lunes, noviembre 06, 2017

Espejismos y canciones

Tarde de escollos. La Ternera reunida en la puerta del Jacinto Vera. Sonrisas nerviosas entre resaca reinante.  Demoras eternas, faltas de comunicación y torta de fiambre bajo trajes de murgas de otros años colgados en las paredes. Yo estoy. Yo soy. Yo en medio de la vereda del sol, los micrófonos, los retornos, la tensión, pero ella está ahí, sin estar, por supuesto. Ahí, allá, demasiado lejos cuando bailamos en un mismo son de retirada. Ella. También nadie, igual que yo, tampoco nadie, cantamos. Chorro de dorado reflejo, su pelo, catarata alucinada por donde mi piel se eriza en vaciamiento desinteresado. Cada día pienso más en ella, a deshora, puntualmente, mientras por la calle vacía me siento un pájaro púrpura con soledad de escándalo. Creo que es como un jazmín y pareciera que solo en su cuello podría hallar yo reparo para mi piel electrocutada. Ahora se acaba de ir. Yo estoy aprendiendo de nuevo a rezar. Quisiera ser su infracción, su indesición, su fuga de vida hacia besos secretos. Sigo un poquito atado a la mañana donde dormimos y leímos, sigo un poquito enamorado y maniatado mientras el cielo se nubla indisciplinado. La sueño. Busco alejarme cuando más la deseo y al rato todo me parece ilógico e imposible. Quiero besarla. Busco la posibilidad de su abrazo como una fuente de agua de rosas y vuelvo a encontrar mi soledad, ardiente y velada, haciendo aros de humo entre mis dedos vacíos.


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