jueves, septiembre 29, 2016

LII

  ENTRADA n° 1000 DEL BLOG DE LA MENTE

    Le tenía pánico a V. Como a casi todas las mujeres de gran relevancia en mi vida, algo en ella me producía un insondable terror. A cada una de mis 6 hermanas, a mi abuela, a mi tía, a mis parejas cuando las tuve y a mi madre por supuesto, a todas temía de forma íntima, con el letal presentimiento de que eran capaces de aplastarme como a un insecto en cualquier momento que lo deseasen. Mi madre siempre fue extremadamente buena, comprensiva, generosa, protectora y hasta permisiva conmigo, sin embargo en una ocasión conocí la magnitud no sólo de su furia (cualidad que no siendo la mía no llegaba a amedrentarme) sino al poder destructivo que era capaz de ejercer sobre mí ser total. 
   Una vez, siendo yo bastante pequeño, tal vez unos 8 o 9 años, recuerdo haberme enojado mucho con mi mamá. Si bien tantos años después me es imposible establecer el motivo de aquel berrinche, sí mantengo fresca la emoción de estar muy molesto con ella y de haberle hecho frente. Me llevó de un brazo y con una estricta vehemencia veloz, en silencio mientras yo chillaba me metió en la ducha y abrió de un golpe la canilla del agua fría. Recuerdo de forma muy nítida y vívida el choque que produjo el agua sobre mi cuerpo acalorado por la rabieta. 
    Ese fue el precedente, quizás el núcleo de este miedo duro y profundo del que hablo, sin embargo su verdadera capacidad de destrucción la conocí a los 14 años.
    Retomaré el particular más adelante pues no quisiera dejar de decir algunas cosas al respecto del mismo. Pero por cuestiones de tiempo a mitad de la escritura, más precisamente al final del párrafo anterior, me fui al ensayo del martes. Habíamos agregado la fecha domingo al régimen y veníamos de haber cantado en la plaza Seregni. Tal vez imaginen que está locación tenía para mí una connotación especial. Sin lugar a dudas el espectáculo venía redondeando precioso y a nivel coral la murga evolucionaba a cada nuevo ensayo. La manija ya era carne entre nosotros y sentíamos una confianza tremenda a nivel grupal, conocíamos de sobra el camino que nos condujo a cambiar nuestra suerte del año anterior. Los sueños comenzaban a mostrarse como nuevas puertas a nivel del mar, no estaban en la lejanía de un Olímpo sino entre todas las demás puertas de una calle cualquiera.
    Llegué al Recoveco 20:25 y apenas saludé a los compañeros que estaban en la puerta me llegó un mate muy rico, lo tomé sonriendo, contento de compartir una nueva instancia de ensayo con mi murga. Conversamos un poco antes de ingresar en bloque a la sala mayor del lugar. Apenas entramos, mi primo ya había desenfundado la guitarra negra y como por arte de magia, inmediatamente la murga se lanzó sobre la canción final del año pasado, probablemente lo único rescatable del repertorio 2015. Nos gustaba cantarla y salió bien. Luego como una tormenta, la murga empezó a funcionar de un modo inesperado, sonaba  a truenos y a lluvia, sonaba como una pasta aerodinámica que parecía una esfera de vidrio en una calle de tierra. Nunca antes la murga sonó como esa vez. Todos estábamos fascinados con el empaste nuevo, se sentía como haber descubierto una cualidad adormecida desde hace mucho tiempo y cantamos la presentación de la Gran Muñeca del 96 con la adaptación del texto necesaria y de nuevo como un solo ser viviente dando sus primeros pasos sobre el mundo, abriendo sus ojos a la luz de la luna. Hicimos una vueltita de la mitad de la retirada nueva cuya letra ya casi todos habíamos aprendido. Era increíble la fuerza que nos trasmitía cantar esa canción, quedábamos totalmente enfervorizados y se podía sentir que las energías se inflamaban de entusiasmo y amor por la murga. 
