tenían lugar en mi percepción.
- Le cuesta creer... Pero sin embargo acá está, supo donde encontrarme sin ninguna dificultad. Venga, tengamos esta reunión en un sitio más apropiado - dijo y con una sonrisa amable, hizo un amplio gesto con su brazo indicandome que lo siguiera. Accedí y en cuanto realicé el primer movimiento, nos hallábamos los dos sentados en sillones elegantes y antiguos. Me costó bastante reconocer dónde estábamos, pero al percatarme de la cantidad de ventanas que nos circundaban, eché un vistazo a través de ellas y la respuesta acudió al instante a mí, estábamos en la cúpula del Palacio Salvo.
- Se que adora este lugar y quiero que se encuentre cómodo.
- Es increible... Y dígame estos... Seres. No lo acompaña ninguno hoy?
- oh si, claro que están, de hecho es su energía y su conocimiento lo aie funciona como sostén para este sueño aue usted está teniendo.
- Pero y usted? Usted esta soñando lo mismo que yo, entonces?
- Bueno, yo en realidad soy algo más que eso, yo vivo acá. - y al decir esto pude ver un destello de fascinación y misterio en su mirada, parecía invitarme a que le hiciese más preguntas. No pude articular ninguna frase.
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