Ahora se vació de golpe el bar El Piropo. Estaba sólo. Las estelas de perfume en la brisa no hacían más que, por un lado darme una inmensa sensación viviente, y por otro, enrostrarme la más cruel e inmediata máscara de la mortalidad. Al perecer, todo funciona en mi cabeza como una especie de máquina generadora de ansiedad.
El Piropo fue el templo dónde celebré mi amor por ella, mi felicidad de extrañarla, mi deseo de estar junto al fuego de su presencia. Pero ahora El Piropo había caído en desgracia y yo estaba ya seguro que ella no pensaba más en mí.
Amor y Odio por el Queso Rallado, fue finalmente lanzada bajo el nombre de "Riquelme, el 10" y se convirtió en una de las 15 obras más vistas del circuito de teatro independiente de Montevideo. Todo un logro!. A raíz de esto Gerbett pudo cumplir su sueño de adquirir un modesto apartamento en el Palacio Salvo, y yo cancelar de una vez por todas, la deuda que mantuve por más de una década con una suscripción a la revista del Gourmet Chanel.
El tiempo pasaba denso cuando uno iba de Jacinto Vera al Cerro un sábado por la noche. Era diciembre y todo lo que pensaba ahora, ya con el culo en el ómnibus, retroalimentaba aquella sensación remota y definitiva. El reloj no camina hacia atrás, la Luna no está hecha cerámica sin horno, los duendes nunca aparecen los días martes, las cataratas del Niágara son un invento del diario El País para promover la epidemia de sarnilla.. En fín, todas esas cosas que uno aprende al escuchar "Música de Regreso a Casa" en cualquiera de sus versiones.
Somos rehenes del tiempo, nadie puede gastar el tiempo, tenía razón yo cuando tomé a Baltasar a golpes de puño por defender lo contrario (pensaba que el tiempo es una especie de regalo que uno decide cómo gastar). EL TIEMPO PASA, no se puede gastar ni ahorrar, nos excede en toda medida imaginable. La idea de gastar tiempo era (como dijo Borges, hablando de otra cosa) como la idea de un Bull Dog francés, jugando en las ligas menores de baseball, en cualquier condado de Wyoming, si es que existe tal cosa.
Sin embargo tenía razón Gerbett, cuando una vez, desnudo y hasta el techo de efedrina, gritaba en la vereda de El Piropo, que la forma del espiral de Fibonacci, es una especie de vicio sobrevalorado en la tarea del diseñador gráfico de Dios. Una afirmación bastante difusa ahora que lo pienso, pero aún así recuedo haberla tomado, en ese momento, por válida y bastante razonable.
Faltaba aún para llegar al Cerro. Iba a buscar unas copias de cuadros de Giotto para venderle a mi amigo, de cuya pasión por el renacimiento siempre me aproveché para fines económicos. Esta no sería la excepción.
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