Me he mudado varias veces en el correr de mi avanzada juventud, mi adolescencia y mi niñez. Conocí la noche arbolada y fragante de eucaliptos de Colón, conocí la noche profunda y melancólica de Ciudad Vieja, con su amanecer verde y la nostalgia avasallante del río de la plata, vibre con el pasar puntual de los viejos trenes de Sayago, el rocío congelado, la luna del amor, también conocí el silencio profundo del barrio Guayabo, el peligro sigiloso de sus pobres y maliciosos rufianes. Ni que hablar de la noche de los perros de Curva de Maroñas, con el dejo permanente de la grasa peñarolense, con su repecho siniestro y su vudú solapado. En todos lados donde viví, y acá era a donde quería llegar con toda esta dilatada introducción, en todos lados donde viví siempre busque un rincón, un tramo del piso, un estante, un espejo, una papelera, cualquier lugar donde el tiempo pasara distinto, no se, donde el tiempo no pudiera llegar o llegara menos omnipotente. Hasta ahora no he podido encontrarlo, muchas veces pienso en el. Me imagino que si un día, por error dejo una tasa de te con leche en ese rincón... al otro día la leche estará todavía limpia y apetecible. Me imagino que si dejo mi alma acurrucada en ese rincón, pueda protegerla acaso de los brutales ultrajes del tiempo y preservarla también de mi mismo. Lamentablemente a media mañana cuando llego de trabajar, la leche esta sucia de polvo, de pelos, sucia por la voluntad despiadada del tiempo mismo, que por mas que uno le busque y le busque, parece no tener reversión posible.
Buena Roger! Si buscas un lugar donde el tiempo no pase ese es el congelador. Y tiene que funcionar bien.
ResponderEliminarSalute
Si, ya lo probe... pero que te cuento que al final, cuando puse el alma ahi, me agarre un resfriado brutal... aunque con el te con leche funciono :P
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