lunes, septiembre 26, 2016

LI

  Por la noche, tirado en un colchón en el living de la casa de mi hermana, resonaban en mi cabeza las palabras de mi primo: "dejala, negro, esa mina te hace mal", "sabes que el alcoholismo en algún punto libera una violencia barbara", "no te expongas a más locura", "te hace mal y vos ahora tenés que estar bien", "no te compliques Negro, te sacas la calentura con cualquier turra, más vos que tenes levante en pila", "esta mina te hace mal".
     Desde tiempos remotos en mi memoria, darme cuenta que mi primo, mi hermano menor veía las cosas con una claridad y un criterio del que yo carecía, me hacía sentir en verdad aprensivo. Yo le decía que la quería y el me respondía que siempre que le hablaba de ella lo hacía desde el enojo, ahí le argumentaba que podría ser cierto pero que cada vez que estábamos juntos era realmente hermoso, entonces vivan juntos la vida decía el, cada cuánto se ven, me preguntó, poco, cada una o dos semanas. Ah estas loco y se rió apenado y con aire de franca burla, estas de la mente, primo. Me estas diciendo, continuó, que por un buen garche cada 15 días no te cogiste a la divina que vimos la otra vez. Ni a esa ni a la rubiecita del cumpleaños de Willy, agregué con languidez, ni a P o la otra cómo era, preguntó, Y le contesté. Dejala por ahí primo. 
     Esa noche dominical en lo de Carla, era la novena  desde la última vez con V y en verdad hacía días que precisaba al menos una señal de reciprocidad de su parte que jamás llegó. Estaba dolido al darme cuenta cabal de a que ella verdaderamente prefería no verme. Yo traía ya días de resentimiento en este sentido y estaba a punto de explotar. La brutal indecisión me acongojaba, de veras más que nunca en los últimos 9 meses, tenía ganas de cambiar el rumbo, de darle a otra candidata la posibilidad de hacerme olvidar que el corazón puede sentir tanta frustración en los caminos del querer, necesitaba un mísero abrazo y un beso de amor, qué tan difícil era conseguir eso. En el peor de los casos, sacarme las ganas de coger, haciéndolo con otra ya que me había mantenido estrictamente fiel  a mi promesa de no estar con nadie más, sin importar las circunstancias. Esto no representaba para mí una molestia ni un compromiso, sino un verdadero placer, pies era un acto concebido desde la más sólida convicción. 
   Sin embargo la leche me llegaba al cerebro y el chisporroteo causaba fallas en el flujo cognoscitivo, alterando los principios básicos de mi pensar. 
    Cuánta rabia me daba quererla tan desesperadamente, anhelar su roce a cada instante, qué amarga parada saberme consagrado a ella en la hostil distancia de su indiferencia, donde andaba a los tumbos, donde me consumía la urgencia de su sexo y sólo del suyo. Pero esto se pasaba de los límites, yo tenía que ponerla y en el corto plazo y si ella estaba tan superada, tan ausente, tan en discordancia con la vibración de mi esencia que se fuera a la concha de su madre, restaba la tranquilidad de que lo intenté con constancia y genuino cariño hasta que su juego vulneró adrede los límites de mi paciencia. 
      Y ahí, cuando escribía esas cosas me atormentaba solo, no era eso tal vez, no eran sólo ganas de coger, eran ganas de mirar sus ojos, solo eso y por desgracia eso no me lo podía complacer nadie más. Cómo podía ser posible que la falta de su mirada me pusiese en medio de aquel desbarajuste emocional.
     De a ratos me resultaba evidente que  V hacía cualquier cosa para llevarme al borde de mí, darme una patada en la espalda y una vez del otro lado, horrorizada juzgarme por pasar los límites. La vieja y querida violencia psicológica a la que tan bien me había adaptado a lo largo de mi vida, volvía a desaceitar los engranajes de mi espíritu, me sometía a esto sin que nadie me lo pidiese, porque a ella no me pedía nada, ella no quería nada, ella prefería la nada y que no le escribiese más.  Darme cuenta que el dolor que sufría era auto infligido, era la parte más desconsoladora de todas.
    Tiempo atrás, después de un incidente similar a este, tomé la decisión de no volverle a escribir un puto poema de amor hasta no sentirme correspondido del todo. Hasta hoy no ha vuelto a suceder.
     La agenda estaba abierta y aquella promesa de exclusividad a su culo, quedaba momentáneamente inválida hasta nuevo aviso. No me hacía gracia alguna pero debía hacerlo por un motivo de relevancia mayor en el proceso de mejorar mi autoestima. A cagar con V, para estrellas ya estaba yo.
