lunes, septiembre 02, 2019

A raíz del apartamento

Hechizo de esquina pudre el cuarzo naranja de las dos menos veinte. Porque en la India existe un tipo de musicalidad que es tangencial, en algún punto, a la forma de proceder del oído occidental con acento en la posmodernidad, en la posverdad, posmetaforadedios; este azar algo absurdo y por definición inasible, es a cada instante confundido, estrujado por las sombras (iguales a tentáculos) del fantasma de un demiurgo borroneado, desdentado, creador ya devaluado, indistinguible y hasta algo soso, que por cierto rige aún se podría rebuscar para regir todos nuestros destinos. Quiero decir, nuestro dios no ha visitado la India, salvo por esa vez que se tomó unas respetuosas vacaciones en el Tíbet. Somos números borradizos en el pizarrón de un carnaval que nunca fue, y sí, puedo hablar de eso, con relativa propiedad. Las meditaciones de nivel inconciente que se ejecutan bajo el sombrero en la retirada, son como bolsas de arpillera donde diversos universos se hacen tambores, y donde es menester ser nada más que una quena de sutil capacidad escenográfica. Una particula complementaria que no busca ningún centro y que se vuelve feliz en la inaprensible fugacidad del momento presente, tiempo de bienvenidas y, a su vez, de adioses duros e irremediables, ring de soledades y de continuas batallas, arena de sangre irremediablen y de un fondo que es imposible rechazar, o acabar de abrazar de forma definitiva. Cuerda para ahorcados infinitos, sentencia de mar y coral con veneno sin nombre. Cuna de fuego y trueno para avisar que no hay comienzo.  

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