martes, octubre 18, 2016

LX

  Tosí, remangué mocos e intenté rascar con la lengua el fondo de mi garganta. No pude. La alergia estaba causando estragos y en la noche del jueves, la luna estaba a punto de llenarse a mitad de un cielo recién despejado. Ladraban los perros de la vereda en discordante multitud. Era casi media noche. Hable con mi primo, esa misma tarde lo llamé y acordamos que me quedaba esa noche en su casa. A la mañana siguiente, cuando él saliese a trabajar en su reparto, yo efectuaría una limpieza a fondo del hogar, no como pago sino más bien en forma de ayuda mutua. Yo sabía limpiar, ya que trabajé varios años en el rubro luego de perder mi trabajo de redactor para sitios webs europeos a causa de la crisis financiera en España del 2008. Mi hermano Gabriel me había metido en su pequeño y reciénte emprendimiento de limpieza para locales del shopping. Estaba bien. Permanecí casi tres años en ese mismo puesto hasta que finalmente logré una magra promoción a cadete. El ser cadete me implicaba altísimos riesgos, como cuando hacía las cobranzas que cargaba en mi billetera el líquido total de la empresa, inclusive llegué hasta a viajar en ómnibus con todo ese dinero que en buena parte eran los salarios de mis compañeros. O perseguir a clientes o recolectar todas las facturas de los servicios y luego organizarlas y otras tareas menos agraciadas, sin embargo la paga era más bien poca y poco tiempo después, cuando falleció mi abuelo materno, cambié de rubro hacía mejores condiciones desempeñandome como ayudante pintor de obras en algo parecido a mansiones, es decir, barrios exclusivos en los que se hallaban las residencias de la nueva aristocracia uruguaya.
   Tras pasar cinco meses de arduo y agotador trabajo físico de 8 a 17,  ne gané mi lugar dentro de la empresa y en menos de un año me habían ascendido a oficial pintor, también con un ajuste salarial bastante favorable, no generaba aportes jubilatorios ni tenía cobertura médica de ningún tipo, pero ganaba en promedio bastante más que el resto de mis amigos. Apenas dos años atrás del tiempo en el que escribo estos relatos, viviendo con L, cobraba cerca de 900 dólares  y L, que se había abierto paso con admirable fiereza en la empresa de transporte de combustible de su padre ya jubilado, pasó de ganar unos 400 dólares a casi 2000, en tres años de intenso y estresante trabajo. Ahora no. Ahora estaba quebrado, desbaratado y disuelto en la franja de transparencia de la sociedad. Afortunadamente había logrado trazar, de nuevo en base a impensables apremios, una ruta para emerger de una vez, de toda aquella demencia de flotación irregular. De tardes desiertas en la ansiedad de no saber donde mierda iba a dormir esa misma noche. 
   Recurrí a todas las fuentes posibles mientras aguardaba al primero de mes a que se efectuara la contratación que un pariente mío, cuya identidad relataré en siguientes capítulos, me había facilitado. La oferta era tentadora, sin embargo nunca la hubiese considerado en cualquier otro punto de mi vida, solo durante aquella ciénaga de espantos dónde florecientes lirios de pescado abrumaban la noche, podía yo haber apostado fichas en tal dirección, no obstante la operación para aplicar a ese puesto de oficinista mal pagado, requirió innumerables esfuerzos y pequeñas batallas diarias, en las que por supuesto no siempre me alzaba con la victoria. 
   En enero, para adicionar innecesario condimento a mi pasión, perdí la billetera en las Duranas viendo murga Joven en un festival de Cayó la Cabra, una noche a mitades de enero y  antes de ir a casa de V. Con la billetera perdí también todo registro de mi existencia, de modo que para recuperar mis escasos pero necesarios y tan caros documentos, en épocas de ingreso rayano al cero, tuve que apelar a toda la poca disciplina y voluntad que poseía.
   La alergia me tenía al borde de la derrota. Volvían a ladrar los perros de la medianoche. Susurro de cristal metidos en el medio de un rugido de motor pasando por la calle donde me robaron mi iPhone. 
