Vuelvo recién del recorrido histórico más fascinante que haya vivido hasta el momento. Suceava me ha recibido con sus mejores días y tambien con sus mejores personas. Muy por el contrario de lo que se rumorea de los Rumanos, éstos son personas en extremo sencillas y cálidas, como lo es Oana, la dueña del hostal desde donde le escribo la presente, quien de forma permanente y salvando mis grandes dificultades con el idioma, siempre está logrando que pruebe las delicias de su cocina, de las que le hablaré más adelante.
Visité hoy la afamada fortaleza de Suceava, que data del siglo XIV y que genera una fascinación peculiar ya desde que uno la atisba, como depositada por el tiempo a lomo de un cerro de verdes laderas y gran cantidad de árboles. Se trata de una inexpugnable flortaleza construida para la realeza del Principado de Moldova aproximadamente en el 1380 y que dada su estrategica posición fue codiciada y finalmente ocupada por otomanos, tártaros y cosacos a lo largo de los siglos. Cuando uno la recorre, en este caso entre poco más de una docena de turistas de diversa procedencia, se puede intuír a la sombra de sus torres y su espectacular amurallado, la fiebre combativa, la fiereza de la determinación humana y el ingenio con el que el poder yergue sus puntales. El aroma de eternidad que exhalan los muros, se mezcla con el fresco aliento de los árboles, generando una inquietante armonía entre las sangres derramadas del pasado y el ambiente de absoluta paz que reina en estos días. Se perciben, también y claramente, las cicatrices que los siglos fueron dejando en las distintas restauraciones, aquellas que datan del 1600, ordenadas por Vacile Lupo y las más recientes, realizadas a principios del siglo XX, cuando la fortaleza resurgió del olvido para convertirse hoy, en una pieza histórica que ha dejado a mi corazón y a mis pupilas, llenos de una romántica nostalgia así como de un afán por aumentar mis conocimientos acerca de la riquísima historia de esta tierra, que tan poca relevancia tiene en nuestros libros de historia occidental.
Me fue imposible concurrir al monasterio Sucevita en el día de ayer y también en el de hoy, ya que me vi envuelto en incontables demoras, autoperpetradas claro, como lo fue el desayuno aquí, donde me atiborré de Placinta cu Brânzâ, Placinta Sarailie y cantidades degeneradas de Café turco de Bucarest, banquete tras el cual, Oana me instó a beber la famosa Rachiu transilvana (un perfumado aguardiente de orujo) que me costó un embotamiento contemplativo y una necesidad de reposo, que con creces sacié en plazas y cafés de la ciudad, postergando el paseo al monasterio, que realizaré con suerte mañana.
Lo más rescatable de la jornada, más allá de haber ido a la fortaleza, visita que amaría repetir alguna vez, acompañado de usted, fue el hecho de haber conocido a Râzvan, propietario de un bello restaurante en la parte céntrica de Suceava, con quien a causa su fluido manejo del inglés, pude congeniar. Esta noche visitaré su establecimiento llamado Tudor (por su padre) y aumentaré mi conocimiento en otro de los asuntos que me han traido hasta Bucovina: su gastronomía.
Espero que su "Tayronada" haya resultado para usted, tan placentera como mi jornada aquí en Suceava. Me he abstenido de pensarla en demasía durante las últimas 24 horas ya que su travesía sin conexión me hace doler la distancia que nos separa. Sin embargo la quiero siempre y la abrazo en esta distancia que nos une.
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