       Hicimos una pasada de todo lo que teníamos arreglado hasta el momento, parados en círculo, mirándonos con los ojos llenos de  brillo cristalino. Nadie desafinaba ni siquiera de manera mínima. La Ternera estaba aprendiendo a regalar su alma de forma impecable. Todas las canciones del repertorio salieron en medio de un goce espectacular del que todos formábamos parte esencial. 
       Cuando terminamos, Mariana observó que era  buen momento para parar a fumar un pucho. Serían las 21:30, el director, mi primo estuvo de acuerdo y salimos al hermoso fondo bajo la noche resplandeciente, sentados conversando, excitados y felices por el nuevo porte de la murga. Cabecita armó uno de sus deliciosos cogollos y lo fumamos en medio de más manija y más risas de incrédula sorpresa ante lo recientemente ejecutado. Adentro estaba mi primo cantando mano a mano con Caro.
       Fuimos ahora sí, por el segundo tiempo y antes de comenzar, dos personajes que estaban junto a Maicol (dueño y gerente del Recoveco) nos invitaron a realizar una actividad grupal de canto andino, relacionada también con la mitología del Silmarilión de Tolkien, quien proponía la creación del mundo a través de la música. Esta actividad, bien interesante, nos habrá tomado al rededor de unos 6 o 7 minutos, tras los cuales, las energías hallaron aún más canales para proyectarse hacia el exterior y mancomunarse entre ellas. Arrancamos a ensayar el espectáculo y para nuestra sorpresa, aquella cualidad nueva que habíamos descubierto minutos antes, no solo no se había desvanecido sino que se compactó, se solidificó y brillaba todavía más que momentos atrás. 
 Cuando terminó, todos concordábamos que había sido tal vez y sin tal vez el mejor ensayo de la murga desde su inicio. Nos sentíamos hermanados, amigos, nos sentíamos completos en un círculo de bienestar espiritual y realización artística que nos elevaba por sobre las más altas nubes del cielo. Reinaban las risas y las miradas luminosas, nadie lo afirmaba de modo por completo serio, pero teníamos una gran posibilidad de pasar a la segunda y definitoria fase del concurso. El sueño de cantar con la murga en el Teatro de Verano, no era una utopía ya sino un destino que se erigía cierto y conquistable.
      Esa misma tarde nos dieron mediante sorteo, confirmación de la fecha en que la Ternera tendría que hacer su muestra en las Duranas. Miércoles  23 de Noviembre 20:00 hs. De modo que restaban dos meses de ensayo a razón de tres por semana, es decir unos 24 ensayos antes de la presentación y afortunadamente, la agenda de festivales se había vuelto a tupir de cara al próximo mes de Octubre, durante el cual, todos los sábados y algún que otro viernes, teníamos por lo menos un festival cuando no dos, muchas oportunidades de regalarle al pueblo nuestra voz y por supuesto, de practicar el uso del micrófono, tal vez ésta era la materia a la que más atención tendríamos que prestar si pretendíamos que la Ternera se expusiera ante el público de las Duranas en todo su esplendor.  
       Partía entonces, después del conmovedor cantar aunado, la murga hacia el bar, la noche era espléndida y estábamos todos, milagrosamente para un martes, cuando era habitual que alguno faltase, pero como dije antes no restaba ya tiempo para insistencias y al parecer los compañeros también lo sentían en su interior y lo demostraban yendo a dar todo de sí. 