   El miercoles fue 12 y desde el principio mismo del día tuve la certeza que vería a V. La cosa venía realmente chiquita entonces, casi imperceptible. Mes a mes, si era geográficamente posible, intentaba verla los días 12 ya que el 12 de diciembre fue la primera vez que estuvimos físicamente juntos. El recuerdo de esa noche aún me conmueve profunda y visceralmente haciéndome amarla igual que entonces, desearle solo el bien pero saber sin sombra de dudas que sería una persona por siempre clave en mi vida, que de forma totalmente irregular estaría a mi lado aunque sea en la distancia o aún peor, más estaría a mi lado cuando más distancia nos uniera. Esa noche fuimos testigos de la magia de elegir sin elegir, de conocer sin conocer, de reconocer lo desconocido y la lluvia del final de la primavera nos rodeó hasta el amanecer y nos miramos de esa forma única y nos abrazamos como nunca nadie antes se había abrazado jamás, como solamente nosotros sabemos hacerlo. Escuchamos la Trasnochada, Cayó la Cabra y Los Patos Cabreros del 15. Ahora estábamos casi al llegar a la misma época del año y ese miércoles 12 yo me levanté convencido que iba a disfrutar del desmedido placer de su abrazo. Tan convencido estaba que en ningún momento del día me figuré que tal cosa no sucedería, sin embargo lo primero que hice fue consultar con mi hermano Gabriel si podía pasar la noche en su casa y este me había dicho que si. Mis dos hermanos mayores de la vida. Leonardo y Gabriel vivían en apartamentos contiguos en un mismo pasillo detrás de una parada de ómnibus en la calle Grecia, Cerro de Montevideo. Horrorizados, alarmados y algo enojados conmigo por mi falta de manejo del último tiempo, tenían sus reservas a la hora de invitarme a dormir a sus casas. Esto me alertaba al extremo de lo mierda de mi situación ya que en toda mi vida ellos siempre se mostraban felices de recibirme cuantas noches fuera y yo de recibirlos a ellos del mismo modo. Ahora no, ahora veía en los ojos de mis hermanos el dolor, el miedo y la severidad que me ubicaban en la gravedad de mi estado crítico.  
   A las 15 horas me encuentro con Gabriel y Andy frente a una antigua mercería cerrada en la calle Sarandi. Me hallaba particularmente de mal humor cuando bajé ya que mientras tomaba un café con mi madre, después de mediodía recibí respuesta de V. Respuesta negativa. Primero dijo que no podía y al rato aclaró que no quería contacto y que estaba cansada y quería dormir. No quería verme, otra vez. Sufrí un revés de profunda angustia, quería verla y los días desde la última vez. Qué eran 8 o 9, me parecían cientos. 
   Estábamos en la plaza de deportes 1 en Lindolfo Cuestas. Gaby armó un paraguayo que le pegó a la boca de la morena a pocas cuadras de ahí. Mi ánimo se derrumbó entonces, la tarde apretada por tantas oscuridades acababa de derrumbarse sobre mis hombros y la expresión de mi rostro se volvió rígida y mis labios se contraían en muecas de constante fastidio, todo producto de una tristeza y un abatimiento que jamás debí dejar que me tomar de aquel modo que parecía definitivo. 
   Le protesté a V por messenger y desde luego ella se mostraba cada vez más inflexible y distante, sin embargo respondía de manera casi inmediata a mis pocos mensajes de frustración. 
   En eso cae un jovencito a la plaza con una pelota color amarillo fluorescente, el sonido de su calzado impactando el inflado cuero inquietó a mis amigos y ambos parecían hipnotizados con el rodar del objeto por sobre el irregular terreno de hierbas. Yo quedé absorto en un mundo de llamaradas y nevadas negras
. Quedé ido. Volví a levantar la vista del teléfono y mis amigos jugában ya con el pibe, Gabriel me incita a hacer un 2 contra 2. Me paro y arranco a jugar con él contra Andy y el flaco. No pude disfrutar de hacer 3 o 4 goles de Cabeza y no siquiera me percatase de lo fino que estaba, no obstante tampoco podía al jugar, centrarme en el nuevo desaire de mi amada. Hacia bastante calor y me saqué la remera. Jugamos unos 40 minutos hasta que el jovencito se tuvo que ir, ahí nosotros tomamos asiento. El andy se veía inquieto por el rigor sombrío de mi expresión, Gabriel simulaba ignorarme pero no hacía bromas ni hablaba demasiado. Caminamos, creo que estuve varios minutos sin emitir palabra alguna en la calurosa tarde que se había nublado cuando V se rehusó a vernos. Fuimos a dar a la rambla junto a la chimenea que está frente al final de la calle Piedras. Donde el río de la plata se mostraba verdoso y en la marea a media asta, flotaban cerca varios pesqueros chicos rodeados de gaviotas y otras aves. 
