miércoles, octubre 26, 2016

LXIII

Viernes. Sería el cumpleaños de mi abuela. Ni toda la euforia ni la admiración ni la brutal alegría de la noche anterior pudo prepararme para lo que iba a suceder aquel día nefasto que podría conminarlo al olvido de no ser porque tuvo tal impacto en la continuidad de mi existencia que de olvidarlo, perdería la relevancia de su enseñanza, la mortal línea que se dibujó bajo mis pies y que crucé sin miramientos, cayendo mucho más allá de lo que pude prever, sin embargo, la falta de previsión con respecto al desenlace fue tan solo Otro síntoma de la inestabilidad y fragilidad de mi psique. Esa noche ensayamos en la puerta del Piropo. Pasamos la retirada una y otra y otra vez y la barra ardía de entusiasmo y cada vez salía mejor, más compacta y firme. Tomamos unos vinos y cerca de las 23 partimos en grupo al cumpleaños de un ex integrante de la murga. Pablito festejaba su aniversario en un boliche ubicado en la esquina de Jackson y Canelones. 
   A medida que escribo siento como mi alma se exprime bajo el impacto de los acontecimientos, siento la angustiosa presión en mi esternón, la comezón en mis manos, la melancolía putrefacta que aún permanece en mi sangre y me cuesta repasar los hechos sin sentir una desmedida aprensión. 
   Llegamos con Caro, Marcelo, Horacio, mi primo y su novia al Glasgow. Pablito estaba super feliz de vernos, había comprado 5 barriles de cerveza artesanal para sus invitados y al rededor de una docena de sus amigos ya estaban ahí. El ambiente de pretensión cheta no nos venía del todo bien, así que hicimos rancho aparte y colonizamos la puerta. Alguien hizo una vaca para comprar pizza y al rato cayeron varias muzzarellas que comimos con alegría entre charlas fraternales, cerveza helada y varios cogollos de una potencia desmesurada. Cerca de la 1 de la madrugada estábamos todos bastante alegres y a decir verdad, las sensaciones de la noche anterior en la experimental todavía volcaban en nuestro flujo sanguíneo, su hormona de la felicidad. Mi primo se paró y saludó. Ahí comenzó el desastre para mí, en lugar de irme con él a dormir, una oscura fuerza se interpuso en mi capacidad de razonamiento y decidí quedarme a sabiendas que la casa de mi primo era el único lugar donde podría pasar la noche a cubierto. Pero no. Me quedé y a los quince minutos cruzamos al boliche de enfrente, donde fuimos en grupo y yo bailé y todos bailaban y Pablo seguía invitando cerveza para todos, inclusive hasta yo pagué un par. A las 2 de la mañana yo ya no sabía que hacer, así que salí a la puerta a fumar un cigarro. Al salir mi celular hizo enlace con el wifi del Glasgow y cayeron tres mensajes de V. Recién llego del Andorra, anda a saber en que antro andas.
 Al escribir esto mi cuerpo convulsiona, se estremece y se acerca nuevamente al mismo colapso. Me subí a un taxi y en menos de 5 minutos me transporte por las 12 cuadrados que había entre el boliche y la casa de V. Bajé y toqué timbre. Se asomó a la ventana y se rehusó a abrirme, mi mundo entero cayó finalmente a pedazos, le supliqué, le rogué, perdí la compostura y mi estómago empezó a dar vueltas como una centrifuga. No podía concebir que V fuese así de insensible ante mi urgencia por su abrazo.
Tal vez deba esperar otro poco antes de seguir la narración ya que el proceso de revivir ese episodio vuelve a abrir flores de ominoso dolor en mi vientre y siento tristeza y rabia y una soledad tan devastadora que me impide escribir con normalidad. 
   Pasaron tal vez unas dos horas y seguía siendo incapaz de escribir no sólo los sórdidos sucesos sino los aún más sórdidos sentimiento que se apoderaron de mí en aquella noche fatídica y a su vez de un contenido didáctico pragmático tan trascendente que puedo decir sin dudar que después de ella, mi vida cambió rotunda y permanentemente. 
Cerró la ventana y desapareció en la oscuridad de su living, ahí donde las más bellas emociones del corazón florecieron, en ese living en cuya moqueta descubrí una nueva e inconcebible manera de hacer el amor, de besar y de ser abrazado como nunca. Ese lugar ahora era una negación abismal, una clausura, un derrumbe imposible que se llevaba de mi las últimas fuerzas.
Partí, hecho jirones. Me fui a un prostíbulo y me pedí una cerveza que tome sentado y sumido en la más densa de las oscuridades, decir que era un demonio abstracto entre el humo y las putas, sería quedarme corto y ahondar eb aquel cuadro sería describir un panorama dónde el morbo y la demencia imperaban sobre cualquier otra cosa. No se cuanto tiempo permanecí allí, enclavado en la total carencia de luminosidad, sintiendo una profunda repugnancia por mí y por el mundo, con la vista fija como una gárgola ancestral y un temblor que de a poco me iría ganando y que no me abandonaría hasta muy entrada la tarde. 