       En la puerta del Piropo habían mesas y gente guitarreando. No estaba el matrero, pero estaba el gordo Pablo y la gurisa esa que amaba la murga y siempre que cantábamos se arrimaba y se deleitaba y nos apoyaba y aplaudía, también un personaje habitual que esta vez empuñaba una guitarra. Parados en ronda en la esquina misma, mi primo ya había abierto la lata mágica donde guarda sus deliciosas flores del cáñamo. Hablamos cinco minutos acerca de la agenda de festivales y de fondo comenzó a sonar en la guitarra una canción que todos sabíamos, cuando finalizó la charla nos aproximamos al de la guitarra y cantamos junto a él la canción de Cardozo "el Murguero Oriental", no hace falta decir que con la leche que traíamos la versión salió hermosa y la platea se animó, el de la guitarra sacó otra, de nuevo Tabaré, esta vez los Drakulatecas. Esta canción sobre el barrio Buceo, nos tocaba de manera íntima a mi primo y a mí ya que Tabaré era muy amigo de nuestro tío Raúl, quien de hecho aparece mencionado en la letra y nosotros mismos habíamos llegado a vivir algo de aquella época, más yo que él ya que le llevo 6 años. La cantamos abrazados con mi primo y la emoción nuevamente fue intensa y las voces afinadas y el sentimiento contundente y eterno en la noche de la Figurita. 
       Mi primo pidió la guitarra y comenzamos con los clásicos, la puta madre, qué bien sonó "bien de al lado" y cuánto mejor la Retirada de 1958 de la Muñeca. Después el plato fuerte: la retirada nuestra. Empezamos a cantarla y la magia fue devoradora del espiritu, al momento de cantar el pasaje donde dice "Sueña en el Piropo la Ternera" los rostros de los presentes se desfiguraron en una mueca de orgullo, alegría y un disfrute más allá de la explicación. En lo personal, entré en la zona máxima, desde la cual debería cantarse siempre la retirada, el llanto de la emoción contenido, agarrado apenas de un hilo a la garganta que con feroz determinación profería la letra y la melodía, llenando de magia la medianoche. 
      Estaba además, desde que nosotros llegamos, el borracho veterano cuya expulsión del bar he relatado en anteriores capítulos, aquel que después de cantar la canción final de los Patos Cabreros de 2015, me dijo "me gusta este pibe", esta vez se había mantenido bailando sentado y simplemente disfrutando con una sonrisa clavada en la cara amable. Pero después de terminar la retirada, todos nos hallábamos brutalmente excitados por la conmovedora experiencia, particularmente él, que después de esto se paró a bailotear entre nosotros mientras cantábamos más y más clásicos en eufórica procesión. 
      En determinado momento veo que el borracho tenía a mi primo presa de una llave alcohólica desde la cual aparentemente le felicitaba por la murga y por la impecable performance grupal y personal. La verdad, mi primo estaba en uno de sus mejores momentos y derrochaba alegría, talento, pasión y amor por lo que hacía. Me quedé mirando, mi primo sonreía casi por compromiso con un viso de visible incomodidad y un vaso de cerveza artesanal en la mano.  Sabía muy bien lo sensible que era el negrito a este tipo de circunstancias y me quedé atento a la jugada para estar pronto en caso de que fuese necesario intervenir. Logró zafarse y volvió a tomar la guitarra y a tirar una nueva canción a la que todos asistimos con alegría y entusiasmo. Mientras estábamos cantando ésta, distingo a Picofino hablando con el borracho detrás de la ronda que formábamos, distingo también que el espeso se puso rebelde y que el cantinero lo invitaba con severidad a retirarse.  El veterano gesticulaba mientras sus argumentos eran ahogados por el ruido del cantar. Enseguida hubo una especie de revuelo de manos, brazos, gestos, Picofino lo empujaba y con su agudísima voz le gritaba que se fuera. El tipo no quería bajo ningún concepto retirarse. En eso interviene el gordo Pablo. Pablo era un gordo de 1,90 de altura y cercano a los 150, tal vez 200 kilos, se arrimó al borracho y con una mano en su cabeza, de modo violentamente cordial, lo invitó con un ultimátum a irse definitivamente del Piropo. En vista de esta escena, la cantarola se detuvo en seco y todos quedamos mirando el desenlace de las circunstancias. Mi primo, parado a mi lado me decía: bueno, es parte del Folklore, del Folklore de las piñas. Nos reímos. El tipo rumbeó por Ramón del Valle para abajo, pero a mitad de cuadra regresó a la puerta del bar más envalentonado y a viva voz preguntando por qué lo echaban. Esta vez sí, el gordo se aproximó tan rápido como su cuerpo se lo permitía y lo tomó a empujones verdaderamente potentes, cada envión lo apartaba dos metros del bar, en una se rebeló contra su opresor e intentó pelearlo, el gordo le tiró una piña en la pera que lo descolocó por completo, pude notar la expresión de dolor del perpetuador en su mano, aparentemente no había conectado con precisión, sin embargo el golpeado no acusaba recibo y seguía rompiendo las pelotas, ahora enfervorizado por el subidón de adrenalina. El gordo le propinó otra lección y esta vez acertó en su ceja dejando una marca mortalmente roja, se armó revuelo, todos íbamos y veníamos intentando separarlos y poner fin a la estúpida escena. Pero no se terminaba. El loco seguía rompiendo las pelotas y amenazaba llamar a la policía. Llámala pero desde tu casa nabo, le gritaban voces al rededor. 