   Varias veces me debatí entre la ofuscación y la enorme alegría de estar vivo en aquella tarde maravillosa, junto al verde y ondulado baile del Río de la Plata. Cada algunos minutos intercambiaba mensajes con V, le pregunté a qué se refería cuando decía quereme. Ella, hábil declarante, utilizaba la más sutiles recursos para responder con algo tangencial y desestimulante. 
   En los intervalos intervenía de forma lejana en la conversación de mis dos amigos. No hallé consuelo ni en sus risas ni en sus divertidos divagues ni en sus reflexiones interesantes. La belleza del río me era indistinta, el plomizo cielo de insondable dimensión se me antojaba tan solo un cartón pintado y sentía la viva urgencia de su calor como un mandato astral que me llevaba al límite. 
   Gabriel se tenía que ir. Nos paramos y recién entonces pude contener la amarga decepción de su negativa. Me desolaba el simple hecho de no acostumbrarme a no verla. Subimos por la calle Zabala hasta Reconquista. Pasó un 124 a Santa Catalina y mi hermano se fue en él, por la noche iba la novia a dormir a su casa.
  Andy y yo caminamos hasta la plaza Matriz. Me abstuve de entregarme al desahogo al caminar mano a mano con mi amigo, nos sentamos en el banco más cercano a la entrada de la Catedral Metropolitana y desde ahí ocurrió el ocaso en medio de triviales conversaciones y algún lapso de silencio. 
   Mi amigo se fue, yo mire el reloj en mi teléfono y me entregué de lleno a la toma de una intrincada decisión. V tenía terapia en un edificio frente a Plaza Independencia y por asutuca se negó a decirme el horario de la misma. Una sencilla cadena deductiva se soltó en mi mente. Una vez, tal vez a principios de febrero V dijo que si quería verla podía hacerlo ese día, que siempre tomaba un café antes de entrar y que si yo estaba cerca pasará para darnos un beso. Cuando volvía rumbo a ciudad vieja, recordaba que el sol se ponía ya muy cerca a la escollera Sarandí, de modo que supuse que serían 19:30 cuando entró y que por lo general  esas sesiones duran unos 40 minutos. Estimé entonces que 20:10 V estaría Cruzando la plaza Independencia para tomar 18 de Julio rumbo a donde que fuera. 
    Plaza Matriz 19:40, Andy se fue y yo moví uno tras otro mis pies para empezar a caminar, sin embargo detrás de mi lento andar se desarrollaba un dilema que me dominaba. Sería menester interceptarla a la salida de la sesión para poder decirle tres o cuatro sentencias que me incineraban por dentro. La decisión estaba casi tomada, pero comprendía lo intrusión de mi accionar y podía prever con total claridae que V no se lo iba a tomar con calma. En absoluto. 
     Tras dar dos vueltas a la plaza decidí que iba a verla, mejor dicho decidí hacer caso omiso a la parte racional del mi cerebro, que me decía que era una locura interceptarla a la salida de la psicóloga. Me separaban aún, algunos minutos de la hora que yo calculaba que V iba a salir. Di una vuelta cantando, cuándo no, la canción final y retirada de la Trasnochada del 15. Ahí venía V. Se detuvo a prender un cigarro y apoyo su pequeño vaso descartable para hacerlo. La vi desde unos 35 metros justo cuando comenzaba la última canción de la retirada, esa canción también mágica que tanta vinculación tuvo con nuestra no-relación. 