   Cuando salí estaba amaneciendo. Recorrí las calles presa de un odio sin precedentes, víctima del yugo perverso de mi propio y desatado afán de autodestrucción. Fui a una plaza y me senté, veía pasar los primeros ómnibus del sábado con la idea de tirarme abajo de uno de ellos y acabar así de una vez por todas con toda esta mierda infumable que yo mismo había propiciado. Quería dejar de estar, un paso, un salto hacia adelante y todo estaría terminado. La idea del suicidio fue en ese instante más fuerte que mi pasión por la vida. Un paso y sería historia, dejaría de padecerme, de tolerar, de sufrir.
Puedo decir que estaba poseído por el abatimiento, ido de mis facultades más primarias y sólo. Mortalmente solo en este maravilloso desierto que había convertido en un valle de lágrimas sin más ayuda que la de mi propia negligencia, mi depresión y mi insidioso y recóndito odio por mi mismo. Solo un salto y chau dolor, chau agonía, un último suspiro de resignación y entrega al fracaso. Miraba pasar los ómnibus.... 
Me incorporé, no, no iba a dar e brazo a torcer, no iba a dejar de existir, sin embargo antes de que culminara tenía tiempo de hacer una camada más. Volví aceleradamente al balcón de V y volví a tocar timbre, en el acto me llegó un mensaje de ella pidiéndome que me fuera, que iba a llamar a la policía, que la iban a echar del edificio y yo que sin palabras quería decirle que había decidido otra vez vivir, pero no podía, solo llorar en el desconsuelo de su negativa inflexible. Me estaba dando la frente contra una pared de incomprensión total. Se me ocurrió que estaría con otro... Esa sola idea me bastó para irme de nuevo. Esta vez entre el trino de las aves de alba,  entre la primer luz diáfana de aquel sábado. Me fui llorando de rabia, de frustración, de un inmenso dolor que me arrancaba las células de raíz una a una y multiplicando por mil a los nefastos fantasmas de clamaban mi sangre. 
    De nada sirve ya intentar explicar la horda de salvajes demonios que se debatían los retazo de mi espíritu los minutos posteriores. 
    Siguiente sinapsis en la puerta de la casa de mi primo, 08:15, ya habían pasado más de 25 horas desde que me había levantado. Miré por la ventana y todos adentro dormían. Supuse que no demorarían mucho en levantarse asi que me senté en el umbral de la puerta a esperar con la conciencia adormecida por el dolor. Lloré de nuevo y fui incapaz de hallar consuelo en la tierra o el cielo que me rescatara de aquella mala hora.
Lo próximo que recuerdo es la cara de mortal seriedad de mi primo llamándome, abro los ojos y estaba acostado en la cama del Cabeza. Levántate, lavarte la cara y salí que quiero hablar con vos, me dijo. Me senté en la cama y como una avalancha, todos los sucesos cayeron sobre mí con renovada y brutal presión. El despejado y cálido día de primavera era para mi una horrible pescadilla de un espanto casi inenarrable. 
  Salí al fondo, mi primo sentado en una silla, mate en mano, me habló sentidamente, sin yo haberle contado nada, él parecía leer en mis ojos el dolor que me carcomía. 
    Le había molestado sobremanera mi aparición inconsciente en el umbral de su casa y quería cagarme a puteadas, sin embargo cuando narré brevemente los hechos, su intención cambió por completo y pasó de una actitud severa a un profundo sentimiento de contención para conmigo, su empatía era total y sus ojos...  Me veían.
      La expresión de Manu, su novia era de honda preocupación y silencioso respeto. Ella tenía clases de salsa y mi primo la llevaría en la camioneta. Le pedí aventón y con gusto me lo dio, quería ir con mi mamá. 
    Marchamos por el sábado soleado, el aire fresco y limpio del mediodía no lograba alcanzarme y viajando en el fondo del vehículo, la integridad de mi ser tambalaeaba sin dominio. Manu se bajó y pasé adelante, quiero hablar un poco contigo, le dije, pero en realidad quería que él me hablara, necesitaba escucharlo y eso hice, el temblor de mi cuerpo se mezclaba con el llanto. La desesperación me colmaba y todo lo que él me decía me generaba una remoción emocional increíble. 
     Mientras hablábamos, aparcados en la esquina de Rondeau y Colonia, frente nuestro, en el semáforo, cruzaba mi hermano Gabriel. Mi primo le tocó bocina y al vernos se arrimó a la camioneta a saludarnos. Me vio y en el acto se percató de mi desencajado estado anímico. 
