No me causó sorpresa empezar febrero con una visita de La Muerta en mis sueños. Bajo un atardecer grisáceo en Jacinto Vera, estábamos con la barra ejercitando la fraternidad, tomando cerveza, riéndonos. Miro a mi izquierda y ahí está, deliciosa, con una sonrisa inmensa, los ojos hechos de luna y arroz, el talle perfumado y la piel... Esa piel que arrancó de mis vísceras las más extáticas exclamaciones de pasión, el mayor caudal de apasionado sudor y que ahora, en el desamparo de su ausencia, visitaba mi soñar como si nada. Me reí y la abracé, me preguntaba por mi corazón y le decía que nada. Me preguntaba por una chica que me gusta y le decía que era demasiado joven. Creo que me besaba. Al rato desapareció por Garibaldi.
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