  Me dirigí a su encuentro. Inmediatamente percibí su gran molestia. Muchas veces presentimos encontrarnos en esa misma circunstancia, sin  embargo solo después de 10 meses de no-relación, ocurría. No. No fue una buena idea pero fue la única. La única cuya concreción, de hecho, fue viable. Ahí estábamos, ella me puteaba y se la veía molesta de verdad. Nunca se opuso a que caminaramos juntos por 18 y las 7 cuadras que recorrimos comenzaron con alta tensión que tuvo su pico máximo al principio y por suerte fue decayendo conforme pasaban los metros de aquel paseo. 
    Tal era su malestar conmigo que de hecho llegó a decirme que no quería volver a verme y lo dijo varias veces, siempre desde el enfado y avalada por un supuesto motivo que ella enunciada simplemente con un "porque no". 
  Le dije que no le creía que me decía eso por molestia pero que en verdad ella y yo sabíamos que eso no era así. Estaba hermosa. Intenté persuadirla que aquella no era una buena decisión pero al principio ella se negaba a escuchar. En Río Negro me detuvo un pibe en la vereda, pensé que me iba a pedir algo y mi rostro se endureció. Con todo respeto, me dijo, es un día muy pesado, toda esta humedad complica las relaciones. Mi expresión cambió de súbito, el pibe traía el agua a mi molino. Nos dijo, mirándonos a los dos que recién tuvo una fuerte discusión con su novia por una pavada y que se había ido de la casa re quemado, por eso quería sugerirnos que no nos pelearamos. Le di la mano. El loco siguió y también nosotros. 
    Pude sentir que la impronta de V cambió despues de eso, decreciendo de forma casi imperceptible la intensidad de su enojo. Sos un enfermo me dijo, te encanta hacer escenas. No, mi amor, mira la noche que hay. Yo sé que tuviste un día de mierda y que estas cansada, linda, pero con un poco de onda, este paseo puede ser un lindo momento en lugar de andar discutiendo. 
   No podes hacer siempre lo que vos querés. Te dije que no quería verte. No tenés ni idea con lo que estoy tratando en la terapia, dijo V con un aire de cansada indignación. Perdona pero vos tampoco tenes idea lo que yo estoy tratando y para peor sin terapia. No quise hacer hincapié en lo frágil y precario de mi propia situación, pero ella entendió.
   Antes de llegar a Yí, por la acera que viene desde el obelisco, hay una parada de ómnibus, allí nos sentamos y repentinamente me percaté que V me estaba prestando atención. Quería tocarla, besarla y abrazarla, pero ella no quería, así que me limité a hablarle. Le decía que no podía proceder de ese modo cada vez que se le ocurría. Que la amo. Que tantas y tantas cosas que ella sabía pero que desesperadamente precisaba escuchar. En un momento ella solo escuchaba  no intervenía. Pude ver luego de 2 minutos de encendido monólogo, que otra vez ella ya no escuchaba lo que le decía y en lugar de eso sus ojos se perdían en mí y brillaban sus pupilas con las luces de los autos y los ómnibus de 18 de Julio y mi voz era un papel de diario perdido en la corriente de sus ojos. Sus narinas aleteaban casi fuera de control. Quise besarla pero con tierno rechazo me lo impidió. Me abrazó, nos abrazamos, la abracé en la vereda y de golpe zac! La paz de su abrazo, la flotación serena del tiempo líquido. No quiso besarme. No me importó. Nos abrazamos y la noche era húmeda y pesada y ella era un continente de sucio amor desgarrado, era la reina eclipse, sol y luna en el cielo de todos mis deseos.
    Nos paramos y caminamos casi hasta la puerta del casino de la calle Yaguarón. Ahí volvimos a abrazarnos. El centro tupido de gente a esa hora pico era escenario de aquel milagro de primavera, ese abrazo sin palabras entre dos almas confundidas pero secretamente enamoradas brotaba  desde las crudas trincheras desde donde  jugábamos mortales guerrillas mentales. Prolongamos el tiempo de aquel cantó físico al cariño por un segundo mas y nos dijimos hasta luego.

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