    Bajé y ne ofreció su compañía, regaño providencial que acepté enormemente agradecido. Era evidente que se aparición en ese momento en ese mismo lugar, era una señal del infinito para mí. 
    Caminamos por 18 de Julio, pero yo no podía hablar, cada vez que lo intentaba mi voz se quebraba y el llanto afloraba en un ruin torrente que era imposible contener. Gabriel me habló repitiendo casi textualmente las palabras que me había dicho mi primo momentos antes. 
     Entre tantas otras cosas, en un momento su mirada penetrante se fijó en mis ojos desmoronados y me dijo: a esta mina la tenés que matar en tu mente, puf!!  No existe más, no te merece negro, no te cono ni ahi y dejame decirte algo aunque te duela, no te quiere. Enterrala en tu corazón, hermano y salí adelante que estas zarpado, sos un tipo brillante, bestialmente inteligente, mega sensible, olvidate de ella aunque sietas te morís.
    Sus palabras tuvieron en mí un efecto dramático y desgarrador, tenía razón y el poder de su energía había logrado quebrar el escudo que me impedía deshacerme del sentimiento que tenía con ella. Definitivamente en ese momento las sacudidas del temblor se hicieron más y más intensas y mi cabeza daba vueltas constantes. Estaba mareado, sentía náuseas, lloraba y sentía dentro mío un absurdo vacío.
    En eso llegamos a la plaza número 1, en Lindolfo Cuestas. Ahí nos sentamos y Gabriel comió algo mientras yo me debatía entre la consciencia y la oscuridad.
   Comí algo, sentía hambre pero mi cuerpo estaba en un estado de sumo rechazo a todo y el alimento trabajosamente bajaba por mi garganta. En un instante se hizo el silencio, fue entonces cuando el demonio batallante de mi interior dio su último coletazo. Comencé a estremecerme sin control y a hiperventilar, la náusea, la angustia y el terror me atacaron nuevamente en un tridente ominoso y esta vez con un poderío abominable. Perdí el control, temblaba en un frenesí total. La expresión de mi hermano acabó de aterrorizarme, lo vi totalmente incrédulo y también asustado. Me veía con unos ojos que jamás había visto en él, sin duda eran un espejo de mis propios ojos idos. Me ayudó a pararme y me abrazó para que pudiese caminar a su lado y con mucho amor y total diligencia me llevó hasta la emergencia del viejo hospital Maciel, a mitad de cuadro rompí en un llanto convulso que salía acompañado de grotescos gemidos, creo que ni hermano también lloraba, pero si lo hacía lo hacía en total silencio y sin más gestos que el hondo brillo opaco de sus pupilas. 
Guardo borrosos recuerdos de la secuencia siguiente y lo próximo que recuerdo con claridad y continuidad es estar en el living de la casa de mi madre, sedado y sentado en el sillón, mortalmente fatigado y adolorido, seco de llorar y temer.
   Tuve en ese instante la lucidez y el tino de escribirle a mi padre, le puse: Papá, antes que nada necesito pedirte perdón. No solo por el episodio del otro día que nunca debió haber ocurrido, sino por nunca haber podido estar a la altura y por toda la amargura que te ocasioné. Sabes que yo te amo mas allá de lo explicable. No se porqué pero en este último año he perdido casi todas las batallas contra mí y tengo problemas muy graves para manejar las frustraciones que generalmente me termino boicoteando todo y al final del día me termino odiando, rechazando, sintiendo que lo único que aporto en la vida de las personas que quiero es dolor y angustia. Hoy, en lo particular sentí que ya no tenía fuerzas para seguir luchando y que me hubiese gustado dejar de estar para no seguir generando mierda a mi alrededor. Pasé la noche en la calle y me sentí muy solo y lo que es peor, totalmente culpable. Tuve un colapso nervioso muy fuerte y me quebré psicológicamente mal. Apenas me repuse un poco lo primero que quise hacer fue escribirte. Porque es demasiado corto el tiempo que tenemos para perder un solo minuto más en rencores, juicios, ira, peleas y oscuridad. Te quiero mucho.
Después de escribir esto, más allá de su conmovedora respuesta, sentí que el proceso de recuperación de mi ser daba su tímido primer paso. 
   Estaba muy somnoliento, mi mamá me hizo acostar y dormí cerca de 17 horas corridas. Al despertar, el domingo de pasta y tuco con ella, en la mesa con mis hermanas y el marido de mi madre, fue otro puntal fundamental para que el lunes saliera a batallar nuevamente, esta vez más sólido y decidido que nunca. Con los ojos clavados en el horizonte y una determinación de reconstrucción total y el decreto propio de dejar de lado todo aquello que me restará o que no sumara en mi crecimiento y enriquecimiento. 

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