lunes, febrero 19, 2018

Las Ánimas -11-

 Puedo decir que los primeros 3 meses de Serrana fueron de los más oscuros de mi vida. Miguel fue mi principal soporte en todo momento. Se esmeraba día y noche en distraer mi atención, delegando en mí una innumerable cantidad de tareas respectivas al bar, mientras él, sin hacermélo notar, se encargaba de asuntos de los cuales ni siquiera conocía yo de su existencia. Todas las mañanas despertaba creyendo estar en mi casa de Montevideo, mi pequeño pero cálido apartamento en la aduana. Chapaleaba en las fangosidades del mediodía, cubierto con la gelatina demasiado cruel de una nostalgia prematura. Entonces Miguel me llamaba y me encargaba cosas, traé dos cajas de copas de cristal; tenés que negociar con el proveedor de carne; pasa por lo de Vargas y encargale cuatro cajas de Beefeater; no te olvides de ir a hablar con la contadora por los dos pibes nuevos. En todo ese trajín hallaba la distracción que me impedía caer en el abandono, en la desidia y en el arrepentimiento. Cualquier momento del día en que mi cabeza estaba ociosa, pensaba que todo fue un error, una mala decisión, que lo mejor sería tomar mis pocas cosas y volverme a Uruguay, a refugiarme lloroso y avergonzado, en los brazos de mi tía. 
 Pero ahí estaba Miguel: -ponéte a elaborar, hijo de puta que esta noche nos van a romper el orto en el servicio. 
Ahí comenzaba a cortar, a filetear, a probar, en el reflejo místico de los fuegos de Serrana se escondía la receta de un alivio que tardó casi 4 años en cocinarse. Fue entonces, aquella noche de verano en la Sierra, que mirando las manos de Valeria llevándose los restos de la torta a la boca, me encontró el sosiego que tan esquivo me había sido. Cuando pude ver a Valeria y sentir cosas por ella sin que esas cosas me recordasen inmediatamente a Lara, recién ahí, pude respirar y decirme "ya pasó". 
- Hernán, vos estás Borracho.
- Cómo? No. No, no. Me había quedado pensando.
- Sí, pero dejaste la canilla abierta hace como 2 minutos y ni mutaste.
La cerré.
- Sino estás borracho, -prosiguió ella, con una bellísima sonrisa de madrugada y fiesta- cazá una de esas botellas tan elegantes y vamos a tomarla al pastito ahí en el frente, querés?. Seguro que vemos alguna estrella fugaz. 
  Sí estaba bastante alcoholizado, pero el impacto generado por la inesperada invitación me hizo volver a la sobriedad en un instante. Busqué con buen tino una del premiado Tannat 2015 y la encontré, hábilmente y con estilo, la descorché y tomé dos copas de cristal del aéreo sobre la pileta y con la botella en una mano y las dos copas en la otra, salimos. Era una ocasión especial.

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