jueves, marzo 15, 2018

Las Ánimas -21-

 Decidí cortarla a cuchillo, primero en tiras bien delgadas a favor de la veta y después en cubitos también diminutos.  Se trataba de un trozo bellísimo de solomillo de unos 600 gramos. Lo dejé reservado. La tía picaba la cebolla en pluma y los morrones en tiras de un milímetro con una fascinante gestión. Luego entre ambos, ahuecamos los zapallitos y las berenjenas, reservando su pulpa en un gran bowl de acero inoxidable. Enseguida se encendieron los quemadores y uno tras otro los ingredientes del relleno fueron siendo transformados y unificados por el poder de las energías en juego. 
  Algunos parientes y amigos se fueron durante la mañana, para almorzar esa tarde éramos solo 12 personas, tal vez los más íntimos. El resultado de nuestra dedicación y de la sumatoria de los poderes y el amor de ambos, fueron unas deliciosas berenjenas asadas, rellenas de queso, carne y panceta, mezclados con el propio relleno de los vegetales y una sofisticada selección de condimentos. La tía horneó todo en su moderno anáfe y sirvió acompañado de arroz blanco. Nos reunimos a la mesa, reuniéndonos en el ámbito cálido de la sombra, en medio del fondo dorado por la grandeza de un sol veraniego. 
 El inmenso perro echado a sus anchas, también al reparo de la sombra, se inflaba y desinflaba al ritmo de su respiración antigua y profunda. 
  Rolo estuvo casi toda la mañana sumido en una rara lejanía. Aunque se sintiese natural, podía darme cuenta que algo sucedía, y la mera figuración sobre qué era ese "algo", estremeció mis tripas, me hizo marear y lentamente, mientras el resto de los animados comensales ocupaba sus sitios, yo me iba cayendo hacia un espiral de pánico, como si algo que era incapaz de concebir, se me estuviese mostrando con terrible desnudez. En verdad estaba perdiendo los estribos, hasta que con justa precisión, la tía alzó su voz al llamarme. El timbre potente y firme me trajo de regreso, como cuando de niño me sumergía demasiado en mis pensamientos al ver la televisión, del mismo modo su voz ahora, me arranacaba de las garras del pánico. 
- Andá a traer el refresco, mijo. Y laváte esa cara antes de comer, que todavía tenés lagaña pegada en los ojos.
 Caí otra vez en la cotidiana realidad como si nada, nada hubiese sucedido. Haciendo explícito caso a su recomendación, fui primero al baño chico cercano a la cocina. Junté en mis manos un charco de agua parecido a un liquido corazón y me lo apliqué en el rostro. Luego otro y después un tercero, hasta que la estabilidad de mis emociones, recientemente desbocadas, volvió a ser firme e incuestionable. Usé una toalla de mano azul para secarme el rostro y su fresco olor a sol me dio el fundamento de los sucesos que aun restaban por acaecer. 

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