      En determinado momento me harté, me molesté bastante a causa de la interrupción de aquel momento mágico, lo encaré, me paré de frente a él y con mi mano abierta apoyada en su pecho lo mire con fiereza y comprensión a la vez que lo empujaba con todas mis fuerzas por Garibaldi hacia el lado de Bulevard, el tipo se resistía, pesaría unos 80 kilos, pero logré ajustar mi centro de gravedad para hacerlo retroceder. Anda, anda, le decía yo sin dejarlo hablar, porque sí hermano, te dicen que te vayas te tenes que ir (mierda espero que  V no se sintiera así cuando me decía esa misma frase), no es la primera vez que la pudrís, estas molestando a la gente, pero el tipo se resistía y vociferaba intentando soltarse de mi empujón, pero lograba yo hacerlo retroceder paso a paso cada vez más lejos del Piropo. Cuando llegamos casi a la esquina el tipo desistió y dio media vuelta. Yo volví rumbo al bar.
      Cuando estoy llegando, escucho gritos en mi espalda y volteo. Era el borracho que, más allá de haber perdido el pedo a la primera de las piñas de gordo, volvía a rumbear para nuestro lado gritando amenazas.
      El gordo Pablo lo miró y dijo: lo mato, yo lo mato. En eso corrí hacía el loco, se me cayo el celular en la carrera pero no me importó, corrí hacía él y cuando llegue cerca, con el mismo envión que traía en mi carrera le propone un jab en la base inferior de su oreja izquierda. Conecté con tanta precisión que ni siquiera me dolió la mano. El tipo se asustó reguló y me preguntó, por que me pegas, parecía al borde del llanto. Te pego yo para que no te agarré el gordo, si te llega a tener a tiro te mata, no te va a dar otra piña, directamente te va a romper. Te va a lastimar. Te mata, te revienta. Andate ya porque vas a terminar muy mal. No, a nadie le importa por qué te echaron, ya pasó una vez y ahora otra, te dicen que te vayan y no te va, cuál hacés viejo, te meten flor de trompada y seguís, andate, andate ahora.
       En el Piropo le llamaban a este tipo de personajes "el cigarro" algunas semanas antes hubo otro cigarro en el Piropo, era una mujer bastante atractiva que tenía un pedo catastrófico,tendría unos 30 años y cuando llegó la murga nos atomizó, perderá mujer, por más indudable que fuese nadie le iba a pegar, a diferencia de este otro cigarro, que se llevó recuerdos rudos de aquel martes. 
     Volví al bar, el "cigarro" se perdió en la oscuridad de Garibaldi, en la esquina el ambiente festivo que reinaba hasta hacía solo momentos atrás, se había desvanecido y restaban tan solo las botella vacias sobre las mesas de plástico. 

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