Estuve 18 meses absorto en mi investigación sobre robótica aplicada a la vida cotidiana. Hoy abandono la túnica y la tornilladora eléctrica, después de no conseguir más resultados que una taza de café que siempre tiene un fondo amargo imbebible y que no es capaz de decir otra cosa que buenos días a las nueve de la noche.
Obtuve mucho mejores resultados cuando durante toda una noche, estuve sentado en algún bar con Baltasar Gerbett, buscando inspiración para escribir una obra de teatro. No sin violentas discrepancias, acordamos que el título sería "Amor y odio por el queso rallado", y que trataría sobre un joven de la ex-Yugoslavia que recorre estaciones de tren en busca de una pluma capaz de escribir por él, todas las letras del alfabeto sumerio. Ahora buscamos que Paco Casal acceda a financiar la contratación de Lenny Kravitz, para interpretar el papel de la pluma, y que para ello deberia someterse a una dieta vegana que lo ayudase a bajar 18 kilos en 4 semanas. Gerbett se ofreció desinteresadamente para interpretar al joven protagonista, pero solo a condición de poder usar un bigote falso sobre su ya frondoso bigote color mostaza.
Anoche estuve horas soñando que asesinaba zombis con un kukri ligeramente desafilado. Al despertar, a mitad de la noche, escuché extraños sonidos provenientes de debajo de mi cama. Nada me hubiese perturbado más que la realidad, mi gata había cagado bajo la cama y al parecer se limpiaba en un papel de regalo arrugado que permanecía allí desde las últimas navidades. No obstante, esta mañana al despertar, nada me produjo más angustia que recordar haberme dormido antes que terminase el primer bloque de La Venganza Será Terrible.
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