     Y al siguiente párrafo, la devastación, el desdecirse, el desacreditarse y devaluar las palabras escritas desde esos lugares de mierda dónde el sol llega solo como un relato sospechoso.  
     El equilibrista dentro de mí corazón se debatía enérgicamente contra los vientos del desentendimiento, contra los arranques de brutal despecho y volvía a asentarse la marejada de mi borrascosa verborrea.
    El día del cumpleaños de mi sobrinita, me desperté muy temprano para hacer algunas diligencias de carácter urgente, la noche anterior habíamos discutido sobre esto y a la mañana ella escribió entre otras cosas manchadas por la confusión, el miedo y la inseguridad, que sería mejor no hablar por unos días. Le respondí que sí, que tal vez sería lo mejor para ambos. Pero en realidad era lo peor para mí, en definitiva, como en el más trillado de los clichés, en mi intento por acercarme, acabé dándole el pie para que volviese a alejarse, para que mis madrugadas retornen al vacío de la incertidumbre y me estaba condenando sólo a padecer la desgarradora abstinencia de el olor de su cuello. Me estaba cavando una tumba superficial en el justo lugar donde quería armar una carpa, desde donde poder ver su cara bajo el temblor atento de las estrellas. 
      Era primavera, desde la ventana en casa de mi madre el día se mostraba límpido y sólo una nube muy fina molestaba al pálido cielo de las dos de la tarde. De aquí para allá las palomas cargaban una serenidad inusitada, el pecho blanco de las golondrinas quería decirme algo, algo que en medio de mi confusión no lograba oír con claridad. La Ciudad Vieja se extendía frente a mis ojos, como una señal de que el mundo estaría ahí pasé lo que pase, ese mundo que mi abuelo había vivido, en el que su abuelo y el abuelo de este gozaron y sufrieron, se perdieron y se encontraron tal vez sin saber que el único tiempo que tiene fin es el nuestro. 
       La plaza zabala, donde los niños que hoy van a mi escuela, juegan en la liviandad risueña de su infancia, inconscientes acaso de la trama que les aguarda detrás de esta hora, como yo mismo, cuando era un niño igual que ellos, igual que los que hoy en la última curva de sus vidas le dan pan a las palomas, igual que aquellos que no han nacido aún. 
    Sigue el Río de la Plata, ondulado y ajeno a todo y a todos, hoy oscuro recortando el horizonte contra el cielo blanquecino. Sigue y va a seguir, más allá de mi y de vos, lector, avanzando y retrocediendo en la cadencia de las eras. 
     Es tan corto el tiempo de nuestras vidas que no hay crimen más lamentable que vivirlo sin intensidad. Somos las hojas, la raíz y el fruto de un árbol en la vereda del tiempo. Pasamos, dejando una marca de pies en la arena sin final, un suspiro fugaz colgado a un poste de alumbrado. Andamos tan ensimismados en la triste y trivial avenida de las miserables alegrías, intrigas y tristezas que no nos damos cuenta del milagro que significa pisar esta tierra, nos negamos el tiempo para admirar la brutal impersonalidad que nos arrojó a la existencia, que nos rodea y que nos volverá a acoger, cuando el pequeño reloj que late a todo trapo en el último acorde de la retirada, diga despiadado, que nuestra efímera función se ha acabado para siempre.     
    Lo cierto es que de pasada al cumpleaños, para ir de ciudad vieja a Rodó, tomé la calle Canelones. Cuando llegué a la esquina con Convención atisbé el balcón dónde había pasado el cumpleaños de Willy y cuando me iba aproximando lo distinguí parado, con sus brazos cruzados sobre el barandal, fumaba. El también me vio y nos saludamos. Crucé la calle y parado bajo su balcón le agradecí por la sensacional fiesta. Acto seguido le di las señas de F y le comenté que habíamos pegado onda. Tiene Facebook, le pregunté. Sí, se llama F F M buscala. Gracias Willy. 
     A la noche, en medio del bullicio alegre de los niños en el cumpleaños y los parientes con sus historias cómicas o crónicas deportivas o críticas políticas o todo junto, me hice a un lado del ruido y efectué la búsqueda. Envié solicitud. 
     Después que a mi bella sobrinita se le iluminaron los ojos con la emoción del ritual de la torta, después que sus padres alucinados sonrieron con ella en andas y en sus ojos brillara el amor más luminoso, pero antes que se fueran los últimos invitados, recibí la aceptación de F en el Facebook. 

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